Vivir el Evangelio en tiempos de crisis
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Carta Pastoral a los Católicos de Concepción

Vivir el Evangelio en tiempos de crisis

Septiembre, 2018

Fecha: Viernes 07 de Septiembre de 2018
Pais: Chile
Ciudad: Concepción
Autor: Mons. Fernando Chomali Garib

Introducción

Después de la visita pastoral del Papa Francisco a Chile en enero de este año y el informe de sus enviados especiales, el Arzobispo de Malta, Mons. Charles Scicluna y el oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Mons. Jordi Bertomeu, hay un antes y un después en el modo de tratar las denuncias de abusos al interior de la Iglesia y en el modo de proceder.
Esta convicción se hace más patente aún al recordar la reunión de los obispos de Chile en el Vaticano en mayo de este año, donde Francisco personalmente nos dio a conocer su visión de la realidad en Chile en materia de abusos sexuales, de poder y de conciencia, el discernimiento a realizar como Iglesia y las medidas a tomar para terminar con este flagelo.
Dicho encuentro nos llevó a dejar al Papa en absoluta libertad de acción respecto de nuestros encargos episcopales, presentándole la renuncia. En este contexto, durante este tiempo, el Papa ha escrito varias cartas sobre este delicado y dolorosos asuntos, ha aceptado la renuncia a varios obispos y ha nombrado varios administradores apostólicos. En lo personal, vuelvo a reiterar que el bien de la Iglesia es más relevante que el servicio que se me ha solicitado y a manifestar mi total disposición a lo que él, como Sucesor de Pedro, decida respecto de mi persona.

Este tiempo, ha sido de mucho dolor, pero ha abierto el camino hacia la verdad. El ambiente generado por el Santo Padre con sus palabras, gestos y acciones ha hecho que muchas personas se atrevan a contar y denunciar las experiencias negativas que en su momento tuvieron al interior de la Iglesia con personas consagradas. Es por ello que esta Carta Pastoral la escribo con tristeza, dolor y vergüenza, pero al mismo tiempo con la convicción que las medidas a corto, mediano y largo plazo que el Papa está tomando, y nos está ayudando a tomar, lograrán alcanzar lo que la Iglesia siempre debió haber sido: un lugar donde reine la cultura del cuidado, especialmente de los más vulnerables, del crecimiento en la fe y la esperanza, y del amor a Dios y al prójimo.

Espero que estas reflexiones, a modo de Carta Pastoral, ayuden a realizar mejores y más profundos discernimientos de la realidad eclesial, para así poder lograr que la misión evangelizadora en la que estamos empeñados, toque el corazón y la vida de las personas y de nosotros mismos, y sea fermento de una nueva era de la Iglesia - hoy llagada - a la que pertenecemos y amamos.

No están los tiempos para ser católico. Están los tiempos para ser un gran católico. Para lograrlo, Dios nos dará su gracia, porque para Él no hay nada imposible .

1. Los hechos

Esta Carta Pastoral la escribo de cara a Dios, a la Virgen María, a los creyentes, y a los hombres y mujeres de buena voluntad. También de cara a aquellos que han sufrido abuso sexual, de conciencia y de poder ¡Tanto dolor, impotencia, soledad y angustia han experimentado! También la escribo mirando los rostros de tantos laicos, diáconos, religiosos y religiosas, sacerdotes y obispos que día a día siembran el Evangelio, viven su fe con gran ardor misionero y son grandes testimonios de vida, de esperanza y de amor al prójimo. Como dice el Papa, los abusos son una llaga que atraviesa y hiere a toda la Iglesia y que debemos sanar, si queremos mirar el futuro con esperanza. El horror de los abusos sexuales, de poder y de conciencia, se pudieron haber evitado. Lo acontecido cuestiona en su raíz el proceso de selección de los postulantes a los seminarios , la formación que recibieron en su interior y el acompañamiento durante su vida ministerial. Quienes abusaron nunca debieron haber ingresado al Seminario y menos haber sido ordenados. También quedan cuestionados los protocolos, a la hora de identificar situaciones que generaban fundadas sospechas de ambientes potencialmente abusivos, así como los protocolos para recibir denuncias y actuar en consecuencia. Los errores, el pecado, la ignorancia, la falta de firmeza, la incredulidad, y muchas veces, también, el no saber cómo actuar, están pasando la cuenta. Y no sólo a los sacerdotes y obispos, sino que a toda la comunidad eclesial .

