Mensaje de Navidad a los sacerdotes, religiosas, religiosos y seminaristas de San Bernardo
San Bernardo, Navidad de 2004
Queridos sacerdotes, diáconos, religiosas, religiosos y seminaristas de San Bernardo:
“Mirad, nuestro Señor llega con fuerza para visitar a su pueblo con la paz y darle la vida eterna” (Ant. de la Liturgia de las Horas).
Caminamos ya a paso apresurado con María a Belén, donde nace nuestro Dios envuelto en pañales y rodeado de la pobreza y la soledad. Belén es una cátedra donde el cristiano aprende todas virtudes. Jesús, nos mira desde una pequeña cuna y su sola presencia en nuestro mundo es una enseñanza. ¡Rey del Universo! a quienes los pastores encontraron envueltos en pañales, ayúdanos a imitar siempre tu pobreza y tu sencillez.
Quisiera detenerme en el ambiente de Belén, que es para nosotros el ambiente de nuestras casas, parroquias, comunidades religiosas, etc. Allí nadie piensa en si mismo, todo está puesto al servicio de la gran obra que Dios Padre quiere llevar adelante: la redención del mundo por la encarnación de su Hijo.
Santa María, San José han puesto su vida al servicio de la causa de Dios, igual que nosotros, que hemos donado nuestra existencia en esta tierra para colaborar con el plan divino de salvación de todos los hombres.
A Belén llegan los pastores desafiando el frío y la oscuridad, allí se presentan los magos del Oriente después vencer mil dificultades y peligros. Allí también nos presentamos cada uno, dejando de lado nuestros deseos de dominio, nuestras soberbias ocultas, nuestras comodidades, nuestras críticas fáciles, para volver a prometer a Jesús poner toda nuestra vida a su servicio, sin excepción alguna.
Queridos hermanos y hermanos: no debemos reservarnos nada para nosotros, porque nuestra entrega al Señor es sin reservas, es una donación total. Por eso Belén es una cátedra exigente desde la cual Jesús nos interroga con su ejemplo: ¿En que piensas? ¿Cuáles son los motivos esenciales que mueven tu vida de apóstol? ¿Intentas vivir una generosidad heroica en tu servicio a tus hermanos y hermanas? ¿O quedan espacios de tu vida que no quieres poner a disposición del Señor: tiempos, actitudes, pensamientos?
Recordemos que “lo nuestro” se salva cuando lo entregamos. Tus talentos, tus aspiraciones, tus logros valen en cuanto están a disposición de Jesucristo, puestos al servicio de la gran obra de la redención del mundo, colocados al servicio de esta Iglesia diocesana donde el Señor nos ha llamados a servirlo sin condiciones.
Somos anunciadores de las maravillas de Dios para su pueblo, con nuestra vida entregada, silenciosa y humilde; con nuestra palabra veraz y cercana, con nuestro ejemplo de vida que atrae como el “buen olor de Cristo”.
Hermanas y hermanos, al allegarnos al pesebre, pidamos a Jesús que nos transforme más aún en hombres y mujeres al servicio de su Reinado, en personas con una coherencia vital que nos haga ser para nuestro pueblo, Cristo que pasa entre los hombres. Pidamos especialmente a los pies de nuestros pesebres por la paz del mundo, la paz de nuestro patria, la paz de los corazones, porque “el nacimiento del Señor es el nacimiento de la paz: y así dice el Apóstol: Él es nuestra paz; Él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, ya que, tanto los judíos como los gentiles, por su medio podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu” (San León Magno, papa Sermón 6 en la Natividad del Señor.)
También con el fin del año llega el tiempo del examen y del balance de nuestro servicio al Señor en su Iglesia, según el particular carisma que cada uno ha recibido de Dios. Habrá que pedir perdón por la faltas de correspondencia a la gracia, por tantas veces que Jesús se puso a nuestro lado y no lo vimos ni oímos. Habrá también que agradecer un año más que el Señor nos ha concedido en su servicio. Año nuevo, vida nueva, dicen los mundanos.
Nosotros, con los ojos de la fe, decimos año nuevo, lucha nueva, nuevos propósitos de una mas profunda conversión, de un servicio más abnegados al Cristo y a la Iglesia, a nuestros hermanos mas necesitados, a quienes juntos con nosotros han dedicado la vida entera a servir a Cristo.
Quisiera pedir a todas las comunidades de nuestra diócesis que esta Navidad esté marcada por la presencia del Señor en el Santísimo Sacramento, dentro del Año de la Eucaristía. Que las celebraciones del misterio de la Natividad de Nuestro Señor, sean motivo para que la familia se reúna y ore al Padre de los cielos, culminando con la celebración diocesana del día de la Familia, el Domingo 26 a las 16.30 en nuestra Iglesia Catedral. Allí los esposos renovarán sus compromisos matrimoniales. Esperamos que ese momento lo vivan rodeados de sus hijos. No olvidemos que Jesús nace pobre y vive pobre, así este tiempo, algunas veces marcado por el consumismo, se debe transformar también en un tiempo de alegre sobriedad y de cercanía a tantas familias y niños que no tendrán un pequeño regalo o una cena de navidad, que nosotros, desde nuestras propias privaciones podremos ofrecerles.
Con mis deseos de una Santa y Feliz Navidad te saluda y recuerda tu
hermano y Obispo.
+ Juan Ignacio