El escándalo de las nulidades
28. Hace largos años que se recurre en Chile al expediente de la "nulidad civil" -nulidad del matrimonio por incompetencia del oficial del registro civil- para obtener efectos análogos a los del divorcio. Dicho proceso, que aprovecha uña disposición anacrónica de nuestra legislación matrimonial, se nutre con frecuencia de la falsedad, del perjurio, de la extorsión, y en la práctica constituye un divorcio por mutuo acuerdo, favorecido por profesionales inescrupulosos y rubricado por tribunales complacientes, en beneficio de quienes pueden pagar el alto costo del proceso.
29. Esta situación es profundamente nociva, clasista, y perjudicial para la autoridad moral de los jueces. Compartimos la preocupación por este fraude a la ley, Y el deseo de ponerle término, así como de sanear la moralidad judicial, deseo que mueve a los propugnadores del proyecto de divorcio. Pero estos fines deberían lograrse a través de adecuadas enmiendas jurídicas de la legislación vigente; no vemos en qué sentido se alcanzarían, en cambio, con la implantación del divorcio legal: más bien nos parece que el remedio sería peor que la enfermedad.
30. Pues el mal de las nulidades fraudulentas no es sólo el procedimiento jurídico del que se valen, sino la disolución misma de la familia, que consiguen: la palabra empeñada y no cumplida, el daño de los hijos, la desintegración social. Sanear esta práctica deshonesta a base de legalizar lo que persigue, es como evitar males reales a fuerza de cambiarles no mucho más que el nombre y la tipificación legal.
31. Y en cuanto al procedimiento se refiere, ¿no es previsible que el divorcio legal repita y multiplique -en su propio mecanismo jurídico- recursos fraudulentos análogos a aquellos de las nulidades? Aunque el legislador estableciera de buena fe las causales, a menudo serían utilizadas de mala fe por los interesados, y bajo una apariencia legal, habría una aceleración de los divorcios con manejo fraudulento de las causales: testigos falsos, certificados falsos, actos que crean de propósito la causal requerida, mutuo acuerdo para mentir, etc. Las oportunidades de la malicia serian sólo más variadas, múltiples e ingeniosas de lo que son hoy.
32. Si para evitar este nuevo escándalo se aplicara el mismo criterio que se propone ahora para evitar las nulidades, es decir, el de legalizar su objetivo, deberían abrirse para ello unas causales de divorcio tan amplias y fáciles, que bastara el sólo deseo del divorcio para obtenerlo. Así se disuadiría todo intento de fraude legal, pero al precio de desatar una relajación familiar y social como no la pueden querer ni los más convencidos partidarios del proyecto.
Hacia una política familiar
33. Hay mucho que hacer por la familia en Chile, sobre todo por las familias más desposeídas: mucho que hacer de positivo por su afianzamiento, en vez de planear la forma legal de su posible disolución. Sugerimos, por vía de ejemplo, una política más orgánica de asignaciones familiares, así como una legislación que proteja mejor los derechos de la mujer abandonada y de los hijos, que son generalmente los más afectados por las situaciones irregulares. A estas medidas habría que añadir una actitud legislativa y judicial más severa hacia la explotación comercial de la pornografía y demás factores de erotización artificial del ambiente, y hacia una propaganda multiforme que hoy falsea el rostro auténtico del matrimonio.
34. Pero una política familiar que empuñara las banderas del control de la natalidad, de la legalización del aborto y del divorcio con disolución de vínculo, merecería más bien el nombre de política antifamiliar. Estamos convencidos de que el sentir mayoritario de los chilenos, y sobre todo de los sectores más necesitados de la población, no desea semejante política, sino, por el contrario, otra que consolide la familia, fortalezca sus vínculos y le dé oportunidades de desarrollar su vocación natural de amor y fecundidad, en beneficio cierto de todos los chilenos.
El matrimonio, sacramento grande
35. Nos dirigimos ahora más especialmente a los católicos, cuya fe les permite reconocer en nuestra palabra, por encima de su valor humano, una expresión de nuestro oficio pastoral recibido del mismo Cristo: oficio de testigos de una revelación divina, como sucesores de los Apóstoles en comunión con la sede de Pedro.
