Iglesia.cl - Conferencia Episcopal de Chile

Comentarios del Evangelio Dominical


Domingo 03 de Diciembre de 2017

Mc 13,33-37
Lo que digo a ustedes los digo a todos: Velen

Celebramos hoy el Domingo I de Adviento y comenzamos un nuevo Año litúrgico. Este tiempo recibe el nombre de un evento, que es tan fundamental en la historia de salvación, que da el nombre un tiempo litúrgico, que dura cuatro semanas y se extiende hasta la Navidad. «Adventus» significa «Venida» y se refiere a la venida de Cristo, una venida que debe ser esperada y acogida con gozo. Inmediatamente surge la pregunta: ¿A cuál venida se refiere? En el Evangelio conocemos dos venidas de Jesús, una que ya ocurrió hace dos mil años y otra, que debe ocurrir aún.

El domingo pasado celebramos la Solemnidad de Cristo Rey y el Evangelio nos mostraba la escena de la venida final de Jesús como Rey y Juez universal. Decíamos que esa Solemnidad se ubicó en el último domingo del Año litúrgico, para hacernos comprender que esa venida de Jesús en su gloria es el último evento de la historia humana. Pero esa venida final la esperamos, precisamente, porque Jesús ya vino y, cuando ascendió al cielo, allá donde estaba antes, nos dejó esperando su venida futura. Lo dice San Juan a conclusión de su primera carta: «Sabemos que el Hijo de Dios vino y nos dio inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Y nosotros estamos en el Verdadero y en su Hijo Jesucristo. Él es el Dios verdadero y la Vida eterna» (1Jn 5,20).

Dos son, entonces, las venidas de Cristo. Y el tiempo del Adviento nos hace contemplar ambas. Comienza en este I Domingo con la contemplación de la venida futura de Jesús, en continuidad con los últimos domingos del Año litúrgico, que concluimos el domingo pasado. En los próximos domingos, en cambio, nos pone en la situación en que estaba la humanidad a la espera de la primera venida de Jesús, que tuvo su cumplimiento con el nacimiento de Jesús en Belén y el anuncio a los pastores: «Hoy les ha nacido, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo, el Señor» (Lc 2,11).

El Evangelio de este domingo comienza con una exhortación de Jesús que debe caracterizar la vida de sus discípulos, que vivimos entre su primera y su última venida: «Miren y vigilen, porque ustedes no saben cuándo es el tiempo». Esta exhortación es la conclusión de lo que Jesús acaba de decir: «Acerca de aquel día y hora nadie sabe nada -ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo-, excepto sólo el Padre» (Mc 13,32).

Dos son los conceptos de «tiempo» que maneja la Palabra de Dios. Uno lo designa con el término «chronos» y se refiere a la sucesión de los eventos sin más trascendencia que su concatenación en esta tierra. Nuestros medios de comunicación, en general, no conocen más que estos hechos de crónica periodística. Otro, es el concepto de tiempo que se designa con el término «kairós» y se refiere a los eventos que dan sentido a la historia, eventos salvíficos que trascienden esta tierra y tienen una dimensión eterna. De este tipo son la primera venida de Jesús y su venida final. Jesús advierte a sus discípulos: «Ustedes no saben cuándo es el kairós». En otra ocasión Jesús dice a sus discípulos que sólo quien posee el Espíritu Santo puede discernir el sentido de la historia: «Cuando venga el Espíritu de la Verdad... él les dará a conocer lo que ha de venir» (Jn 16,13).

Jesús sigue explicando ese momento futuro por medio de una parábola: «Es como un hombre que, partiendo, deja su casa, da poder a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele. Velen, pues, porque ustedes no saben cuándo viene el dueño de casa». Significativamente, Jesús dice: «El Señor de la casa». Y luego agrega el detalle de las cuatro vigilias en que se dividía la noche en su tiempo, cada una de tres horas: «al anochecer, a media noche, al cantar del gallo o a la madrugada». Es un vocabulario conocido para los que tienen la misión de vigilar, porque así se designaban los turnos. Los cristianos deben cubrir todos los turnos.

Como hemos visto en los domingos pasados y vemos también en el Evangelio de este domingo, tal vez la enseñanza de Jesús en que él más insistió fue sobre su venida final y sobre el modo cómo esa verdad fundamental de nuestra fe debe influir en la vida de los cristianos. Y, sin embargo, parece ser también la enseñanza menos atendida por los cristianos. Raramente, en la conversación habitual, alguien manifiesta estar atento a ese evento o declara que ese evento influye en algo en sus decisiones. ¿Qué se necesita para que podamos incorporar en nuestra vida esa enseñanza de Jesús? No es el resultado del esfuerzo humano. De hecho, hay personas de inteligencia humana brillante que viven completamente ajenos a ese evento. Acoger esta enseñanza en nuestra vida es un don divino. Como decíamos, lo concede la acción del Espíritu Santo en el corazón de los creyentes. Así lo asegura Jesús a sus discípulos en la última cena: «Mucho tengo todavía que decirles. Pero ustedes no pueden tomarle el peso ahora» (Jn 16,12). Es una imposibilidad absoluta. Pero, agrega: «Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, él los guiará a la verdad plena... Tomará de lo mío y lo anunciará a ustedes» (Jn 16,13.14.15). Jesús concluye con una de esas cosas que el Espíritu debe revelarnos: «Lo que digo a ustedes, lo digo a todos: Velen».

Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles