Arzobispo René Rebolledo publica mensaje en solemnidad de Pentecostés

Arzobispo René Rebolledo publica mensaje en solemnidad de Pentecostés

En su artículo mensual publicado en diario El Día, reflexionó sobre la celebración del "don del Espíritu Santo a la comunidad apostólica y a los discípulos misioneros del Señor de todos los tiempos".

 
Domingo 31 de Mayo de 2020
El nombre Pentecostés de la solemnidad de hoy, domingo 31 de mayo, significa día quincuagésimo, una semana de semana, siete por siete más uno, vale decir, cincuenta, número asimilado en la historia de Israel a plenitud. El pueblo escogido celebraba después de Pascua la fiesta de la recolección agrícola y la alianza sellada con el Señor en el Monte Sinaí a los cincuenta días de la salida de Egipto.

Después de Pascua los cristianos celebramos el don del Espíritu Santo a la comunidad apostólica y a los discípulos misioneros del Señor de todos los tiempos. No se trata de una festividad independiente, sino culminación de la Pascua.

En la Primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles (Cfr. Hech 2, 1 – 11) oiremos la narración del gran acontecimiento de la venida del Espíritu Santo. El efecto primero es que los reunidos comenzaron a hablar en lenguas y los oyentes los escucharon en su propio idioma, siendo de procedencias muy diversas. En la Segunda Lectura de la carta a los Corintios (1 Cor 12, 4 – 7. 12 – 13) el apóstol Pablo atribuye los dones al único Espíritu, que a su vez mantiene unida la comunidad: todos nosotros, judíos o griegos, esclavos o libres, nos hemos bautizado en un solo espíritu para formar un solo cuerpo, y hemos bebido un solo Espíritu.

En el evangelio de Juan (Cfr. Jn 20, 19 – 23), la aparición de Jesús a sus discípulos, el primer día de la semana, después del saludo de la paz, la paz esté con ustedes -repetido dos veces- y con el gozo de los discípulos al ver al Señor, los envía como el Padre lo envío a Él: reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos (Jn 20, 23).

¡El don del Resucitado es su Espíritu! El texto es claro en afirmar que el Señor Jesús, sopló sobre ellos y añadió: reciban el Espíritu Santo (Jn 20, 22).

También nosotros, discípulos misioneros del Señor, invocaremos en este día la venida del Espíritu Santo. Es el don de la Pascua que vino sobre la comunidad apostólica, como hemos dicho, ahora invocado sobre la Iglesia. Es el mismo Espíritu que resucitó a Jesús y transformó a sus discípulos en evangelizadores valientes y audaces. El testimonio bíblico es claro en afirmar que se llenaron todos de Espíritu Santo y comenzaron a hablar… (Hch 2,4). También este año, en la oración colecta de la santa Eucaristía, pediremos: no dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica.

Tenemos gran necesidad de suplicar que la obra del Espíritu en los comienzos de la predicación evangélica, la realice también entre nosotros. No cabe duda que hoy, a diferencia de aquel entonces, los desafíos son otros, los cambios culturales que atraviesan el mundo son absolutamente distintos, por ello, la obra exige gran corresponsabilidad en las comunidades. También en nuestros tiempos es preciso potenciar los dones y carismas, ayudar a descubrirlos en primer lugar, acompañarlos y desarrollarlos por el bien de todos. Son innumerables los fieles comprometidos en diversos estamentos en las comunidades y parroquias, también a nivel arquidiocesano. Es bueno recibir con ánimo grato esta gran colaboración, esta práctica loable de corresponsabilidad. Que nadie se sienta menospreciado, más bien acogido, conocido y acompañado en el don que significa para la comunidad. Al profesar nuestra fe decimos: Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida. Que esta vida generada por el don del Espíritu Santo pueda, sin obstáculos, desarrollarse y manifestarse en ricas iniciativas pastorales, -creativas y audaces-, con gran sentido de fe y testimonio evangelizador.

Sobre todo en este día -y frecuentemente a lo largo de nuestra vida-, invoquemos que venga el Espíritu Santo y anime el tiempo de la Iglesia. Confiamos y esperamos en que Él nos conceda los dones del discernimiento y sabiduría para afrontar con renovada esperanza los innumerables retos que se presentan hoy a la evangelización, asumiendo cuánto hay de bello, noble y positivo en las expresiones de la cultura actual. Recordemos que, como bautizados y confirmados, hemos recibido el don del Espíritu Santo, para ser en la Iglesia y la sociedad testigos de Cristo y también de la esperanza que nos anima. Con humildad supliquemos al Señor en nuestra oración que venga el Espíritu Santo y nos colme de paz y alegría, fe y esperanza, amor y entrega.

Fuente: Comunicaciones La Serena
La Serena, 31-05-2020