Nos resulta necesario decir que no todos los católicos estamos de acuerdo con las opiniones negativas de la noción de género, sino por el contrario, creemos que tiene muchas cosas atendibles, empezando por reconocer que existen en la realidad muchas otras identidades diferentes al hombre-mujer, que solo nos clasifica por los genitales.
Por supuesto que quienes se autoperciben distintos y no considerados en esa clasificación reduccionista, lo más probable es que no sienten cercanía con la Iglesia, si ésta los considera sólo objetos de su “ayuda y compañía”. ¿No estaremos creando otra clase de excluidos de la Iglesia?
No coincidimos que la noción de género presente una sociedad sin diferencias de sexo, sino que propone reconocer que hay individuos que se sienten distintos a su sexo genital; reconocer que genéticamente no solo existen personas con la combinación cromosómica XX y XY, como la ciencia ha demostrado. Por lo tanto, es imposible sostener que Dios ha creado solamente hombres y mujeres, y es deber de los intelectuales de la Iglesia, revisar el significado del Génesis, a la luz de los nuevos conocimientos que la ciencia humana ha puesto sobre la mesa.
No coincidimos tampoco que destruya la familia, porque la familia (sea cual sea su forma, con o sin matrimonio) se funda en el amor y no en los genitales, y que hay familia incluso allí donde sus miembros no están biológicamente emparentados.
El primer acto de amor cristiano no sería acoger al que nosotros consideramos “enfermo o distinto”, sino reconocerle como un igual. Eso sería respetar su dignidad de hijo de Dios.
Si es cierto que ya hay colegios católicos que están explorando la noción de género, nos felicitamos de ello, y los instamos a aportar en la reflexión que debemos efectuar.
No olvidamos las palabras del recordado Cardenal Martini, cuando advertía al Papa que la Iglesia estaba, al menos, 200 años atrasada en sus reflexiones.
Fraternalmente,
José Pérez Barahona
