Homilía en la Misa de Acción de Gracias por la firma del Tratado de Paz y Amistad entre Chile y Argentina
Nos reúnen esta tarde la alegría, la gratitud y la esperanza.
1. (La alegría)
Nos reúne, en primer lugar, la alegría.
“¡Qué bueno, qué grato es estar reunidos entre hermanos!”, dice el salmista. Su gozo es nuestro gozo.
Hace ya algunos años, cuando la situación entre Chile y Argentina se volvía inquietante, tuve la oportunidad de participar en Monte Aymond, en el extremo sur de nuestro continente, en un encuentro de jóvenes de ambos países, presididos por los obispos de Río Gallegos y de Punta Arenas. Los jóvenes, que eran varios centenares, se mantenían separados por las barreras fronterizas, a una cuadra de distancia. Se dio una señal, se levantaron las barreras y argentinos y chilenos corrieron al encuentro, los unos de los otros, se abrazaron como hermanos muy queridos y luego, sentados en el suelo helado y duro, en medio de un temporal de nieve, mordidos por un frío glacial, conversaron alegremente, superando con su ánimo juvenil todas las diferencias que preocupaban a los diplomáticos.
Esta tarde, -como en la visión de Isaías-, me parece ver “abajarse las cumbres de nuestra cordillera, terraplenarse sus valles y sus quebradas, enderezarse las curvas y aplanarse el camino” (Lucas 3,5) para que chilenos y argentinos podamos correr al encuentro los unos de los otros y -pese a las grandes dificultades que afrontan nuestros dos países- gozar la alegría de la paz reafirmada y de la amistad reanimada.
2. (La gratitud)
Nos reúne la alegría. Nos reúne también la gratitud.
Nuestro Dios se nos ha dado a conocer como Trinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu, misterio insondable de amor infinito, intensidad inefable de una paz que nos interpela y nos invita a compartirla y que se derrama como un torrente de agua viva sobre quienes abran sus corazones para recibirla.
El Hijo de Dios hecho hombre, Jesús, el Cristo, el Señor de nuestras vidas, es el Príncipe de la Paz, es el que viene a colmar el deseo de paz -paz en la verdad, paz en la justicia, paz en el perdón, paz en el amor- que es el más ardiente anhelo del corazón humano. El da la paz al hombre que la acoge, el da la paz a los pueblos que abren sus puertas para recibida.
A la Santísima Trinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y a María Santísima, fiel adoradora de la Trinidad, puro reflejo de Cristo y Reina de la Paz, vaya nuestra inmensa gratitud.
El agradecimiento al Dios de los cielos no quita el debido reconocimiento y gratitud a quienes aquí en la tierra han sido, entre sus manos, instrumentos de su paz:
- al gobierno de Chile, al Excmo. señor Presidente de la República, a la Honorable Junta de Gobierno, a los ministros de Relaciones Exteriores y a sus colaboradores, civiles o militares, pertenecientes a diversas corrientes espirituales o políticas, que han puesto en movimiento y manejado con diligencia las condiciones de la paz. Cada vez que tuvieron paciencia, cada vez que supieron ceder en lo que se podía ceder para lograr lo que se quería lograr, fueron instrumentos de la paz de Dios.
Señor Embajador de la República Argentina: le pedimos que exprese a su Gobierno la gratitud de la Iglesia Católica en Chile por su voluntad eficaz de paz que nos ha permitido llegar, argentinos y chilenos, a esta hora de gozo. Dígale a su pueblo que, si alguna vez fuimos adversarios en litigio, nunca los chilenos hemos visto en los argentinos, enemigos; que la amistad fraternal fue siempre más fuerte que lo que nos dividía y que no estamos encendiendo de nuevo un fuego que se hubiera apagado, sino dando un nuevo tiraje a una inmensa fogata en que se fraguará una colaboración creciente para la complementación y la prosperidad de ambos pueblos.
3. (La esperanza)
El Tratado de Paz y Amistad entre Chile y Argentina no es sólo un logro que nos hace muy felices y agradecidos. Es también una lección que puede ser muy provechosa para la situación interna de nuestro país y que despierta por lo mismo una gran esperanza.
Sabemos ahora que la paz es posible. Puede ser difícil, pero es alcanzable.
Sabemos ahora cuáles son los medios para lograr la paz. Y que, si estos medios han sido eficaces para superar las dificultades entre dos países, pueden serlo también para superar las dificultades entre los ciudadanos de un mismo país.
Hay que querer la paz.
Hay que creer que la paz es posible.
Hay que tener paciencia y constancia porque la paz puede ser difícil.
