Con esperanza construimos la paz
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Con esperanza construimos la paz

Homilía en Te Deum Ecuménico de Fiestas Patrias Catedral de Valparaíso, 13 de septiembre de 2018

Fecha: Jueves 13 de Septiembre de 2018
Pais: Chile
Ciudad: Valparaíso
Autor: Mons. Pedro Ossandón Buljevic

Estimadas autoridades, fraternidad ecuménica, comunidad interreligiosa y comunidad católica de la Diócesis de Valparaíso,

Hoy nos reunimos en nuestro Templo Catedral para hacer una solemne Acción de Gracias por la Patria, nuestra casa común que nos revela la hermosa dignidad y vocación de reconocernos hijos y hermanos en un solo Dios y Padre. Lo hacemos como chilenos que hemos aprendido desde el origen a conciliar nuestra identidad en la migración y en el encuentro de las culturas; y donde los ciudadanos nos renovamos, enseñados especialmente por las tragedias naturales y también sociales, en el compromiso solidario de unirnos una y otra vez para el servicio público, máxima expresión de la caridad. Es por eso que hoy cantamos a Dios que es Amor y que nos enseña a renovar con esperanza el servicio a Chile. Cantamos unidos a todas las personas de buena voluntad, a los cristianos y hermanos de todas las confesiones religiosas, el himno del Te Deum que dice: “A Ti, oh Dios, te alabamos; a Ti, Señor, te reconocemos. A Ti, Eterno Padre, te venera toda la creación”. Himno que nos ayuda a reconocernos iguales en dignidad, a pasar de enemigos a amigos y a poner en la mesa común lo que Chile necesita cada día para ser un hogar y una mesa para todos.

Hoy en el Evangelio, Jesús nos invita diciendo: “Pasemos a la otra orilla”.

Esta invitación la hace Jesús en el marco de su inagotable misión. Ha pasado todo el día trabajando para anunciar las buenas noticias del Evangelio de la esperanza. Y es mucha la gente que quiere estar con Él para encontrarse con Dios gracias a sus gestos y palabras de bondad. Acciones que entregan la sabiduría del amor, devuelven la salud a los enfermos, el perdón a los arrepentidos, la paz a los endemoniados y la vida a los muertos. Es tan grande su labor que no tiene tiempo ni para reclinar la cabeza. Está agotado. Por eso se duerme en medio de la tormenta. Su agotamiento extremo anticipa lo que será su propia muerte. Haciéndonos pensar, en un primer momento, que al dormirse en la cruz todo se había perdido y que nos abandonaba. Sin embargo, Cristo resurgió en su Resurrección al tercer día trayendo la inmensa alegría del triunfo de la vida sobre la muerte. Es por esta vocación de donación total que Jesús no quiere perder tiempo para sí mismo. Quiere ir a otras orillas, a otras periferias. Sabe escuchar y hacer propio el clamor de su pueblo que requiere urgentemente ser amado. Lo hace porque quiere amar hasta el extremo de ofrecer su propia vida y para que así recibamos y entreguemos Vida en abundancia. Y no lo quiere hacer sólo, nos invita a todos.

En esta invitación de Jesús encontramos su verdad y vocación. Jesús es enviado del Padre para hacerse hombre. Pasa de la orilla divina a la de la humanidad herida y se hace hombre. Es el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre. Dios puso su morada en medio de nosotros, el Verbo se hizo carne. Y navega con nosotros para que unidos a Él pasemos a la orilla de la Vida de la eterna alegría de servir, haciéndonos pasar del hombre viejo al hombre nuevo. En el sacrificio de amor de Jesús en la cruz, nos regala por su Resurrección, el asombro de poder nacer de nuevo. En el amor de Cristo podemos pasar de la guerra a la paz. De la muerte a la Vida. De una patria dividida y ensimismada a un Chile unido pacífico y solidario.

