Iglesia.cl - Conferencia Episcopal de Chile

Comentarios del Evangelio Dominical


Domingo 16 de Febrero de 2020

Mt 5,17-37
He venido a dar cumplimiento a la Ley y los profetas

El Evangelio de este Domingo VI del tiempo ordinario es la continuación del Sermón de la montaña. Jesús comienza esta parte del sermón con una rectificación de una idea errónea que pudo haberse formado en la mente de sus discípulos respecto de su relación con «la Ley y los profetas»: «No piensen ustedes que he venido a abolir la Ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento».

«La Ley y los profetas» es la expresión usada por los judíos en el tiempo de Jesús para referirse a sus Escrituras, que tenían su parte más sagrada en la Ley (la Torah), nombre dado por ellos a los cinco libros del Pentateuco, que consideraban escritos por Moisés, cuando no por Dios mismo, como es el caso de las prescripciones de la Alianza: «Después de hablar con Moisés en el monte Sinaí, le dio las dos tablas del Testimonio, tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios» (Ex 31,18). Y, cuando Moisés rompió esas tablas, irritado por el pecado del pueblo que se había hecho un becerro de oro para representar al Señor, le dijo el Señor: «Labra dos tablas de piedra como las primeras, sube donde mí, al monte y Yo escribiré en las tablas las palabras que había en las primeras tablas que rompiste» (Ex 34,1). Por su parte, los profetas eran hombres enviados por Dios que comenzaban sus oráculos diciendo: «Así dice el Señor:...» (Jue 6,8; 2Sam 7,8; Is 10,24; 28,16; 42,5; Jer 1,2; 2,5 passim).

¿Por qué pudieron haber pensado, entonces, algunos de sus discípulos que Jesús vino a «abolir» la Ley y los profetas? Jesús acaba de formular una «bienaventuranza» referida a sus discípulos, con la cual culmina la serie: «Bienaventurados serán ustedes cuando los injurien, y los persigan y digan con mentira toda clase de mal contra ustedes, por mi causa» (Mt 5,11). Anuncia una persecución a sus discípulos, ordenada por las autoridades religiosas judías, «por causa suya». Esa persecución existió y el primero en sufrirla fue el mismo Jesús; pero fue porque ellos –los Sumos sacerdotes y los escribas– anularon la Ley y los profetas, en tanto que Jesús vino a darles cumplimiento: «¿Por qué traspasan el mandamiento de Dios por la tradición de ustedes?... Ustedes han anulado la Palabra de Dios por su tradición... enseñan doctrinas que son preceptos de hombres» (Mt 15,3.6.9).

La expresión usada por Jesús para definir su misión: «He venido a dar cumplimiento», puede entenderse en un doble sentido. El primero es cumplir lo que estaba anunciado por Dios en los profetas. Este sentido lo destaca especialmente Mateo, que, a cada paso de la vida y misión de Jesús, repite: «Para que se cumpliera lo anunciado por el profeta...» Mt 1,23; 2,5.15.17.23; 4,14; 8,17; etc.). Citemos, como ejemplo la primera instancia, que se refiere precisamente al origen de Jesús y su misión de «salvar al pueblo de sus pecados»: «Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: “Miren que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: Dios con nosotros”» (Mt 1,23). Jesús vino a dar cumplimiento a los profetas.

Pero un segundo sentido se refiere más precisamente a la Ley y, en este caso, habría que traducir: «He venido a darle plenitud», que es la traducción literal del verbo griego «plerosai», usado por Jesús. Y eso es lo que hace a continuación con varios de los preceptos de la Ley, por medio de la fórmula: «A ustedes se les ha dicho... Pero Yo les digo:...». Él es intérprete auténtico de la Palabra de Dios, porque Él es la Palabra de Dios. Él conoce el sentido de su propia Palabra. Cuando Jesús habla, no comenta la Palabra de Dios, como hacían los escribas y fariseos; Él es nueva instancia de Palabra de Dios y con esa autoridad habla: «Yo les digo».

Lo que Jesús dice es el sentido pleno de la Ley. A esto vino. Por eso, dice a sus discípulos: «Les digo que, si la justicia de ustedes no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos». A esta plenitud de los mandamientos de la Ley se refiere Jesús cuando dice: «El que los observe y enseñe será llamado grande en el Reino de los cielos».

«Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: “No matarás”... Pero Yo les digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo de juicio; y el que insulte a su hermano (lit. le diga “raká”), será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "estúpido", será reo de la gehenna de fuego». ¿Qué decir de nuestra sociedad en la cual es ya habitual que aparezcan en los muros insultos graves a personajes públicos y de orden, incluso llamando a darles muerte? ¡También aparecen blasfemias contra Dios mismo! Y nos hemos acostumbrado a verlos, como algo normal, pues nadie se molesta en borrarlos. En verdad que hemos anulado el precepto de Dios en favor de nuestras tradiciones.

«Ustedes han oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pues Yo les digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón». Jesús evoca aquí también otro mandamiento de la Ley: «No desearás la mujer de tu prójimo» (Ex 20,17). Pero agrega su cualificación: Eso es adulterio.

Respecto a este mismo tema, cita otro precepto al cual da su verdadera interpretación: «También se dijo: El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio. Pues Yo les digo: Todo el que repudia a su mujer –excepto el caso de fornicación (unión contraria a la Ley, que incluye el mismo adulterio)–, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio». La Ley permitía a un hombre despedir a su mujer, después de haberse casado con ella. Pero debía darle un acta de divorcio, con el fin de que, si ella era tomada como esposa por otro, no fuera acusada de adulterio (cf. Deut 24,1-4). Jesús afirma que quien repudia a su mujer, aunque se le dé esa acta, «la hace ser adultera», es decir, aunque ella exhiba el acta de repudio, si se une con otro hombre comete adulterio. Y el hombre que se casa con una repudiada, aunque tenga ella el acta de repudio, comete adulterio. También en este tema de la unión del hombre y la mujer Jesús diría que nosotros, en nuestra sociedad actual, hemos anulado la Ley de Dios para regirnos por leyes de hombres.

¿Por qué pudo Jesús dar a la Ley esta plenitud y no se pudo antes? Porque Él es el único que puede proveer los medios para que la plenitud de la Ley de Dios podamos cumplirla. Y esos medios los obtuvo para nosotros con su muerte en la cruz. Para cumplir la plenitud de la Ley es necesaria la gracia de Dios. Respecto del matrimonio, en efecto, el Catecismo enseña: «Para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su misericordia infinita, jamás les ha negado. Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó “al principio”» (N. 1608). Esa ayuda necesaria la obtuvo para nosotros Jesús. Debemos implorar esa gracia que nos conceda observar estos mandamientos de Cristo, enseñarlos y así ser llamados grandes en el Reino de los cielos.

Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles