Esta es la buena noticia que yo predico: Jesucristo resucitó de entre los muertos y es descendiente del Rey David. La salvación está en Cristo Jesús y estamos destinados a participar de la gloria eterna.
Si nosotros los manchados, los leprosos que tenemos que acercarnos cada día humillando la frente y suplicar como los leprosos, Jesús maestro, ten compasión de nosotros.
Renacer del agua y del Espíritu es vivir el gozo de ser injertados en Jesucristo y en su Iglesia. De ser purificados y limpiados de la lepra del pecado, de ser sacados de la muerte a la vida. Y eso una y otra vez. En tiempos de Jesús también los sacerdotes eran limitados y pecadores, pero a ellos y en ellos a la comunidad reenvía Jesús a los leprosos, a los que habían sido marginados, rechazados por la sociedad.
También hoy encontramos en la Iglesia, en los sacerdotes, en nuestras comunidades; deficiencias y aún la lepra del pecado. Pero la Iglesia, los sacramentos, son instrumento de salvación de purificación, de quedar purificado.
“El espíritu del Señor me ungió, para enviarme a anunciar la buena noticia, para evangelizar a cada uno de ustedes”. El bautismo lo ungió para que vivan su vida al estilo de Cristo y para que anuncian esa vida los demás.
El agua de nuestro bautismo. San Francisco de Asís cantaba la hermana agua la cual es muy útil y preciosa y casta. Y es gran regalo el agua que nos permite beberla y saciar la sed y nos sirve para regar los campos. Pero el agua puede hacerse barro y ya no sirve para beber ni para lavarnos. De esa agua buena, del agua que sana como la que bañó a Naamán, tenemos necesidad. Para limpiar nuestros ojos, un sano realismo se nos pedía ayer. Sí un realismo, porque del otro modo no podemos ser Iglesia esperanzadora.
Nuestro tiempo es un tiempo hermoso, para los generosos, para los santos. Cantó la Virgen “el Señor hizo en mi maravillas y su misericordia se derrama de generación en generación sobre aquellos que le temen”. Sobre nosotros, Dios sigue envolviéndonos en su misericordia. Estamos rodeados de milagros. En la historia sigue la lucha entre la virtud y el vicio, una cultura y civilización de egoísmo, pecado y muerte; frente a una cultura y civilización de la generosidad, el amor y la vida. Nosotros estamos en medio de ese conflicto, nos vemos implicados. Podría largarme, pero no lo haré, hemos revisado y constatado como no funcionan ni los mediocres ni los pecadores. Se necesitan santos, personas de verdad, cristianos auténticos porque Cristo ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia. Y hay ciertas estructuras que no funcionan y debemos mejorarlas, o podemos crear otras nuevas.
La Iglesia ha estado, una vez más, en primera línea de la caridad atendiendo enfermos y necesitados. Frente a la civilización del egoísmo y egocentrismo que orienta hacia la muerte, en el aborto o la eutanasia; crecen los movimientos de sensibilidad social y su acción por el valor de la vida humana. Frente a una filosofía y economía que rebaja la persona para usarla como fuente de placer para mí o una herramienta de trabajo que rinde, está la manifestación al hombre de su grandeza. Frente al culto al dinero, a la belleza, a la fama que marginan a los débiles; aparecen iniciativas de ayuda al débil, anciano, extranjero. Frente al egoísmo, aparecen los voluntariados y los ejemplos del cumplimiento profesional, que nos han admirado por su generosidad y entrega. Frente a la brutalidad insensata y de la guerra, crece una cultura del rechazo a toda guerra y a la pena de muerte. Frente a la desfiguración y desnaturalización del matrimonio y la familia, aparecen verdaderos esposos y verdaderas admirables familias. Crece la conciencia de la responsabilidad que tenemos de cuidar la casa común y crece la conciencia ecológica. Combate al individualismo, la solidaridad, la cooperación para promover el bien común. Crece la conciencia de qué debemos buscar una mejor calidad de vida para todos y de que el cristiano debe preocuparse del bien común, y por tanto, de una sana política. Ninguno puede sustraerse a esta responsabilidad evangélica de cuidar de su hermano. Nadie debe olvidarse de la doctrina social de la iglesia y por tanto preocuparse de la salud, la educación, la viviend,a la violencia y el crimen, las drogas o la corrupción. Y esa preocupación creciente es esperanza y esperanza cristiana. Y es esperanza, que tomen conciencia de su responsabilidad y participen en las elecciones y que disciernan cristianamente las normas de vida o Constitución que quieren darse. La pregunta ¿qué hacemos con Dios en la República? ahora se concreta ¿Qué hacemos con Dios en la nueva constitución? Crece la conciencia del ecumenismo.
Ya lo dije, podría extenderme mucho más, porque la vida es hermosa y la Iglesia es hermosa.
Un crecimiento en la libertad, un aprendizaje del diálogo y las críticas constructivas, también a eso animé, al iniciar esta asamblea, cuando dije que era la instancia para que todos hablaran.
Sí, estamos llamados a ser una Iglesia esperanzadora, por eso lo primero es el sano realismo para ver lo bueno, las maravillas, que Dios sigue obrando. ¿Cuánta gente buena y maravillosa en nuestra Iglesia, en nuestro mundo? ¿Cuántos santos?
Todos estos signos son hermosos, pero hay otros a los que no hago sino una referencia. Para mí, la iglesia es esperanzadora porque reza y me alegro mucho que hayamos rezado juntos y me alegra doy felicito a los organizadores, porque han preparado estupendamente las celebraciones y les felicito a cada uno de ustedes, porque participaron y rezaron. Una Iglesia que reza, qué celebra los sacramentos, que proclama la palabra de Dios, que no se limita a simples ritos, es agua que purifica y sana.
Dichosos nosotros que hemos participado en esta asamblea porque esta asamblea fue esperanza. Cada uno de ustedes la está viviendo y esta asamblea, es ahora realidad y vuelve de nuevo a ser esperanza. Cada uno de ustedes es un enviado en misión.
“El Espíritu del Señor me ungió para enviarme”. Cada uno de ustedes debe compartir en sus comunidades lo que aquí hemos vivido y cada uno de ustedes debe escuchar la invitación que Jesús hiciera a San Francisco de Asís “vete y repara mi Iglesia que amenaza ruina”. La pregunta más grande no será ¿qué ha hecho la asamblea?, si no ¿qué has hecho, qué vas a hacer tú?
Solos no llegaremos muy lejos, pero nuestra esperanza está aquí al celebrar la Eucaristía, nuestra esperanza es Jesús. Y por eso nuestra Iglesia es esperanzadora.
Tiempo hermoso y propicio para amar. Sí creemos que tenemos que esperar para ser mejores cristianos para amar más, a que cambien las estructuras, a que pase otra nueva asamblea, que venga otro Concilio; andamos mal. Es hoy, ahora, cuando nosotros tenemos que fructificar esa unción de nuestro bautismo. Tiempo para dar testimonio y sembrar esperanza, cuando tantos viven en la tristeza, cuando tantos de nuestros compatriotas mismo, y aún en nuestras comunidades, están enfermos de desesperanza ¿quién llevará esperanza? Nosotros tenemos que ser testigos y sembradores de la esperanza. Es la hora también de la misión.
Esta es la buena noticia que yo predico: Jesucristo resucitó de entre los muertos y es descendiente del Rey David. La salvación está en Cristo Jesús y estamos destinados a participar de la gloria eterna.
