Iglesia.cl - Conferencia Episcopal de Chile

Comentarios del Evangelio Dominical


Domingo 15 de Julio de 2018

Mc 6,7-13
Comenzó a enviarlos dándoles poder

El Evangelio de este Domingo XV del tiempo ordinario es la continuación del que leíamos el domingo pasado, que nos refería la primera visita de Jesús a su pueblo de Nazaret, después de haber comenzado su ministerio público. Ese episodio concluía con un resumen de la actividad de Jesús: «Recorría los pueblos del contorno enseñando» (Mc 6,6).

Si en ese episodio de la visita a su pueblo, el evangelista observa: «Vino a su pueblo y sus discípulos lo seguían», con mayor razón lo siguen sus discípulos en esa actividad de predicación en los pueblos de la Galilea, región en la cual se encuentra Nazaret. El lector sabe quiénes son esos discípulos de Jesús y por qué lo siguen, pues el evangelista ya ha relatado su elección por parte de Jesús y ha detallado el nombre de cada uno de ellos: «Jesús subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron donde él. Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios» (Mc 3,13-15). Y sigue el nombre de esos doce. El número 12 es antiguo; procede de los doce hijos de Jacob, que dan origen a las doce tribus de Israel. Jesús mismo hace esta ecuación cuando les promete: «Cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, se sentarán también ustedes en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel» (Mt 19,28; cf. Lc 22,30).

A continuación de ese llamado e institución de doce, vemos que ellos siguen a Jesús, cumpliendo así el primer objetivo de esa elección: estar siempre con él. Pero el cumplimiento del segundo objetivo –«enviarlos a predicar con poder de expulsar demonios»– había quedado pendiente, hasta el momento que nos relata el Evangelio de este domingo: «Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dandoles poder sobre los espíritus inmundos».

El verbo «enviar» se dice en griego: «apostello»; y el sustantivo correspondiente: «apóstolos». Este término pasó al latín y al español: «apóstol». Esta palabra, sin embargo, no designa en español a cualquier enviado, sino solamente a los enviados por Jesucristo a prolongar la misma misión de salvación que él tuvo: «Como el Padre me ha enviado a mí, así los envío yo a ustedes» (Jn 20,21). La misión que Jesús encomienda a sus discípulos tiene un nombre propio exclusivo, porque no se compara con ninguna otra misión de este mundo, como se deduce de las instrucciones que Jesús da a sus enviados: «Les ordenó que, a excepción de un bastón, no tomaran nada para el camino: ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja, sino –les dijo–: “Calzados con sandalias no vistan dos túnicas”». ¡¡Para esta misión no se necesita dinero!! ¿Por qué hace Jesús la única excepción del bastón? Porque quiere indicar que es necesario ponerse en camino, ir en busca de los destinatarios. Es el bastón del caminante.

La misión que Jesús encomienda a los doce es prolongación de su misma misión. Respecto de Jesús el evangelista dice: «Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba el Evangelio de Dios: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviertanse y crean en el Evangelio” ... Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios... Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios...» (Mc 1,14-15.34.39). Es la misma misión que encomienda a los doce: «Comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos». Y ellos comenzaron esa misión: «Partiendo de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban».

La muerte del ser humano y todos los males que sufre la humanidad, crímenes, delincuencia, violencia, corrupción, etc. Basta ver las noticias para convencerse de que hay una fuerza de muerte que domina a la humanidad y de la cual no puede liberarse por sus propios medios, por muy desarrollada que esté la ciencia y la tecnología. ¡Si pudiera, ya lo habría hecho! Esa fuerza de muerte es una persona: el demonio. En su Exhortación Apostólica «Gaudete et exsultate» sobre el llamado a la santidad, el Papa Francisco nos advierte: «No pensemos que (el demonio) es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea. Ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más expuestos. Él no necesita poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para destruir nuestra vida, nuestras familias y nuestras comunidades, porque “como león rugiente, ronda buscando a quien devorar” (1Pe 5,8)» (N. 161). Juan en su carta ya nos advertía: «El mundo entero yace bajo el poder del Maligno» (1Jn 5,19).

Si el ser humano no puede liberarse de ese poder, ¿cómo pueden los apóstoles? Ellos pueden, no por sus propias fuerzas, sino porque han recibido un poder divino, que es el mismo que tiene Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre: «Comenzó a enviarlos dándoles poder sobre los espíritus inmundos». El calificativo «inmundo» no tiene relación con la suciedad; es la condición de quien no puede estar en la presencia de Dios. El demonio es esencialmente inmundo. Tienen razón los espíritus inmundos, cuando dicen a Jesús: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios» (Mc 1,24). Es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), pero no puede evitar reconocer que Jesús ha venido a destruirlo. Este es el poder que da a sus apóstoles y a sus sucesores y a todos los que, por medio del Sacramento del Orden, reciben ese poder de liberar del pecado y de la esclavitud del demonio.

Si en el Evangelio de hoy se nos relata el comienzo de la misión de salvación, en la conclusión del Evangelio de Marcos esa misión de extiende a todo el mundo y a toda la creación: «Vayan por todo el mundo y proclamen el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado, será salvado; el que no crea, será condenado... en mi Nombre expulsarán demonios... impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien» (Mc 16,15-16.17.18).

+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles