Ser católico bautizado

Ser católico bautizado

Reflexión de Monseñor Cristián Contreras Villarroel, Obispo Auxiliar de Santiago, publicada en el diario El Mercurio en su edición del domingo 27 de noviembre.

Lunes 28 de Noviembre de 2005
El asesor presidencial Agustín Squella publicó el 18 de noviembre pasado, en la sección Opinión de El Mercurio, un comentario titulado ¿Es usted católico?, en el cual en forma agresiva cuestionaba la cifra de quienes se definen como católicos en el país y llamaba a la Iglesia Católica a optar “entre la sinceridad y la propaganda”, respecto de dicha cifra.

Al respecto, Monseñor Cristián Contreras Villarroel, Obispo Auxiliar de Santiago, ha escrito una reflexión sobre el tema, la que fue publicada el domingo 27 de noviembre en “El Mercurio”.

A continuación el texto completo de dicha reflexión:


SER CATÓLICO BAUTIZADO

En un reciente intercambio de opiniones, en el intento por responder a la pregunta “¿Es usted católico?”, se han planteado algunas hipótesis o criterios de discernimiento. Algunas formulaciones en las varias tesis enunciadas son verdaderas; no todas. Hay conclusiones equivocadas y otras cuestionables.

Si seguimos la argumentación que intenta definir a los católicos y cristianos por su “buen comportamiento”, como quienes adhieren siempre, plena y totalmente, a la doctrina de la Iglesia Católica, sin haber cometido nunca un error o un pecado, nadie podría decirse católico o cristiano. Ni siquiera los santos o santas que son las personas que mayormente tienen conciencia de su pecaminosidad. ¿Y qué decir de un Pedro pescador y apóstol que negó al Señor y que, sin embargo, fue constituido en piedra y pastor supremo por su profesión de fe, a pesar o incluso con su triple negación? Para la Iglesia sí es posible considerar católicos a aquellos bautizados alejados de ella. Es un tema sensible para la fe cristiana y requiere alguna reflexión.

Uno de los episodios más dolorosos de la Iglesia hunde sus raíces en las épocas de las cruentas persecuciones a los cristianos, cuando por temor a la muerte muchos de ellos renegaron de la fe (los “lapsis” o caídos) y otros fueron martirizados. La reflexión posterior llevó a algunos de la comunidad eclesial a postular la necesidad de la exclusión total de estos “renegados” y después, más mitigadamente, en la necesidad de la reiteración del bautismo para ellos. La reflexión de la Iglesia, no exenta de tensiones fue: el bautismo es único y para siempre y desde él es posible volver, por pura gracia, y respondiendo a ella, a la vida en Cristo. Y esto no fue por razones estadísticas. Todo bautizado tiene más de una esperanza, y los efectos del Bautismo no se borran.

El dilema para la Iglesia, entonces, no es un optar entre “sinceridad o propaganda” cuando se trata de encuestas para medir la pertenencia a la Iglesia. El dilema es otro, o mejor dicho la pedagogía de Dios es otra; porque también quien está en el error y en situación de pecado es como la vela que aún humea. Y Jesucristo nos enseñó a no apagar la mecha de la vela que aún humea. Es cierto que entre tanto humo provocado por todos los creyentes podamos toser y que nuestros ojos lagrimeen. Pero el soplo del Espíritu Santo puede hacer que la vela vuelva a iluminar.

Hay quienes se escandalizan de lo humano en el misterio del Hijo de Dios hecho hombre y en el misterio de la Iglesia como signo e instrumento de la salvación de Cristo a través de la historia. El espiritualismo desencarnado ha sido en la historia de la Iglesia una de las más grandes tentaciones que han dado origen a las herejías más fundamentalistas, que el realismo cristiano, a partir de la antropología revelada por Jesucristo, ha logrado superar, no sin dolores ni escisiones. Y hasta el día de hoy la cruz de Cristo es signo de contradicción.

La pregunta – y no la “proclamación” - si Chile es un país católico, me parece que no tiene un afán ni moralista ni está para acicatear instancias proselitistas; tampoco para hacer una selección o discriminación sociológica para determinar quiénes son los verdaderos católicos. La pregunta más bien apunta a reconocer que la persona católica y bautizada no siempre es coherente con su fe, pero encierra potencialidades que puede desarrollar y debe verificarlas en su aporte a una sociedad más justa, como lo pide Jesucristo y como lo han testimoniado los santos.

De todos modos, las estadísticas jamás podrán ser criterio de moralidad ni modificarán la doctrina de la Iglesia en materias tan graves y sensibles como el derecho a la vida y el respeto por la dignidad de la persona humana; el matrimonio uno e indisoluble, socializado y abierto a la vida; la justicia social y la opción por los pobres, etc. Para la misión pastoral de la Iglesia, ciertamente algunas encuestas son indicadoras de que debemos preocuparnos de esas realidades. Ese es el desafío: la formación permanente de los creyentes y no la exclusión de su pertenencia a la Iglesia Católica. Pero también se necesita de un Estado que garantice la libertad religiosa, y que desde ningún sector cultural o ideológico se pretenda conminar a la religión, en este caso a la cristiana católica, al ámbito de lo individual o privado por razones estadísticas. Dios quiera que en esto don Agustín Squella pueda concordar conmigo.

† Cristián Contreras Villarroel
Obispo Auxiliar de Santiago

Fuente: DOP Santiago

Santiago, 28-11-2005