Homilía en la celebración del Te Deum Catedral Santa María de los Ángeles
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Homilía en la celebración del Te Deum Catedral Santa María de los Ángeles

Primera Lectura: 1Cor 12,31−13,13 Evangelio: Lc 10,25-37

Fecha: Sábado 17 de Septiembre de 2022
Pais: Chile
Ciudad: Los Ángeles
Autor: Monseñor Felipe Bacarreza Rodríguez

- La celebración del aniversario N. 212 de la patria nos encuentra en un momento muy particular de ella, como todos reconocen. Después de un intento fallido por darnos el marco legal en el que pueda transcurrir en justicia y en paz la vida de la nación, en este momento todos se preguntan cómo emprender nuevamente la tarea. Se ha alcanzado, sin embargo, la convicción de que la nueva Constitución no debe ser el intento por imponer la visión particular de un grupo de la sociedad sobre todos, sino que debe procurar la unidad de todos los chilenos y chilenas.

- Se ha logrado también la convicción de que el país no puede renunciar a su historia y a sus tradiciones, como ésta, tan bella y arraigada, de celebrar nuestro aniversario patrio acordandonos de agradecer a Dios, de alabarlo y pedirle su ayuda, sabiendo, como dice el apóstol San Pablo, que «en Él nos movemos, vivimos y existimos».

- Esta ciudad nuestra de Santa María de los Ángeles tiene el honor de haber sido el primer lugar donde el pueblo espontáneamente se vio impulsado a celebrar el Te Deum, el himno «A ti, Dios, te alabamos; a ti, Señor, te reconocemos; a ti, eterno Padre, toda la tierra te venera». Fue, el 10 de enero de 1811, a pocos pasos de aquí, en la Iglesia parroquial de San Miguel, cuando don Bernardo O’Higgins Riquelme fue elegido diputado. Dar gracias a Dios fue el gesto espontáneo del que estaba llamado a ser «el padre de la patria». Ese mismo año, en septiembre, se cantó el Te Deum en la Catedral de Santiago para celebrar el primer aniversario de la «Primera Junta Nacional de Gobierno», que tuvo lugar el 18 de septiembre de 1810. Es una tradición que remonta al nacimiento de nuestra querida patria. Esta mañana estamos celebrando su versión N. 212.

- Como decíamos, estamos en un momento en que se sugieren diversas soluciones para seguir adelante, esperando que la celebración del próximo aniversario nos encuentre más cordialmente unidos, más respetuosos de las legítimas diferencias, más amigables.

- Es un clamor, pues vemos que la violencia se toma nuestra calles y plazas y también nuestros campos y montañas, esos mismos que Dios nos dio como «una copia feliz del Edén»; vemos que la delincuencia y el robo no parece tener remedio, con grande sufrimiento para los débiles, los ancianos y los inocentes; vemos que, en lugar de amarnos unos a otros debemos defendernos unos de otros.

- Anhelamos ver que se imponga la verdad, la justicia, la libertad, en una palabra, el amor, que nos libera de la soledad, de la angustia, que abre nuestra vida hacia los demás y también hacia lo infinito, hacia Dios. Anhelamos la felicidad verdadera. Sabemos que es posible, porque Dios lo ha prometido.

- Dejemonos iluminar por la Palabra de Dios. Nuestro anhelo de infinito coincide con nuestro anhelo del amor, porque el amor es infinito. Lo dice el apóstol Juan: «Amemonos, porque el amor es de Dios y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios» (1Jn 4,7). El que ha nacido de Dios es Jesucristo. Pero ¡también el que ama! El que ama es uno con Cristo. En efecto, «la Palabra de Dios se hizo carne… a cuantos lo acogen les dio el poder ser hijos de Dios». Anhelamos que nuestra patria sea la casa de los hijos de Dios.

- En medio de tantos caminos que se proponen, San Pablo, nos propone uno que es el supremo: «Les voy a mostrar un camino más excelente». Y comienza el hermoso himno al amor cristiano: «Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe…». ¡Cuántas veces parece que tanta discusión, tanta palabra con críticas y descalificaciones del otro son solo un bronce que suena! Sigue diciendo el apóstol: «Aunque tuviera toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe, como para trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada me aprovecha».

