Carta mensual de Monseñor Juan Ignacio González a los sacerdotes y religiosos de la Diócesis de San Bernardo
San Bernardo, 5 de Julio de 2007
Queridos sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas.
Con el mes de Julio llegan también las celebraciones del vigésimo aniversario de la creación de nuestra diócesis, por el Siervo de Dios Juan Pablo II, el día 13 de Julio de 1987, fiesta de Santa Teresa de Jesús de Los Andes. Tendremos, como es natural, nues-tras celebraciones, como sucede en una familia cuando llegan acontecimientos felices e importantes, que en los próximos días serán dadas a conocer. El 13 de Julio cada comu-nidad parroquial celebrará nuestro aniversario y el sábado 19 de Agosto a las 19,30 horas, en la Iglesia Catedral, celebraremos la solemne Misa de clausura, donde estare-mos todos los sacerdotes, religiosos, religiosas y agentes pastorales junto al pueblo de Dios, alrededor del altar para dar gracias al Altísimo por los dones concedidos a nuestra Diócesis en estos primeros 20 años de su andar terreno hacia la patria celestial. Será este un tiempo de recuerdos en que la figura de los hermanos sacerdotes y religiosos y reli-giosas que han partido a la patria celestial estarán particularmente presentes y también en el que la persona de nuestro Obispo fundador, el querido Don Orozimbo estará muy presente en nuestras oraciones y nuestro agradecimiento al Señor.
Sin embargo, más allá de las celebraciones externas de por si importantes y ne-cesarias, el aspecto central de las celebraciones debe ser interior. Se funda en descubrir de una manera nueva - cada uno desde su lugar – la llamada de Dios a la Iglesia, y parti-cularmente a formar parte de esta Iglesia diocesana, donde encontramos todos los me-dios para seguir el camino hacia la casa del Padre, nuestra meta definitiva. Una Iglesia donde todos tienen un lugar y hay un lugar para cada uno. Una Iglesia donde nadie so-bra ni nadie puede sentirse imprescindible. Una Iglesia diocesana que busca afanosa-mente ser misionera, para hacer llegar – como dice el Concilio – “abundantemente” la palabra de Dios y los sacramentos de la fe a todos sin distinción. Una Iglesia diocesana que acoge y abraza a todos, especialmente a los más pobres y lo mas abandonados en el cuerpo y en el alma.
Queridos hermanos y hermanas, sentir la pertenencia a nuestra Iglesia se debe expresar en muchas actitudes, pero sobre todo en una: orar insistentemente al buen Dios para que nos conceda el don de la fidelidad a la propia vocación y la unidad entre noso-tros – férrea e indestructible – para saber gastar la vida entera, sin reservarse nada, en el servicio de nuestros hermanos.
“La fe es una caminata conducida por el Espíritu Santo que se condensa en dos palabras: conversión y seguimiento. Esas dos palabras, llave de la tradición cris-tiana indican con claridad, que la fe en Cristo implica una praxis de vida basada en el doble mandamiento del amor, a Dios y al prójimo, y expresar también la dimensión social de la vida cristiana” (Benedicto XVI a los Obispos del Brasil, 11 de Mayo 2007)
Por eso al iniciar este mes aniversario cada uno de nosotros ha de meditar en su propia fidelidad al llamado del Señor en nuestra Iglesia Diocesana. ¿Soy consciente que mi camino de santidad, aquí y ahora, se realiza en esta Iglesia particular a la que fui llamado? ¿Vivo a fondo mi pertenencia a esta Iglesia en San Bernardo, participando activamente en todas las manifestaciones de fe, celebraciones y viviendo en una intima comunión con mis pastores? ¿O algunas veces soy un verso suelto, haciendo un camino propio, alejado de la comunión afectiva y efectiva que debe mantenernos siempre uni-dos? También es un buen momento para examinar el cumplimiento de nuestras obliga-ciones sacerdotales y religiosas, sea en los trabajos parroquiales, sea en las tareas espe-cíficas que el Obispo o los Vicarios a cada uno ha encomendado.
Decía el Papa Juan Pablo I a los sacerdotes: “somos necesarios a los hombres, somos inmensamente necesarios, y no a medio servicio ni a medio tiempo, como si fuéramos unos «empleados». Somos necesarios como el que da testimonio, y desper-tamos en los otros la necesidad de dar testimonio. Y si alguna vez puede parecer que no somos necesarios, quiere decir que debemos comenzar a dar un testimonio más claro, y entonces nos percataremos de lo mucho que el mundo de hoy necesita de nuestro testimonio sacerdotal, de nuestro servicio, de nuestro sacerdocio.” (Juan Pablo I, Aloc. 9-IX-1978). Afirmemos en este tiempo de gracia nuestra identidad sacerdotal, meditando las palabras dulces y claras del recordado Papa Juan Pablo II. Nuestro “ser-vicio no es el del médico, del asistente social, del político o del sindicalista. En ciertos casos, tal vez, el cura podrá prestar, quizá de manera supletoria, esos servicios, y en el pasado los prestó de forma muy notable. Pero hoy, esos servicios son realizados ade-cuadamente por otros miembros de la sociedad, mientras que nuestro servicio se es-pecifica cada vez más claramente como un servicio espiritual. Es en el campo de las almas, de sus relaciones con Dios y de su relación interior con sus semejantes, donde el sacerdote tiene una función especial que desempeñar. Es ahí donde debe realizar su asistencia a los hombres de nuestro tiempo [...I, ayudar a las almas a descubrir al Padre, abrirse a El y amarlo sobre todas las cosas.” (Juan Pablo II, Hom. 2-VII-80). Estas palabras son plenamente aplicables a nuestras religiosas y religiosos, cuya presen-cia en la vida de la Iglesia pertenece a su propia santidad, como enseñó el Concilio, y que dan un testimonio personal del seguimiento de Cristo en la pureza, la castidad y la obediencia, según el carisma de cada instituto. Agradezco a estos hermanos y hermanas su presencia en nuestra diócesis, que nos ayuda en la tarea de evangelizar al mostrar la belleza del camino cristiano. Con la gracia del Señor caminamos todos unidos, vamos siguiendo objetivos que compartimos y estamos plenamente unidos en la fe de la Igle-sia, que manifiesta su eficacia en la unión con el Papa Benedicto XVI y con el propio Obispo.
A mitad del mes de Julio, como marcando el zenit de nuestra vida, la Solemni-dad de Nuestra Señora del Carmen, Reina y Patrona de Chile, será un momento muy oportuno para levantar el corazón públicamente en acción de gracias por tantos dones recibidos en esta diócesis en su primeros 20 años. Al recorrer las calles de nuestras ciu-dades y campos con la venerada imagen que miraron con amor y esperanza los Padres de la Patria y nuestros antepasados, pediremos a ella que nos haga discípulos fieles y misioneros encendidos de su Hijo Jesús.
Con mi afectuosa bendición
† Juan Ignacio González Errázuriz
Obispo de San Bernardo