Iglesia.cl - Conferencia Episcopal de Chile

Comentarios del Evangelio Dominical


Domingo 22 de Diciembre de 2019

Mt 1,18-24
Tú le pondrás por nombre Jesús

El Evangelio de este Domingo IV de Adviento comienza con una frase explicativa de Mateo: «El origen (la génesis) de Jesús Cristo fue así...». Esta explicación está exigida por lo que antecede. El evangelista había comenzado su obra con este título: «Libro de la génesis de Jesús Cristo, hijo de David, hijo de Abraham» (Mt 1,1). Sigue una cadena de 42 generaciones: «Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá...». Un eslabón de la cadena es David. Pero la cadena termina con el último eslabón, que es José: «Jacob engendró a José, el esposo de María de la cual nació Jesús el llamado Cristo» (Mt 1,16). José es un eslabón de la cadena –el último– y pertenece, por tanto, a la descendencia de David. Pero el evangelista evita cuidadosamente decir que «José engendró a Jesús». ¿Cómo puede, entonces, dar a Jesús el título «hijo de David», que corresponde al Cristo (Ungido) según las profecías, si Él no pertenece a la cadena de David? Esto es lo que tiene que explicar.

«Su madre, María, estaba casada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo». La concepción de Jesús se produjo en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, antes de que José llevara a su esposa a vivir con él. La etapa final del matrimonio judío se realizaba con gran fiesta cuando el esposo llevaba a la esposa a su casa. El evangelista da por conocido por parte de José lo ocurrido a su esposa y relata su reacción: «José, su esposo, siendo justo y no queriendo ponerla en evidencia, decidió repudiarla en secreto». El verbo griego «apo-lysai» que se ha traducido por «repudiar», en realidad, debe traducirse por «des-ligar, des-vincular». José decidió desvincularla de su compromiso matrimonial. ¿Cómo supo José que su esposa había concebido un hijo, cosa que lo llevó a tomar esa decisión? Desgraciadamente, Mateo da por obvio el modo cómo lo supo José y no lo dice.

La interpretación popular afirma que José lo supo, cuando, debiendo llevar a su esposa a vivir con él, verificó que el vientre de ella se había ya abultado y ella mostraba signos evidentes de su embarazo. Pero esta interpretación es errada, porque parte ya del supuesto falso que María habría tenido algo que ocultar a su esposo sobre su embarazo, siendo que ocurrió de la manera más santa posible –«por obra del Espíritu Santo»– y el Niño concebido era el Hijo de Dios. Fue una experiencia sagrada. Si el evangelista no dice nada en contrario, el lector debe suponer lo obvio: María puso a su esposo en conocimiento de los hechos tan pronto como ocurrieron. ¿Cómo se explica, entonces, la reacción de él?

Nadie en esta tierra estaba más capacitado que José para entender lo ocurrido a su esposa. Y, precisamente, porque él lo entiende en toda su dimensión es que siente temor, es el temor que siente la criatura ante el misterio de Dios. José se ha visto involucrado en el misterio más grande que ha acontecido en la historia humana, la Encarnación del Hijo de Dios. Él estaba casado con una joven virgen de Israel y se encuentra casado con la Madre de Dios. Él no puede presumir semejante dignidad y menos aún ser el padre de ese Niño. Si él hubiera seguido adelante con el matrimonio con María se habría hecho culpable de un engaño. Su justicia consiste en la verdad. Hasta ese momento nadie le ha pedido de parte de Dios que él sea el padre de ese Niño y él está lejos de presumir tanto. Porque es justo, decide retirarse desligando a María del compromiso con él.

Recién en ese momento le comunica Dios su vocación particular y única, la de ser el padre de ese Niño en esta tierra: «Así lo tenía decidido, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo”». El ángel subraya su condición de hijo de David y lo tranquiliza: «No temas». Reconoce que tiene motivo para temer: «Es verdad que lo engendrado en su esposa es del Espíritu Santo». No lo está informando de algo que José no supiera ya, sino exhortandolo a que eso que ya sabe no le infunda temor. Luego, por primera vez le comunica su vocación: «Ella dará a luz un hijo y tú le podrás por nombre Jesús». Es lo mismo que decirle: «Tú serás su padre». El ángel le confirma la identidad de ese Niño, explicandole la razón del nombre: «Porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Nadie fuera de Dios mismo puede salvar al ser humano del pecado. El pronombre personal «Él» puede estar en el lugar de ese Niño y también en el lugar de Dios. En efecto, el nombre Jesús suena en hebreo: «Jehoshua», cuya traducción es: «Yahveh salva». «Le pondrás por nombre “Yahveh salva”, porque Él salvará a su pueblo». Se refiere al Niño y a Yahveh.

La reacción de José a esas palabras del ángel es esta: «Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su esposa». En esta conclusión hay tres cosas principales que notar. En primer lugar, la total obediencia de José al plan de Dios. Él se muestra digno esposo de María respondiendo como ella: «He aquí el esclavo del Señor; hagase en mí según tu voluntad» (cf. Lc 1,38). José fue decisivo para que se cumpliera el plan de salvación de Dios, a saber, que su Hijo fuera hijo de David, según lo anunciado por los profetas. Se deben notar, además, los tiempos: después que José tomó consigo a su esposa, debieron pasar juntos los nueve meses de la gestación de ese Niño. Dios no podía permitir que su Santísima Madre quedara expuesta a la maledicencia del pueblo, como habría ocurrido si el Niño hubiera nacido a los pocos meses de convivir los esposos. Esto demuestra que todo lo narrado por el evangelista ocurrió en los primeros días del embarazo, cuando María no daba ningún signo de esperar un hijo. Por último, queda excluida completamente la interpretación que ve a José presa de la duda sobre la fidelidad de su esposa, porque en ese caso, después de la supuesta aclaración del ángel, el relato habría exigido que José hubiera tenido alguna expresión, aunque mínima, de alivio y de exultación, cosa que está completamente ausente en el relato evangélico. El ángel no le ha dicho algo que José no supiera. Sólo le ha formulado su vocación de ser el padre de Jesús.

José es verdaderamente padre de Jesús, porque Dios se lo entregó como hijo suyo. Cuando, más tarde, la gente diga: «¿No es este el hijo de José?» (Jn 6,42; Mt 13,55), él no tendrá que rectificar, porque lo es. Queda así salvada su justicia.

El evangelista ha explicado bien cómo es que Jesús es «hijo de David», que es lo que se había propuesto. En estos días celebramos el admirable misterio que tanto impactó a José. Debemos pedir que también nos impacte a nosotros y nos lleve a responder como él al plan de Dios sobre nosotros.

Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles