Al final de cada año nos concede el Señor este tiempo de alegría y esperanza. Algo misterioso sucede en el ambiente; todos, de alguna manera, buscamos la forma de alegrar a alguien con un recuerdo en la oración, un saludo, un regalo, con una visita o un llamado. En todos brota un misterioso deseo de hacer el bien, de dar cariño, de causar alegría.
1. La Navidad saca de nosotros lo mejor que tenemos que es la capacidad de amar… nos vuelve instrumentos de alegría para los demás y nos mueve a conseguir algo que les haga falta a las personas que amamos.
2. Sin darnos cuenta, el Espíritu Santo nos mueve interiormente para recibir al Hijo de Dios con el más hermoso de los adornos: el amor de unos por otros, la colaboración para la paz. Esto es lo que más agrada al Señor que viene a sembrar esperanza en los corazones, las leyes, las formas de vivir y de relacionarnos. El Señor viene “para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.” (Lc 1, 78-79)
3. Este es un tiempo para preparar los caminos, decía Juan el Bautista, porque Dios viene a vivir en medio de nosotros. La verdadera Navidad consiste en un encuentro con Alguien que le da un significado nuevo a todas las cosas.
4. Aprovechemos estos días, marcados por el silencio y la oración, para ordenar la casa, ordenar nuestras vidas, ordenar el corazón. Sin darnos cuenta, la vida se nos va desordenando…cosas que se deterioran, otras fuera de lugar, otras que se pierden, otras se acumulan inútilmente y ocupan espacio. El desorden de la vida produce cansancio, confusión, irrita y desorienta. El desorden del alma también produce malestar, cansancio y tristeza. Es necesario ordenar.
5. Por medio de la oración y la meditación de su Palabra, el Señor nos ilumina y nos da la luz y la fuerza para ubicar todo en su lugar. Seguramente, esto requerirá un esfuerzo, un trabajo, una dificultad…pero vale la pena intentarlo.
6. El nacimiento de Jesús revela al mundo cuál es el orden nuevo y verdadero. El pesebre nos ofrece el modelo para corregir nuestra vida y para poner en su lugar personas, cosas, preocupaciones… los desórdenes personales y sociales suelen ser causa de mucho dolor, de muchas injusticias y violencias.
7. En el pesebre está el orden nuevo que necesitamos en todas las cosas: Dios en el centro y, adorándolo, la Virgen María y San José. Un poco más lejos, los pastores, reyes, animales, la paja y las piedras. Así es una vida ordenada; todo orientado hacia Cristo, Dios y hombre verdadero. Toda la creación, las personas, los minerales, los vegetales y animales puestos a disposición del Hijo de Dios.
8. Si desaparece Dios del centro todo se desordena y confunde, todo pierde sentido. La ruptura del orden querido por Dios, que es el pecado en todas sus formas, es lo que enferma la vida humana, rompe la armonía y seca la fuente de la alegría.
9. Dios amado, adorado, escuchado, obedecido, servido y contemplado debe estar en el centro de la existencia personal y social. Ese es el testimonio que nos recuerdan las figuras del pesebre y que presiden la Virgen María y San José.
10. En el pesebre están los primeros discípulos y misioneros del Señor… para ellos toda la vida fue así: pendientes del Emmanuel, pendientes de sus necesidades, de sus gestos, de sus palabras y de sus obras que inauguran el Reino de los cielos y abren a todos las puertas de la vida… así necesitamos vivir, pendientes de Cristo en la Eucaristía, en la Palabra de Dios, en los tristes, frágiles, enfermos, solos y pobres…
11. Cuando Dios no es lo central en la vida humana, todo lo demás se hace confuso y pérdida. Sin el Señor podemos tener todo lo necesario y vivir en la miseria, amargados, violentos y sin esperanza.
12. El pesebre pone ante nuestros ojos la verdad que da un sentido nuevo a todas las cosas “…Dios nos ha bendecido en Él con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales,…todo fue creado por Él y para Él” (Ef 1,3). Dios Padre, por medio de su Hijo se acerca a nosotros con un amor que es más fuerte que la muerte: esta es la noticia que cambia todas las cosas.
13. Para que venga su Reino a nuestro mundo, a nuestra sociedad, a nuestros hogares, a nuestros lugares de trabajo, es preciso fijar la mirada en Belén, contemplar en silencio y tratar de reproducir ese orden en nuestras vidas.
14. La Navidad es una ocasión preciosa para renovar nuestra vida de oración y nuestra actitud misionera. La alegría de encontrar la Luz nos debe impulsar hacia los que viven en tinieblas y en sombras de muerte. La misión ayuda a descubrir al Señor en la propia vida para que la fuerza humilde de su paz y de su amor nos ayude a sentir, ya en esta vida, el aroma del cielo.
15. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias. Este es el mejor servicio -¡su servicio!- que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y naciones. (Benedicto XVI, Homilía Eucaristía, Aparecida)
16. La misión, el espíritu misionero, nace por el desborde de alegría que provoca el encuentro con el Señor. La alegría cristiana -nos dice el Papa Benedicto-, “…se sostiene en esta certeza: Dios está cerca, está conmigo, en la alegría y el dolor, en la salud y la enfermedad…Y esta alegría permanece en la prueba, en el mismo sufrimiento, y no se queda solo en la superficie, sino que está en el fondo de la persona que a Dios se confía y en Él confía" (Ángelus, 16 Diciembre 2007).
17. En esta Navidad abramos el corazón para esperar una nueva entrada del Señor en nuestra vida. Hagámoslo con la valentía y la confianza de la Madre del Señor que abre su corazón y su vida entera para que venga la alegría del Reino a todas las vidas.
El Señor les llene de bendiciones junto a sus familias y seres más queridos, los bendice con cariño… ¡Feliz Navidad!
† Horacio Valenzuela Abarca
Obispo de Talca