La importancia de la doctrina social de la Iglesia en nuestra sociedad
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La importancia de la doctrina social de la Iglesia en nuestra sociedad

Palabras del Sr. Obispo diocesano Mons. Juan Ignacio González Errázuriz al presentar el Seminario Sobre Doctrina Social de la Iglesia, organizado por el Instituto Superior de Ciencias Religiosas del Obispado de

Fecha: Martes 11 de Julio de 2006
Pais: Chile
Ciudad: San Bernardo
Autor: Mons. Juan Ignacio González Errázuriz

Señor Gobernador, don Lionel Cadiz, que con tanta amabilidad ha acogido este encuentro en las dependencias de nuestra Gobernación provincial.
Señora Alcaldesa, Orfelina Bustos.
Autoridades civiles,municipales y militares que hoy nos acompañan.

Me parece que este encuentro entre autoridades civiles, militares, religiosas y muchas otras personas que se interesan verdaderamente por el Bien Común de nuestra querida Patria, es un símbolo que hemos de meditar.

Nos convoca una realidad que cada día adquiere mayor importancia. El servicio que debemos prestar a nuestros hermanos, ciudadanos y habitantes de nuestra tierra. Cada uno desde su ámbito ha sido llamado a servir nuestros conciudadanos, siguiendo en esto las enseñanzas de Jesús que no dijo “yo estoy entre vosotros como el que sirve” y “no he venido a ser servido sino a servir”

La Iglesia es ante todo servidora y con la luz del evangelio, “invita al hombre, ante todo a descubrir como ser trascendental, en todas las dimensiones de su vida, incluido lo que se refiere a los ámbitos sociales, económicos y políticos” a servir, cumpliendo así un paso terreno marcado por el vivir para los demás. Como enseñó San Agustín hace ya siglo, el hombre esta muerto a si mismo cuando se sirve a si mismo.( Presentación Compendio Card. Angelo Sodano)

Desde la luz de la ley natural, inscrita por el Creador en el corazón de cada ser humano, que obliga a nuestra conciencia a honrarla y seguirla, miramos todas las realidades humanas como ca-mino de perfección y de salvación y procuramos que en ellos se den las necesarias condiciones para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo tengan una vida digna, humana y justa, que dé a cada uno lo que le corresponde, apoyados en la clásica definición del Bien Común, que es aquella adecuada forma de relación entre los seres humanos que permite que todos y cada uno alcance su más pleno desarrollo material y espiritual.

Quienes quisieran ver a una Iglesia alejada de las realidades humanas, distantes de los problemas de los hombres, dedicada solo a lo cultural, encuentra en este Compendio de Doctrina Social que hoy presentamos a toda la comunidad a una Iglesia “experta en humanidad, en una espera confiada y al mismo tiempo laboriosa”, que “continua mirando hacia los “nuevos cielos” y la “nueva tierra” (2 P.3,13) e indicándoselo a cada hombre, para ayudarle a vivir en la dimensión del sentido autentico. “Este documento pretender presentar, de manera completa y sistemática, aunque sintética, la enseñanza social, que es fruto de la sabia reflexión magisterial y expresión del constante compromiso de la Iglesia, fiel a la Gracia de la salvación de Cristo y a la amorosa solicitud por la suerte de la humanidad. Los aspectos teológicos, filosóficos, morales, culturales y pastorales más relevantes de esta enseñanza se presentan aquí orgánicamente en relación a las cuestiones sociales. De este modo se atestigua la fecundidad del encuentro entre el Evangelio y los problemas que el hombre afronta en su camino histórico” (Compendio de la Doctrina social de la Iglesia. Nº 8)

Quisiera hacer unas consideraciones sobre el tiempo por el cual pasamos y las necesidades que la actual coyuntura política y cultural exige. La Iglesia no da recetas políticas. El Papa Benedicto dice que “La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedar al margen en la lucha por la justicia (….) La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la político. No obstante, le interesa sobremanera trabajar por la justicia, esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad a las exigencias del bien. (Carta Encíclica DC 28 a)

La justicia, es decir, dar a cada uno lo que le corresponde, es el fin de la política. La Iglesia enseña que “la justicia es el objeto y, por tanto, la medida intrínseca de toda política” y sigue “la política es más que una simple técnica para determinar los ordenamientos públicos; su origen y su meta están precisamente en la justicia, y esta es de naturaleza ética”(DC n. 28)