36. A la luz de esta fe, el sacramento del matrimonio se nos aparece como la sagrada coronación de los planes divinos sobre el hombre y la mujer. Uno y otro se ven así envueltos en misterio santo de la Redención, y su propio enlace se abre a una significación mística: representa -¡y realiza!- el amor de Dios por su Pueblo. Ya en la Antigua Alianza, el Espíritu expresó por los profetas la relación de Yavé con Israel en la figura del amor humano; y en el nuevo mundo de la Encarnación, este amor, elevado a sacramento, significa y encarna de veras -físicamente- Ias nupcias de Cristo, el Verbo de Dios, con su Esposa eterna, la Iglesia.
37. Es éste el modelo infinito que se propone a los cónyuges cristianos: el amor inconmensurable de Dios por su criatura humana, amor que se entrega hasta la sangre de la Cruz, amor indisoluble que ningún poder del cielo o de la tierra puede destruir. Nadie ha podido sublimar el matrimonio como lo ha hecho Cristo, incorporándolo al misterio de la vida divina; nadie ha trazado un ideal más enaltecedor del matrimonio, como el que propone San Pablo al presentar este misterio: varón y mujer amándose, en su singularidad de carne y hueso, con un amor de resonancias totales, que compromete a la Iglesia entera como Cuerpo Místico del Señor, y que compromete a Dios mismo como el amante supremo que sella este amor irrevocable.
38. El "siempre" de todo matrimonio se perfila con nuevos rasgos en el sacramento: es el "siempre" de un amor que viene de más allá, que no pertenece del todo a los cónyuges, ni a la sociedad humana, ni a autoridad alguna de este mundo, porque nace de lo alto, y la propia pareja no hace sino aceptarlo, recibirlo, nutrirlo en su relación diaria, construirle una morada en el hogar terreno.
La indisolubilidad, afirmación del amor
39. Se entiende así mejor la palabra categórica de Cristo: "Dejará el hombre a su padre y a su madre, y serán los dos una sola carne... Lo que Dios unió, no lo separe el hombre... El que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera, y si la mujer repudia al marido y se casa con otro, comete adulterio" (Mc. 10,2-12). Sobre esta palabra, la Iglesia ha afirmado siempre la indisolubilidad del matrimonio; así el Concilio Tridentino, así el Papa Pío XI en la Encíclica "Casti Connubii", el Papa Juan XXIII en la "Mater et Magistra", el Concilio Vaticano II en la Constitución sobre la Iglesia en el mundo de hoy, el Papa Pablo VI en la Encíclica "Humanae Vitae". Es una palabra que está más allá de la libre discusión entre los católicos.
40. Es una palabra que el verdadero creyente no escucha como una prohibición lanzada al rostro de la vida o del sentimiento, sino como la más plena afirmación del amor y de la vida, hecha por el Amor Encarnado que sella con su propia sangre la unión de la pareja humana. Lo que el Padre ha unido, lo que el Hijo ha confirmado en un nuevo orden de gracia; lo que el Espíritu ha santificado, está más allá de todo poder humano. Es un lazo que la Iglesia misma no puede deshacer, y que se establece en un orden donde los magistrados de este mundo no tienen alcance alguno. El divorcio según las leyes humanas no puede rozar siquiera esta realidad sacramental. Por eso los cónyuges católicos no han de considerarse liberados del vínculo ni de la fidelidad conyugal en virtud de una sentencia de divorcio civil.
41. Sabe Dios cuánto nos duele, llegado el caso, hablar el lenguaje de la prohibición y de la pena eclesiástica. Insistimos: el No de la Iglesia al divorcio es el revés del gran Sí que la Iglesia ofrece al amor conyugal: el Sí rotundo que Cristo tiende a quienes le buscan por el camino del matrimonio, y -recíprocamente- el Sí generoso y perdurable del hombre y la mujer que prometen ante Dios anudar sus vidas en un solo corazón y una sola alma hasta la muerte.
Espiritualidad conyugal
42. No hablamos, por eso, tan sólo de la indisolubilidad jurídica o canónica del matrimonio; hablamos, sobre todo, de esa indisolubilidad del amor vivo; que consiste en quererse la pareja con el amor del primer día, también cuando pasan los años; con un afecto siempre renovado a medida que declina la pasión juvenil y crecen las pruebas de la vida común. Conocemos la intensidad de estas pruebas, a menudo agravadas por tantos factores de la vida moderna; y conociéndolas, pedimos a los católicos que las enfrenten con la energía formidable de su vocación bautismal; más aún, que las prevengan con el único fundamento seguro: una intensa espiritualidad conyugal.
