El miércoles seis de febrero se inicia, este año, el Tiempo de Cuaresma con el Miércoles de Cenizas, así llamado por la signación que acompaña a la invitación que hace el ministro a cada fiel para adentrarse en este período de características tan especiales. La Cuaresma es tiempo de esperanza y conversión, es tiempo de dejar, en alguna medida, la preocupación por nuestras inquietudes materiales del vivir diario, de modo que su precariedad no puedan significar obstáculo para nuestro encuentro con el Señor. Su contenido esencial se resume en el llamado a la conversión que se nos hará al imponernos las cenizas ese día: “En el tiempo cuaresmal la Iglesia se preocupa de proponer algunos compromisos específicos que acompañen concretamente a los fieles en este proceso de renovación interior: son la oración, el ayuno y la limosna” (S.S. Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma de 2008).
Esta renovación interior a que se nos convoca todos los años, durante los cuarenta días previos a la víspera del Viernes Santo, finalizando antes de la Misa de la Última Cena, debemos hacerla durante el acompañamiento a Jesús en su camino que ha de conducirnos a la muerte cruel e infame de la Cruz, aceptada voluntariamente por el Señor para redención de todos los hombres. En las palabras del Papa, es un camino de oración, ayuno y limosna pero, al mismo tiempo, una ruta plena de gozo ya que debe llevarnos, a través del dolor, a la alegría sublime de la resurrección. En el momento de su elevación en la Cruz, Jesús asume sobre sí los pecados de la humanidad ... para acompañarlo, nuestra oración debe ser de profundo arrepentimiento por nuestras faltas, idealmente en el Sacramento de la Reconciliación. Sabemos que Dios, en su infinita bondad, sabrá comprendernos si nuestro arrepentimiento es sincero: “El sacrificio que Dios quiere es un espíritu contrito: un corazón contrito y humillado tú, oh Dios, no lo desprecias” (Sal 50,19). Nuestro ayuno debe ser alegre, de “cabeza perfumada y cara lavada” (cf Mt 6, 17), siguiendo las palabras del profeta: “El Ayuno que yo quiero es éste: que abras las prisiones injustas, que desates las correas del yugo, que dejes libres a los oprimidos, que acabes con todas las tiranías, que compartas tu pan con el hambriento, que albergues a los pobres sin techo, que proporciones vestido al desnudo y que no te desentiendas de tus semejantes” (Is 58,6-7).
El compromiso a la limosna es el que privilegia el Papa, para ser desarrollado, en su Mensaje de este año. Nos dice, en su número 4: “Invitándonos a considerar la limosna con una mirada más profunda, que trascienda la dimensión puramente material, la Escritura nos enseña que hay mayor felicidad en dar que en recibir (Hch 20,35). Cuando actuamos con amor expresamos la verdad de nuestro ser: en efecto, no hemos sido creados para nosotros mismos, sino para Dios y para los hermanos (cf. 2Cor 5,15). Cada vez que por amor de Dios compartimos nuestros bienes con el prójimo necesitado experimentamos que la plenitud de vida viene del amor y lo recuperamos todo como bendición en forma de paz, de satisfacción interior y de alegría”. Sea este nuestro espíritu cuaresmal ya que, como cada año, la Campaña Cuaresma de Fraternidad ofrece a cada hombre o mujer de Chile la posibilidad de ser parte de esta plenitud que tan elocuentemente nos ha descrito el Sumo Pontífice. Cuando contemplemos las pequeñas caras que nos observan desde los afiches, sepamos ver en ellas el rostro de Aquel que se inmoló para nuestra salvación. Si somos capaces de sumarnos a esta Campaña, tengan la seguridad que, tanto Él como los niños estarán sonrientes ... y en esa alegría podremos encontrar, todos y cada uno, nuestro camino a una Pascua verdadera, plena de Paz, Amor y Fraternidad.
† René Rebolledo Salinas
Obispo de Osorno
Osorno, Febrero de 2008