Se pregunta el Papa Benedicto en su primera Encíclica “¿qué es la justicia? En su respuesta señala “Este es un problema que concierne a la razón práctica: pero para llevar a cabo rectamente su función, la razón ha de purificarse constantemente, porque su ceguera ética, que deriva de la preponderancia del interés y del poder que la deslumbra, es un peligro que nunca se puede descartar totalmente.”(DC n. 28)

A luz de estas consideraciones ¿Qué aporta la Doctrina Social de la Iglesia a este bien que es de orden justo? “La Doctrina Social de la Iglesia argumenta desde la razón y el derecho natural, es decir, a partir de lo que es conforme a la naturaleza de todo ser humano (DC. 28 a). “Y sabe que no es tarea de la Iglesia el que ella misma haga valer políticamente esta doctrina: quiere servir a la formación de las conciencias en la política y contribuir a que crezca la percepción de las verdaderas exigencias de la justicia y, al mismo tiempo, la disponibilidad para actuar conforme a ella, aún cuando esto estuviera en contraste con situaciones de intereses personales” ( ídem )

Es decir, la Doctrina Social de la Iglesia, contribuye a que quienes deben decidir acerca de las diversas acciones que en el campo social, político, económico o cultural se llevan adelante, purifiquen su razón y adquieran la formación ética, de manera que sus decisiones sean conforme a la justicia y al bien común. El deber inmediato de actuar en favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos. Como ciudadanos del Estado, están llamados a participar en primera persona en la vida pública. Por tanto, no pueden eximirse de la « multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común ». La misión de los fieles es, por tanto, configurar rectamente la vida social, respetando su legítima autonomía y cooperando con los otros ciudadanos según las respectivas competencias y bajo su propia responsabilidad. Aunque las manifestaciones de la caridad eclesial nunca pueden confundirse con la actividad del Estado, sigue siendo verdad que la caridad debe animar toda la existencia de los fieles laicos y, por tanto, su actividad política, vivida como «caridad social ».

En un mundo cambiante, donde hay tantos hermanos nuestros desorientados, que buscan una luz segura y una guía en medio de una relativización acelerada. Usando unas palabras del Papa “hay muchas formas de desierto: el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del abandono, de la soledad, del amor quebrantado.(…)el desierto de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre” Donde “los desiertos exteriores se multiplican en el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores”,. En un mundo en que “los tesoros de la tierra ya no están al servicio del cultivo del jardín de Dios, en el que todos puedan vivir, sino subyugados al poder de la explotación y la destrucción” (Homilía de Benedicto XVI en la Misa de inicio del Pontificado, 24 de abril de 2005), la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia se erige en un camino seguro, probado y eficaz para enfrentar los problemas del hombre moderno. Mirada por un sector con cierta distancia y resquemor y por otro como caballo de batalla para lides políticas, la Doctrina Social de Iglesia se sitúa por encima de cualquier
contingencia, sobrepasa con su mirada fijada en el hombre bajo la luz de la razón natural, todo sectarismo o ideología, y se establece como una luz que alumbra poderosamente las oscuridades de nuestro mundo.

Los problemas y las dificultades de nuestro desarrollo como nación, como comunidad con un destino, nunca tiene soluciones estructurales, que tanto atraen a los hombres y mujeres que sirven en la vida política, en la economía o en la vida cultural. Se sueña, aquí y allá con cambios, grandes cambios, reformas y contrarreformas, reforma de la reforma. Es un camino antiguo, propio de las ideologías, que en nuestra época poco o nada tiene que aportar a la soluciones de los problemas actuales. En el centro de cualquier intento de reformar nuestra sociedad y hacerla mas humana, mas justa y mas digna, esta el hombre y la mujer, la persona humana, destinataria de la acción social. Por eso, hoy sigue siendo una verdad esencial que el hombre, en todas su dimensiones, las persona, en sus esenciales aspectos, debe ser el centro de la preocupación de toda la vida social y
política. Se trata de hacer nacer del corazón humano aquellas fuerzas escondidas que lo impulsan al bien y apagar así sus impulsos destructivos, cuya presencia vemos diariamente en nuestros diarios y en nuestros noticiarios. Es el hombre y la mujer, sobre todo lo más desposeídos, que entre nosotros son muchos, los destinatarios de nuestras preocupaciones y sentido del servicio - esta es una verdad que no puede esconderse – sólo se realiza plenamente desde la verdad del Verbo de Dios encarnado, de Jesucristo, salvador y redentor del hombre, como con particular clarividencia nos quiso recordar el venerado Papa Juan Pablo II en su primera Encíclica.

