Homilía para la celebración del Te Deum Fiestas Patrias, 2004
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Homilía para la celebración del Te Deum Fiestas Patrias, 2004

Fecha: Sábado 18 de Septiembre de 2004
Pais: Chile
Ciudad: Copiapó
Autor: Mons. Gaspar Quintana Jorquera


Gracias una vez más

Celebrar cada año las Fiestas Patrias, entre música y colorido, desfiles y mensajes, puede tener varios sentidos. Uno es mirar hacia atrás para recordar aquel 18 de septiembre de 1810, con todo su significado histórico. Otro es el cumplir un rito casi meramente protocolar en una fecha importante de la vida nacional con un mensaje que interpreta las diversas circunstancias de nuestra historia.

Pero las palabras de Jesús a los apóstoles que acabamos de proclamar, enviándolos por todo el mundo a anunciar la Buena Nueva a toda la creación (cf. Mc 16, 14-20), nos ayuda a descubrir otro sentido. Es el de ponernos delante del Dios de la vida y de la historia, en este lugar emblemático, el templo principal de la Iglesia en Atacama, para proclamar la Buena Nueva que Dios tiene para Chile, en medio de los diversos acontecimientos o hechos de su historia.
En esta perspectiva queremos realizar este momento de oración, llamado en latín Te Deum, lo que significa “A Ti, Dios, te alabamos, te bendecimos, te damos gracias. Es un momento de humilde, gozosa y agradecida oración que recoge el pasado, desde el presente, pero mirando al futuro.

La primera lectura nos ha presentado al apóstol Pablo invitando a los cristianos de la ciudad de Filipos, a que “todo lo que es verdadero y noble, justo y puro, amable y digno de honra, lo virtuoso y loable, sea el objeto de nuestros pensamientos (Fil 4, 8). Estas palabras nos sugieren en un lenguaje estimulante cuál ha de ser nuestra actitud interior y nuestra tarea en nuestro país.

En especial queremos pensar en estos años que nos preparan para el Bicentenario. Estamos hablando de él con grandes expectativas que tienen, por un lado, una dimensión de planificación realista y por otro, aparecen con cierto poder de entusiasmarnos en vistas a un futuro mejor para el país.

Fundando una comunidad viva

Cada vez que celebramos las Fiestas Patrias nos remitimos a un hecho fundacional, en que Chile comienza a existir como nación, en medio de muchos otros pueblos de la tierra, con todos los bríos y los riesgos de alguien joven que tiene todo un futuro por delante.

Esta experiencia de nacer con entusiasmo y fuerza, la ha vivido también la Iglesia, como Pueblo de Dios, pasando de la esclavitud de Egipto a la libertad, a través de un camino hacia la tierra prometida. Su instante de nacimiento será cuando surja de la muerte y la resurrección de Cristo, y se difunda por el mundo bajo la acción del Espíritu Santo en Pentecostés.
La historia de nuestra Patria en 194 años, dice relación a una comunidad humana que está viva, con un territorio, un proyecto naciente de país, con un tipo de gente que a través del tiempo irá plasmando una identidad propia, con una serie de valores sociales, políticos, religiosos, etc., que le permiten tener una cultura peculiar.

El alma de Chile en el horizonte

Celebrar las Fiestas Patrias con sentido profundo, positivo y creativo a la vez, debe ser ocasión para encontrarnos con lo que el recordado Cardenal Raúl Silva Henríquez llamaba “el alma de Chile”, pensando en los valores esenciales de nuestra identidad como nación.

A este propósito el camino del Bicentenario nos halla debatiendo temas de especial importancia para Chile: el respeto por la vida, el servicio público, el futuro del matrimonio y la familia, el desarrollo económico, la calidad de vida, la justicia social, el sentido y el ejercicio de la sexualidad, la libertad de expresión y el respeto debido al buen nombre de cada persona.

Un diálogo sobre estos temas, en un tiempo de tránsito cultural de proporciones, implica entrar en contacto con principios y convicciones fundamentales, a través de un ejercicio democrático que debería ser responsable y fecundo. En realidad no se puede abordar de cualquier manera asuntos tan delicados como el respeto del legítimo pluralismo ideológico, cultural y religioso, en un diálogo nacional sobre verdades y valores, sabiendo que el mero recuento de las mayorías o de las encuestas de opinión no siempre pueden responder a la búsqueda del bien del ser humano.

¿Qué nos exige a todos los ciudadanos el rápido y complejo movimiento de ideas y situaciones de diverso orden que se van presentando en estos tiempos en el contexto de un mundo globalizado? Parece que fueran necesarios mucha sabiduría, realismo, apertura de mente y corazón, sinceridad y respeto para discernir lo esencial y lo relativo, los valores y las estrategias, lo local y lo global, lo ético y lo técnico.

Por ejemplo, cabe preguntarse ¿cómo estamos abordando y resolviendo en nuestra Región de Atacama problemas que hoy se dan en todo el mundo como el respeto del derecho a la vida, el reconocimiento de la dignidad del niño, la lucha contra la discriminación de la mujer, el responsable uso de la naturaleza y la salvaguardia de la creación, el tratamiento que urge hacer para superar las viejas y nuevas pobrezas que afectan la vida y hasta la viabilidad de las naciones?

Frente a estos y otros muchos problemas la Iglesia tiene la convicción de que el diálogo de todos los sectores sociales no sólo es posible sino que tiene una gran eficacia. Además, por su larga experiencia de siglos, no confía en la imposición autoritaria de los que tienen el mayor poder político, social, económico y comunicacional.

Nos resulta un dato interesante el constatar que en el camino hacia el Bicentenario hay dos factores que nos pueden motivar grandemente para este diálogo de país: uno es la pronta canonización de un sacerdote chileno, P. Alberto Hurtado, cuya figura es realmente inspiradora para una tarea capaz de transformar nuestra sociedad. El otro es la campaña presidencial en vistas al futuro gobierno de nuestro país, que nos introducirá en la gestión del segundo centenario de la independencia de Chile. Estos hechos, vistos y asumidos en una perspectiva de esperanza y madurez de país, debe ser ocasión para una discusión de gran altura sobre nuestro futuro como nación.

Hablar y escuchar sobre el porvenir de Chile

En vistas a pensar y decidir tiempos mejores para nuestra Patria, a partir del alma de Chile, los Obispos de la Iglesia Católica, bajo la acción del Espíritu del Señor, estamos proponiendo, primero a todos los católicos, y después a todas las personas de buena voluntad, creyentes o no creyentes, el embarcarse en un debate que dé nuevas luces sobre los temas que nos preocupan. Se trata de estimular la reflexión y la decisión de participar responsablemente en todos los ciudadanos que desean trabajar por el verdadero progreso de la comunidad nacional.

Es claro que nuestro aporte a este diálogo parte de la Persona y del Evangelio de Jesús, y de las enseñanzas de la Iglesia, especialmente de su Doctrina Social, pero estando abiertos a escuchar otras voces sobre el Chile futuro y sobre los valores que deben sustentarlo.

Ahora bien, si es cierto que todos estamos llamados a hacer nuestro aporte, hay una especial responsabilidad que toca a los cristianos, a toda la Iglesia, en esta tarea.

En lo que cabe a los que hemos nacido a la vida nueva por el agua y el Espíritu Santo en la fe la Iglesia Católica, debemos tomar parte según la condición de cada uno. Así el Obispo, “como defensor y padre de los pobres, se preocupa de la justicia y los derechos humanos, siendo portador de esperanza” (Pastores gregis, 67)

Después corresponde asumir su tarea a los fieles laicos, quienes, entre otras muchos mensajes, han recibido de Juan Pablo II un urgente encargo: “nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso.” (Christifideles laici, n. 3)

Y por supuesto también los sacerdotes, diáconos permanentes, religiosos y religiosas, tienen un lugar importante en esta labor evangelizadora para enriquecer el alma del pueblo chileno y su cultura, mediante la labor realmente humanizadora de su vida individual y social.