Pesa hoy no haber logrado incorporar al Seminario, y las casas de formación en general, sólo a quienes llegaron hasta allí sin ninguna otra intención que la de consagrarse a Dios, y haber detectado a tiempo a quienes con el correr de los años fueron quitando a Dios del centro de sus vidas. Los abusos de toda índole que se han vivido al interior de la Iglesia son la negación misma de la vida que nos propuso Jesús, de la misión de la Iglesia y de lo que creyentes y no creyentes esperan de una persona consagrada. Es muy doloroso y vergonzoso constatar que personas que se acercaron a la Iglesia buscando a Dios y una comunidad para vivir su fe, terminaron siendo abusadas. ¿Quién podría quedar indiferente e impasible? sobre todo después de conocer la realidad de los abusos, y leer y meditar las cartas que el Santo Padre ha enviado a los obispos y al Pueblo de Dios de nuestra patria y del mundo entero.

Las consecuencias no se han hecho esperar. Quienes fuimos en un tiempo queridos, consuelo de los pobres y desvalidos, voz de los sin voz y columna vertebral para difundir en la sociedad valores tan apreciados como la verdad, la justicia, el perdón, la paz, el sentido trascendente de la vida y la promesa de eternidad; hoy somos, para un creciente porcentaje de la población, motivo de escándalo, de profundos cuestionamientos, de mucha desconfianza y poca credibilidad: tan simple, doloroso y crudo como esto.

2. Acoger siempre

Hace años que venimos escuchando acerca de abusos al interior de la Iglesia, primero en el mundo anglosajón, después en Chile. Muchas de las víctimas con valentía han logrado contar su historia después de dolorosos, silenciosos y angustiantes años. Algunos, después de un tiempo, lograron liberarse del peso que llevaban en el alma sencillamente siendo escuchados, atendidos, con amor y empatía, y sobre todo viendo un camino de búsqueda de verdad, de justicia y de reparación. Ellos requieren de compañía y apoyo que, lamentablemente como nos señaló el Papa, como Iglesia no supimos dar de manera oportuna y adecuada.

Tantos otros que no han dado el paso de contar su historia y denunciar, y quizás algunos nunca lo den. Se comprende porque no es fácil hablar de una situación que hirió el alma y quebró la vida de manera brutal y menos aún reconocerse víctima de una situación de abuso y de injusticia. ¿Cuántos se habrán llevado ese doloroso secreto a la tumba?

Comprender, acoger y acompañar ese dolor es parte del camino que tenemos que recorrer para que nunca más se repitan abusos de cualquier índole. Y, además, necesitamos trabajar para generar lugares seguros en la comunidad eclesial y el tejido social de Chile que ha demostrado ser una sociedad donde los abusos de toda índole abundan. Es fundamental la empatía para comprender el calvario de una persona vulnerada en su dignidad por los abusos padecidos.

3. A la altura de las circunstancias

La tristeza, el dolor y la vergüenza que me aquejan son compartidas por muchos católicos. El Papa nos dijo en Roma con claridad: hemos hecho mal las cosas; no hemos estado a la altura de las circunstancias; no hemos generado ambientes sanos de convivencia; no hemos acogido a las víctimas de manera adecuada; hemos permitido y tolerado una pastoral con mentalidad y sicología de elite; nuestra pastoral está centrada más en nosotros mismos que en Jesucristo. Todo ello ha contribuido a que estos hechos tan deleznables, sucedieran .

En este contexto, todos los católicos, debemos cuestionarnos sobre lo que hemos hecho, lo que estamos haciendo y replantearnos lo que vamos a hacer. Y, además, comprender que el modo de ser Iglesia o será distinta a la del presente o no surgirá nada nuevo que vuelva a encantarnos y, menos aún, a encantar a los demás. De no renovarnos decididamente cada uno de nosotros, para así transformar el cuerpo eclesial, será sólo una medida cosmética que durará poco, que no logrará el efecto deseado y que - lo más probable – termine siendo contraproducente .