Quisiera aprovechar esta ocasión para volver a insistir en aquella idea que nos dejo grabada en el corazón de nuestra Patria, el Papa Juan Pablo: los pobres no pueden esperar. ¿Qué es lo que no pueden esperar? No pueden seguir esperando dos cosas.

La primera, el respeto a su dignidad de personas, verdad que golpea con inusitada fuerza nuestras políticas de seguridad, de vivienda, de salud, de educación, de respeto a la tercera, edad, etc. a cuyos desafíos debemos responder todos, pero particularmente quienes han sido constituidos por su hermanos en autoridad. Se requiere una respuesta exigente y concreta, que tomando en cuen-ta las diversas opciones presentes en la sociedad, conduzcan a superar muchos de los problemas que actualmente padecemos. También en esto la Iglesia lleva su responsabilidad, pero son los laicos principalmente los que con su competencia científica, su trabajo en equipo, deben dar solución a los problemas. Mas allá de cualquier consideración contingente o política, que no es la tarea de la Igle-sia y de sus pastores, creo, en realidad, que hay muchos hombres y mujeres que en muchos aspectos sociales siguen aún esperando.

La segunda, es el derecho que todos los que así lo quieran de recibir una formación ética, moral y religiosa conforma a sus convicciones, derecho que tiene raíces constitucionales, pero que por diversas razones la acción del Estado ha olvidado desde hace ya muchas décadas. Un Estado laico no es un Estado neutral frente a los dilemas éticos y a la formación valorica de los ciudadanos. Más aún en una sociedad como la nuestra que se ha fundado, desarrollado sobre los principios del cristianismo. Veo aquí una gravísima falencia de todo nuestro sistema social y ciudadano, que si no corregimos a tiempo, será el causante de un decaimiento moral de mayores proporciones que el que hoy sufrimos.

Recordemos que ya Enrique Mac-Iver, en el año 1900 alertaba sobre la crisis moral que padecíamos y cuyas palabras hoy quisiera brevemente reproducir Dice Mac-Iver, hombre lejano a la Iglesia y a sus enseñanzas: “Voy a hablaros sobre algunos aspectos de la crisis moral que atravesamos; pues yo creo que ella existe y en mayor grado y con caracteres más perniciosos para el progreso de Chile que la dura y prolongada crisis económica que todos palpan. Me parece que no somos felices; se nota un malestar que no es de cierta clase de personas ni de ciertas regiones del país, sino de todo el país y de la generalidad de los que lo habitan. La holgura antigua se ha trocado en estre-chez, la energía para la lucha de la vida en laxitud, la confianza en temor, las espectativas en decepciones. El presente no es satisfactorio y el porvenir aparece entre sombras que producen la intranquilidad. No sería posible desconocer que tenemos más naves de guerra, más soldados, más jueces, más guardianes, más oficinas, más empleados y más rentas públicas que en otros tiempos; pero ¿tendremos también mayor seguridad; tranquilidad nacional, superiores garantías de los bienes, de la vida y del honor, ideas más exactas y costumbres más regulares, ideales más perfectos y aspiraciones más nobles, mejores servicios, más población y más riqueza y mayor bienestar? En una palabra, ¿progresamos? (Discurso sobre la crisis moral de la República, año 1900)

Esta misión de formar en los valores éticos, morales y religiosos a los hombres y mujeres de nuestra nación y particularmente a los más jóvenes, recae, evidentemente en todos, pero toca de cerca a las instituciones espirituales y particularmente a la Iglesia, cuya misión evangelizadora no es otra cosa que educar en el amor a los valores y las enseñanzas de Jesús. Esta es la razón por la cual esta diócesis esta empeñada, con los pocos medios que cuenta, en una gran obra de formación de nuestra juventud, la inmensa mayoría de ella católica y deseosa de conocer y vivir las virtudes personales y sociales que nacen del cristianismo. Recuperar los idearios morales y la virtudes de nuestro jóvenes es una tarea que a todos nos convoca y que hoy dejo lanzada desde este lugar que es de todos, donde todos cabemos y donde cada uno puede aportar su visión y su grano de arena.

Agradezco al Instituto Superior de Ciencias Religiosas de nuestra Diócesis la organización de este seminario, que será el inicio de otros que abordarán temáticas que a todos nos ocupan, y especialmente agradezco a la nutrida concurrencia hoy en este recinto de nuestro Gobernación Provincial del Maipo.

Muchas Gracias.

† Juan Ignacio, Obispo de San Bernardo
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