Iglesia.cl - Conferencia Episcopal de Chile

Comentarios del Evangelio Dominical


Domingo 02 de Septiembre de 2018

Mc 7,1-8.14-15.21-23
El amor es la plenitud de la ley

Después de haber leído en los cinco domingos pasados el Discurso del Pan de Vida, tomado del capítulo VI de San Juan, retomamos en este Domingo XXII del tiempo ordinario la lectura del Evangelio de Marcos, que es el propio del ciclo B de lecturas.

Para entender el episodio que nos presenta el Evangelio de hoy hay que ubicarlo en el conflicto que debió existir entre los judíos que permanecían fieles al judaísmo oficial y los judíos que se habían convertido a Cristo. Hay que considerar además que el Evangelio de Marcos fue escrito en Roma para los cristianos de Roma, que en el primer momento también eran principalmente judíos. Para ellos, la conversión a Cristo no sólo fue la aceptación de Él como el Hijo de Dios y único Salvador prometido a Israel, sino también la liberación de una serie de normas, que, en un país pagano, como era Roma, era difícil observar.

«Se reúnen a Jesús los fariseos y algunos de los escribas venidos de Jerusalén». Jesús está en ese momento aún en Galilea y los emisarios vienen de Jerusalén, que representa el judaísmo oficial. Vienen a controlar el movimiento formado en torno a Jesús, que era universalmente reconocido como un profeta, como se observa por la respuesta a su pregunta: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?... Juan Bautista, Elías, Jeremías o alguno de los profetas» (Mt 16,13-14). La descripción de los venidos de Jerusalén es poco clara. Son fariseos, es decir, pertenecen a la facción más religiosa y observante entre los judíos, la facción que acoge como Palabra de Dios no sólo el Pentateuco –la Ley–, sino también los escritos de los profetas. Y para dar a esta delegación mayor autoridad indica la circunstancia de que algunos de ellos son escribas, es decir, que pueden leer las Escrituras. Los escribas discernían de toda la Escritura 613 mandamientos que observar.

Los discípulos de Jesús faltaban a una de esas observancias. «Al ver que algunos de los discípulos de Jesús comían con manos impuras, es decir, no lavadas, ...le preguntan: “¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?”». El evangelista intercala una explicación que revela que está escribiendo para un público –el de Roma– para el cual estas discusiones son ajenas: «Es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas».

Los fariseos consideran que con esas observancias agradaban a Dios. Jesús, en cambio, declara que son prácticas externas de los hombres y que nada tienen que ver con la adhesión del corazón a Dios. Los refuta en su mismo campo, citando al profeta Isaías: «Bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, según está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres” (Is 29,13)». Y agrega una crítica a todo ese sistema legal judío: «Dejando el precepto de Dios, ustedes se aferran a la tradición de los hombres». Entre los 613 preceptos les costaba discernir cuál era el más importante. Conocemos, en efecto, el episodio en que precisamente un escriba pregunta a Jesús: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?» (Mc 12,28). En otra ocasión Jesús hace una severa crítica a la religiosidad que se basa en minuciosas observancias externas, pero olvida el amor a Dios y al prójimo: «Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidan lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe... Guías ciegos, que cuelan un mosquito y se tragan un camello» (Mt 23,23.24).

Jesús enseña una doctrina que se basa en el amor del corazón a Dios y al prójimo, en la cual todo lo demás está incluido. Bien comprende San Pablo la mente de Jesús: «El que ama al prójimo, ha cumplido la ley... En efecto, ...todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” ... El amor es, por tanto, la plenitud de la ley» (Rom 13,8.9.10).

La discusión había comenzado por la purificación de las manos. Jesús retoma el tema de la pureza y formula una enseñanza universal: «Oiganme todos y entiendan: Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda hacerlo impuro; sino lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre». Hay que entender que en ese contexto la impureza es el estado del ser humano que lo hace indigno de estar en la presencia de Dios. El que estaba impuro no podía participar en el culto a Dios. Jesús declara cuáles son las cosas que hacen verdaderamente impuro al ser humano: «De dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y hacen impuro al hombre». Esas son las cosas que verdaderamente alienan al ser humano de Dios. Desgraciadamente, esas conductas, que revelan un corazón impuro, alejado de Dios, son cotidianas entre nosotros. Por eso, Dios está tan ausente de nuestra sociedad. Debemos examinar atentamente nuestro corazón y erradicar de nuestra vida esas cosas, que Jesús llama «perversidades». Entonces entrará en nuestro corazón el amor y caminaremos permanentemente con Cristo en la presencia de Dios. Conocemos la sabia sentencia de la Imitación de Cristo: «Estar sin Cristo es un horrible infierno; estar con Él es un dulce paraíso» (Lib. II,8,2).

Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles