El inicio de un nuevo año nos llena de expectativas y sueños, muchos de los cuales por la experiencia de años anteriores sabemos que serán muy difíciles o imposibles concretar. Sin embargo ¿por ello es posible dejar de soñar? ¿Qué es ser realistas?. Iluminados desde la verdad del cristianismo se puede descubrir esa tendencia tan grande del hombre a ser feliz, a la plenitud, y a la vez esa incoherencia interna que lo desarticula, que destruye sus anhelos de ser por una tendencia a la autodestrucción.
Esta es la realidad: el hombre y la mujer conviven con la experiencia del mal. Al mirar las situaciones internacionales y nacionales de violencia, el resurgimiento de las amenazas terroristas, el avasallador avance del narcotráfico, las diversas formas de violencia que el hombre ejerce sobre el propio hombre: explotación, atropello de la dignidad, abusos sexuales, cosificación mercantilista de la persona, sería muy fácil decir: “el mal ha vencido o está venciendo a la humanidad” Sin embargo, el cristianismo proclama que el mal ha sido vencido por el bien, el Sumo Bien que es Cristo, el Señor del tiempo y de la historia y sustento de todo bien.
Se nos pregunta “¿Y cómo lo constatas? ¿Cuáles son tus pruebas?” La evidencia del triunfo de Cristo sobre el mal, se verifica en la fe. La fe descubre la transformación absoluta del orden quebrado de la humanidad por el Señor Jesús, Redentor del Universo. El fundamento de nuestra esperanza y de nuestro optimismo ontológico está puesto en Cristo, Dios hecho carne, en donde es posible la planificación de lo finito. Aquí radica el optimismo de la fe: es posible un orden nuevo, es posible que los sueños imposibles se realicen, es posible que el mundo, que mi persona, mi familia pueda experimentar la vida nueva. Es posible porque Cristo ha asumido nuestra carne y con ello ha volcado el orden de la historia.
Por ello que nuestra opción por el bien y nuestra lucha contra el mal, es una tarea con urgencia ética para el cristiano y una fogosa invitación para aquel que no cree o piensa distinto; pero que comparte sus anhelos de buena voluntad para con la humanidad.
La búsqueda del bien, la lucha por él nos exige, como recuerda Juan Pablo II, el no usar las armas del mal. Así nuestra opción por una vida mejor, por tener un mejor ingreso económico, educación, seguridad, etc. no se puede realizar empleando las herramientas de la corrupción, del dinero del macro o micro tráfico, la violencia, la usura y tantas formas de sutil corrupción que se promueven en la actualidad. El mal y sus medios tienen hoy muchos rostros y muchos de ellos disfrazados de bien. El bien se ejecuta a fuerza de bien, pues hay una prolongación entre el fin y los medios. Se equivocó Maquiavello cuando planteó que el “fin justifica los medios”. Así la paz se promueve con actitudes de paz, con ejercicios de bien.
Se vislumbran siempre nobles desafíos para iniciar el año: la unidad familiar, el trabajo estable, la mejor educación de los hijos, la obtención de algunos bienes materiales. Son muchos los sueños que tenemos y hay que luchar con ellos, pero luchemos a fuerza de bien. La unidad no se logra con la violencia o la imposición de las ideas, los bienes transparentes no se logran a costas de otros.
Chile, nuestra ciudad, nuestra familia tiene necesidad de luchar por el progreso, por el bienestar y por la paz. Pero es importante saber como luchamos contra todas las diversas formas de mal. Hay que volver a reencontrarse con ese patrimonio común de valores morales que están inscritos en la misma naturaleza humana y que fueron allí grabados por el dedo paternal del Creador. Así, todos somos capaces de construir el bien común de la patria, de estas tierras nortinas, de nuestros barrios y familias a fuerza del bien que llevamos en el corazón. Aristóteles recordaba que “todo hombre busca el bien”
Y el bien no hace ruido. El bien es dialogante, pacífico y constate. El mal es ruidoso, explosivo, destructor. El bien mira con esperanza y libertad, mientras que el mal lo hace con ojos posesivos, que terminan y destruyen a los otros porque tiene su centro en el egoísmo. El bien no hace ruidos y los ruidos del mal no hacen bien.
Que al comenzar este año nadie pierda la esperanza, que todos podamos soñar: creyentes y no creyentes, autoridades, trabajadores, dueñas de casa, hombres y mujeres de buena voluntad: ¡es posible la Paz, la justicia y la fraternidad! si cada uno se hace el propósito diario, sin ni siquiera pensar como será lo que haga mañana, de ser obrero del bien y mensajero de la paz.
Monseñor Marco Ordenes Fernández
Administrador Diocesano
Obispado de Iquique