La tarea implica reconocer modos de actuar arraigados en una cultura que piensa en la Iglesia como una institución piramidal donde el Papa, los obispos y los sacerdotes mandan y los demás obedecen, y no como una comunidad donde se vive la fraternidad que nos genera la fe en Dios manifestado en Cristo Jesús y que se despliega como vida nueva en el Espíritu. Urge reconocer la autoridad como un servicio, y, al estilo de Jesús, lavarnos los pies los unos a los otros .

En una perspectiva más amplia, lo doloroso de los abusos de toda índole, que en sí mismos son aberrantes, es que detrás de ellos se percibe una corrosión del tejido social y también eclesial. La causa última es, en mi opinión, que la evangelización ha tenido poco espesor y profundidad, por lo que ha ido dejando ausente lo central: el amor a Dios y al prójimo. En el fondo, la crisis de la Iglesia es una crisis de fe que ha llevado a una vida espiritual superficial . Tantos consagrados tenemos la tentación de dejarnos endiosar y terminamos creyéndonos superiores, y, como consecuencia, abandonando el celo apostólico original. Buena parte de los abusos se producen donde se han configurado relaciones asimétricas de poder, como es el caso del clericalismo, que ha desfigurado a la Iglesia y ha hecho mucho daño. Hoy es necesario recordar las palabras de San Pablo cuando nos dice que llevamos este tesoro –Jesucristo– en vasijas de barro –nosotros– , y las palabras de Jesús que nos manda servir y no ser servidos . Hoy es más urgente que nunca poner más atención y fe en el tesoro, no tanto en la vasija.

Ha llegado la hora de dejarnos interpelar por el Pueblo fiel de Dios, nos ha recordado el Papa . Para ello hemos de transmitir con fuerza que la Iglesia es el lugar para vivir la fe en Jesucristo en un contexto de relaciones humanas sanas, serenas y maduras de cara a Dios y al prójimo; una instancia privilegiada para generar un tejido de vida al estilo de Jesús que represente lo mejor del ser humano, y que por su dinámica propia se convierta en fuente de transformación de la sociedad hacia sus valores. Hemos de pedirle al Señor la gracia de volver a ser la sal y la luz del mundo .

4. Preguntas que interpelan

Frente a este escenario que hiere, surgen preguntas para cada uno de nosotros : ¿Dónde quedó el reconocimiento de Dios como el absoluto, camino y fin de nuestras vidas? ¿Dónde quedó el ideal del amor y el servicio al prójimo? ¿Dónde quedó el sueño de una Iglesia que escucha, anuncia y sirve? ¿Dónde quedó el corazón de la antropología cristiana, que enseña que todo ser humano es imagen y semejanza de Dios? ¿Dónde quedó la respuesta entusiasta a la invitación de “remar mar adentro”? Hoy, se hace cuesta arriba vivir en una Iglesia dolida, herida y dañada que ha perdido lo más valioso que tiene, por ser la Iglesia de Jesucristo: la preocupación por el otro, la confianza y la fraternidad. Esto es lo que debemos recuperar y sólo será posible si “hacemos resplandecer la verdad en nuestras vidas” , y volvemos a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.

5. A qué se nos invita y sin demora

En esta tarea, o nos alineamos todos con las enseñanzas de Jesús y lo demostramos en obras concretas, o sencillamente dejaremos de ser la Iglesia de los primeros apóstoles. La crisis que estamos viviendo no es superficial, sino profunda, porque atraviesa muchas estructuras eclesiales. El cambio al que se nos invita es radical, o sencillamente no será.

Frente a la tentación de mirar para el lado y decir: «son los otros, los demás, pero no yo», el Señor nos recuerda que no hay que fijarse tanto en la paja en el ojo ajeno, sino en la viga que tenemos en nuestro propio ojo .

