Con motivo de invitar a los peregrinos a preparar el corazón para celebrar a Nuestra Señora del Carmen en el Santuario de La Tirana, en la cual el valor y el respeto a la vida humana y a la familia son los temas en que estarán centrados todos los signos de la fiesta, Monseñor Marco Ordenes quiso compartirnos este documento que habla acerca de estas dos valores tan fundamentales, y el cual también fue la catequesis de preparación para los bailes religiosos de la diócesis de Iquique.
Iglesia Camina al Bicentenario
Un año más nos preparamos para celebrar la fiesta de Nuestra Madre Santísima en su Santuario del Carmen de La Tirana. Llegamos al Santuario siempre con fe, pero así como preparamos todo lo necesario para llegar a la fiesta, si no preparamos el corazón habrá faltado lo más importante de todo. No se puede asistir a la fiesta sólo por costumbre: se debe hacer por fe.
Todo Chile camina hacia el bicentenario de la Patria y nosotros, los cristianos católicos, nos queremos unir a dicha celebración fortaleciendo y animando lo mejor del alma de Chile. En el corazón del chileno hay necesidad de paz, de bienestar y de Dios.
En esta fiesta somos invitados desde el encuentro con Jesús a ser testigos de la Buena Noticia revalorando la vida humana y la familia.
La vida como el gran regalo de Dios
Al mirarnos a nosotros mismos descubrimos el regalo del don de la vida. La vida es un regalo de Dios, y por ello es sagrada. ¿Quién tiene autoridad para acabar con la vida de otro e incluso con la propia?. Dios nos ha regalado la vida y solo Él la retirará según su voluntad en el día de nuestra muerte natural.
En el mundo entero se va creando una cultura de la muerte, que utiliza la vida según su conveniencia. Se intenta enseñar que cada uno es dueño de su vida y que pueda hacer lo que quiera con ella. Nosotros, los creyentes, aprendemos que la vida:
· es un regalo de Dios y por tanto solo Él es único dueño de ella.
· que ninguna persona puede acabar libremente con la vida de otro, sin importar las razones que se puedan tener.
Las razones para acabar con la vida de otro
Hoy se intenta enseñar que existen razones justificadas para acabar con la vida de otro y con la propia:
· Si te embarazas de un niño que no deseas o porque genera muchas dificultades, lo más fácil es asesinarlo con un aborto, total el niño es tuyo.
· Si una persona piensa distinto o tiene ideas muy distintas a un gobierno, lo más fácil es torturarlo, deportarlo o asesinarlo y ocultar su cuerpo, total es un enemigo.
· Si alguien te ha ofendido o incluso te ha hecho daño, tú puedes desquitarte haciéndole lo mismo a él o ella o a sus hijos, total la venganza es justa.
· Si hay un adulto mayor que nos molesta mucho, lo mejor es dejarlo solo, que se las arregle como pueda, total nadie nos puede incomodar en nuestra vida personal.
· Si tengo una enfermedad incurable, mejor me mato porque así no seré estorbo para nadie, total yo puedo hacer lo que quiera con mi vida. A Dios no se le toma en cuenta.
Los cristianos nos preguntamos
Los creyentes miramos todas estas situaciones y nos preguntamos “Señor, ¿cómo quieres que actuemos?”. La Virgen se preguntó durante toda su vida cuál era la voluntad del Señor. Nosotros hoy también debemos preguntarnos ¿qué tenemos que hacer los cristianos?. No podemos hacernos cómplices de la destrucción de la vida porque ella es un don sagrado. Nos volvemos cómplices:
· Cuando animamos al aborto directa o indirectamente
· Cuando justificamos el atropello de la dignidad de los derechos de la persona
· Cuando nos despreocupamos egoístamente de lo que le sucede a los otros.
Somos Testigos de la Vida
El Señor nos ha regalado la vida. Él es nuestro creador y nuestro único dueño y Señor. En él confiamos. En medio de las dificultades, conflictos, problemas sabemos que nadie puede atentar contra la vida del otro, y es allí cuando escuchamos la voz del Señor Jesús que nos dice:
· Feliz el que defiende el valor de la vida
· Feliz el que cuida del necesitado
· Feliz el que valora al otro en su dignidad
· Feliz el que protege la vida en el vientre de su madre, y en el cuerpo de un anciano.
Valorando la Familia
Todos nosotros tenemos nuestra raíz en una familia, independiente de cómo haya sido, hay con ella un vínculo sanguíneo y afectivo.
Mientras preparamos nuestra marcha hacia el Santuario y estando allí, podemos preguntarnos acerca de nuestras familias. Hay diversas situaciones que la dañan y la destruyen:
· El alcohol y la droga, rompen el amor y la amistad
· La violencia al interior del matrimonio, con los hijos, entre todos.
· La falta de casa, de trabajo y recursos necesarios para subsistir con dignidad
· La infidelidad entre los esposos
· La falta de responsabilidad y respeto por parte de todos
· El comentario chismoso y dañino de otros y de todos
Y nosotros nos debemos preguntar “¿qué es lo que más daña y hace sufrir a nuestra familia?” y “¿cómo contribuyo yo a su daño y su fortalecimiento?”
La familia también es un don que el Señor regala para que el hombre y la mujer aprendan a desarrollarse como seres humanos. La familia es la gran escuela de la humanidad. Por ello que es nuestro deber valorarla, servirla, cuidarla con lo mejor de nosotros.
Ninguna familia es perfecta y tampoco ninguna no tiene un dolor que guardar. Sin embargo, la belleza de ella radica en la posibilidad que nos da para cuidarnos, querernos, apoyarnos, animarnos y descubrir el talento y la belleza del otro.
Muchas veces por la distancia de los otros parientes, el estudio de los hijos, las posibilidades de trabajo nos hacen tener familias divididas. Pero estas circunstancias deben ayudarnos a unirnos más, a preocuparnos más.
Hay distancias cercanas que hacen mucho daño: la indiferencia aún viviendo dentro del mismo hogar, la ofensa, el apuntar siempre el error del otro y no ver el personal. Estas situaciones nos aíslan. Hoy, el egoísmo, el individualismo y el consumismo nos llevan a formar familias para sacar provecho personal de ellas, pero no a colocar nada de nosotros para mejorarla y hacer de ella, una unidad más hermosa.
Somos familia con Dios
Frente a muchas situaciones difíciles la familia descubre que en Dios tiene una fuerza poderosa que le lleva a superar tantas dificultades y dolores. Por eso, la familia que reza unida, permanece unida.
Podríamos en esta fiesta ofrecer un día de oración, de sacrificio en la danza, en las diversas actividades por los distintos miembros de nuestras familias, y rogar por aquellas que se han separado y las que experimentan conflictos, enfermedades y luchas.
Solo Dios nos hace descubrirnos hermanos, amigos y parientes de verdad porque para ser hermanos, no basta la sangre, se requiere el amor, y el amor más firme; fuerte y que vence al mal, es el amor con el que nos enseñó a amar Jesús, nuestro Señor.
Dios se hizo familia como nosotros, y envió a su Hijo, el Señor Jesús para que fuera nuestro hermano en la sangre, y la Virgen lo recibió en su vientre. Allí Dios se hizo carne e igual a uno de nosotros, y en la cruz, nos hizo para siempre sus hijos. Así nos ha amado con ternura y cercanía inmensa.
Nos dio como Madre a la propia madre de su Hijo. En la cruz, el mismo Jesús nos dijo “Hijo, he aquí a tu madre” y el discípulo la acogió en su casa. Ella es Madre de la Iglesia y nos enseña a ser hermanos entre nosotros. Con ella se rompen las fronteras y descubrimos a los otros como hermanos. Ella nos enseña a cuidar y proteger la vida. Ella nos muestra el camino de la fe, de la espera y la confianza sin límites en Dios, nuestra esperanza. Ella nos muestra cómo el amor vence sobre el mal, y la muerte pierde la batalla contra la Vida. Ella, es testigo del amor salvador de Dios, y no se cansa de pedirnos que nos amemos unos a otros como el Señor nos amó.
Mons. Marco A. Ordenes Fernández
Administrador Diocesano
Obispado de Iquique