Texto completo del mensaje dirigido a los fieles de la Arquidiócesis de Santiago por el Cardenal Francisco Javier Errázuriz, con motivo del inicio de la Misión Continental, este domingo 17 de agosto de 2008.
Fecha: Domingo 17 de Agosto de 2008
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Francisco Javier Errázuriz Ossa
“Al terminar la Conferencia de Aparecida, en el vigor del Espíritu Santo, convocamos a todos nuestros hermanos y hermanas, para que unidos, con entusiasmo, realicemos la Gran Misión Continental. Será un nuevo Pentecostés que nos impulse a ir, de manera especial, en búsqueda de los católicos alejados y de los que poco o nada conocen a Jesucristo, para que formemos con alegría la comunidad de amor de nuestro Padre Dios. Misión que debe llegar a todos, ser permanente y profunda” (Mensaje final, 5)
A todas las comunidades que comparten la vida y la misión
de la Iglesia en nuestra Arquidiócesis
Queridos hermanos y hermanas en el amor de Cristo, nuestro Señor,
En la hermosa ciudad de Quito, que con sus templos coloniales recuerda la primera evangelización de nuestro Continente, los Presidentes de las Conferencias Episcopales de América Latina y del Caribe se han reunido para celebrar el tercer Congreso Misionero de América. Todos ellos, unidos al Santo Padre, han querido dar inicio en este día a la Misión Continental que nos propuso la Vª Conferencia general del Episcopado Latinoamericano. El Papa les ha enviado un mensaje y también un tríptico, uno para cada país, semejante al que él les regalara a los obispos el 13 de mayo del año pasado, al inaugurar junto al santuario de Nuestra Señora Aparecida la Vª Conferencia general. Como símbolo de la renovación que impulsará la Misión Continental, envía los trípticos para que tengamos presente las raíces en la vida de Cristo y de la naciente Iglesia de nuestra firme resolución de ser y formar “discípulos misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida”.
Unidos a todas las diócesis de Chile, de América Latina y del Caribe damos inicio en este día a la Misión Continental en nuestra Arquidiócesis.
Objetivos de la Misión Continental
1. Mediante la Misión queremos acoger toda la riqueza de vida y las orientaciones de la Conferencia general de Aparecida -no sólo con nuestro intelecto, sino también con nuestro corazón y nuestra voluntad-, conscientes de acoger así la inspiración, la fuerza renovadora y la conducción que el Espíritu Santo le entrega al Pueblo de Dios precisamente en este tiempo, frente a los desafíos que debemos abordar cuando iniciamos en nuestra patria los próximos cien años de nuestra historia soberana. Éste es el objetivo general de la Misión. Sus frutos serán nuestra aportación principal a la celebración del Bicentenario de nuestra Patria.
2. Como ustedes podrán comprobarlo, no se trata de una misión más, que persiga tan sólo la renovación y profundización de nuestra vida cristiana –lo que ya sería un gran objetivo. Con la gracia de Dios, iniciamos esta vez una acción misionera que quiere llegar a las mismas raíces de nuestra identidad y de nuestra misión como cristianos. En efecto, queremos lograr un encuentro tan vivo y profundo con Jesucristo, que nos transforme a todos en discípulos suyos, que responden con fidelidad y coherencia en su vida personal, familiar y social, a quien los ha invitado a seguirlo, y que aprecian tanto el tesoro que han recibido, que viven con alegría y gratitud su vocación cristiana. Acogiendo las orientaciones de Aparecida, se trata, por eso mismo, también de emplear nuestros esfuerzos en el ámbito civil y eclesial para que se cumpla la misión que Cristo proclamó como propia, y que es misión de la Iglesia, al decir: “He venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Buscamos la coherencia propia de los discípulos de Jesucristo, que nos impulse a construir la sociedad sobre las bases de la justicia, y que permita a todos vivir en paz y amistad, conforme a su dignidad de hijos de Dios.
3. La Misión Continental tendrá además otra característica. Es necesario que el poder del Espíritu Santo nos ayude a ser misioneros de Jesucristo, despertando a nuestra Iglesia en Latinoamérica del letargo de su espíritu misionero, que ha sido por tanto tiempo un signo de su debilidad y pobreza. En los decenios pasados, a pesar de ser un Continente católico, no hemos sido un Continente misionero. Hemos enviado muy pocos evangelizadores a los países en los cuales no se conoce la Buena Noticia de Jesucristo. Y recién en el último tiempo han comenzado a multiplicarse entre nosotros las misiones de verano y de invierno en muchas regiones del país que las necesitan. Con gratitud pensamos en las misiones familiares, universitarias, parroquiales, escolares, etc. Pero eso no basta. Son tantos los jóvenes que no conocen a Jesucristo, quien nos ha abierto el camino del amor a Dios y a los hermanos, tantos los niños y jóvenes que no son bautizados, que no confirmaron su fe o se han alejado de ella, y así de los caminos a la vida y la felicidad.
Aparecida y las Orientaciones Pastorales de la Conferencia Episcopal (9ss) vuelven a las raíces bíblicas de nuestra fe, y meditan sobre los primeros encuentros de Jesucristo con sus discípulos junto al Jordán. Recuerdan que los dos primeros, Andrés y probablemente Juan, después de pasar ese primer día con Jesús donde él moraba, es decir, en la casa del Padre, no guardaron para sí el don recibido. De inmediato quisieron compartir la experiencia de ese encuentro que marcaría toda su vida, e invitaron a Pedro y a Natanael a ir al encuentro del Señor. Y más tarde, junto al lago de Galilea, después de la pesca milagrosa, Cristo no sólo los eligió como discípulos suyos; de inmediato les confió una misión. Serían “pescadores de hombres”. Como nos lo recordó el Papa en Aparecida: “Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf: Hch 4,12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro.” La Misión Continental quiere ayudarnos, a todos nosotros, a conocer y acoger nuestra vocación misionera, la de todos los días. Como lo expresa el mensaje final de la Vª Conferencia general: “Desde el cenáculo de Aparecida nos disponemos a emprender una nueva etapa de nuestro caminar pastoral, declarándonos en misión permanente”.
4. Pero no pensemos que estamos ante una tarea que podamos cumplir con nuestras fuerzas humanas. Es obra del Espíritu Santo valorar con profundo asombro la venida del Hijo de Dios hasta nosotros como nuestro hermano y redentor; sobrecogernos porque Él nos amó hasta el extremo de dar su vida por nosotros, y porque siempre nos ama primero; experimentar que el Señor resucitado viene a nuestro encuentro como el que sirve; llegar a un encuentro vivo y comprometido con Jesús; despertar con espíritu misionero y audacia misionera para anunciar a Cristo a quienes se alejan de Él y viven como si Dios no existiera; encender en nosotros el amor a nuestro pueblo, de manera que los pobres, los afligidos, los extraviados, los desesperanzados tengan vida en Cristo, y la tengan en abundancia; hacer de todas nuestras comunidades y familias no sólo casas y escuelas de comunión, sino también casas y escuelas de discípulos misioneros. Todo esto no es alcanzable con meros esfuerzos humanos. Es cierto, es una obra que requiere de todo nuestro empeño, pero si no interviniera el Espíritu de Jesús, nada lograríamos. Por eso, la Misión Continental quiere cumplir su meta, implorando un nuevo Pentecostés con María, la madre de Jesús, y con todos nuestros santos.
5. Si alguien no conociera el camino que hemos hecho como Iglesia de Santiago durante los años pasados, tal vez podría cuestionar la necesidad y la oportunidad de esta Misión Continental, como si fuera algo extraño en relación a nuestro itinerario pastoral. Sin embargo, ciertamente nos indica una nueva etapa en la misma ruta que seguimos en la Gran Misión anterior, y que trazamos caminando juntos, conducidos por Cristo, nuestro Pastor, durante el IX Sínodo de Santiago. La implementación de sus unidades temáticas, que nos ayudaron a profundizar nuestra espiritualidad, a construir la Iglesia en comunión y participación, y a dar unos primeros pasos en la evangelización del corazón de la gran ciudad, desembocó en la preparación de la Conferencia de Aparecida. Después de enviar las aportaciones de más de dos mil comunidades, esperábamos sus conclusiones. Éstas confirman nuestro caminar y lo abren a una oración más eucarística y contemplativa, y a una acción pastoral más profunda, de mayor conversión y comunión, de más presencia y acción transformadora en el mundo, de mayor ardor misionero; en una palabra, lo abre a una verdadera conversión pastoral. Por esas vías gozosas, luminosas, dolorosas y gloriosas, que unen los caminos de la Virgen María y de la Iglesia con Cristo, su Esposo y Señor, queremos avanzar, con mucha fe y determinación, en el tiempo de nuestra misión Continental.
Cuando los Obispos en Aparecida trazaron este camino, lo hicieron con las siguientes palabras:
“La Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales. (…) Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva para una América Latina que quiere reconocerse con la luz y la fuerza del Espíritu” (DA 11).
Etapas de la Misión Continental
Podemos distinguir cuatro fases o etapas: La primera es una etapa preparatoria. La segunda será un tiempo de convocación y formación de los misioneros, es decir, de todos los que participan activamente en la vida y la misión de la Iglesia. Después viviremos la Misión Continental, en el sentido más propio de la palabra, la cual será sectorial y territorial , para concluir y continuar como Iglesia misionera al servicio del Reino de la Vida en nuestra ciudad y en nuestra Patria.
Si bien las fases las hemos enumerado como etapas sucesivas, bien puede ocurrir que en determinadas comunidades ellas se den en forma simultánea. Las dos primeras etapas, que deben adaptarse bien a la vida de cada iglesia particular, tendrán un carácter eminentemente diocesano. En las dos últimas etapas habrá más coordinación nacional.
1. Etapa preparatoria: La acogida, el estudio, la reflexión, asimilación y profundización de las conclusiones de la Conferencia de Aparecida.
El documento final y el espíritu que animó a la Conferencia de Aparecida es un inigualable don del Espíritu Santo, lleno de vida, de verdad, de fuerza y de esperanza, no sólo para toda la Iglesia latinoamericana, sino particularmente para nosotros. El Señor ha querido fortalecernos, renovarnos y señalarnos nuevos horizontes para la vida y la misión que hemos recibido. Aparecida renueva nuestros proyectos y nuestra mirada sobre el mundo, sobre la Iglesia y, en especial, sobre nuestro ser de discípulos, nuestra vocación evangelizadora y nuestra pedagogía pastoral. Por eso, a comienzos de este año, nos propusimos dedicar todos estos meses a esta tarea. Todavía está inconclusa. Son muchas las comunidades que tienen un conocimiento vago de las conclusiones.
A todos los responsables de comunidades parroquiales y de comunidades eclesiales de base, de institutos religiosos que enriquecen la pastoral arquidiocesana, de movimientos eclesiales, nuevas comunidades e itinerarios de iniciación cristiana, de comunidades educacionales y de otras muchas asociaciones laicales, les pedimos que durante los meses que restan de este año puedan completar y profundizar el estudio de las orientaciones que el Señor nos entregó en Aparecida, y de las Orientaciones Pastorales de la Conferencia Episcopal, que las aplica a Chile. Pueden ser de gran utilidad para este objetivo los cuadernillos sobre Aparecida que publicó el Instituto Pastoral Apóstol Santiago (INPAS).
En esta fase del trabajo comenzaremos a incorporar las conclusiones de Aparecida en todos los procesos formativos, tanto ordinario como especiales, en todas las escuelas y los cursos, que se dan en la Arquidiócesis.
2. Segunda etapa: La convocación y formación de los discípulos misioneros.
Esta etapa, Dios mediante, comenzará en marzo del año 2009. Sus destinatarios son todos los consagrados -sacerdotes, diáconos, miembros de institutos de vida consagrada- y todos los laicos comprometidos de todas las comunidades y organizaciones de la diócesis.
a. En ella queremos prepararnos a ser misioneros, enriqueciéndonos con todos los contenidos del espíritu y del proyecto pastoral de Aparecida en el ámbito de la oración, la conversión, la comunión y la solidaridad, y tomando iniciativas misioneras, saliendo al encuentro de quienes buscan a Jesucristo y nos necesitan.
b. En un primer tiempo, profundizaremos nuestro propio encuentro con Jesucristo. Queremos escuchar sus palabras: “Vengan y lo verán”, para estar junto a Él, acompañarlo y descubrirlo, dejándonos trasformar por su amor, su perdón y sus enseñanzas. Todos debemos estar capacitados para encontrarlo en todos los lugares de encuentro en que se ha quedado cerca de nosotros, para poder conducir a otros hacia Él . Lo queremos encontrar en su familia, la Iglesia, y de modo privilegiado en la liturgia -especialmente en la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación-, y en toda oración personal y comunitaria. Anhelamos encontrarlo en su Palabra –aprenderemos el método de la “lectio divina”, es decir, la lectura orante de la Sagrada Escritura; en los santos –particularmente en la Sma. Virgen, también en san Alberto Hurtado, santa Teresa de Jesús de los Andes y la beata Laurita Vicuña-; de manera preferencial en los pobres, enfermos y afligidos, y en quienes se han consagrado a Él, ya sea en el bautismo, mediante ordenación sacramental o profesión religiosa; en las comunidades que se reúnen en su nombre, particularmente en la familia, iglesia doméstica y santuario de la vida; como asimismo en esa admirable forma de inculturación de la fe, “en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos” , que es la religiosidad popular.
c. En un segundo tiempo también profundizaremos en nuestra vocación de discípulos misioneros en la comunión de la Iglesia, y le abriremos espacio en nuestras iniciativas, capacitándonos para reflexionar y entender las búsquedas de nuestros contemporáneos y para presentarles a Cristo, Camino, Verdad y Vida, como Aquel a quien buscan: a Él y a su Reino de justicia y de verdad, de amor y de paz, de gracia y de santidad. Las Orientaciones Pastorales del Conferencia Episcopal tratan de estas búsquedas (31ss).
Así queremos acoger tanto las orientaciones pastorales de nuestra Conferencia Episcopal, como el surco que abrió en nuestro tiempo Aparecida, llevándonos a los primeros encuentros de Cristo con sus discípulos junto al Jordán, señalándonos que la narración de ese encuentro con Jesucristo “permanecerá en la historia como síntesis única del método cristiano” (DA 244).
De esta manera nos capacitaremos para ser discípulos misioneros y haremos acopio del gozo que crece en nosotros al encontrarnos con Cristo y con su Padre en el Espíritu Santo, como también con nuestros hermanos, particularmente con aquellos que sufren. “Por desborde de gratitud y alegría” (DA 14) , seremos misioneros de Cristo, y experi-mentaremos lo que revela Aparecida: “Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en nuestra vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo” (DA 29) .
Más adelante la Vicaría General de Pastoral, con la colaboración de la Comisión Pastoral del Episcopado, nos entregará indicaciones más detalladas y material de apoyo para esta segunda etapa, que durará al menos un año. Cuando evaluemos los frutos de esta segunda etapa veremos si esta etapa postula una profundización del trabajo realizado en grupos que tienen gran importancia pastoral en la Arquidiócesis, por ejemplo, en institutos de enseñanza media y superior, en la pastoral familiar y juvenil, etc.
3. Tercera y cuarta etapa: La Misión ambiental y la Misión territorial. Ellas canalizaran nuestro ardor misionero hacia quienes están más lejos de Cristo y de su Iglesia, y serán el tiempo de gracia que imploramos para que la Iglesia permanezca en estado de misión.
Un espíritu nuevo
Las grandes orientaciones pastorales de Aparecida claman por un espíritu nuevo. Tomamos conciencia que ellas nos invitan a ser, con toda la Iglesia en Latinoamérica y El Caribe, un gran Cenáculo sin fronteras, una casa de instante y confiada oración. En esta Iglesia-Cenáculo, Iglesia del amor a Dios y a los hombres, Iglesia de esperanza para los pobres y afligidos y de la vida en Cristo, del envío y de la paz -disculpen que insista en ello, puesto que será determinante para el éxito de la misión- queremos unirnos a la oración de María Santísima, de los ángeles y de los santos con un corazón y una sola alma, implorando una nueva irrupción del Espíritu Santo, un nuevo Pentecostés. Convertidos en audaces discípulos misioneros de Cristo, con la fuerza del viento y del hálito del Espíritu, queremos salir por las puertas del Cenáculo e invitar a otros para que entren en él, de modo que el Pueblo de Dios viva en estado permanente de misión (DA 551). Para ello la Iglesia ha de ser, en el espíritu de María, su madre y modelo, un espacio que facilite la experiencia religiosa y la vida comunitaria, una escuela de formación bíblico-doctrinal y de santidad, y una casa de la cual todos salen con un profundo compromiso evangelizador (DA 226).
Queridos hermanos y hermanas en el Señor, alegrémonos desde ya por los frutos de esta Misión Continental, y pongamos todo el corazón en cada una de sus etapas. Son tantos los chilenos que han comenzado a vivir en las tinieblas de la increencia y que necesitan nuestro testimonio. Son tan inciertos los caminos de nuestra Patria, que claman por nuestra presencia y nuestra alegría por haber acogido a Cristo, que golpeaba a nuestras puertas y nos invitaba a colaborar con él. Esta colaboración solidaria con Él y su Evangelio es la que le ofrecemos en camino a la celebración del Bicentenario de nuestra convivencia soberana.