43. Nos referimos a esa conciencia del matrimonio como vocación divina, como camino de santidad y apostolado, como verdadera llamada del Señor, según vienen repitiendo los pioneros de la espiritualidad laical en nuestros días y el Concilio Vaticano II ha confirmado felizmente. Así la vida interior de oración y sacrificio hace una sola cosa con la vida conyugal misma; así la vida espiritual se encarna, se materializa en lo más concreto y ordinario de cada día, a la vez que la rutina doméstica, rescatada para Dios, se alumbra con luces nuevas y se convierte en la aventura apasionante del matrimonio cristiano.
44. Quisiéramos para los fieles casados esta síntesis maravillosa: amar a Dios en la familia y a la familia en Dios, adorándole con alegría en la persona amada y en los hijos, entregándosele con fervor en las penas y alegrías diarias, en los deleites y renuncias del hogar: allí está Cristo Hermano, el Gran amigo, en la cabecera del hijo enfermo, en las horas dichosas de la convivencia despreocupada, en las penurias económicas, en las fiestas de la carne santificada, en lo próspero y en lo adverso. Y cuando la sombra de la desavenencia se levante en los problemas grandes o pequeños de cada día, el Señor extenderá sobre ella su luz benigna, trayendo paz y amor como sólo El puede traerlos.
45. Hay quien se extraña de que la Iglesia exija y mande el amor -hasta la muerte, incluso- como se manda una conducta voluntaria. Es que el amor, más allá de la atracción, y más allá del sentimiento mismo, es una decisión moral: la Iglesia puede pedir, dado que ofrece a sus hijos todas las condiciones necesarias y suficientes para amar en forma perdurable. La pareja que busque estas condiciones en la espiritualidad cristiana, no será defraudada: encontrará allí las raíces de un amor que no es posesión sino entrega, que no es egoísmo disfrazado sino generosidad compartida, que es darse y darse cuenta, olvidarse de sí, querer hacer feliz al otro, vivir en los sueños y deseos y voluntades de la persona amada, con un respeto santo, con una abnegación grande-, con una dedicación tierna y fuerte que Dios mismo recoge para la eternidad.
Católicos divorciados
46. Hay católicos que no ajustaron su conducta a la ley evangélica sobre la indisolubilidad del matrimonio y la fidelidad conyugal hasta la muerte. Conocemos sus sufrimientos y sus angustias; comprendemos que enfrentaron, en muchos casos, situaciones de excepcional conflicto que tal vez atenúan su responsabilidad; y en todo caso, nos abstenemos de todo juicio personal en el fuero interno, que sólo Dios penetra con su justicia y su misericordia infinita. Pero no podemos cambiar el Evangelio, ni igualar el bien con el mal en la apreciación objetiva de los actos humanos, ni confundir en vez de iluminar, ni hacer de falsos profetas.
47. A ellos les recomendamos vivamente, por una parte, que no desesperen y que no abandonen nunca la oración, la plegaria del corazón abierto que busca la intimidad de Dios, esa amistad salvadora de Cristo que pueda llevarlos, por la contrición, al gran amor de los pecadores arrepentidos del Evangelio. Para ningún ser humano, en momento alguno de su vida, están cerrados los caminos de la gracia, y ellos harán bien en cultivar con todas sus fuerzas la comunicación interior con su Padre Dios, así como cualquier práctica de piedad cristiana o de caridad hacia el prójimo que los ayude a acercarse al Señor.
48. Pero mientras perdure su condición de convivencia marital al margen del sacramento, no podemos abrirles las puertas de la comunión del Cuerpo del Señor, ni en general la comunicación sacramental de la gracia en el Cuerpo eclesial. Hacer lo contrario 'sería desconocer hechos reales, ante todo el sentido eclesial que tiene siempre el matrimonio entre cristianos, ya que para ellos no cabe tener estado matrimonial dentro de la Iglesia sino por obra del sacramento. Esta es la realidad objetiva de la vida cristiana, que ningún juicio personal puede alterar; cuando, además, la propia conciencia advierte lo indebido de la situación, acercarse a comulgar implicaría un ilusionismo ético y religioso que pretende eliminar de la conciencia lo que razonablemente la perturba: porque no es lo mismo ser fiel que ser infiel al compromiso empeñado ante Dios, ni es lo mismo el matrimonio cristiano que la convivencia fuera de él. El realismo más elemental aconseja asumir las consecuencias de los propios actos, y no hacerse trampas a sí mismo, ya que a Dios no las haremos en modo alguno. Y si alguien, por una mal entendida amplitud, les alentara con autoridad moral a la comunión, echaría sobre sí la dura condición que San Pablo llama ser "reo del Cuerpo y la Sangre del Señor".