Qué nos interesa para Chile

A la hora de soñar con un país ideal que sea posible la Iglesia mira a su Señor y Maestro, Jesús, que en el monte de las bienaventuranzas, presenta su programa de vida a todas las generaciones de la historia. Pero además esta misma Iglesia ofrece a quienes deseen acogerlas las orientaciones de su Doctrina Social que pueden ser útiles para guiar la vida de la nación por caminos de paz, justicia y progreso .

¿Cuáles son las certezas y valores que ella quiere compartir, humilde y respetuosamente, con la comunidad nacional , como aporte a una vida más humana y plena para todos los hombres y mujeres de Chile? He aquí algunas de ellas, que se proponen para ser consideradas como tarea nuestra en estos desiertos y valles de Atacama.:

1.- Dios Uno y Trino ha de estar en el primer lugar de nuestra vida y proyectos. La historia enseña, a veces, dramáticamente que siempre que el ser humano ha querido ponerse en la cumbre de la historia, la lucha por el poder y su narcisismo lo han destruido. Su plena felicidad está en aceptar libremente los designios que El nos ha revelado a través de su Hijo hecho hombre, Jesús.

2.- Hay que proclamar la dignidad incuestionable de la persona humana y de toda persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. Todo proyecto humano debe estar al servicio del ser humano, varón-mujer, que es el centro de la historia pensada y querida por el Creador.

Por esto en esta perspectiva no hay lugar para el odio, la violación de los derechos humanos, la discriminación social, racial o religiosa, o la manipulación o explotación de cualquier clase.

3.- La sociedad del mañana que queremos debe tener a la persona humana como medida, teniendo en cuenta la vocación que Dios le dio de amar y ser amada, responsable de su propia vida, y de servir a los demás. Desde esta realidad hay que entender y valorar la familia, fundada sobre el matrimonio, como célula básica de la sociedad y de la Iglesia.

4.- Desde el valor inalienable de cada persona se debe afirmar el valor sagrado de la vida humana, desde su concepción hasta la muerte natural. La vida es el gran don de Dios, por esto no hay progreso verdadero si la vida peligra. No hay futuro para la humanidad si el ser humano si sitúa por encima de la vida.

Pero si cada vida es sagrada, lo es más delante de Dios la vida de los más débiles, pequeños, enfermos, los pobres. Hacer una opción preferencial por ellos, traducida en hechos concretos, ennoblecerá a nuestro país, y a nuestra Región, siempre que se les trate como protagonistas de su propio desarrollo. Esto nos obliga a cultivar el sentido de la equidad y la justicia, del bien común y del servicio público.

En este apartado es necesario llamar la atención de las autoridades de gobierno y los empresarios a que aumenten sus esfuerzos por superar la situación de tantas familias de Atacama castigadas por la cesantía, o de personas esclavizadas por la droga, el alcohol, o el abuso de su propia sexualidad.

5.- La calidad de vida realmente humana es mucho más que el simple progreso material, el cual siendo importante, no es, de por sí, el único indicador de desarrollo ni la única meta del trabajo y de la preocupación social. El Papa Paulo VI, con una fina agudeza llena de humanidad, decía que”el verdadero desarrollo consiste en pasar de condiciones menos humanas a condiciones más humanas”. (Populorum Progressio)

En cuanto a este tema de la calidad de vida y pensando en nuestra Región parece necesario prestar mayor atención a los riesgos de contaminación que se preven en cuanto a la pureza de las aguas o la limpieza del aire en nuestras ciudades y valles, motivo de seria preocupación para sus habitantes o los sectores campesinos.

6.- Hablando de la dignidad de las personas conviene recordar que hay tres grandes valores que la protegen y cultivan: el derecho a la libertad, el respeto a la conciencia y el amor por la verdad.

6.1.- En relación al derecho a ejercer la libertad siempre ha de estar destinado a buscar el bien y la verdad, cuidando siempre de que no degenere en libertinaje o se confunda sólo con el bien subjetivo, que resulta siempre parcial. Trátese de la libertad de la persona, de comercio o de expresión, ninguna de ellas constituye un fin en sí mismo, sino que deben relacionarse con la grandeza de la persona humana.

