Iglesia.cl - Conferencia Episcopal de Chile

Comentarios del Evangelio Dominical


Domingo 03 de Junio de 2018

Mc 14,12-16.22-26
Permanece en mí y yo en él

Este domingo celebramos la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, la misma que tradicionalmente se llamaba en latín: «Corpus Christi». El nombre actual en español es más preciso, porque en este día no sólo contemplamos el misterio de la Encarnación, por la cual el Hijo de Dios, la segunda Persona de la Trinidad, se hizo hombre y tiene, por tanto, un cuerpo humano –Corpus Christi–, sino también el modo cómo Cristo nos incorpora a sí mismo, dándonos a comer su Cuerpo y a beber su Sangre, ofrecidos en sacrificio y ahora glorificados. Son las palabras centrales del Evangelio de este domingo: «Tomen, esto es mi Cuerpo... esto es mi Sangre». Celebramos la presencia real de Cristo glorificado en medio de nosotros bajo las especies del pan el vino y también nuestra comunión con Él por la recepción de su Cuerpo y su Sangre como alimento y bebida. Esto es lo que llamamos hoy Eucaristía.

El domingo pasado, celebrando la Solemnidad de la Santísima Trinidad, citabamos el Catecismo, que enseña: «El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo» (Catecismo N. 234). El Catecismo repite los mismos términos cuando habla sobre la Eucaristía: «La Eucaristía es fuente y cima de toda la vida cristiana... La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua» (Catecismo N. 1324). La participación de la vida del Dios Uno y Trino es la meta absoluta de todo ser humano; para esto hemos sido creados. Pero no tenemos otro camino de acceso a la Trinidad fuera del Hijo, que precisamente para eso se hizo hombre. Lo declara Jesús sin admitir excepción: «Yo soy el camino... Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6). Accedemos a la Trinidad como hijos de Dios por acción del Espíritu del Hijo: «Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer... para que recibieramos la filiación adoptiva. La prueba de que ustedes son hijos es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: “¡Abbá, Padre!”» (Gal 4,4.5.6).

La Eucaristía es el medio por el cual nosotros accedemos a esa unión con el Hijo que nos hace compartir su condición de hijos de Dios. El Catecismo dice que la Eucaristía «contiene a Cristo mismo»; pero agrega una modalidad: «nuestra Pascua». Quiere decir que es Cristo; pero en cuanto ofrecido en sacrificio, como el Cordero Pascual, y resucitado y lleno de vida, como está ahora, sentado a la derecha del Padre. Es en esta forma suya actual como se nos da a nosotros como alimento y bebida y nos incorpora a sí mismo.

El Evangelio de este domingo nos relata el momento en que Jesús, en el contexto de la cena pascual, instituyó este misterio. El evangelista Marcos precisa el momento: «El primer día de los ácimos, cuando se sacrificaba la Pascua». Se trata claramente de «la Pascua de los judíos», no de «nuestra Pascua». Los discípulos preguntan a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a preparar para que comas la Pascua?». Notemos que ellos no se sienten todavía incluidos. Inmediatamente, sorprende el hecho de que Jesús lo tenía todo dispuesto y les da las indicaciones para llegar al lugar ya preparado: «Digan al dueño de la casa: "El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde coma la Pascua con mis discípulos?". Él les mostrará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; preparen allí para nosotros». Dos veces repite Jesús que esa Pascua la comerá con sus discípulos. Incluso usa el pronombre personal «nosotros», que es excepcional en Él. Es un anuncio de lo que ocurrirá esa tarde cuando se ponga a la mesa con ellos. Él se hará uno con ellos.

La Pascua de los judíos es el sacrificio de un cordero, que luego, una vez que Dios, aceptando el sacrificio, lo ha hecho suyo, asado, se come, evocando la liberación del pueblo de la esclavitud de Egipto y todos los demás prodigios realizados por Dios en favor de su pueblo. Pero todo esto es sólo un signo y anuncio de «nuestra Pascua», la que instituyó Jesús esa noche: «Tomó pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a ellos y dijo: “Tomen, esto es mi Cuerpo”. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, la dio a ellos, y bebieron de ella todos. Y les dijo: “Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos”». La expresión: «Derramada por muchos» es una expresión sacrificial, usada en el ritual de los sacrificios judíos. Los discípulos no pudieron comprender entonces el sentido de ese gesto de Jesús y por qué les daba a comer y beber bajo las especies del pan y el vino su propio Cuerpo y Sangre como un sacrificio. Pero al día siguiente, cuando Él murió en la cruz y derramó su sangre, entendieron que ese gesto era expresión de su sacrificio cumplido en la cruz. Con la luz del Espíritu Santo, que los llevó a la verdad plena sobre ese misterio, entendieron que Jesús es «nuestra Pascua», como lo afirma San Pablo: «Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado» (1Cor 5,7).

El efecto de comer el Cuerpo de Cristo y beber su Sangre es la incorporación a Él, tal como Él lo había anunciado: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él» (Jn 6,55-56). De esta manera, en Él, es como nosotros tenemos acceso al Padre. Por eso, la Iglesia celebra la Eucaristía como «fuente y cima de toda la vida cristiana». Para dar testimonio de nuestra fe en este misterio ante todo el país, la Iglesia en Chile celebrará este año un Congreso Eucarístico Nacional. Se trata de declarar públicamente nuestra fe de que Cristo está presente en la Eucaristía y que «no hay salvación en ningún otro, pues no hay bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres por el cual nosotros debamos ser salvados» (Hech 4,12).

Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles