Iglesia.cl - Conferencia Episcopal de Chile

Comentarios del Evangelio Dominical


Domingo 13 de Agosto de 2017

Mt 14,22-33
Pedro se puso a caminar sobre las aguas

El Evangelio de este Domingo XIX del tiempo ordinario nos relata el episodio en que Jesús viene hacia sus discípulos, que estaban en la barca en medio del lago, caminando sobre el agua. Para caminar sobre el agua él tiene que tener poder para suspender las leyes de la naturaleza, porque el cuerpo humano tiene, en comparación con el agua, una densidad que lo mantiene casi completamente hundido en ella. Nadie puede suspender las leyes de la naturaleza, excepto quien las ha dictado, Dios. El episodio es, entonces, una revelación de la identidad de Jesús.

El episodio anterior a éste es el milagro de la multiplicación de los cinco panes y dos peces con los cuales Jesús dio de comer en el desierto hasta saciarse a una multitud de cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños (No lo leímos porque el domingo pasado se celebraba la fiesta de la Transfiguración del Señor y se leyó el Evangelio que nos relata ese hecho, que se encuentra más adelante, en el capítulo XVII de Mateo). El Evangelio no nos refiere la reacción de la multitud ante la multiplicación de los panes. Nos refiere, en cambio, lo que hizo Jesús: «Luego hizo que los discípulos subieran a la barca y lo precedieran a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después de despedir a la multitud subió el monte a solas para orar. Al atardecer estaba allí solo».

En el Evangelio según San Mateo, dos veces atraviesan los discípulos ese lago en la barca. La primera vez va Jesús con ellos, pero durmiendo. Esta vez, que es la segunda, van ellos solos. En esa primera ocasión (Mt 8,23-27) «se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero Jesús estaba durmiendo». Los discípulos lo despiertan diciendole: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!». Jesús les reprocha el miedo que sienten y lo atribuye a su falta de fe: «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?». Entonces, Jesús increpó al viento y al mar y sobrevino una gran bonanza. El Evangelio refiere la reacción de los discípulos: «Aquellos hombres, maravillados, decían: "¿Quién es éste, a quien hasta los vientos y el mar obedecen?"». La pregunta tiene una respuesta obvia; pero queda tácita.

En el episodio de este domingo, como decíamos, los discípulos atraviesan en la barca solos. Pero el viento es tan adverso, que no logran llegar a la orilla: «La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios (un estadio = 180 m. aprox.), zarandeada por las olas, pues el viento era contrario». Van los discípulos solos; pero Jesús no deja de velar por ellos, aunque tengan que esperar: «A la cuarta vigilia de la noche (de 3 a 6 AM) vino Jesús hacia ellos, caminando sobre el mar». La visión es tan impresionante, que a ninguno de los discípulos se le ocurre que pueda ser Jesús: «Viendolo caminar sobre el mar, se turbaron y decían: "Es un fantasma", y por el temor se pusieron a gritar». Jesús no los deja en ese error y les dice: «¡Ánimo, yo soy! No teman». Lo normal es que les hubiera dicho: «Soy Jesús». Con la expresión: «Yo soy», que es el Nombre con el cual Dios se reveló a Moisés, Jesús quiere indicar que su identidad no se agota en su humanidad; a él corresponde el nombre: «Yo soy». Pedro capta la idea y por eso confía en su poder: «Señor, si tú eres, mándame ir donde ti sobre las aguas». Habría sido una petición absurda, si no hubiera confiado en que Jesús puede conceder eso. La respuesta de Jesús lo confirma: «Ven»; y también lo que sigue: «Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús». La fe logra esto. La fe pone el poder de Dios al servicio del hombre, como responde a menudo Jesús, cuando obra un milagro: «Que te suceda como has creído» (Mt 8,13; 9,22; 9,29). A Pedro le sucedió como había creído...hasta que su fe comenzó a vacilar.

«Viendo Pedro la violencia del viento, temió y, como comenzara a hundirse, gritó: "¡Señor, sálvame!"». También este grito es un acto de fe, que tiene su efecto. Ahora confía en que Jesús puede salvarlo. Y así ocurre: «Jesús, tendiendo la mano, lo agarró y le dice: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?"». Subieron a la barca y el viento cesó. Pedro es el único apóstol que se asemeja a Jesús en caminar sobre el agua. Pero él no lo hace con su propio poder; lo hace con el poder de Jesús y por su fe en él. Es también el único que siente el apretón de la mano de Jesús que lo salva, cuando su fe vacila.

Si en la primera travesía la respuesta sobre la identidad de Jesús había quedado tácita, aquí es explícita: «Los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: "Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios"». Hasta aquí, Jesús había declarado que Dios era su Padre. Pero ellos no habían comprendido el sentido de sus palabras. Pensaban que lo decía en el mismo sentido en que a menudo lo refiere a ellos: «Tu Padre que ve en lo secreto te recompensará... Cuando oren digan: "Padre nuestro..."... sabe el Padre de ustedes del cielo que tienen necesidad de todo eso...», etc. Respecto de sí mismo, Jesús lo dice en esto otro sentido: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra... Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,25-27). Ahora los discípulos comprenden en qué sentido llama Jesús a Dios «mi Padre» y creen en su palabra: «Todo me ha sido entregado por mi Padre», incluida la naturaleza divina. Así como Pedro caminó sobre el agua a semejanza de Jesús, pero con el poder de Jesús y su fe en él, así nosotros nos asemejamos a él en su condición de Hijo de Dios, pero por nuestra incorporación a él y nuestra fe en él.

Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles