Queridas hermanas:

Hoy en que la sociedad entera celebra el Día Internacional de la Mujer, nosotros como Iglesia también celebramos la vocación de ustedes en medio del mundo.

La Cuaresma, que hace exactamente una semana hemos comenzado, nos invita a todos y todas a revitalizar nuestra fe, a reaccionar ante los sufrimientos que nos rodean. Hemos comenzado un año con tanto dolor al ver las perdidas ecológicas en nuestra tierra chilena, la pérdida irreparable de vidas humanas y las pérdidas de hogares que relatan tantas historias de esfuerzo.
Por eso creo que la vocación de toda mujer, la de cada una de ustedes, es una vocación de conversión. Vocación que ha de contagiar a toda la Iglesia para que no cese en su empeño de reaccionar misericordiosamente a lo que nuestros hermanos y hermanas viven hoy. Que nos contagien la opción que Jesús hizo por los más pequeños y necesitados; por los que hoy padecen y que necesitan de nuestro corazón misericordioso.

Creo que la vocación de conversión de ustedes nos habla del fuego que Jesús vino a traer al mundo. Ustedes son mujeres de fuego, de evangelio encendido en el caminar de sus vidas y en sus relaciones interpersonales.
La vocación de conversión de ustedes nos invita a volvernos a Jesús, para centrarnos con más verdad y fidelidad en su persona, en su mensaje y en su proyecto de Reino. Ustedes llevan a Jesús dentro y lo dan a luz cada vez que son fieles a ese Reino, cada vez que purifican sus vidas a la luz de su Persona. Volver a Jesús, es volver hacia el interior, la interioridad femenina llena de posibilidades de Reino y misericordia.

Creo en la Mujer con vocación de conversión, que no deja de buscar incansablemente nuevas formas de relaciones que brotan de la frescura del Evangelio (como nos dice el papa Francisco). La conversión de ustedes ha de tener la fuerza de impulsarnos a volver a Jesús, a anunciar al ABBA, PADRE, el único Dios de la Iglesia, el Dios revelado por Cristo Jesús y que nos sacudirá de todo lo que no es Él.
Pero tener vocación de conversión, no es fácil, es para valientes… y ustedes, sin duda, son valientes. Necesitamos de ustedes una conversión sostenida en los años venideros, que muestre el camino a las y los que vienen detrás, a las nuevas generaciones. Una conversión decidida que viva el Espíritu que vivió y contagió Jesús. Una conversión sin precedentes, que geste en la Iglesia un corazón nuevo y desde la Iglesia se geste un corazón nuevo en la sociedad.

Mujeres con vocación de conversión, vivan fundamentando la Iglesia en Jesús, como la única verdad que podemos vivir; que da sentido a nuestra misión en el mundo. Llenen sus rostros de esa alegría que es creer en Cristo nuestro sumo bien. Llenen sus vidas de esa nueva relación con Jesús, intima, cercana, conocedora, apasionada, entregada. Una relación que transforma y que se genera en la lectura y conocimiento de la Palabra.
Necesitamos mujeres con vocación de conversión, que nos hagan caminar hacia un nivel nuevo de cristianismo, creativo, conocedor de Jesús, abierto, re-significado…, no nos dejen resignarnos a vivir un cristianismo sin conversión, envejecido, caduco, pasivo, mediocre, silencioso.

Queridas hermanas, les invito en este Día a orar y meditar en su vocación de conversión. Aunque no estén todas las condiciones dadas, aunque surjan dificultades y obstáculos, aunque no siempre sea comprendido el enorme caudal de una mujer creyente, no se dejen abatir, ¡crean! ¡Crean en Jesús! Animen, muevan a la Iglesia, a sus pastores, a las comunidades, movimientos apostólicos, agrupaciones sociales…, a ustedes mismas, a recuperar el protagonismo de las primeras comunidades, cuyo tesoro era anunciar la Buena Nueva de Jesús con sus propias vidas, a reunirse con gestos eucarísticos de escucha, de donación, de cordialidad, de amor fraterno.
Mujeres discípulas misioneras de Cristo Jesús, esta Iglesia de Valdivia, su pastor, las saluda en este Día y las ofrece en la eucaristía al Señor para que puedan vivir cada día con mayor ardor misionero su vocación de mujer.

Les bendice,