Reflexión del Cardenal Francisco Javier Errázuriz, durante el responso oficiado con motivo del traslado de los restos mortales de don Diego Portales a la nueva cripta cívica en la Catedral Metropolitana de Santiago
Fecha: Martes 20 de Junio de 2006
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa
Hace 169 años recorrió dolorosamente la geografía de nuestra Patria la noticia del asesinato de uno de sus hombres más ilustres y admirados, del Ministro de Guerra y Marina, don Diego Portales y Palazuelos. Sus breves años de Ministro de Estado dejaron una huella imborrable en nuestra naciente República, e imprimieron su impronta a una manera de gobernar al servicio de todos los chilenos que perdura hasta nuestros días, y que dieron estabilidad y solidez a la Nación, distinguiéndola entre muchos países hermanos.
El pueblo de Chile fue estremecido por el asesinato político. Lo describe así la Cámara de Senadores: “La imaginación herida con lo inesperado y rápido del acontecimiento, no sabe en qué detenerse, si en la insensatez y perfidia de sus autores, o en su funesto y melancólico desenlace.” Continúa el Acta de esa reunión del día 22 de junio, poco después de su muerte, describiendo el hecho: “Bajo traidoras muestras de amistad le acompañan a una revista del Ejército, se apoderan de su persona, le insultan cobardemente y cuando se ven sorprendidos en sus planes, y sin más recursos que un combate desesperado, le asesinan con la mayor crueldad y alevosía”.
Chile entero recibió la noticia, y quedó profundamente consternado. Se había traicionado, dándole violenta muerte, a un hombre joven, de gran energía espiritual, de amplia visión del momento histórico, de profundas convicciones acerca de los caminos necesarios para sanar malos hábitos de gobierno y construir el País, cuando se desvivía por servir generosamente a su Patria. La forma de su muerte subrayó su impresionante estatura. Desde entonces, nadie podría olvidarlo al recordar con gratitud la historia de Chile.
El funeral de don Diego Portales tomó las características de un desagravio nacional. Se recurrió a todos los símbolos patrióticos vigentes. No faltaron los símbolos y los actos religiosos. Todos ellos, determinados por el Supremo Gobierno y enriquecidos por la presencia de un pueblo cristiano, de sus obispos, sus religiosos y sacerdotes, impactados por el dolor y por el crimen cometido.
Así se celebraron las primeras honras fúnebres en la iglesia Matriz de Valparaíso, después de lo cual se inició el traslado a Santiago, para que tuvieran lugar ¨las manifestaciones de gratitud que este pueblo está dispuesto a hacer a la memoria del magistrado que se sacrificó en su servicio¨, según palabras de don Joaquín Tocornal. Al llegar el cortejo a Santiago, el féretro pernoctó en la Iglesia de San Miguel, antes de ser recibido solemnemente por todos los Ministros de Estado, por la ilustre Municipalidad y el pueblo que, llenando “la calle de las Delicias” acompañó sus restos a la Iglesia de la Compañía, donde fue recibido por el venerable Cabildo metropolitano. Ingreso tan solemne fue secundado con sendos cañonazos cada 15 minutos desde el Cerro Santa Lucía. Se celebraron misas por el eterno descanso de su alma, y se cantó el oficio divino.
La ceremonia de entierro se realizó en esta Iglesia Catedral el día martes 15 de julio, con la asistencia de todas las autoridades de la Nación, de los representantes del Cuerpo diplomático, con todos los empleados civiles y militares y casi todos los moradores de la capital, según relata la crónica.
Así fue recibido en esta Casa de Dios, el hijo de nuestra Patria e hijo de la Iglesia, don Diego Portales y Palazuelos. Fue acogido en esta Casa de Dios, que es casa de su perdón, de su gratitud y de su esperanza. Pero también es la Casa en la cual el Padre mira con ternura a sus hijos, recibe y sana su dolor, incorporándolo al sufrimiento y a la resurrección victoriosa de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Su cuerpo quedó junto al altar y a la bendición de Dios, sus proyectos quedaron en las manos de sus conciudadanos y en las manos del Señor de la historia; sus amigos y seguidores quedaron ante su legado espiritual, y ante el imperativo de dar lo mejor de sí, hasta la misma vida, por el bien de esa causa tan noble que es la Patria; y sus esperanzas se unieron a nuestra esperanza de gozar en la paz y la felicidad de Dios. Una de las antorchas fúnebres, imaginándolo ya en el cielo, llevaba como inscripción las siguientes palabras: ¨Sus ojos la extensión del mundo miden, y al fijarse en su patria con ternura, a Dios se vuelven y su bien le piden¨.
Por fin, después de tantos decenios, sus restos van a encontrar una digna morada en la Cripta Cívica que Chile le ha construido para albergarlo. En esta hora solemne, dirijamos a Dios nuestras
† Francisco Javier Errázuriz Ossa
Cardenal Arzobispo de Santiago
