Domingo 10 de Febrero de 2019
El Evangelio de este Domingo V del tiempo ordinario nos relata el momento fundante de la vocación de Simón Pedro, que será puesto por Jesús a la cabeza de los Doce y establecido como piedra basal de su Iglesia: «Jesús dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”».
Lucas establece dos momentos en la relación de Jesús con quien será su discípulo y apóstol principal. Uno es el tiempo del conocimiento y otro es el tiempo del seguimiento. Para pasar de uno a otro es necesaria la vocación. Hasta ahora, Jesús no ha llamado a ningún discípulo para que, dejandolo todo, lo siga. En los episodios anteriores –Bautismo en el Jordán, tentaciones, visita a Nazaret y predicación en su sinagoga– vemos a Jesús solo. El primero a quien Jesús llame será Simón. Pero antes de llamarlo, Jesús ya lo conoce, incluso ha estado en su casa y ha curado a su suegra. Lucas lo da por conocido también por su destinatario Teófilo y por todos sus lectores. En efecto, en el capítulo anterior, sin presentación previa del apóstol, el evangelista escribe: «Saliendo de la sinagoga, Jesús entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. Inclinandose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó; ella, levantandose al punto, se puso a servirlos» (Lc 4,38-39). Se supone que el lector sabe quién es ese Simón. Pero él sigue su vida habitual de pescador.
El episodio de este domingo comienza con esta introducción, que nos muestra a Jesús todavía solo: «Ocurrió que, cuando estaba Jesús a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentandose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre». Antes que esto, Simón ha escuchado a Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, lo ha acogido en su casa y lo ha visto sanar a su suegra; ahora le permite con gusto hacer de su barca de pescador su «cathedra» de maestro: «Sentandose (cathisas), enseñaba desde la barca». Pero no sospecha aún Simón el vuelco que tendrá su vida ese día.
Cuando terminó de hablar, Jesús da a Simón una orden desconcertante: «Vuelve hacia lo profundo y echen sus redes para la pesca». Ya ha dicho el evangelista que los pescadores habían regresado de una noche de pesca y estaban lavando las redes. Ahora, por la reacción de Simón, sabemos que el trabajo de esa noche había sido completamente infructuoso: «Maestro, habiendonos esforzado durante toda la noche, nada hemos pescado». Es una clara advertencia sobre la inoportunidad de la orden. Podemos decir que estamos ante uno de los instantes más trascendentes del cristianismo, que nos revela la importancia de los actos humanos. Si se hubiera obstinado Simón en lo inútil del intento y no lo hubiera hecho, no existiría hoy San Pedro ni su fundamental rol en la historia del cristianismo. Todo depende de esta respuesta suya: «En tu Palabra, echaré las redes». Esa confianza en la Palabra de Jesús le obtuvo a Simón la gracia de su singular vocación al seguimiento de Jesús y a ser la piedra sobre la cual Él funde su Iglesia.
La misma Palabra de Dios, por la cual todo fue creado, produjo su efecto: «Pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban con romperse... llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían». La experiencia que tuvo Simón esa mañana le reveló quién era Jesús y el inmenso contraste del ser humano en relación con Él: «Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: “Apartate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”». En este momento, por primera vez, nos informa Lucas que Simón tiene también el nombre de Pedro (Piedra).
Varias cosas expresan la conciencia de Pedro de estar ante la trascendencia divina. Lo primero es la actitud de caer de rodillas ante Jesús. Ya sabemos que un judío no adopta esa actitud de adoración sino ante el Dios verdadero, según el principal mandamiento de la Ley: «Yo, el Señor, soy tu Dios... No habrá para ti otros dioses delante de mí... No te postrarás ante ellos ni les darás culto, porque Yo el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso» (Ex 20,2.3.5). Además, hasta ahora, Simón ha llamado a Jesús «Maestro»; pero ahora le da el título divino de «Señor». Por último, experimenta el temor que experimenta el ser humano ante la santidad de Dios, por causa de su condición de pecador. Jesús acepta como apropiados esos gestos que se deben sólo a Dios. Tampoco niega que Simón es completamente inadecuado para la misión que, a continuación, le encomienda: «No temas, desde ahora serás pescador de hombres». Lo ocurrido esa mañana debía enseñar a Simón que, si, en el cumplimiento de esta misión, se basa en su propio esfuerzo, la pesca será nula; en cambio, si confía en la Palabra de Dios, la pesca será abundante. El resultado de esta misión que recibe es efecto de la Palabra de Dios y no del esfuerzo humano. Esta es la primera vocación de Jesús y la respuesta fue inmediata y total: «Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, lo siguieron». Poco vemos hoy una respuesta semejante.
Hemos dicho que, en este episodio de la vocación de Simón, Lucas nos transmite su nombre de Pedro. El evangelista sabe que este apóstol está puesto como piedra basal de la Iglesia de Cristo. Pero no conoce el momento en que Jesús le dio a Simón ese nombre, cuando le dijo: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18). Este episodio lo conocemos solamente por el Evangelio de Mateo. Lucas sabe, sin embargo, que el Apóstol tiene esa misión de fundamento dada a él por Jesús cuando le dijo: «¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribarte como trigo; pero Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos» (Lc 22,31-32). Es la misión que han cumplido Pedro y sus Sucesores hasta hoy y lo harán hasta el fin de los tiempos.
Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles
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