Iglesia.cl - Conferencia Episcopal de Chile

Comentarios del Evangelio Dominical


Domingo 19 de Julio de 2020

Mt 13,24-43
No sea que arranquen el trigo en lugar de la cizaña

Como habíamos anunciado, continuamos este Domingo XVI del tiempo ordinario la lectura del Discurso en parábolas. A la primera de las ocho parábolas de ese Capítulo XIII del Evangelio de Mateo el mismo Jesús le pone el nombre. Sin más introducción, Jesús comienza a hablar a la multitud con las palabras: «Salió el sembrador a sembrar…» y, luego, a solas con sus discípulos, les dice: «Escuchen ustedes la parábola del sembrador…». Nadie puede ponerle otro nombre. ¿Por qué dice ahora Jesús: «Escuchen la parábola», si ya la han escuchado? Es que, mientras no expresara el misterio que quiere revelar, no era todavía una parábola; era simplemente una descripción agrícola. En esa explicación a solas con sus discípulos, para cada uno de los cuatro terrenos en que puede caer la semilla, Jesús repite: «…los que escuchan la Palabra del Reino…». Es esto lo que Jesús quiere revelar, lo que Él llama: «Reino de los cielos». Una vez aclarado esto, las siguientes siete parábolas del discurso pueden comenzar inmediatamente con la frase: «El Reino de los Cielos es semejante a…».

«Otra parábola les propuso, diciendo: “El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña”». Si nos preguntamos: ¿A cuál de todas estas cosas es semejante el Reino de los cielos, a un hombre que siembra buena semilla en su campo, a la buena semilla misma sembrada, al buen fruto que produjo la semilla (ciertamente no a la cizaña que sembró el enemigo)? En realidad, no es semejante a ninguna de esas cosas tomadas individualmente; es semejante a toda la situación descrita, incluido el diálogo y su desenlace. Por eso, debemos seguir leyendo hasta el final.

Intervienen los siervos del dueño del campo expresando su extrañeza: «Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?». El lector del Evangelio ya sabe la respuesta del señor: «Algún enemigo ha hecho esto». Tal daño no podía ser causado, sino por un enemigo. Los siervos proponen una solución que ellos consideran acertada: «¿Quieres que vayamos a recoger la cizaña?». Aquí se supone que todo el auditorio de Jesús, que entiende de campo, reacciona contra esa solución y están de acuerdo con el dueño del campo que dice: «No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquen también el trigo». Aquí se requiere una explicación, que el auditorio de Jesús no necesitaba, porque para ellos era un caso familiar; pero nosotros sí. La cizaña, apenas despunta es muy parecida al trigo y no se distinguen; puede ser que, queriendo arrancar la cizaña, se arranque el trigo. En el estadio final de su desarrollo, en cambio, se diferencian claramente. Es lo que dice el dueño: «Dejen que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: “Recojan primero la cizaña y atenla en gavillas para quemarla, y el trigo recojanlo en mi granero”». ¡Aquí termina la parábola! Entonces, ¿a qué se asemeja el Reino de los cielos? El discurso sigue inmediatamente: «Otra parábola les propuso: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza…» y luego otra: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina…».

Tenemos que esperar hasta más adelante, cuando Jesús, respondiendo a la petición de sus discípulos, les explica: «La buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del maligno; el campo es el mundo». Entendemos, entonces, que en la historia del mundo los que están mezclados y pueden confundirse son los hijos del Reino y los hijos del maligno y que no sabremos a qué grupo pertenece cada uno sino hasta el fin del mundo, porque, sólo entonces, se producirá la separación: «El Hijo del hombre enviará a sus ángeles quienes separarán a los obradores del mal y los arrojarán al horno de fuego, donde será el llanto y el rechinar de dientes, mientras que los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre». Es una verdad revelada que al fin del mundo habrá una separación y que ésta será definitiva. En realidad, la parábola da por conocido este desenlace, como era conocido por los oyentes lo que hay que hacer con la cizaña sembrada en medio del trigo. Lo que acentúa Jesús con esta parábola y en lo que todos han expresado su acuerdo es que esa separación nadie puede adelantarla al tiempo de la historia, porque existe el grave peligro de cometer injusticia.

Por poner sólo un ejemplo. Hace algunos días, el 6 de julio, celebrabamos a Santa María Goretti, que a los 11 años murió mártir, asesinada por un joven, que entonces tenía 20 años llamado Alessandro Serenelli. Todos habríamos juzgado que ese joven era cizaña. En cambio, después de estar 27 años en la cárcel por ese crimen, Alessandro se arrepintió, pidió perdón a la madre de María Goretti y terminó el resto de su vida haciendo penitencia en un monasterio de Padres Capuchinos. En su testamento escribió: «Resignado, acepté la sentencia merecida, reconocí mi culpa. La pequeña María fue verdaderamente mi luz y mi protectora». Murió el 6 de mayo de 1970, plenamente reconciliado con Dios, con la madre de María y con todos. ¡Era trigo! Estos ejemplos podrían multiplicarse.

El Evangelio de hoy expone otras dos parábolas del Reino: es semejante a la más pequeña de todas las semillas, pero crece y se hace un árbol frondoso donde anidan los pájaros; es semejante a la mínima cantidad de levadura, que hace fermentar toda la masa. Leídas después de veintiún siglos, esas parábolas resultan ser una extraordinaria profecía, al considerar el desarrollo que ha tenido el cristianismo en la historia de la humanidad, a partir de sus muy humildes inicios. A pesar de grandes persecuciones, ningún poder humano ha podido acabar con él. Nuestra responsabilidad histórica, la de nuestro tiempo, es que siga creciendo, según el mandato que determina su difusión: «Hagan discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19).

Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles