Homilía de Monseñor Chomali en Eucaristía por Semana de la Familia
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Homilía de Monseñor Chomali en Eucaristía por Semana de la Familia

Fecha: Lunes 08 de Octubre de 2007
Autor: Monseñor Fernando Chomali, Obispo Auxiliar de Santiago

En primer lugar quisiera saludarlos afectuosamente en el Señor. Comienzo por aquellas personas que están aquí celebrando la Clausura de la Semana por la Familia: al Vicario Episcopal, P. Marco Burzawa, a los sacerdotes que han venido con sus comunidades y, por sobre todo, saludo a las familias aquí presentes, a los papás, las mamás, los niños que se han congregado en este día tan importante. La buena nueva del matrimonio se hace presente en este lugar, una buena nueva que nos llena de esperanza.

Quisiera detener mis pensamientos de modo muy especial en las familias que pasan por dificultades económicas, sociales, espirituales y morales. Ofrezco por ellos mis oraciones.
Un saludo especial a aquellas personas que por distintas circunstancias han visto con dolor desmembrarse sus familias, ya sea por la ausencia del padre o de la madre, por la muerte de uno de ellos, por la separación, o por la violencia que hacen muy difícil la convivencia.

Un saludo a las parroquias aquí presentes, a todos los movimientos, colegios y agrupaciones que promueven la familia, y muchas veces no sin dificultad. Un saludo cariñoso a los agentes pastorales, a las pastorales familiares, a las comunidades de matrimonios.

Bendigo al trabajo cotidiano de tantos hombres y mujeres que entregan lo mejor de sí para procurarles bienestar a sus familias madrugando día a día para ir en búsqueda del alimento para sus hogares. Un saludo especial a los que están sin trabajo. También saludo a las mujeres que tienen que compatibilizar la vida familiar y laboral a veces de manera heroica y que son un ejemplo para todos nosotros. Sí, a las mujeres, alma del hogar, a las madres un afectuoso saludo.

Sólo Dios sabe cuánto sacrificio hay detrás de cada familia, así como esmero y amor para sacar adelante esta comunidad de vida y amor que es la familia. Sólo Dios sabe los desvelos que hay detrás de cada padre y madre para crecer como personas y como matrimonio junto a sus hijos.

Un saludo especial a los niños y jóvenes, que son una gran bendición para la sociedad y la Iglesia, y que nos dan esperanza y fuerza para trabajar en la construcción de un mundo mejor.

La Iglesia los acompaña, la Iglesia reza por ustedes, la Iglesia les anuncia sin descanso la Buena Nueva de la Salvación que trae Jesucristo y que inunda la realidad de la familia con una luz y una esperanza nueva. Sí, porque lo mejor que puede hacer la Iglesia para acompañar a las familias, para fortalecerla en su actuar, para hacer que la valoren en toda su riqueza es anunciar a Jesucristo y la buena Nueva que trae acerca de la dignidad del hombre y de la mujer, del matrimonio, de la familia y del don inestimable de la vida humana. En efecto, el Concilio Vaticano II nos recuerda que Jesucristo le revela al hombre el propio hombre y le hace descubrir la sublimidad de su vocación. Mirando a Jesucristo podemos decir; familia sé lo que eres, familia, sé cual es tu razón de ser. Mirándolo a él comprendemos por qué estamos en este lugar de oración diciéndole sí a la familia.

Pero Jesucristo, el Hijo de Dios, no sólo nos revela la verdad acerca de quiénes somos, sino que también nos invita a actuar en consecuencia.

Hermanos y hermanas, es indispensable fortalecer la familia, animar a la familia, proponerla en toda su riqueza desde Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, razón de ser del universo y de cada uno de nosotros. Sólo Él es capaz de iluminar el misterio del hombre y del matrimonio. Sólo en Él podemos comprender en profundidad el valor de la familia, el carácter insustituible que tiene y la inmensa responsabilidad que grava a las personas que tienen algún encargo o autoridad respecto de ella.

Nos preocupa que no se reconozca en algunos sectores de la sociedad la verdad originaria presente en la familia, muchas veces fruto de una mirada materialista de la vida, de la sociedad o de la familia. Una concepción reduccionista de la familia no colabora en la construcción de una sociedad a la altura de la dignidad del hombre. La familia es la célula fundamental de la sociedad y es la razón de ser de ella y toda acción debe apuntar a su fortalecimiento.

Somos unos convencidos que la persona humana, desde su centralidad y el reconocimiento de su dignidad que proviene del mismo Dios comprenderemos el sentido profundo de la familia, del matrimonio, en definitiva del amor humano concretizado en la unión indisoluble de un hombre y una mujer para que se ayuden, vivan en comunión, se abran a la vida y eduquen a sus hijos. Esa es la buena nueva que nos trae la fe que profesamos.

Desconocer esta realidad es un error. Desconocer que sólo entre un hombre y una mujer puede haber matrimonio por darse allí la nota de complementariedad y apertura a la vida, es un error y además tergiversa su valor y su sentido más profundo inscrito en lo profundo del ser humano creado hombre y mujer a imagen y semejanza de Dios.

Nadie puede negar el derecho que tiene todo niño a ser concebido, llevado en las entrañas y educado por sus padres, por su papá y su mamá, hombre y mujer. Una ley que no promueva aquello atenta en contra del bien común. La ley también ha de ser ética. Nos mueve el convencimiento que es una buena nueva anunciar que la familia fundada en el matrimonio es el lugar más adecuado para que un niño comience la aventura de la vida y se sostenga en ella. Eso es lo que enseñamos, eso es lo que promovemos y hacia eso van dirigidas todas nuestras acciones pastorales en la Vicaría para la Familia, los colegios y parroquias y, por cierto la enseñanza en el seno de las familias.

Se vulnera ese derecho cuando el niño surge de técnicas de fecundación artificial. Se vulnera ese derecho cuando es abortado. Se vulnera ese derecho cuando es adoptado por personas del mismo sexo que cohabitan.

Son dolorosas las consecuencias de haber disociado de manera tan brutal el vínculo afectivo corporal con la persona y su inherente misión procreativa.

Sabemos que los matrimonios han disminuido estrepitosamente y las separaciones y divorcio aumentado, y la consecuencias de aquello: cada vez hay menos matrimonios, cada vez hay menos niños, y como consecuencia cada vez hay más dolor y más soledad, especialmente entre las jóvenes generaciones.

A la luz de estas dramáticas cifras nuestra presencia aquí es para decir que queremos que se reconozca el valor del matrimonio y hacer ver que es la condición de posibilidad de un mundo mejor, de un Chile más fraterno y pacífico.

Jóvenes, educadores, legisladores, matrimonios aquí presentes, nos urge promover la vida matrimonial. Urge por ser éste el lugar propio de la vida de las personas y la garantía de una sociedad auténticamente humana, pacífica y justa.

Nos dijo Juan Pablo II en Chile hace 20 años, que el futuro de la humanidad se fragua en la familia. Creemos en ello y por esto la promovemos y la cuidamos. Es un modo excelso de hacer la voluntad de Dios. Es un modo excelso de vivir el ideal de santidad que se anida en el corazón del creyente y de trascendencia que se anida en toda persona.

Es el modo excelso para promover una sociedad libre de tantos males que nos acechan.

La familia es el lugar insustituible del amor, es el lugar donde se nos reconoce como seres humanos independientemente de lo que hacemos, de si estamos sanos o enfermos. En la familia se nos ama y respeta.

Es en la familia donde se nos enseña a reconocer el valor de la vida, el valor del otro. Es allí donde se nos enseña a compartir y no a competir. La familia es la primera escuela de humanidad. Es la gran escuela para comprender el sentido profundo de la vida. La familia es el lugar dónde se ha de formar una conciencia recta capaz de reconocer, distinguir el bien del mal y actuar en consecuencia.

Hoy esta tarea, este mensaje, esta Buena Nueva se hace más urgente que nunca. Apoyamos a aquellas personas que han visto dolorosamente naufragar su matrimonio, pero no por ello vamos a negar su verdad, su valor, su sentido más profundo. Y eso es lo que se ha hecho. Y nos duele. En efecto en Chile se ha aprobado una ley de matrimonio con disolución de vínculo, conocida como ley de divorcio. Grave daño se le ha hecho a la sociedad. Grave daño se les ha hecho a las personas al decirles que los elementos propios del matrimonio, la indisolubilidad y la unidad, no son tales. ¿Acaso el compromiso para toda la vida, no es lo que el hombre y la mujer y los niños se merecen?

No sin razón el mismo Juan Pablo II se refirió al divorcio como “un cáncer que destroza la familia, esteriliza el amor y destruye la acción educativa de los padres cristianos”. El Concilio Vaticano II habla de una epidemia que opaca la dignidad de esta institución.

Estamos preocupados. Han surgido muchas leyes que han empobrecido a la familia y al valor del matrimonio y han ido haciendo mella en tantas personas, especialmente en la conciencia de los más jóvenes. Estamos preocupados porque muchas personas con altas responsabilidades no han comprendido el valor del matrimonio y de la familia, en nombre de una libertad disociada absolutamente de la verdad que la persona lleva grabada.

Se encuentra en el Senado de la República una ley que estudia medidas contra la discriminación. Este rimbombante nombre no es más que la dictadura del relativismo que niega cualquier referencia a una moral objetiva, que niega la posibilidad de conocer la verdad que la realidad lleva grabada y se conforma con hacer de los gustos o ideas personales un valor absoluto. En nombre de la libertad, este proyecto destruye la realidad. Me parece acertadas las palabras de Benedicto XVI cuando dice que la familia es patrimonio de la humanidad y lugar insustituible para la serenidad personal y la para la educación.

Con todo, en medio de esta situación son miles y miles las familias que día a día van tejiendo una historia de amor. Y hemos venido a este lugar para dar gracias a Dios por los dones recibidos, para llenarnos del amor de Dios y de su enseñanza y ver que no estamos solos.

Hemos de trabajar arduamente mostrando que el matrimonio y la familia es una buena nueva. Hemos de mostrar que una sociedad justa y pacífica surge de personas justas y pacíficas y el seno de la familia es el lugar por excelencia para que ello ocurra.

Hemos venido confiando que nuestro testimonio de fidelidad al Señor y a su plan trazado desde toda la eternidad para el hombre y la mujer dará frutos tanto en nuestros hogares como en la sociedad toda.

Hemos venido confiados en que este encuentro nos va a dar más fuerza para seguir peregrinando por este mundo.

Pidámole a la Santísima Virgen Madre y Reina de Chile que ilumine a nuestro país y a todos los chilenos para que Chile vaya por la senda del respeto y la promoción de la familia.

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