Ello exige mirar la realidad tal cual es. No se trata aquí de una estrategia de marketing o comunicacional. Se trata de preguntarnos de cara a Dios si aspiramos a vivir los valores evangélicos a los que nos invita Jesús, a ser discípulos y misioneros suyos, y santos como el mismo Dios es santo . Si no lo hacemos, nuestra vida será cualquier cosa menos la que quiere Jesús y en vez de manifestar el Reino de Dios y su justicia haremos mucho daño. Esto vale para todos, especialmente para quienes tenemos responsabilidades ministeriales al interior de la Iglesia. Dicho con palabras de Francisco: “Seremos fecundos en la medida que potenciemos comunidades abiertas desde su interior y así se liberen pensamientos cerrados y auto-referenciales llenos de promesas y espejismos que prometen vida, pero que en definitiva favorecen la cultura del abuso” .

6. La Arquidiócesis de Concepción

A todos, y con justa razón, la realidad de los abusos en toda su verdad les resulta muy escandalosa. He ahí la decepción de muchos y la ira, sobre todo cuando ya no se trata sólo de un pecado, sino de un delito. Es una contradicción grave que se predique una cosa, pero que se haga otra; que se le impongan pesadas cargas a los demás y no las cumplan quienes las imponen .

En la Iglesia de Concepción hemos aquilatado las palabras del Papa y nos quedamos con su invitación: “Una cultura que frente al pecado genere una cultura de arrepentimiento, misericordia y perdón, y frente al delito, la denuncia, el juicio y la sanción” , y donde “la cultura del abuso no encuentre espacio para perpetuarse” .

Quienes tienen capacidades técnicas para investigar delitos son el Ministerio Público y las policías. A los Tribunales de Justicia les corresponde la potestad de imponer sanciones por la comisión de delitos penados por la legislación vigente. Debemos cumplir con la ley, porque no estamos por sobre la normativa que rige en el país. Por ello estamos siempre llanos a colaborar con las instancias del Estado, porque creemos que es lo justo y lo debido. Esperamos que pongan lo mejor de sus competencias, habilidades y destrezas para alcanzar la verdad. Tienen que esclarecerse los hechos denunciados de carácter delictivo . Nos interesa que la verdad salga a la luz y a partir de allí hacer justicia. Sólo la verdad nos hará libres.

Cada vez que se presente un caso, para tranquilidad de los denunciantes y de los denunciados, y de toda la comunidad eclesial, avanzaremos por dicho camino. Cualquier manto de duda sobre situaciones tan graves es perjudicial para todos y no pueden quedar dando vueltas en el ambiente. Los católicos tienen derecho a aquello y también la ciudadanía.

Por otro lado, junto a las instancias civiles a las que están llamados a recurrir, cuando de delitos se trate, siempre estarán las puertas del Arzobispado abiertas para hacer denuncias. Allí se acogerán con respeto y discreción, también, aquellas no constitutivas de delito que hieran el tejido social y eclesial. Nos esforzaremos para procurarles más y mejores instancias de acogida y acompañamiento. Será el cuidado del afligido nuestro norte. El Papa ha dado ejemplo en esta materia y no podemos ser menos. A eso apuntan las medidas que estamos tomando. Y si en su momento no se hizo como correspondía, les pido perdón de corazón.

Debemos agregar que, con el mismo celo con que colaboramos para que se esclarezca la verdad y se haga justicia, en el caso de denuncias contra obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos, hemos de colaborar para restituir la honra de la persona, en el caso en que se declare su inocencia.

7. Medidas concretas

Hemos dicho que vamos a actuar con diligencia. Es por ello que les presento algunas de las medidas que tomaremos en el corto, el mediano y el largo plazo .

a. Pondremos en el centro de nuestros planes pastorales la pregunta de fondo que el Papa Francisco nos ha planteado tras los escándalos de los abusos: ¿Cómo volvemos nuestra mirada al Señor, para volver a ser la Iglesia Pueblo de Dios, comunidad de hermanos fundada en el servicio y no en el poder?

b. Reubicación de la Oficina Pastoral de Denuncia y la Comisión de Prevención de Abusos. Hoy funcionan en dependencias de la Curia Arzobispal y creemos que para que las personas puedan llegar con más facilidad y confianza, debemos reubicarla en otro sitio. Vamos a mejorar ese lugar, vamos a reforzar el equipo actual. Además, seguiremos buscando caminos para crear ambientes sanos para niños, jóvenes y adultos en nuestras comunidades. El equipo de prevención de abuso ha hecho un trabajo muy grande desde hace mucho tiempo. Y lo seguiremos haciendo en todos nuestros campos de acción pastoral, social, educacional.

