Queridos hijos:
Ha culminado nuestro XI Congreso Eucarístico Nacional. Pero no ha terminado.
El Mes de María es parte de él. Está dedicado a ella y a la fraternidad.
El tiempo de Navidad será también parte de él. Estará dedicado a la familia. En esa oportunidad entregaremos un Mensaje proyectado hacia el futuro.
Queremos, sin embargo, adelantar algunas conclusiones desde ahora, en el fervor levantado por los grandes actos multitudinarios de las últimas semanas.
Este Congreso ha sido una visita de Cristo a Chile. Centenares de miles de hogares han abierto sus puertas al Cristo Peregrino. Inmensas muchedumbres, de Arica a Punta Arenas, se han congregado para adorar a Cristo en el misterio de su Eucaristía. Esto nos interpela, es un desafío, es un llamado a ser enteramente dóciles a la voz del Espíritu que algo está diciendo a Chile en estos días.
1. JESUCRISTO
Cristo está vivo. La fe está viva. El amor de Jesús está vivo.
Cristo es "el camino, la verdad y la vida". En él encontramos la paz, la paz para el corazón del hombre, la paz de la familia, la paz de Chile, la paz del mundo.
"Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón", decía. El ama la sencillez y la humildad. El ama a los pobres y sufrientes y ama a los que los aman y los sirven. El ama a la justicia, ama a los que perdonan y los que piden perdón.
Leamos el Evangelio. Leámoslo más. Leámoslo entero. Vivamos conforme a él. Que Jesús sea, cada día más, el centro y la razón de ser de nuestras vidas.
2. LA ORACION
Ante la imagen del Cristo Peregrino ha habido mucha oración. En los estadios y las plazas, pero también en los hogares y en las capillas, se ha orado mucho. Más de alguno ha reencontrado un lugar en su vida para la oración.
Sigamos orando. Oremos más. Que nuestras comunidades sean más contemplativas. Hacer un poco menos, pero orar mucho más. Entonces, lo que se hace es mejor, hace más bien la oración nos da paz, equilibrio interior, fortaleza para trabajar y luchar, paciencia para sufrir y alegría para vivir. Cuando oramos, no actuamos nosotros, actúa a través de nosotros el mismo Dios.
3. EL ESPIRITU MISIONERO
El Cristo Peregrino nos ha enseñado algo más. Muchos fieles cristianos invitaron a parientes y vecinos, incluso a desconocidos, y su invitación fue acogida. Muchas personas alejadas de la Iglesia desde hace mucho tiempo, que no participaban en nuestras reuniones, se han acercado a Cristo y a su Iglesia con ocasión de esta visita.
Debe seguir y acrecentarse este espíritu misionero. No nos encerremos en nuestras comunidades. ¡Abramos también sus puertas! Sigamos apoyando a los que respondieron y preocupados de los que no respondieron aún. Seamos misioneros nosotros y que nuestras comunidades también sean misioneras.
4. LA PENITENCIA
El Santo Padre dice que "la Penitencia conduce a la Eucaristía" y que "la Eucaristía conduce a la Penitencia": lo hemos visto en este tiempo.
Muchos han comprendido que el encuentro con Cristo, el encuentro íntimo y vital, se hace en la Eucaristía. Y que, para comulgar, hay que tener la conciencia pura o purificada. Y se han confesado, muchos de ellos después de muchos años, para recibir a Cristo y con el ánimo de cambiar de vida.
Los sacerdotes conocemos nuestras deficiencias humanas y los fieles las conocen también, pero su fe les hace descubrir el poder divino que hemos recibido al ser ordenados, el poder de perdonar los pecados en nombre de Dios y el de celebrar la Eucaristía. Queremos ver restablecerse en la Iglesia el hábito de la Penitencia o confesión sacramental sincera, responsable .y frecuente.
5. LA EUCARISTIA
Nuestro Congreso ha tenido por centro la Eucaristía. Después de nuestra Carta Pastoral sobre "Cristo, ayer, hoy y mañana", les invitamos a leer nuestra última Carta Pastoral sobre "Eucaristía, presencia, sacrificio, comunión".
Les expresamos nuestro deseo que todos participen en la Misa Dominical en su comunidad. Que comulguen con frecuencia, siempre con la conciencia limpia y recurriendo, cuando sea necesario, al Sacramento de la Penitencia. Y que adoren la presencia real de Cristo en su Eucaristía, mediante vigilias de oración, exposición y bendición del Santísimo Sacramento, y otras formas de oración -como la Adoración Nocturna-, que la devoción del clero y de los fieles sabrá encontrar.
Que sientan la responsabilidad quemante y apremiante de vivir como quienes han recibido a Cristo y son llamados a transformarse en él. Que den testimonio en todos los lugares y momentos y en todas las actividades de esa presencia misteriosa y eficaz de Cristo en el corazón del que se une sacramentalmente con él. No sea que nuestra misma comunión eucarística sirva para escándalo de otros y condenación nuestra, por no profesar con nuestros actos lo que decimos con nuestras palabras.
6. LA IGLESIA
Este Congreso Eucarístico ha sido un acto de Iglesia.
El pueblo creyente percibe que encuentra a Cristo en su Iglesia y que la Iglesia es la que él ve: la que presiden los obispos, acompañados por presbíteros y diáconos; la que sirven con su oración, su testimonio y su trabajo los religiosos y religiosas; la que animan tantos ministros laicos y cristianos comprometidos en todos los ambientes y tareas de la vida.
A todos los invitamos a estrechar filas en torno al Santo Padre Juan Pablo II -cuyo enviado especial, el Cardenal Primatesta, ha recibido tantas muestras de respeto y afecto entre nosotros, y que tanto nos ha dado en sus palabras y en su testimonio de pastor-; en torno también a nosotros los obispos, conscientes de nuestras limitaciones pero decididos a ser fieles a nuestra misión de maestros de la verdad y de la fe, de intermediarios entre los hombres y Dios y de conductores de su pueblo en la construcción de su Reino.
7. LA JUSTICIA Y LA PAZ
Las muchedumbres congregadas nos han dicho con su alegría sencilla, con su espíritu fraternal, con su fe profunda que no piden grandes cosas a esta vida, que para muchos es dura en demasía. Que conservan intacta la esperanza de ese otro mundo en que Cristo "enjugará las lágrimas de nuestros ojos". Que sólo piden respeto y justicia, el espacio de libertad y de igualdad legítima que les permita vivir como hijos de Dios.
Nosotros exhortamos a todos a respetar esos sentimientos tan naturales y tan evangélicos. A construir en Chile una sociedad basada en el respeto.
El respeto de cada cual por sí mismo y por los demás. Una sociedad de hombres que sepan hacerse respetar y hacer respetar a los demás.
Agradecemos a todos los que han contribuido al éxito extraordinario de nuestro Congreso. A los que dieron generosamente su tiempo y su trabajo. A los que nos ayudaron con su limosna grande o pequeña. A los que, con fe y con amor, promovieron la visita del Cristo Peregrino o lo acogieron en sus casas. A las muchedumbres que soportaron el calor y el cansancio de largos viajes y largas esperas de pie, para estar allí, adorando y alabando al Señor, no sólo en Maipú, en La Serena o en Chillán, sino en todas las ciudades de Chile.
Agradecemos a las autoridades de nuestra patria las facilidades que nos han dado -en Santiago y en provincia- para la celebración de estos actos multitudinarios y las atenciones que han tenido para con el representante del Santo Padre.
Suplicamos que, en el espíritu de este Congreso Eucarístico, se den pasos para la reconciliación del pueblo chileno: se permita el retorno al país de los exiliados, especialmente de los ancianos, de los enfermos, de los que tienen problemas familiares, de los que no se resignan a vivir fuera de la patria; se revisen las sentencias o decisiones tomadas en momentos de crisis; se eliminen totalmente los procedimientos atentatorios a la dignidad humana; se atienda con la mayor solicitud posible a la situación de quienes soportan los costos de la política económica y social actual y no han recibido aún sus beneficios -ni están seguros de recibidos algún día- aunque sea con medidas extraordinarias.
Comprendan todos, ante la presencia de Cristo, que sólo nos anima un inmenso deseo de paz, de paz entre los chilenos. Hagamos de nuestra patria un gran país de hermanos.
Ningún sacrificio es excesivo cuando se trata de la paz.
Y no sólo de la paz interna. También la paz con nuestros vecinos. ¡Cuánto no se ha orado en este año por la paz, por la amistad y colaboración entre Argentina y Chile! Qué bien ha comprendido el pueblo chileno el significado de la presencia en Maipú de tantos obispos argentinos -y también peruanos y bolivianos-; y la del Cardenal Primatesta, enviado especial del Santo Padre y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. O el Mensaje del Santo Padre, escuchado en tan emocionado silencio.
Sigamos orando. Hagamos, también de nuestro continente, un continente de hermanos. Demos al mundo el ejemplo de dos naciones cristianas que arreglan pacíficamente sus discrepancias. Demos al Vicario de Cristo -el Príncipe de la Paz- la alegría de haber podido cumplir con la misión que le encomendaron nuestros gobiernos y que él aceptó por amor a nuestros pueblos. Y que su ansiada venida a Chile y Argentina sea la coronación de su obra de paz.
La Conferencia Episcopal de Chile
26 de noviembre de 1980