49. A esos hijos nuestros, cuyos dolores y cuya salvación están entrañablemente presentes en nuestra oración, los exhortamos a no perder la esperanza de alcanzar misericordia, y de adoptar un día las decisiones que los devuelvan a la plena comunión con la Iglesia, sacramento de salvación.
Preparación matrimonial
50. Nuestra última palabra, se dirige a la juventud cristiana, para alentarla a una preparación matrimonial digna del compromiso y de la vocación que les espera. El matrimonio hunde sus raíces en la infancia del marido y de la mujer, en la fisonomía moral de su adolescencia, en el estilo del noviazgo: no se improvisa. Preparación al matrimonio no es sólo esa instrucción neutral sobre la biología o aún la psicología sexual y afectiva del hombre. Es también y sobre todo una tarea moral, forjada cada día en la entrega a los demás, en la nobleza de la amistad, en los hábitos del buen humor, en la maduración integra de la personalidad, en la conquista exigente de la pureza cristiana, en la educación del corazón, en el temple del espíritu de sacrificio.
51. Queremos reiterar, en esta ocasión, lo que siempre afirmó la Iglesia acerca de las relaciones sexuales premaritales, sentidas hoy por muchos jóvenes como un preámbulo natural o aun conveniente del matrimonio: que la verdadera preparación matrimonial es la pureza, el respeto mutuo, el dominio esforzado sobre la natural impaciencia de la pasión, el afán nobilísimo de situar el centro de gravedad de la relación por encima de los sentidos. Sólo puede entregarse el cuerpo cuando con él se entrega la vida entera en el compromiso indisoluble, social, sacramental del matrimonio. Sólo entonces, dentro de esta comunidad definitiva de amor en la sociedad y en la Iglesia, es santa la entrega de los cuerpos; antes, no puede ser sino una ambigua anticipación, abierta a los engaños, las amarguras y frustraciones que la experiencia muestra. dondequiera que se ha resquebrajado el orden verdadero del amor cristiano.
52. Detrás de muchos fracasos matrimoniales creemos advertir un temprano egoísmo, una actitud de "gozar de la vida" en el sentido más primario, y una indisposición al sacrificio y al vencimiento personal. Así no puede evitarse. la utilización de los otros, y el hastío de su afecto cuando ya no son útiles. No acudan los novios al matrimonio esperando el camino fácil, la vida placentera, la comodidad de ser servidos: esos fundamentos son de arena movediza. El matrimonio cristiano, como toda alegría y toda fidelidad verdadera del alma creyente, arraiga en la Cruz de Cristo y en el sentido sobrenatural de la vida, en el olvido de sí y en la entrega incondicional a los demás. Quien construye, desde temprano sobre estas bases, edifica para el amor una morada sólida y perdurable, a la que Dios mismo dará cima con la gracia del sacramento.
53. Sepan los novios que no se casarán sólo ante los parientes y amigos, ante la comunidad, ante sus propias conciencias; se casarán ante el propio Dios. Y no el Dios lejano al que se recuerda sólo en las solemnidades del nacimiento, de la boda," de la muerte. Por el matrimonio se entregará al Dios vivo y verdadero, al Dios que alegra la juventud y sostiene en la vejez, participando de todas las penas y gozos de la vida familiar. Aseguren los párrocos estas disposiciones en el alma de los novios, y no duden en mover a seria reflexión a quienes acudan con otro ánimo al matrimonio religioso.
Testimonio cristiano
54. Pedimos de corazón a los católicos que sepan dar al mundo testimonio de la grandeza del matrimonio cristiano: Que hagan brillar en el mundo el rostro del Amor de Dios, encarnado en el amor conyugal de cada día. Que muestren con su propia vida que Cristo vive y obra maravillas por los sacramentos de la salvación. Así los ojos del mundo podrán leer en ellos, como un libro abierto, esta buena nueva: que la vida matrimonial íntegra, desde la boda hasta la muerte, con todas sus vicisitudes terrenas, es toda ella un gran sacramento, un signo divino del amor indisoluble de Dios con su Pueblo.
† José Manuel Santos A.
Obispo de Valdivia
Presidente de la Conferencia Episcopal
† Carlos Oviedo C.
Obispo Auxiliar de Concepción
Secretario General de la Conferencia Episcopal
† Raúl Card. Silva Henríquez
Arzobispo de Santiago
† Sergio Contreras N.
Obispo de Ancud
† J. Francisco Fresno L.
Arzobispo de La Serena
Santiago, 6 de febrero de 1971.