Opinión / Editorial

Un llamado al encuentro y la paz cívica

Observamos con preocupación, en la expresión y actitudes de algunos líderes y grupos en la sociedad chilena, que hemos ido perdiendo la capacidad de escucharnos, reconocernos, aceptarnos y trabajar en proyectos comunes de bienestar existencial y social para la sociedad, más allá de cualquier diferencia. En el día a día es posible evidenciar el principal síntoma de ausencia de paz cívica: la agresividad y violencia de todo tipo, que nos hace incapaces de acoger a los demás y de valorar al otro simplemente por su condición de ser humano, independiente de consideraciones políticas, socioeconómicas, religiosas o culturales.

Una sociedad madura se centra en los proyectos que favorecen una mayor justicia social, atendiendo por sobre todo a los más vulnerables. Nuestros hermanos, particularmente los necesitados, son el foco de atención puesto sobre partidismos, credos religiosos, condición social, ideologías políticas. De aquí que el criterio fundamental de la paz cívica no puede ser otro que el desarrollo humano integral que, por lo mismo, aporta a la construcción de una sociedad más justa y equitativa.

Los contextos globalizados constituyen un permanente desafío para buscar lo común por sobre las diferencias sociales y culturales. También nos exige hacer frente al individualismo que propicia intereses de grupos particulares sin consideración alguna por la vulnerabilidad de migrantes, personas en situación de pobreza, discriminados y víctimas de todo tipo de abuso.

Para quienes creemos y confiamos en Jesucristo cada persona es, a la vez, imagen del Crucificado y del Resucitado. No tenemos, pues, una vocación al dolor o a la soledad, sino a la vida plena. El dolor y la violencia, que forman parte de la vida humana, pueden ser redimidos y en ello se funda nuestra esperanza de una sociedad que destierra la división de todo tipo para favorecer el diálogo y los proyectos que beneficien nuestra condición de personas llamadas a compartir y hacer la vida con otros y no contra otros, en favor de los demás y no pasando a llevar a los demás. Incluso en aquellos ámbitos e iniciativas en que no logremos alcanzar proyectos comunes, las diferencias y conflictos deberían abordarse desde el respeto y la amistad cívica.

En este mes de agosto, estamos llamados a poner un especial énfasis en la solidaridad, capacidad tan nuestra y valorada desde diversas latitudes como parte de la identidad del alma de Chile. Cuando somos testigos de la apatía y del individualismo, bien podríamos sentirnos legítimamente desilusionados, y responder también de la misma forma. Desde nuestra vocación cristiana, podemos decidirnos a actuar de otra manera y transformar nuestras realidades locales y comunitarias, para recuperar la esperanza en la posibilidad de que Chile camine hacia una sociedad de personas con vocación de entendimiento y de paz. El Papa Francisco nos recuerda en una de sus catequesis que “la fe y la esperanza avanzan juntas. (…) El mundo camina gracias a la mirada de muchos hombres que han abierto brechas, que han construido puentes, que han soñado y creído; incluso cuando a su alrededor escuchaban palabras de burla”. 

Como Obispos, buscamos contribuir a la paz cívica con el reconocimiento de nuestras faltas y omisiones como pastores de la Iglesia, sobre todo respecto de los casos de abusos a menores que han causado dolor y perplejidad, dificultando la conversión y minado la esperanza. La dignidad de las víctimas ha sido gravemente dañada por miembros de la Iglesia. Por eso, como Pueblo de Dios que peregrina en Chile, insistimos en la necesidad de avanzar en un camino de diálogo y escucha que nos permita reencontrarnos a partir del legítimo dolor, de las diferencias y las desconfianzas.

En esa búsqueda, comunidades y diócesis del país se encuentran propiciando experiencias sinodales, donde con verdad y madurez podamos escucharnos y generar ambientes de franqueza y crítica constructiva. Buscamos estar atentos al Espíritu, para discernir el querer de Dios en esta realidad actual. Avanzar en una sincera escucha puede ser camino de esperanza para la Iglesia y para nuestra patria que se ha visto golpeada, en los últimos años, por una crisis de confianza y credibilidad ante diversas situaciones de escándalo que han dañado profundamente su alma.

Recuperar la paz cívica y social debe ser uno de nuestros desafíos prioritarios, para la Iglesia y para Chile.

 

+ Santiago Silva Retamales
Obispo Castrense de Chile
Presidente de la Cech