Homilía en el Te Deum de Fiestas Patrias
Catedral de Coyhaique, 18 de Septiembre de 2007
Fecha: Martes 18 de Septiembre de 2007
Pais: Chile
Ciudad: Coyhaique
Autor: Mons. Luis Infanti de la Mora
Texto bíblico: Juan 4, 5 – 15
En estos lindos días primaverales, nuestra bandera flamea, orgullosa, solemne, en cada hogar, edificio, calle y plaza de los pueblos y ciudades de nuestro país. Las banderas flameantes expresan la fiesta y la identidad que un pueblo, desde hace casi 200 años, en Fiestas Patrias renueva su
compromiso de libertad y se reúne en
agradecimiento a Dios por la tierra bendita en que vivimos y por la historia que Él construye:
- animando nuestra
libertad,
- inyectando
amor a nuestro corazón, a nuestra mente y a nuestra voluntad,
- guiando nuestros pasos por la senda de la
justicia y fraternidad,
- encendiendo cada día la luz de
su verdad,,
para que descubramos el poderoso valor de nuestra identidad, cultura y fe.
A este
Dios de amor, de la vida y de la historia, que lo reconocemos presente entre nosotros en Jesucristo, su rostro, su Palabra, su misterio y su proyecto para la humanidad,
a Él hoy le alabamos, le bendecimos, le glorificamos, le damos gracias.
Gracias, distinguidas autoridades, y hermanos y hermanas todos presentes en este templo catedral de Coyhaique, y los que nos acompañan en cada lugar de nuestra querida región a través de la radio,
Gracias por estar aquí, no sólo en una ceremonia, sino en un encuentro fraterno, familiar, de oración y de comunión, entre nosotros y con Dios.
Sin Él, nada somos.
Sin Él, nuestras palabras, decisiones y obras no tienen alma ni espíritu.
Sin Él, nuestra historia tiene rumbo incierto.
La oración es un encuentro profundo con Dios, que
nos hace reconocer quienes somos, cada uno y como pueblo.
Como sucede en el Evangelio que hemos escuchado.
Jesús, cansado, se sienta al borde del pozo. En una región como la de Samaría, donde el agua es escasa, los pozos son un lugar donde la gente acude con frecuencia, son lugares de encuentro.
Incluso es cerca de un pozo donde Isaac, Jacob y Moisés encontraron y conocieron a su esposa.
En el Antiguo Testamento, los pozos son lugares que
evocan encuentros fraternos, relaciones humanas, diálogos, compromisos comunitarios, proyectos de comunión, llegando incluso al matrimonio.
Para Jesús todo encuentro con personas, es significativo. Junto al pozo de Sicar se encuentra con una mujer, de la cual no aparece el nombre, por que, tal vez, en ella caben los nombres de cada uno de nosotros.
En esta mujer, hoy queremos sentir que Jesús se encuentra con cada uno de nosotros, como personas y como pueblo. Él toma la iniciativa y se presenta como
un necesitado, como un pobre que pide ayuda, pide de beber,
busca despertar nuestro amor, nuestra solidaridad, busca el encuentro, quiere establecer una comunión,
una alianza, un matrimonio con nosotros.
Sabe que en cada uno de nosotros hay un gran potencial solidario, hay una gran reserva de amor, de paz, de justicia, de comunión, de felicidad, que surge y se fortalece en el encuentro y alianza con Él.
Como personas y como pueblo somos como un pozo con un abundante manantial de agua viva. Agua viva que encontramos en nuestra historia, en nuestra cultura, en nuestras sanas tradiciones, en nuestra tierra, en nuestra fe.
Un agua viva que puede saciar la sed de tantas hermanas y hermanos sedientos de sentido, ansiosos de encontrarse con ejemplos edificantes y convincentes de vida plena y feliz.
La mujer samaritana va a buscar agua al pozo y aparentemente tiene todo para hacerlo. Pero en el diálogo con Jesús se da cuenta que el agua del pozo no es suficiente para apagar su sed profunda, existencial.
En el diálogo con Jesús, la mujer se da cuenta que hay
un agua viva, que es un don de Dios, que sacia la sed de bien y de justicia del ser humano.
Se da cuenta que el agua viva no es una “cosa”, sino Cristo mismo, que se dona y dona su vida para que entremos en comunión con Dios y Él nos dé la dignidad, la divinidad a nuestra vida.
Por eso, la mujer, en este diálogo con Cristo, descubre sus vacíos, sus superficialidades, sus necesidades existenciales que no le permiten alcanzar, por sí sola, la paz y la felicidad. Y le pide “dame tú de esa agua”, manantial de vida.
Es el mismo grito de tanta gente de nuestro pueblo.
¡ Dame tú de esa agua !
Un grito dirigido a Cristo y a nosotros, al pozo de las aguas puras y cristalinas de nuestra inteligencia, de nuestra generosidad, de nuestra responsabilidad social, de nuestra fe, de nuestros bienes. Porque el corazón humano busca con ansia el agua de vida, en los pozos que están a su alcance.
Grave sería que el pozo de nuestra vida tuviera en sus profundidades
las aguas podridas y contaminantes del egoísmo, del orgullo, de la envidia, de la violencia, de la injusticia, de la deslealtad, del consumismo, de intereses mezquinos, y no del bien común y de la solidaridad para saciar la sed de nuestros hermanos.
“Felices los que tienen hambre y sed de ser justos” nos diría Jesús.
Qué significativo este Evangelio para nuestro país y especialmente para nuestra región de la Patagonia.
¿ Podremos nosotros ser pozo con manantiales de agua viva, para beber en él ¿
• Bebemos de nuestro propio pozo, manantial de agua viva, cuando descubrimos el potencial de solidaridad y servicio, expresado, por ejemplo, frente a los difíciles momentos provocados por los temblores en la región y especialmente en Puerto Aysén, por tantas personas e instituciones que llevaron fortaleza, confianza, cercanía y esperanza a la población, sin buscar intereses egoístas ni orgullos personales.
• Bebemos de nuestro propio pozo, cuando reflexionamos y buscamos caminos para superar hechos de violencia, a veces tan trágicos como algunos ocurridos este año en nuestra región, o de violencia intrafamiliar, o de grupos que se sienten marginados, signos premonitores de una sociedad enferma.
• Bebemos de nuestro propio pozo, cuando vemos un país y una región que crecen económicamente, pero sus cifras no se ven reflejadas en el rostro y el corazón de un grupo importante de personas. Y por lo tanto, bendito sea Dios, si orientamos nuestras búsquedas y decisiones hacia una mejor distribución de la riqueza, hacia una mayor justicia y equidad en el trabajo y sus exigencias éticas de compensación y dignidad, que merecería, incluso, una necesaria adecuación a las mayores exigencias que significa vivir en nuestra región de Aysén.
• Bebemos en nuestro propio pozo, cuando vemos a educadores, personal de salud, carabineros, campesinos, que sirven en lugares tan alejados, con un generoso, honesto, sacrificado y valiente compromiso con su pueblo y con esta tierra.
• Bebemos en nuestro propio pozo, cuando valoramos los nuevos pasos, para mejorar la situación de los ancianos y de los pensionados.
• Bebemos en nuestro propio pozo, cuando tomamos conciencia que vivimos en una región privilegiada en el mundo por sus riquezas naturales, y especialmente abundante en agua, elemento indispensable para la vida, y hoy escaso o inutilizado por su contaminación en tantos lugares del planeta. Con estas abundantes riquezas naturales nos une una responsabilidad social, una comunión, una alianza solidaria y ética con la humanidad, que no podemos ni debemos tratar como mercancía en manos sólo de intereses particulares, considerando que “la tierra es de Dios” y nosotros somos sus administradores, para hacer que los bienes que Dios ha sembrado tan generosamente en nuestra región, sean para el uso sabio, responsable y solidario de toda la comunidad, especialmente de los más pobres y marginados.
Cuan importante será entonces para nuestra región, frente a situaciones que ya se dan, y a propuestas en acto referentes al uso de los recursos de la naturaleza, que facilitemos la mayor información y participación ciudadana, serena, fraterna y democrática, en vistas a decisiones sabias, proféticas y acordes con la cuestionante realidad del deterioro de la vida en nuestro planeta y de la calidad de vida de los seres humanos.
Como Cristo, en el Evangelio que hemos leído, estamos llamados a ser fuente de agua viva para los demás, fuente para saciar los anhelos y las necesidades más profundas de los que sufren la aridez humana, espiritual y material.
Fuente de agua viva con nuestra palabra y acción, con nuestra acogida y compasión, con nuestro diálogo y verdad, con nuestra fe y solidaridad.
Ejemplo de ello fue el P. Hurtado, y un ejemplo más cercano aún, incluso para nuestra región, fue el recordado
Cardenal Raúl Silva Henríquez, de quien en estos días conmemoramos los 100 años de su nacimiento. Él nos dio ejemplo e instó a ser fuente de agua viva, respondiendo a los desafíos de cada momento histórico, fortaleciendo siempre el “
alma de Chile”, forjada en el respeto, el amor a nuestra tierra, la solidaridad, la fisonomía espiritual y moral, las sanas tradiciones, la independencia, el derecho y la justicia.
El “alma de Chile” es la mejor agua que debemos sacar de nuestro propio pozo. Un alma que ve, considera y trata a las personas como hijos de Dios, a los bienes de la naturaleza como dones de Dios a ser compartidos, y a Dios mismo como nuestro Padre, Creador y Señor.
Un alma que también en Aysén debemos cuidar y hacer florecer más.
Que en estos días de la Patria, nuestra fiesta sea expresión de la alegría y comunión para construir un país donde cada ciudadano goce de paz, prosperidad, libertad y justicia,
suficientes para realizarse como personas orgullosas de vivir en esta tierra de Dios. AMÉN.
† Luis Infanti De la Mora, osm
Obispo Vicario Apostólico de Aysén
Coyhaique, 18 de septiembre de 2007