Hoy nosotros también queremos acoger la invitación de Jesús. Lo hacemos aprendiendo de nuestros padres en la fe, el pueblo judío. El que pasó de la humillante esclavitud de Egipto a la dignidad de la libertad de los hijos de Dios en la tierra prometida. Lo hacemos aprendiendo también de las personas de buena voluntad que han sabido pasar del egoísmo individualista al servicio del bien común. Lo agradecemos así mismo en el testimonio de nuestras autoridades aquí presentes y en cada dirigente que se decide a asumir la causa de la justicia y el derecho.

Jesús nos recuerda, y hoy nos lo dice especialmente a nosotros los católicos, de que es posible pasar de una Iglesia ensimismada a una Iglesia que sale al encuentro de Cristo al servicio de los pobres y sufrientes. También nos exhorta a todos los chilenos a que podemos pasar de la corrupción y la descalificación que nos desgasta y divide, a una cultura de la probidad y la honestidad que nos ayuden a cultivar una amistad cívica que se concentra en priorizar a los que más sufren. Digamos hoy con renovada esperanza, de que es posible en Chile pasar de la inequidad que proviene de las injusticias sociales a la distribución solidaria y equitativa de todos los bienes recibidos en nuestra Patria como dones del Cielo. Es posible superar la pobreza, la violencia del narcotráfico, el desempleo, la cultura machista que humilla la dignidad de la mujer, el abandono y maltrato a los niños desprotegidos desde el instante de su concepción. Es posible que los ancianos y los jóvenes, junto a sus familias, tengan un trato digno y se sepan útiles, protagonistas y valorados. Es posible trabajar unidos para que las ciudades y campos del país respiren aire limpio, cosechen la tierra con frutos sanos, y tomemos agua pura y compartida solidariamente. Volvamos entonces a cantar hoy en el Te Deum de oración por la Patria, diciendo que creemos firmemente que, unidos y fieles a nuestra conciencia libre y solidaria, podemos pasar a la orilla de la justicia y de la paz.

“Y Jesús les dijo: ¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?

En medio de la tormenta, los discípulos le dijeron muy asustados a Jesús “Maestro, ¿no te importa que naufraguemos?”. Se había levantado un viento huracanado y estaban a punto de naufragar. Tenían miedo y ya casi habían perdido toda esperanza. Esta es la realidad humana y social cuando nos enfrentamos a problemas externos que nos superan, pero sobre todo a los naufragios que provienen de nuestras atormentadas dudas y, peor aún, de nuestros propios errores o delitos. Es la dramática experiencia de perder el control de lo que hacemos y se nos sobreviene una furia de reacciones, las que en medio de la oscuridad nos atemorizan y sobrepasan.

Lo notable es que Jesús, sabiendo y compartiendo esta cruel situación humana, navega con nosotros. Y no solamente nos acompaña, sino que también está disponible para educarnos, quitarnos el miedo y ayudarnos a entender y crecer en la gracia de la fe. Lo cierto es que las crisis son una invitación a revisar y renovar las convicciones que nos movilizan y orientan. El miedo y la falta de fe se pueden superar desde la quemante pregunta acerca de qué y en quién creemos realmente. Los principios y valores que fundamentan nuestra vocación de servicio exigen ser revisados y cuestionados permanentemente. Para ello necesitamos volver a aprender humildemente el sano ejercicio del discernimiento personal y comunitario. La crisis de la Iglesia católica, y también en algunos aspectos, del cuerpo social y político de Chile, nos urgen a volver a cultivar el debate de altura, escuchando sin prejuicios, permitiendo que el otro pueda dar su opinión y estar disponible a encontrarle la razón, sin renunciar a la conciencia libre. Dios permite la crisis para aprender, en discernimiento comunitario, a liberarnos de dogmatismos y de sectarismos, tan propios de la psicología de élite. Nos enseña a ser discípulos de la verdad y no dueños de la verdad. Aprender juntos a discernir va siempre en la dirección de caminar desde un exacerbado amor al poder, a un radical ejercicio del poder del amor.