c. Creación de una Política de recepción y acogida de denuncias de abusos y materias relacionadas. Junto con el fortalecimiento de la Oficina Pastoral de Denuncia, vamos a modernizar el protocolo mediante el cual la Iglesia actúa en estas materias. Un equipo de expertos comenzará a la brevedad este trabajo, sumándose a lo hecho por la Conferencia Episcopal de Chile .

d. Mejora en la transparencia. Daremos a conocer a quien corresponda nuestros procesos judiciales y cómo funciona la Justicia Canónica; en la formación de los sacerdotes, diáconos, religiosas, laicos y seminaristas. Vamos a desarrollar un trabajo importante de información y formación en las “escuelas de la fe” de verano e invierno, en las parroquias, en los colegios, en los movimientos y universidades.

e. Comisión de Apoyo en Materias de Abuso. Hemos convocado a expertos y líderes de diversas áreas para que nos apoyen en la creación de protocolos, políticas, formación y otras acciones que nos ayuden a mejorar el modo de abordar estas materias. La Iglesia está llamada a ser un lugar absolutamente seguro para una persona, donde reine la confianza, el amor, la alegría y la fraternidad. Me duele profundamente la mala experiencia que han tenido algunas personas al interior de la Iglesia en Chile y el mundo.

f. También hemos creado, con el apoyo de profesionales competentes en la materia, una comisión de acompañamiento para aquellas personas que han sufrido abuso de cualquier índole al interior de la Iglesia. Esperamos ayudarlas en todo cuánto esté a nuestro alcance.

g. Junto haremos un gran esfuerzo, siguiendo las renovadas directrices del Vaticano y de la Iglesia Chilena en lo que a selección y formación de los candidatos al sacerdocio se refiere. Procuraremos dar lo mejor de nosotros mismos para que quienes se inserten en la vida pastoral como sacerdotes comprendan con mayor profundidad su responsabilidad, pues están llamados con sus palabras, gestos y obras a dar testimonio del amor de Dios en el mundo. Lo mismo vale para todos quienes tienen tareas y ministerios al interior de la Iglesia, cuya gran mayoría son laicos.

8. Cristo es nuestra esperanza

También hemos de mirar, apoyar y cuidar más y mejor, a los cientos de laicos, diáconos, religiosos y religiosas, sacerdotes y obispos que prestan un valioso servicio a la comunidad. Es hora de agradecerles públicamente su esfuerzo y dedicación. Muchos han dejado su patria para dar a conocer entre nosotros el rostro misericordioso de Dios. Es mucho el bien que hace la Iglesia en nombre de Cristo, especialmente entre las personas más pobres y postergadas de la sociedad. Obviamente que no justifica, bajo ningún punto de vista, el mal hecho. Pero ese bien ahí está, es luz para la sociedad y fuente de esperanza en el futuro. Francisco nos dice: “seríamos injustos si al lado de nuestro dolor y de nuestra vergüenza por esas estructuras de abuso y encubrimiento que tanto se han perpetuado y tanto mal han hecho, no reconociéramos a muchos fieles laicos, consagrados, sacerdotes, obispos que dan la vida por amor en las zonas más recónditas de la querida tierra chilena” . El mismo Señor nos dijo que el trigo y la cizaña crecerán juntos .

Nos interesa perseverar en el camino que nos trazó Jesús. Mirar más su vida y su obra, y tratar de imitarlo en nuestras vidas. Quienes tenemos ministerio de conducción en la Iglesia, hemos de renunciar decididamente a toda clase de autoritarismo, y a comprender, con más fuerza que nunca, que la tarea encomendada a todos los católicos es un servicio. Ello implica fortalecer instancias de diálogo como lo fue el Sínodo de la Arquidiócesis de Concepción iniciado el año 2013 y cuyas conclusiones y lineamientos nos llenan de esperanza .

