Domingo 04 de Noviembre de 2018
En la lectura continuada del Evangelio de Marcos, que leemos en el ciclo B de lecturas, el domingo pasado habíamos dejado a Jesús a las puertas de Jerusalén, después de la curación del ciego Bartimeo, cuando salía de Jericó. En el capítulo XI nos narra el evangelista la entrada de Jesús en Jerusalén montado en un asno y aclamado por la multitud que gritaba: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (Mc 11,9-10). Ese día, Jesús no tuvo tiempo más que para visitar el templo, que es el destino obligado de todo judío que llega a la Ciudad Santa: «Entró en Jerusalén, en el templo, y después de observar todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania» (Mc 11,11).
El evangelista nos relata con bastante precisión la actividad de Jesús en Jerusalén: «Al día siguiente, saliendo ellos de Betania, sintió hambre. Y viendo de lejos una higuera...» (Mc 11,12-13). Maldijo a la higuera, porque no encontró fruto en ella y siguió su camino: «Llegan a Jerusalén; y entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y a los que compraban en el Templo...» (Mc 11,15). La purificación del templo provocó la decisión de matarlo: «Se enteraron de esto los sumos sacerdotes y los escribas y buscaban cómo podrían matarlo». Así termina el segundo día de Jesús en Jerusalén: «Al atardecer, salió fuera de la ciudad» (Mc 11,19).
El tercer día comienza igual, dirigiendose desde Betania a Jerusalén: «Al pasar muy de mañana, vieron la higuera, que estaba seca hasta la raíz» (Mc 11,20). Ese día, ya en la ciudad, mientras paseaba por el Templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le dijeron: «¿Con qué autoridad haces esto?» (Mc 11,27-28). Jesús rehúsa responderles, porque tampoco ellos responden a su pregunta sobre la autoridad de Juan Bautista. El evangelista nos informa sobre la enseñanza de Jesús ese mismo día en el templo: «Se puso a hablarles en parábolas» (Mc 12,1). Pero, a continuación, nos refiere una sola parábola: la de los viñadores homicidas, que concluye con una más firme decisión de las autoridades de detenerlo: «Trataban de detenerlo, porque habían comprendido que la parábola la había dicho por ellos. Pero tuvieron miedo a la gente y, dejándolo, se fueron» (Mc 12,12).
Pero no cejaron en su intento de hacerlo caer y lo hacen enviándole algunos que le pusieran una trampa: «Enviaron donde Él algunos fariseos y herodianos, para cazarlo en alguna palabra». Le hacen una pregunta de alta complejidad religioso-política, que complicaba a todos los judíos piadosos en ese tiempo: «¿Es lícito pagar tributo al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?». Ellos quieren una respuesta blanco o negro. Pero la respuesta de Jesús es blanco y negro: «Lo del César (se refiere a la moneda del tributo, que tiene la imagen e inscripción del César), devuelvanselo al César, y lo de Dios, a Dios» (Mc 12,17).
Siguen otras dos controversias. La primera es un caso que le ponen los saduceos, que niegan la resurrección: ¿En la resurrección, ¿de quién será esposa una mujer que enviudó de siete maridos sin que ninguno tuviera descendencia? Y la segunda es la que leemos en el Evangelio de este Domingo XXXI del tiempo ordinario: «Se acercó a Él uno de los escribas y le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”». Obviamente, el escriba, que es un especialista en la Escritura, conoce la respuesta. Pero también la conoce todo judío, y también todo cristiano. ¿Por qué hace a Jesús una pregunta tan fácil? Porque espera que Jesús responda lo que caracterizaba su enseñanza: «Les doy un mandamiento nuevo: que ustedes se amen los unos a los otros. Que, como yo los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros. En esto conocerán todos que ustedes son discípulos míos: si se aman los unos a los otros» (Jn 13,34-35). Enseñanza repetida: «Este es el mandamiento mío: que ustedes se amen los unos a los otros como yo los he amado... Lo que les mando es que se amen los unos a los otros» (Jn 15,12.17). Recordamos que al rico que le preguntaba qué tenía que hacer para heredar la vida eterna, Jesús responde: «Cumple los mandamientos». A la pregunta del rico: «¿Cuáles?», se espera que responda empezando por el primero. Pero Él responde: «No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre» (Mc 10,19). Había motivo para interrogarlo.
«Jesús le respondió: “El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos”». La originalidad de Jesús no está en establecer cuál es el primero de los mandamientos; su originalidad está en declarar que el segundo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», está al mismo nivel que el primero y que no se puede separar de él; o se cumplen ambos o no se cumple ninguno. Aprendió bien esta enseñanza Juan: «Quien dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1Jn 4,20).
Es necesario hacer otra observación. Jesús indica el primer mandamiento citando uno de los textos más sagrados de la Escritura: Deuteronomio 6,4-5, el famoso «Shema’, Israel», que recitan los judíos todos los días. Pero se permite hacerle una modificación, más bien, introducir algo. Nadie puede permitirse hacer esto, excepto Él, que es nueva instancia de Palabra de Dios. ¿Cuál es la modificación? El texto expresaba la totalidad con que hay que amar a Dios en tres dimensiones: «Con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza». Jesús agrega una cuarta: «Con toda tu mente». Con esto quiere enseñar que también hay que usar toda la inteligencia para instruirse en las verdades de fe. Es un mensaje importante para nuestra época, en que la ignorancia religiosa es grande y son muy pocos los que estiman que se deba dedicar tiempo a instruirse en la fe. El escriba celebra la respuesta de Jesús y confirma la dimensión agregada por Él: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que... amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». A su vez, le valió esta observación de Jesús: «No estás lejos del Reino de Dios».
Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles
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