Que el Padre de los cielos, el Hijo y el Espíritu Santo los colme de sus bendiciones, por intercesión de Nuestra Señora del Carmen y de todos nuestros hermanos los santos.
Les saluda con alegría y gratitud, vuestro hermano y pastor,
† Francisco Javier Errázuriz Ossa
Cardenal Arzobispo de Santiago
Santiago, 17 de agosto de 2008
Anexo: El tríptico del envío misionero
Nos acompañará en este tiempo de gracia el significativo tríptico que nos envía el Santo Padre, que en formato reducido llegará a nuestras casas. Mediante sus imágenes quiere inspirar nuestro camino espiritual y misionero. En lo más alto, el Padre nos señala que escuchemos a su Hijo predilecto, sobre quien siempre permanece el Espíritu Santo. Al centro, Cristo antes de ascender a los cielos, nos envía hasta los confines de la tierra para que hagamos discípulos suyos a todos los pueblos. Reciben el envío de Cristo rostros latinoamericanos que nos representan. En un segundo plano, la escena de la crucifixión nos recuerda el amor de Cristo hasta el extremo de morir por nosotros, y de dejar a los discípulos su propia madre como madre nuestra.
En un ala del tríptico es la Virgen quien se une a las palabras del Padre eterno y propone a los sirvientes de la boda –a nosotros, llamados no a ser servidos sino a servir en las bodas de la Esposa con el Cordero- que escuchen a Cristo y hagan lo que Él les diga. Bajo la imagen de Caná, el cuadro recuerda la vocación de Pedro junto al lago, cuando lo dejó todo y lo siguió con Andrés, su hermano, con Santiago y Juan, después de haber echado las redes con la audacia y la fecundidad propias de quien las lanza en el nombre de Jesús,. Es nuestra vocación a seguirlo y a ser misioneros, lanzando las redes con la confianza que nos inspira su palabra. Más abajo, Cristo se compadece de la multitud que lo escucha y manda a sus discípulos que lo ayuden a cumplir su misión a favor del pueblo. Les dice: “Denles ustedes de comer”. Es tarea nuestra, colaborando con el Señor.
En el ala del frente, los discípulos de Emaús están a la mesa con Cristo, y lo reconocen al partir el pan en esa primera celebración de la Eucaristía después de su resurrección. En un segundo plano, va Jesús resucitado con ellos en camino a Emaús y les explica las Escrituras. Encontrar a Cristo en las Escrituras, abrir nuestro espíritu a su persona y a su sabiduría, y compartir su pascua en la Eucaristía, recibiéndolo como pan bajado del cielo para la vida del mundo, siempre hará arder nuestros corazones, como nos narran los discípulos de entonces y de ahora. Pero nunca habrían sido los apóstoles llenos de fe y de valor que salieron del Cenáculo y llevaron la Buena Noticia por todo el Imperio Romano, si no hubiera descendido sobre ellos el Espíritu Santo. Implorado unánimemente con la Virgen María, irrumpió sobre ellos como un fuego y un viento huracanado. Quedaron llenos del fuego interior del Espíritu de Jesús, fueron entendidos por quienes provenían de diferentes culturas y hablaban diversas lenguas, y se convirtieron en fieles testigos y audaces misioneros. Es lo que pedimos para nuestra Iglesia ante los nuevos desafíos. En el cuadro inferior, salen los discípulos a evangelizar. En un primer plano, san Juan Diego. En su tilma lleva impresa la imagen de la Virgen de Guadalupe, a quien tanto quería, y en su mano lleva la Biblia. Como él, también nosotros salimos, inspirados por la primera discípula de Cristo, su propia madre María, y con la Palabra de Dios en el corazón y en nuestras manos, para dar gratuitamente lo que hemos recibido gratis: la gozosa experiencia de habernos encontrado con Cristo, Camino, Verdad y Vida para todos los pueblos.
En lo más alto, la santidad de Rosa de Lima, Rosa de Jesús y de María, Rosa de los pobres y del Espíritu Santo, la primera discípula nacida en América cuya santidad fue proclamada por la Iglesia. Al frente, santo Toribio de Mogrovejo, infatigable misionero, portador de la vida de Cristo para los pueblos indígenas, patrono de todos los obispos en este continente nuestro.