Hay que creer en el diálogo, por largo y repetitivo que fuera, porque la alternativa al diálogo es el silencio, y el silencio es la antesala de la violencia.
Hay que esforzarse por escuchar al otro, por comprenderlo, hacerse permeable a sus planteamientos, acoger todo lo que en ellos haya de positivo.
Hay que exponer el propio punto de vista con convicción pero con humildad, tratando de convencer, sin ofender, de persuadir sin agredir.
Y, por fin, hay que saber ceder. Ceder un bien parcial para lograr un bien global. Ceder lo que uno considera un legítimo derecho por alcanzar, conforme a derecho, un bien más grande, más amplio y más estable.
Muchas generaciones de chilenos han puesto su confianza en María. Pidámosle también nosotros -con el Profeta Ezequiel- que “cambie nuestros corazones de piedra en corazones de carne”, nuestros corazones de temor, de odio o desaliento, en corazones de confianza, de amor y de alegría.
Comprometámonos a usar apasionadamente los medios de la paz, con la ayuda del Dios de la paz, para lograr para Chile la paz.
4. (Homenaje al Cardenal Fresno)
Los Obispos de Chile, reunidos en asamblea plenaria, hemos querido aprovechar esta ocasión solemne para expresar al Exmo. Señor Juan Francisco, Cardenal Fresno, nuestro afecto fraternal y nuestra adhesión a su persona y a la dignidad que le ha conferido el Santo Padre.
En su elevación al Cardenalato, no vemos tan sólo una expresión de afecto de Juan Pablo II a Chile y a su pueblo, y a la Arquidiócesis de Santiago, de la que él es el pastor. Vemos también una prueba de su estima y de su confianza en la persona de Monseñor Fresno y de su respaldo a su misión de pastor y a su vocación de pacificador.
Al concelebrar con usted esta Eucaristía, le estamos diciendo, Señor Cardenal, que nuestra unión con usted tiene sus raíces en el misterio de la Iglesia y es una expresión más de la colegialidad episcopal que nos une en el servicio de la reconciliación del pueblo chileno.
5. (Gratitud al Santo Padre y espera de su visita)
Y ahora, hermanos, nuestra mirada, llena de alegría, de gratitud y de esperanza se dirige, más allá de nuestra cordillera, más allá de la hermana República Argentina, hacia la Ciudad Santa, hacia la Ciudad fecundada por la sangre de Pedro y de Pablo, hacia aquél a quien, después de Dios y antes que a nadie, le debemos esa alegría, esa gratitud y esa esperanza: ¡el Papa Juan Pablo II!
Su mediación fue providencial. Su autoridad moral, su respeto a todos los hombres y a todos los pueblos, su inteligencia, su paciencia, su tino, su constancia, permitieron superar todos los obstáculos. A él le debemos, mejor dicho a Dios, que actuó a través de él, el don de la paz.
En pocos instantes más, todos los Obispos chilenos, en presencia del pueblo aquí reunido y en su nombre, vamos a poner nuestras firmas a la carta aprobada en nuestra reciente asamblea, en la cual le reiteramos nuestra invitación a que venga a visitamos.
Sabemos que visitará también al pueblo argentino y que su presencia en nuestros países consolidará la paz y la amistad concertadas por su mediación. Y que, chilenos y argentinos, viviremos días de conversión moral y de exaltación espiritual.
Cuando, bajando del avión en Pudahuel, la blanca figura del Sucesor de Pedro se arrodille para besar el suelo de nuestra patria; cuando, de pie, escuche por vez primera nuestro himno nacional, queremos poder decirle, y vamos a decirle:
“Santo Padre, estamos dispuestos a acoger su palabra -que es Palabra de Dios- con corazón de discípulos. Desde el primer día de su pontificado, usted nos dio un consejo: ‘¡No tengan miedo!’. Hemos desterrado el miedo.
Usted nos dijo: ‘¡Abran las puertas a Cristo!’. Al abrirle nuestras puertas a su Vicario, las estamos abriendo a Cristo.
Usted nos ha dado la paz exterior. Ayúdenos a lograr la paz interior.
Desde todas las raíces de nuestro ser de chilenos, la savia de la vida informada por la fe del Evangelio sube por las ramas hasta las flores y los frutos de hoy, ¡que al calor del sol de la verdad, de la justicia y del amor que usted nos trae, se abran flores de concordia y maduren frutos de convivencia fraternal!”.
† Bernardino Piñera C.
Arzobispo de La Serena
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
Templo Votivo de Maipú, 16 de junio 1985