Invito a los católicos a que nos unamos decididamente a la invitación que nos hace Francisco de construir entre todos una Iglesia más atenta a las necesidades de los demás, donde no dejemos espacio para los abusos, donde preparemos a las futuras generaciones a comprender la vida como un gran don que está llamado a convertirse en un don para los demás. La vida, la obra y las enseñanzas de Jesús son muy hermosas y las debemos mostrar de manera renovada. En consecuencia, y pensando en el bien de la Iglesia y la necesidad de una renovación de cara a lo que nos está pidiendo el Santo Padre, él tendrá la sabiduría para discernir, a la luz del bien de la Iglesia, los cambios que se requieren para fortalecer la vida pastoral y comunitaria.

He tratado de dar lo mejor de mí mismo, junto a quienes colaboran directamente en la tarea encomendada. Ciertamente me he equivocado, pido perdón humildemente. A veces no es fácil discernir qué hacer. Espero que lo aprendido nos permita evitar que situaciones que dañen a otros ocurran al interior de la Iglesia y de la sociedad. Hemos de ser protagonistas de estos cambios que la misma sociedad exige en los más amplios campos de la vida social. Lo podemos hacer porque nos asiste el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es en Él en quien tenemos que poner nuestra confianza. Él hará el milagro de desenmascarar la mentira y hacer resplandecer la verdad, de terminar con los abusos y vivir con más seguridad, y de convertir la tristeza en alegría. Hemos de volver a hacer de la vida eclesial una gran boda de Caná donde la Virgen María nos vuelva a señalar que debemos hacer lo que el Señor nos diga, y veamos el milagro de transformar el agua en vino .

Conclusión

La Iglesia está llagada, usando las palabras del Papa Francisco. Ello nos debiese llevar a ser más humildes y sencillos, y a comprender y acompañar mejor los dolores de los demás. Una vez que la verdad surja y se haga justicia respecto de aquellos que han sufrido abusos, y se vuelva a repetir con claridad que no hay espacio para quienes abusan en la vida consagrada, podremos mirar el futuro con esperanza. Será el tiempo de poner más atención en el Resucitado que en nosotros mismos y no dejarle espacio a una vida que nos aleje de Jesús y de sus mandamientos. Para ello es importante tener claro que “la penitencia y la oración nos ayudarán a sensibilizar nuestros ojos y nuestro corazón ante el sufrimiento ajeno y a vencer el afán de dominio y posesión que muchas veces se vuelve raíz de estos males” .

Estoy cierto que meditar la vida de la Virgen María puede ser de gran ayuda, así como de los primeros apóstoles. María, desde su sencillez, comprendió que el sentido de su vida era hacer la voluntad de Dios. Esta disposición de ponerse en Sus manos la llevó a tener una actitud de servicio: visitó a su prima Isabel y fue fuente de gran alegría ; estaba atenta a las necesidades de los invitados a la boda en Caná ; y acompañó hasta la cruz a su hijo, Jesús .

También, los primeros apóstoles nos ayudan a comprender que nuestra vocación, como discípulos y misioneros de Jesús, es llevar una vida de oración, de servicio, de compartir el pan con los demás, de celebrar al Señor que se hace presente en la eucaristía. Fue esa vida, y no otra, la que los llevó a ganarse la simpatía de todo el pueblo, como nos relata los Hechos de los Apóstoles .

Volver a las raíces mismas de la vida evangélica según el estilo y el querer de Jesús, estar cerca de los pobres y vivir con alegría la fe recibida, generará una corriente nueva al interior de la Iglesia. La invitación es a vivir con renovado ardor las Bienaventuranzas . Para ello es fundamental pedirle a Dios la gracia de ser mansos y humildes de corazón. Sólo así veremos a Dios y todo lo que ello significa .

Índice

Introducción 2
1. Los hechos 4
2. Acoger siempre 5
3. A la altura de las circunstancias 6
4. Preguntas que interpelan 8
5. A qué se nos invita y sin demora 8
6. La Arquidiócesis de Concepción 9
7. Medidas concretas 11
8. Cristo es nuestra esperanza 13
Conclusión 15

+ Fernando Chomali G.
Arzobispo de Concepción, Chile.
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