- El amor introduce en nuestra vida un rayo de eternidad, el amor es la presencia de Dios en nosotros. Todos esos actos de violencia, de ese egoísmo extremo que es el robo, las encerronas, los incendios,… terminan por agobiarnos por su monotonía a ras de tierra. Allí no está el amor de Dios. El amor, en cambio, es siempre nuevo, luminoso, atrayente, se eleva hasta el cielo, porque Dios, que lo infunde en nosotros, es la novedad absoluta. El amor goza de la eternidad de Dios: «El amor es paciente, es servicial; no es envidioso… no busca su propio interés; no se irrita… no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad». No hay ninguna lista de virtudes cívicas que pueda competir con el amor. El amor es eterno, el amor introduce en este mundo la vida eterna, que tendrá su plena expansión en el cielo.

- Es muy seria y oportuna la pregunta que hace a Jesús un especialista en la Ley judía: «Maestro, ¿que he de hacer para heredar la vida eterna?». Él espera tener esa vida como herencia. El doctor de la ley conoce la respuesta: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo».

- Bien haríamos nosotros en tener más presente esa respuesta, que Jesús aprobó diciendo: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás».

- El amor y la vida eterna son intercambiables. Pero ese doctor de la ley tiene un problema que no sabe resolver: «¿Quién es el prójimo a quien tiene que amar», sólo el judío, sólo es de su facción o de su partido? Jesús no le responde con una fórmula general, que por lo demás ya lo había hecho: «Ustedes amen a sus enemigos y oren por quienes los persigan y calumnien».

- Jesús le expone un caso concreto, que se ve a diario entre nosotros. «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarlo y golpearlo, se fueron dejándolo medio muerto». Nos parece estar oyendo las noticias diarias de nuestro país. Pero lo que sigue no es tan frecuente: «Un samaritano, que iba de camino, llegó junto a él, y al verlo tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándolo sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él». Esto es un acto de ese amor divino y eterno. Es hermoso. Esta conducta es el remedio a todos los males. Ese samaritano debería ser el perfil de todos los chilenos.

- Jesús concluye diciendo al que le preguntó, y ¡lo dice ahora a todos nosotros!: «Anda y haz tú lo mismo». Ha respondido de esta manera a la pregunta por la felicidad eterna. Ese samaritano era un hombre feliz, libre del egoísmo. Así anhelamos que sea el ciudadano chileno y chilena. ¿Quién le concede a alguien actuar de esa manera? Se lo concede Dios. Por eso, si queremos ver en toda la ciudadanía esa conducta, es necesario que esté Dios con nosotros. Y Él está presente en su Hijo Jesucristo, que nos prometió: «Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin de los tiempos». ¡No lo excluyamos de nuestra sociedad! Si excluimos a Dios, excluimos también el amor y nos cerramos en el egoísmo, que esclaviza y que arrastra a la violencia y la injusticia.

- Con esta lectura del Evangelio, verificamos que es verdad, que «la Palabra de Dios es viva y eficaz». Debemos tenerla más cerca de nosotros, conocerla y leerla. Que ella forme nuestra mentalidad, que sea inspiradora de nuestra identidad nacional.

- Dentro de todas las soluciones que se discuten para nuestra patria, los que creemos en Cristo y lo confesamos como nuestro Dios y Señor dejemonos iluminar por su Palabra. Esta es nuestra misión.

- Esta ha sido la tradición de nuestro país desde los padres de la patria; que ella nos lleve a la verdad y nos muestre el camino a seguir en este momento de nuestra historia.

- ¡Qué hermoso y eficaz sería si todos nuestros gobernantes, jueces y legisladores, antes de sus tareas diarias, leyeran la Palabra de Dios, para que ella los guíe y aconseje! Este sencillo ejercicio cambiaría nuestra patria. Si no lo hacemos, es porque confiamos en nuestras propias fuerzas. Debemos reconocer nuestro fracaso. Seguirá siendo verdad hasta el fin del mundo lo que afirmó Jesús: «Permanezcan en mi, como los sarmientos en la vid, porque, separados de mí, no pueden hacer nada».

- Entre las cosas bellas y consoladoras que encontramos en la Palabra de Dios es su Stma. Madre, la Virgen María, que nuestro país, bajo su advocación de Nuestra Señora del Carmen, ha adoptado como Reina y Madre de Chile. En ella resplandece el amor con toda su pureza. Que ella, como Madre amorosa también nuestra, nos lleve a Jesús y nos conserve siempre bajo su protección.

+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo diocesano de Santa María de los Ángeles
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