Domingo 03 de Marzo de 2019
El evangelio de este Domingo VIII del tiempo ordinario comienza con un relato que interrumpe el «Sermón de la llanura», que hemos leído los domingos anteriores. «Jesús les dijo también una parábola: ¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?». ¿Por qué se intercala aquí esta comparación, que suele usarse cuando un ignorante pretende dictar cátedra o un corrupto dar normas de honestidad?
Para responder a esta pregunta, observamos, en primer lugar, que el evangelista llama a esa comparación una «parábola». Esto nos orienta hacia alguna situación que el auditorio de Jesús está viviendo en ese momento. En efecto, Jesús suele tomar pie para sus parábolas de situaciones de la vida real: de alguna pregunta que alguien le hace, algún rechazo a su enseñanza o alguna crítica a su conducta. Podemos suponer, por tanto, que Jesús reacciona de esa manera ante alguien que critica lo que está enseñando en ese momento. La parábola tiene claramente forma de controversia. «Guía ciego» es la expresión máxima de lo imposible. Por eso, la primera pregunta de la breve parábola está precedida por la partícula griega «me» que exige una respuesta negativa: no puede guiar a otro. Más imposible aun, si ese otro también es ciego. Por eso, la segunda pregunta está precedida por la partícula griega «ou», que exige una respuesta afirmativa: ambos caerán en el hoyo.
¿A quién llama Jesús «guías ciegos»? Ciertamente, a quienes pretendían enseñar la Ley de Dios, que a menudo es comparada con un camino a seguir, para lo cual se necesita un guía. Lo dice Jesús expresamente de los fariseos y sus escribas: «Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas... guías ciegos, que dicen: "Si uno jura por el Santuario, no significa nada; pero, si jura por el oro del Santuario, queda obligado". ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro, o el Santuario, que hace sagrado el oro?... Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidan lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe... ¡Guías ciegos, que cuelan un mosquito y se tragan un camello!» (Mt 23,16-17.23-24).
¿Cuál pudo ser la enseñanza de Jesús, que alguno de sus oyentes habría resistido, para que formulara esa parábola? De todo lo expresado por Jesús lo más extremo y novedoso, a lo cual nosotros, con dos mil años de cristianismo, con pocas excepciones, todavía no hemos tomado el peso, es nuestra condición de hijos de Dios. Jesús acaba de decir: «Ustedes amen a sus enemigos; hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio... y serán hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los perversos. Sean misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lc 6,35.36).
Debemos recordar que la muerte de Jesús en la cruz fue pedida por los judíos a Pilato por esta causa: «Nosotros tenemos una ley y, según esa ley, debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios» (Jn 19,7). ¿Cuál es la ley que dice eso? Se refieren a Adán, que, siendo hombre, quiso ser Dios, cediendo a la tentación de la serpiente: «Serán como dioses, conocedores del bien y del mal» (Gen 3,5), y el desenlace fue la muerte, como lo había decretado Dios: «Del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás» (Gen 2,17). «Ser Hijo de Dios» significa compartir con Dios su misma naturaleza divina, con la infinita diferencia de que lo que en Adán era usurpación, en Jesús era su condición natural, porque Él es «nacido del Padre, antes de todos los siglos, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero» (Credo). Por eso, solamente por gracia de Él y en Él podemos nosotros ser elevados a la sublime condición de hijos de Dios. Para los judíos la ley era el camino, como lo dice la introducción del gran himno a la ley que es el Salmo 119: «Dichosos los que van por camino perfecto, los que proceden en la ley del Señor» (Sal 119,1). Para el cristiano el único camino no es un código escrito; es una Persona, Cristo: «Yo soy el camino… nadie va al Padre, sino por mí» (Jn 14,6). «Ir al Padre» no significa moverse de un lugar a otro –Dios no está confinado a algún lugar–; «ir el Padre» significa tener a Dios como Padre; y esto no es posible sino por Cristo y en Cristo. Él, no sólo es el único guía; es también el único Camino. Quienes, separados de Él, pretenden enseñar son verdaderamente «guías ciegos».
Cerrado este paréntesis, Jesús sigue su sermón: «¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo?». Es una aguda observación de la conducta humana, formulada con fina ironía. Nosotros tenemos mucha claridad para ver los pequeños defectos de los demás –una brizna– y los juzgamos con mucha severidad; pero somos incapaces de ver los grandes defectos nuestros –una viga– y nos disculpamos con mucha facilidad. El ser humano es el único que posee la razón. Pero aquí queda en evidencia que la razón humana es falible y cae fácilmente en la incoherencia y el error, oscurecida por el orgullo, la vanidad, la exagerada autoestima, el egoísmo y otras pasiones.
En Chile todos los ciudadanos somos seres racionales y, sin embargo, una importante parte de la población afirma que el aborto es un crimen abominable, porque elimina en el seno materno una persona humana con derecho a la vida, mientras otra parte de la misma población afirma que no se atropella el derecho a la vida de una persona humana, porque después de la concepción no hay en el seno materno una persona humana (piensan probablemente que es algún otro ser vivo o simplemente un objeto). Queda en evidencia que, cuando se trata del juicio moral, el ser humano no es conocedor del bien y del mal y debe recibir este conocimiento de otro. Cuando es cristiano, este conocimiento lo recibe de Dios, que lo ha revelado plenamente en Cristo. Si no es creyente, el criterio de bondad o maldad de sus actos lo recibe de otro ser humano, al que sigue, o de una ideología, a la cual adhiere. El que se cree autónomo, comete el pecado de Adán: pretende ser Dios, conocedor del bien y del mal y, así, no puede estar más errado. Y respecto del aborto, el cristiano, como lo expresa San Pablo, afirma su relación con su Creador desde el seno materno: «Aquel, que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que yo lo anunciase entre los gentiles» (Gal 1,15).
Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles
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