La crisis también nos enseña, si así lo queremos, a pedir ayuda, a ser humildes. Y aquí nos encontramos con la puerta de entrada en lo más interior del ser humano, ahí donde reside la verdad que nos hace libres para cambiar y convertirnos, ahí donde surge la fuerza que logra verdaderamente transformar la realidad. Podemos hacer cambios históricos cuando nos dejamos convertir a nosotros mismos. El cambio social, la superación de la crisis, las humildes respuestas a las necesidades de los que más sufren, surgen desde lo interior, desde un corazón desarmado de violencia e indigente de solidaridad. No le pidamos, en primer lugar, a los demás que actúen en la tempestad, es mejor que cada uno escuche a su conciencia responsable, ahí donde habla Dios, para calmar sus miedos y renovar la fe y la misión de llegar juntos a la otra orilla del servicio por la justicia y la paz. La sapiencia profética surge con mayor fuerza transformadora cuando la mueve el amor y se realiza en una cultura del encuentro. El grito de los pobres, el dolor de las víctimas de abuso y el clamor de la creación quieren ser abrazados y no utilizados. Quieren ser consolados, sanados y dignificados desde una comunión profética, humilde y generosa. Así lo esperan porque el máximo anhelo humano es la alegría de ser un pueblo de amigos y hermanos.

Es desde estas convicciones que los católicos y ciudadanos chilenos queremos reconocer nuestros errores y delitos. Nos mueve la humilde certeza de que el arrepentimiento sincero y el propósito auténtico de cambio, muestran la belleza y eficacia de la fe cristiana, la que a lo largo de la historia de Chile tanto bien ha hecho a la Patria. Ofrecemos al país, desde nuestra humillación, un renovado desafío de cuidado de la dignidad humana: el de crear, y ya lo estamos haciendo en nuestra Diócesis de Valparaíso, una pastoral de la prevención de abusos para cultivar ambientes sanos y seguros. Es conmovedor ver llegar a tantas personas, y no solamente católicas, ofreciendo su ayuda y experiencia para atender a las víctimas, entregar formación y hacer realidad el ‘nunca más´ de los abusos en la Iglesia y también en todos los ámbitos del pueblo de Chile. Lo hacemos conscientes de que somos parte de la sociedad civil, por lo tanto, parte del problema y también parte de la solución. Lo hacemos haciendo memoria agradecida, la que nos hace dar gracias por el valioso aporte de la fe cristiana en la educación, los hospitales, pastoral carcelaria, inmigrantes, en la de defensa de los derechos humanos, en la promoción de la dignidad humana, la solidaridad, el compromiso por el bien común, y el apoyo a las familias y organizaciones sociales, entre otras. Es nuestra vocación y misión. Y no queremos ser sordos a la fuerte corrección fraterna que Jesús nos hace hoy en la barca, enseñándonos a no ser cobardes y pedir la gracia de aumentarnos la fe para servir siempre al país. Queremos, agradecidos de Jesús que calma la tempestad, exclamar: “¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?”.

Bajo el amparo de la Virgen y los peregrinos de Lo Vásquez.

La humilde fuerza que renueva la vida de miles de personas y familias, y desde ellas al servicio de Chile, la encontramos de una manera especial en los cientos de miles de peregrinos que acuden al Santuario de la Purísima, la Virgen de Lo Vásquez. Es la piedad popular que reconocemos como una auténtica espiritualidad que anima el Alma de Chile. Una fe que se transforma en un vigoroso soporte y guía de la vida de tantas familias chilenas. Es una mística popular, que bien nos puede enseñar a encontrar itinerarios de vida espiritual que enseñan a cultivar una profunda vida interior. Aquí descubrimos el buen Espíritu, el que hace a las personas mejores, más sanas y más solidarias. San Pablo enseña que “el fruto del Espíritu es: caridad, alegría y paz; paciencia, comprensión de los demás, bondad y fidelidad; mansedumbre y dominio de sí mismo. (…) Si vivimos por el Espíritu, dejémonos conducir por el Espíritu. No busquemos la vanagloria: que no haya entre nosotros provocaciones ni rivalidades” (Ga. 6, 22-23. 25-26).

Que la Virgen María, Reina y Madre de Chile nos proteja siempre con su manto protector. Amén.

+ Pedro Ossandón B. Obispo Administrador Apostólico de Valparaíso.
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