6.2.- En cuanto al respeto a la conciencia, se debe decir que ella caracteriza a una sociedad verdaderamente desarrollada, ocupando siempre un lugar decisivo en todo discernimiento. Una conciencia bien formada y madura, que conoce el corazón humano y la voluntad de Dios, siempre tendrá la última palabra en el actuar humano.

De modo especial no se ha de olvidar que el derecho más noble del ser humano, el encontrase con su Dios, genera la dimensión religiosa que da sentido a la vida y es la base de todo desarrollo cultural.

6.3.- Con respecto al amor a la verdad, es oportuno afirmar una vez más que ella expresa la dignidad del ser humano, y cuando se la tiene verdaderamente en cuenta es posible establecer relaciones con los demás en un marco de confianza y de una vida social sana.

Lamentables y confusos hechos de este último tiempo en el país, y también en nuestra

Región, nos llaman a tomar en serio el compromiso con la verdad, por el alto costo social que supone para la ciudadanía la mentira más o menos organizada, el ocultamiento de la verdad, o las conjeturas o afirmaciones apresuradas que dañan el buen nombre de las personas o instituciones. Parece ser que en esto último el periodismo ha de evitar caer en la trampa de un servicio comunicacional que adolezca de una ética consistente.
Para un cristiano especialmente, deben estar en la memoria profunda de su vida las palabras de Jesús, testigo de la verdad y vida, cuando afirma que “la verdad nos hará libres” (Jn 8, 32).

7.- Finalmente la Iglesia una vez más manifiesta públicamente con humildad ante todo el país, -nosotros lo hacemos aquí en estas tierra de Atacama-, que quiere ser fiel a Jesús, su Señor y Maestro, el cual haciéndose hombre, asumió y redimió todo lo humano. Con todo lo que ella es y tiene, dones de Dios y limitaciones humanas, desea ponerse al servicio de los hombres y mujeres de Chile, para llegar a lograr al verdadero progreso, en un clima de gran solidaridad, contando con que la caridad, que presupone la justicia, es “el alma de la solidaridad” (Christifideles laici, n. 41).

En esta dinámica la Iglesia ve la vida social como parte integrante de su preocupación pastoral por anunciar el Evangelio en todos los rincones y situaciones de la vida humana, sea individual o colectiva, pensando con especial preferencia en los más pobres y los más necesitados de vivir en un estado de dignidad..

Por esta razón invita a un diálogo nacional de gobierno, empresarios y trabajadores, a buscar juntos los mejores caminos para una vida en paz y con trabajo para todos, con justicia social, sin corrupción de ninguna clase. Y con seguridad ciudadana para toda la población.

Antes de terminar este mensaje es necesario agradecer a todas las autoridades del país y de nuestra Región, a sus servidores públicos, a las Fuerzas Armadas y de Orden, por sus esfuerzos en ser buenos servidores de la comunidad en áreas tan importantes como la justicia, la salud, la educación, la vivienda, la seguridad ciudadana. Que el Señor de la Vida los siga iluminando y fortaleciendo para las grandes tareas que aún están pendientes, y dé fecundidad a su entrega sacrificada a la búsqueda del bien común, con la única ambición de servir sin buscar aplausos o de mejorar su imagen social.

María, la madre de Jesús, mujer creyente y humilde, a quien bajo la advocación de Ntra. Señora del Carmen, reconocemos como Madre y Reina de nuestra Patria, nos alcance del Espíritu de Dios, fortaleza para el alma de Chile. Así, los hombres y mujeres nacidos en esta parte del planeta, entre el mar y la cordillera, podremos caminar, con paso seguro y fraterno, hacia una vida con la dignidad, el gozo y el verdadero progreso que Dios quiere para todos, como anticipo de la vida definitiva.

¡A CRISTO EL SEÑOR SEA TODO EL HONOR Y LA GLORIA
AHORA Y PARA SIEMPRE! AMÉN.

Copiapó, 18 de septiembre de 2004.

+Gaspar Quintana J., CMF.
Padre-Obispo de Copiapó.
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