Opinión / Editorial

Nuestro compromiso como país para dignificar la infancia vulnerada

El maltrato a los niños, niñas y jóvenes vulnerados es una situación de mucho dolor que aparece y desaparece. Copa titulares por unos dos o tres días, moviliza a las autoridades y dirigentes, suscita rostros de espanto. La exclamación nacional “¡Por qué no hicimos nada y permitimos esto!”, se convierte en consigna compartida, pero efímera.

En el caso particular de las irregularidades, maltratos, abusos y muertes que se han denunciado en recintos propios y colaboradores de SENAME, un drama que se extiende por décadas, demuestra que la institucionalidad definitivamente no está a la altura. Porque el drama persiste y las responsabilidades judiciales y políticas no parecen claras. Y, además, porque las emociones y las pasiones de un día no guardan relación con el tormentoso día a día, noche a noche, que viven los menores de edad a quienes supuestamente buscamos brindar, como sociedad, amparo, protección, reinserción.

En nuestro último mensaje de Navidad, los obispos del Comité Permanente nos referíamos a “la realidad de muchos niños y niñas de nuestro país vulnerados en sus derechos y en situaciones de riesgo apremiantes” (diciembre 2016). Decíamos entonces que esta dura realidad nos debiera interpelar a todos y suscitar la búsqueda de soluciones eficaces para la debida protección y cuidado de todos los niños y niñas de nuestro país.

La dignidad de toda persona humana y, con mayor razón de aquellas que han sido vulneradas, es el valor superior que en este asunto estamos llamados a cautelar. Más que una ráfaga de acusaciones, esta es la hora de una autocrítica amplia, profunda y un tiempo de búsqueda de soluciones efectivas e integrales. No basta con el sano ejercicio de transparentar una verdad dolorosa que con toda razón nos avergüenza. Necesitamos que la autocrítica nos permita avanzar en propuestas mínimamente consensuadas y sustentables para reformar el sistema y reparar los daños causados.

Valoramos como un bien para Chile el esfuerzo que despliegan las instituciones cuando su propósito es ir en auxilio de quien más lo necesita, y comprometerse con el respeto a su dignidad y derechos. Desde hace décadas, varias instancias religiosas han volcado su misión evangelizadora al servicio de la infancia y la juventud vulnerada. Son severas las dificultades de financiamiento y las trabas de diversa índole que el sistema pone a su labor. Pero a pesar de ellas, seguimos convencidos de que parte de nuestra misión evangelizadora es acoger a los más pequeños del Señor y ofrecerles ambientes sanos, seguros y confiables para que se desarrollen y contribuyan al bien común de Chile.

Que la Virgen del Carmen, madre de Chile a quien celebramos este Domingo, proteja a los más importantes de esta discusión, que son los niños, niñas y jóvenes vulnerados en sus derechos.

 

+ Santiago Silva Retamales
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile