“solo cuando corten el último árbol, solo cuando contaminen el último río, solo cuando maten el último pez, se darán cuenta que el dinero no se puede COMER”.
Este graffiti, estampado en una pared de Cochrane,
denuncia el afán depredador de algunos poderosos hacia el medio ambiente, pero a la vez
exige y reclama, con razón profética, una espiritualidad que motiva a un profundo cambio de mentalidad, de actitudes y de decisiones de TODA la sociedad en su relación con el medio ambiente.
Convencidos de que muchos problemas actuales son tales y siguen agravándose por la falta de una espiritualidad incisiva y vital,
intentaremos una reflexión ética y religiosa que rompa la indiferencia, la pasividad, las lentitudes y la omisión de las personas, de las instituciones, de las autoridades, de las empresas, y nos lleve a actitudes y decisiones de mayor respeto y comunión hacia la “casa en que vivimos”. Este imperativo ético cobra mayor urgencia para las personas de fe.
A. EL SER HUMANO Y SU AMBIENTE: ¿RELACIÓN DE COMUNIÓN O DE AGRESIVIDAD?
Cada persona nace en un lugar, en un
“AMBIENTE” (físico, natural, familiar, social, cultural, histórico) que, generalmente, valoramos y amamos.
Ser humano y ambiente tienen una relación de reciprocidad, interdependencia, complementación. No pueden existir el uno sin el otro. Se pertenecen uno a otro. Es una ley natural. Esta relación se puede dar de dos maneras:
en comunión o en agresividad.
La COMUNIÓN beneficia y potencia al ser humano y al ambiente. La AGRESIVIDAD hiere, a veces muy gravemente (hasta la muerte) a ambos.
Al ser humano se presenta entonces una opción fundamental: ¿COMUNIÓN o AGRESIVIDAD? ¿VIDA o MUERTE?
El instinto natural nos impulsa a la VIDA (para las personas de fe, es la respuesta al AMOR de Dios, presente en el ser humano). Sin embargo, el mismo instinto, sin la intervención de la RAZÓN, nos puede impulsar a la AGRESIVIDAD, a la DESTRUCCIÓN, a la MUERTE.
La intervención de la ciencia y de la tecnología, sobre todo en este último siglo, ha conquistado y favorecido enormes beneficios y conquistas hasta el más remoto rincón del planeta, para la vida del ser humano y de la naturaleza. Sin embargo experimentamos también que su uso no controlado, o intencionalmente mal utilizado, provoca efectos devastadores en las personas y en la naturaleza, creando un abismo de diferencias entre personas (riqueza – pobreza) o peor aún MARGINANDO, EXCLUYENDO (explotando) a otros, considerándolos como “inútiles”, “sobrantes”, “desechables” (ver Aparecida 65).
Ciencia y tecnología exigen una RECTA APLICACIÓN, pues no son un potencial neutral. Pueden ser usadas por el progreso o para la degradación del ser humano y de la naturaleza. La referencia o criterio ético esencial será siempre el RESPETO de todo el hombre y de todos los hombres y demás creaturas vivientes, especialmente de los más pobres e indefensos (los “sin voz, sin poder”).
La actual crisis ecológica revela la tensión y la feroz agresividad en la relación del ser humano con los
elementos VITALES de la naturaleza: el aire, el agua, la tierra.
El hombre moderno se ha manifestado como el más peligroso depredador y explotador de la naturaleza. Así se ha revelado en la era moderna industrial y post – industrial, basada en un sistema de producción capitalista, a partir de una ideología que busca acumular riqueza a costa de la explotación progresiva e irracional de las reservas naturales, y manteniendo áreas de marginación y pobreza cada vez más extensas (países del “Tercer Mundo”).
Lo que se ha dado en llamar “desarrollo, progreso” ha sido a costa de los elementos vitales de la naturaleza, usando para ello la ciencia y la tecnología.
Hoy tomamos cada vez más conciencia que
la ciencia más sabia y coherente, que
la tecnología más eficaz y amigable, son las que establecen una
COMUNIÓN con la naturaleza, y esta relación de respeto y amor abre las puertas a una vida y progreso humano más digno y sustentable.
Tomamos cada vez más conciencia que los bienes naturales se agotan, ¡el mundo se nos muere! La reacción que provoca el MIEDO ante la DESTRUCCIÓN, nos hace desencadenar un poderoso sentimiento, actitud y acción de noble RESPETO y PROTECCIÓN A LA INTEGRIDAD de la CREACIÓN.
Por eso cada vez con mayor fuerza consideramos relevante la ECOLOGÍA (ECO = CASA; LOGIA=ESTUDIO), o el estudio de un lugar, un TODO (casa) y las relaciones y funciones que existen entre las distintas partes de este TODO.
Iluminadora es la profética visión de comunión, visión “ecológica” del poeta inglés William Blake, que nos insta a “ver el mundo en un grano de arena, el cielo en una flor silvestre, contener el infinito en la palma de la mano y la eternidad en una hora”. La espiritualidad es la chispa de Dios que nos orienta hacia la VIDA y nos hace luchar contra todo signo de muerte,
nunca contra las personas, sino
contra las actitudes y los medios que provocan muerte.
B. TIERRA Y AGUA: DON Y VALOR
Estamos acostumbrados a llamar a nuestro planeta, TIERRA. Sin embargo esta tierra está cubierta en un 70% de AGUA. No sería exagerado, entonces,
llamarlo planeta AGUA – TIERRA.
Quienes vivimos en Aysén, quizás más que quienes viven en otras latitudes, sentimos la misión profundamente humana del espíritu de comunión, con el gozo del alma ética, de
proclamar los ecos que resuenan en la VOZ potente de los caudalosos ríos, de los majestuosos lagos, de los misteriosos glaciares, de las fascinantes cascadas, de las inmensas cumbres nevadas, esparcidas entre impenetrables bosques vírgenes.
Aquí podemos exclamar con San Francisco: “hermana agua, hermana tierra”, como alabanza de la creación a su CREADOR.
En la “HERMANA AGUA” reconocemos especialmente un DON y un VALOR que adquiere un
significado trascendental, más allá de su uso.
1. Valor biológico: Es el don – valor esencial. El agua es el origen de toda forma de vida, es imprescindible e insustituible para originar y mantener la vida.
Sin agua no hay vida.
2. Valor social: El agua de calidad permite que las personas, toda la sociedad, podamos vivir sanamente, en armonía, con relaciones pacíficas de comunión y solidaridad.
3. Valor simbólico y espiritual: Todos los pueblos y religiones consideran el agua un elemento espiritual, cargado de misterio de vida. Hay RIOS sagrados (Ganges en India), hay LAGOS sagrados (Titicaca en Bolivia), hay FUENTES sagradas y milagrosas (Lourdes en Francia). Los cristianos, con el agua, entramos en comunión con Dios, quien con este signo vital nos limpia y purifica del pecado, dándonos NUEVA VIDA en el Sacramento del Bautismo. El “agua bendita” derrama vida de Dios en las personas y en las cosas que tienen significado para nuestra vida, sana dolencias, aleja malos espíritus. Por tanto agredir el agua es agredir y ofender gravemente los sentimientos religiosos (de fe) y simbólicos de las personas, de los pueblos y de las religiones (incluyendo las religiones ancestrales).
Si “la tierra es de Dios”, como veremos más adelante, con razón podemos decir también que
“EL AGUA ES DE DIOS”. En una sociedad laicista y secularista que quiere silenciar o desconocer la dimensión y los significados espirituales del ser humano, nos podría llevar a considerar los elementos de la naturaleza solamente como mercancía u objetos utilitaristas.
4. Valor artístico: En sintonía con el valor simbólico – espiritual, el agua inspira a los artistas (poetas, músicos, pintores, fotógrafos,…), “capturando” la belleza maravillosa y fascinante de paisajes paradisíacos y
elevando el espíritu a la grandiosidad del misterio, muchas veces alcanzable sólo por el arte. La Patagonia es un lugar privilegiado para potenciar esta dimensión humana esencial.
5. Valor ecológico: No solo el ser humano y los animales necesitamos el agua, sino todas las formas de vida. La calidad del agua fortalece y acrecienta la
BIODIVERSIDAD, evidenciando la profunda interrelación y comunión entre los distintos seres animados, de modo que al contaminar, interrumpir o romper algún elemento del ciclo vital, afecta a los demás elementos de la naturaleza.
Como veíamos en la primera parte de esta carta, tener el
CONTROL del agua o adueñarse de ella por parte de algunos, es ejercer
un enorme poder sobre todas las personas y pueblos que dependen de ella.
En las últimas décadas, el control del agua ha motivado enfrentamientos. En junio de 1967, el Estado de Israel lanzó la llamada “Guerra del Agua” contra territorios árabes. Ocupó Cisjordania, la Franja de Gaza, el Sinaí egipcio y las alturas del Golán Sirio, y se apoderó de todas las fuentes de agua palestinas. Así domina el 88% de las aguas de la región, y estratégicamente tiene el control del poder en el Oriente Medio.
Adueñarse de las aguas de la Patagonia (o de Chile) puede revestir la misma gravedad, más allá de los fines que se le dé. La instrumentalización del agua como arma de presión podría considerarse un crimen contra los Derechos Humanos, pues viola el derecho a la Vida.
C. LA ETICA: SABIDURÍA, AMOR Y RESPONSABILIDAD.
Por largos siglos el ser humano encontró su serenidad, su bienestar y la comunión de su alma en una fraterna relación con la naturaleza, siguiendo los ritmos y ciclos de la “Madre Tierra”.
El
“ritmo industrial” lo llevó a cambiar estilos de vida y alterar la serenidad y armonía. Las comunidades rurales dieron paso a las ciudades. La luz eléctrica hace posible que en la noche se puedan realizar las mismas actividades que de día. Los aparatos veloces (automóvil, avión, internet, M.C.S., satélites,…) nos sitúan en lugares “lejanos” en un tiempo nunca antes experimentado. Alimentos y medicinas naturales dan paso a otros sofisticados. La ciencia y la tecnología pueden cambiar radicalmente hasta la esencia de un ser (de un producto, de un alimento, de un animal, e incluso de un ser humano).
El “alma” del ser humano se ve alterada en sus ritmos y relaciones con una infinidad de CAMBIOS a que estamos sometidos en estos años. Cambios que nos hacen experimentar una especie de “esquizofrenia vivencial” que se manifiesta en profundas heridas, como son: depresiones, estrés, desesperaciones, pánicos, miedos violencias,… Pareciera que vivimos en una sociedad con el alma perdida.
De allí que nuestra relación con la naturaleza, con las personas y con Dios se vea frecuentemente alterada, y necesitamos momentos, tiempos, lugares, experiencias de serenidad, de comunión y de paz (retiros espirituales, silencios, visitas o paseos a lugares bellos y tranquilos, momentos de soledad,…) para reencontrarnos con nuestra identidad, esencia, potencialidad y proyectos. Estamos intentando crear un nuevo equilibrio o armonía en la vida del ser humano.
Si no tomamos el control de nosotros mismos seremos fácil presa de manipulaciones y nuevas esclavitudes (ideológicas, políticas, culturales, religiosas,…).
La
ética nos sitúa justamente en la búsqueda de lo esencial de nuestra vida, pues es una ACTITUD, una FINALIDAD, una META. Solo el ser humano puede dar una intencionalidad, una significancia a la vida. En efecto, el ser humano, signo y expresión del amor divino, así como tiene una ética que define la relación entre las personas (de respeto, comunión, amor, justicia,…) debería establecer también
una ética en su relación con la tierra, el agua y toda la naturaleza.
Y como desde la ética condenamos los hechos que atentan contra la vida humana (la bomba de Hiroshima, el desastre nuclear de Chernobil, la tortura, los asesinatos y toda violación a los derechos humanos), así desde la ética deberíamos condenar los hechos que atentan contra la vida de la naturaleza.
El ser humano tiene capacidad ética, no así la naturaleza, pues esta tiene una finalidad, una misión:
penetrar de VIDA y AMOR a todos los seres.
En el mundo hay DOS visiones de lo que es la ética:
1. ETICA DEL DEBER
Está centrada en la LEY, en base a lo que está permitido y lo que está prohibido. Si bien la ley es para el bien de la persona, el ser humano puede infringir la ley, pero perjudicándose a sí mismo. Con la naturaleza, hay leyes en que el ser humano no puede controlar ni manipular (terremotos, volcanes, cataclismos,…) sino que debe asumirlas, muchas veces sin mayores explicaciones. No puede “doblarle la mano” a ciertos fenómenos o leyes de la naturaleza.
2. ETICA DE LA RESPONSABILIDAD
No es la ética de la ley, sino de la madurez del ser humano, que actúa con la plena facultad de sus sentimientos, de su intelecto y de su voluntad. De hecho el ser humano SE REALIZA Y ES FELIZ como persona cuando asume la responsabilidad de su vida y de la vida de los demás.
Parte de una base de CONFIANZA, de FE (la persona irresponsable no da confianza, ni tiene confianza en sí misma).
La persona RESPONSABLE tiene una idoneidad, sabe quien es, sabe lo que quiere, sabe y siente lo que hace y porqué lo hace, tiene una intencionalidad en la vida. La persona responsable es “guardián” de la vida.
La responsabilidad establece una relación de comunión, y no de propiedad absoluta, con las personas y con la naturaleza. Efectivamente somos responsables de algo o de alguien, no somos sus “dueños”. El querido hermano teólogo benedictino brasileño P. Marcelo Barros ama poner un ejemplo iluminador para esta gran verdad humana y ecológica, presentado lo que le pasó cuando se encontró con una “sacerdotisa de la lluvia” en una tribu africana. Al encontrarla en su residencia, en un lugar de gran aridez, le preguntó porqué ese lugar era tan seco y si eso cuestionaba su misión allí. A lo que la mujer le contestó:
“Yo soy sacerdotisa de la lluvia, no soy propietaria de la lluvia. No soy dueña de la lluvia, soy su sierva. La lluvia no me obedece a mí, yo obedezco a la lluvia”.
En esta respuesta y actitud podemos entender la diferencia abismal que distancia la fe de la magia. La fe se relaciona con la realidad y llama a la persona a actuar con responsabilidad frente a ella, mientras que la magia busca manipular la realidad, la naturaleza, las personas y hasta la divinidad.
Esta visión ética, de responsabilidad, nos ayuda a entender que el sistema capitalista no tiene ética (es anti ético) porque se cree y se siente DUEÑO Y PROPIETARIO de las cosas y hasta de las personas, ¡COMPRÁNDOLAS! El sistema capitalista favorece que empresas privadas compren y se adueñen hasta de bienes esenciales a la vida humana, por ejemplo EL AGUA, como es el caso de Chile.
En este sistema, la gran víctima es siempre la naturaleza y el ser humano. En efecto la práctica actual del capitalismo atenta contra:
a) la persona: sobre todo a través del trabajo, cuando la persona es considerada como una mercancía, llegando incluso a usar en nuestro lenguaje común el término de “RECURSOS humanos”;
b) la naturaleza: usada generalmente para explotar, para sacarle dinero y ganancias (ej. El agua, los minerales, la pesca, los árboles,…). Ya no se habla de agua, sino de “RECURSOS hídricos”. El capitalismo, que se nos mete en nuestra misma mente y corazón, ya no ve las cosas como son en su esencia y en su finalidad, las ve en base al precio que valen o podrían valer. Además, para este sistema economicista los bienes de la naturaleza no son para TODOS y para que los pobres sean más beneficiados, sino que son “para mi, para mi empresa, para mis ganancias”;
c) El Estado: que es la organización del pueblo que elige a sus representantes para que procuren el bien de todos los ciudadanos. Pero si el “Estado” (o el Gobierno
de turno y las instituciones que administran el Estado) vende el agua u otro bien público a una empresa privada (incluso extranjera), ya el Estado pasa a ser un ente de ficción, en que no administra las cosas del Estado, sino administra solo el PODER.
Este sistema económico pareciera “intocable”, sin embargo la población consciente y organizada puede impedir abusos de poder y cambiar políticas perjudiciales. Ejemplo de ello, referente al agua, ha sido
el pueblo de Uruguay que ha exigido definir por ley que
“el agua es un bien público, derecho de todos, y no puede ser comercializada”.
La responsabilidad nos hace
activos en la participación y en las decisiones, para que un mañana no nos lamentemos, diciendo “podíamos haber evitado esto, parado aquello, impedido lo otro,…
y no lo hicimos”.
Hoy, el sistema económico que nos rige, como con el agua, considera también a la educación, a la salud,… como un producto más, asequible solo para los que puedan pagar. Y hay elementos que no pueden ser comercializables, pues la VIDA NO ES MERCANCIA, así mismo el AGUA es fuente de vida, es un derecho universal, un bien común, un elemento insustituible, vital y no se puede comercializar, no se puede privatizar.
La ética es justamente la responsabilidad que cada persona asume para darle a la vida (propia y de los demás) una misión, un sentido, una finalidad, una meta. La vida no es propiedad de ninguna creatura, de ningún ser humano.
DIOS DA LA VIDA y llama a DAR VIDA, con la animación del ESPIRITU.
La vida que surge creadora y creativamente de Dios es permanente, es actual, se va recreando día a día, impregnada del
amor que hace fecundo el universo, y que le da un sentido y una razón de ser.
Es Dios quien da la finalidad a la vida y a la creación, y al ser humano le corresponde
discernir, asumir y responder a esta finalidad, con fe, sabiduría, amor, responsabilidad y solidaridad.
Hoy es el tiempo de asumir nuestra responsabilidad, de ser ciudadanos del universo,
en solidaridad con cada creatura. “Nosotros pertenecemos a la tierra”, nos dirían los hermanos mapuches. Y “la solidaridad es el nuevo nombre de la fe”, nos dice Mons. Casaldáliga (Brasil).
Muy iluminadoras, cargadas de ética, de cultura y de espíritu son las palabras del Cacique Seattle de la Tribu Squamish, dirigidas al Gobernador Stevens Washington, cuando éste les quería arrebatar sus tierras en el año 1856:
“¿Cómo pueden ustedes comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Nos parece una idea extraña. La tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la tierra. Para mi pueblo, cada parte de esta tierra es sagrada. Cada árbol, cada río, cada insecto que vuela y canta, todo lo que está aquí es sagrado, para la memoria y la esperanza de mi pueblo. Cada colina, cada valle, cada llano y alameda, están marcadas por algún recuerdo, triste o alegre, de la vida de mi tribu. El suelo está enriquecido con la historia de nuestros muertos. La linfa que corre en los árboles lleva consigo el recuerdo del pueblo indígena. Esta agua que brilla moviéndose en las corrientes y en los ríos, no es simplemente agua. Es la sangre de nuestros antepasados. ¿Cómo podríamos vender la tierra o el agua, si son sagradas?
Ustedes deben enseñar a sus hijos que la tierra es sagrada y que cada sombra que se refleja en el agua clara del lago habla de la historia y de los recuerdos de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz del padre, de mi padre.
Los ríos son nuestros hermanos. Ellos sacian nuestra sed. Los ríos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos e hijas. Díganles a sus hijos que los ríos son hermanos nuestros y también de ustedes. Traten a los ríos con la misma delicadeza con que tratarían a un hermano.
Se que el hombre blanco no piensa así. La tierra no es su hermana, sino su enemiga. El la conquista y la abandona. Trata a su madre, la tierra, y el río, su hermano, apenas como cosas que se pueden comprar, explotar y vender. Como si fueran objetos. Su espíritu devorará la tierra y se irá, dejando atrás suyo solo un desierto”.
D. LA TIERRA ES DE DIOS
La dimensión religiosa del ser humano la consideramos esencial para entender el sentido y la finalidad de la vida y de las cosas. Sin el elemento religioso, la comprensión solamente científica y tecnológica de la vida y de los acontecimientos se reduciría a una mera utilización de ellos, carente de sentido en su origen y en su trascendencia.
El sentido religioso de la vida humana y de la creación se nos ha confiado en el invalorable tesoro de las Sagradas Escrituras. Desde su comienzo, en el libro del Génesis, se nos habla de un Dios Creador de los cielos, las tierras y las aguas (Génesis 1 y 2) y culmina la Biblia con la promesa de un “cielo nuevo y una tierra nueva” (Apocalipsis 21 y 22) cuyas puertas están abiertas para todas las personas que tengan su nombre escrito en el libro de la vida.
De principio a fin, la Biblia presenta vivencias de tierra, agua, frutos y vida para toda la humanidad, como signos o elementos que manifiestan la presencia creadora y salvadora de Dios en la historia. A través de la naturaleza se expresa la Alianza, el matrimonio, el pacto de comunión y fidelidad de Dios con el ser humano.
El Dios creador se manifiesta DUEÑO de la creación: “La tierra me pertenece a mí, el Señor, y ustedes serán como huéspedes e inquilinos que habitan mi país” (Levítico 25,23). El ser humano se arrodilla ante el Dios de la Vida, el Señor de la creación, y reconoce que
LA TIERRA ES DE DIOS. De allí brota la constante alabanza y sabiduría del pueblo:
• El precioso cántico de
Daniel 3, 46-90 en que cada elemento de la creación bendice y alaba al Señor.
• “Dichoso él que tu eliges y lo llevas a habitar en tu casa (santuario). Gozaremos de los bienes de tu casa, de las cosas sagradas de tu templo,… Tú visitas la tierra y le das agua, y le entregas riquezas abundantes,… todos cantan y saltan de alegría” (salmo 65)
• “Que majestuosas son tus obras, Señor, todas las hiciste sabiamente (con arte). La tierra está llena de tus creaturas” (salmo 104)
• “Me alegras, Señor, con tus acciones, me gozo con las obras de tus manos. ¡Cuan grandes son tus obras, Señor, cuan profundos son tus pensamientos! El hombre embrutecido no se da cuenta, el insensato nada de esto entiende…” (salmo 92)
Estos pasajes bíblicos, por su fuerte valor simbólico, gozan de una autoridad poco común, fruto de una fe y reflexión popular, ética, teológica y antropológica de muchos siglos. Deberían ser un
referente obligado para orientar nuestra relación de COMUNIÓN con la vida, la naturaleza y todo lo creado.
Los relatos de creación (Génesis 1 y 2) manifiestan la perfecta armonía e integración de vida que engendra vida, donde todo está hecho para ser bueno, y muy bueno. “Y vio Dios que esto era bueno” (Génesis 1,4.10.12.18.21.25) y en la cumbre de la creación, el Creador coloca al ser humano (hombre y mujer), hecho a su imagen (Génesis 1,27) y vio que era “muy bueno” (Génesis 1,31).
Toda la creación tiene en sí un valor propio, dado por Dios mismo.
La creación, según el fecundo amor de Dios, es a un mismo tiempo MADRE (“de la tierra naciste”) DON, CASA, JARDÍN, donde todo convive en paz, donde cada parte es esencial al todo, donde al hombre y mujer, imagen viva, amorosa y creadora de Dios, se les confiere el poder de “dominar la tierra”, en vistas a la felicidad de todas las personas y de todos los seres vivos.
El sentido de este
“DOMINAR LA TIERRA” (Génesis 1, 28) no siempre tuvo una adecuada interpretación, al punto que en algunas oportunidades motivó hasta una EXPLOTACIÓN IRRACIONAL de la naturaleza, devastándola y destruyéndola. El término hebreo “dominar” es el mismo que se refiere a
la acción creadora de Dios, lo que indica que el mandato de Dios al ser humano es de
“dar continuidad a la misma creación divina”. Está llamado a ser CO – CREADOR. El mismo trato que Dios da al ser humano, el ser humano debe otorgarlo a la naturaleza, por tanto debe ser una relación de cariño, de cuidado, de respeto, de fecundidad maternal, dándole impulsos de vida, como Dios da impulsos de Vida y Amor al ser humano.
Es lo sagrado que Dios infunde al ser humano y que éste está llamado a irradiar.
Ya es hora de que dejemos atrás las páginas tenebrosas, trágicas, “empecatadas” (= impregnadas de pecado y muerte) de la historia humana, en que el ser humano se creyó superior a los demás y a la naturaleza, provocando asesinatos, guerras, racismos, esclavitudes, monopolios de tierras y de bienes, devastaciones ambientales, explotaciones irracionales, etc. y le demos el trato SAGRADO que se merecen, sea el ser humano, sea la creación entera.
Al respecto, significativa fue la experiencia del pueblo bíblico de Israel, que celebraba un año de especial relevancia religiosa con efectos de profunda justicia social y comunión. Así lo relata ampliamente Levítico 25. Era el año del “JUBILEO”, cuando al cumplirse la perfección de años: 7 x 7 = 49, dedicaba un año entero (el año 50) al júbilo, al gozo por la justicia, en que buscaba restablecer la adecuada relación entre las personas y los bienes. Es así que si alguien a lo largo de los años se hubiera adueñado de más tierras de lo debido, quitándoselas a los demás, especialmente a los más necesitados, condenándolos a la pobreza,
debían devolverlas, como signo y compromiso de hermandad y dignidad, para hacer efectiva la solidaridad y equidad con sus semejantes.
Esta práctica religiosa tenía su origen y motivación en que
la tierra es de Dios, y su administración debe favorecer, en equidad, a todos los habitantes de esa tierra, sin privilegios de superioridad o de dominación.
Otro texto bíblico de especial significación, imbuido de la mentalidad del Antiguo Testamento, es el referido a Judith, mujer bella, valiente y fiel a Dios. Frente al ejército enemigo que quiso controlar y adueñarse de las fuentes de agua para derrotar por la sed al pueblo de Israel, Judith burla la vigilancia de los soldados con una astuta estrategia y con el poder de la fe, liberando a su pueblo de los enemigos (Judith 7-13). Judith eleva una preciosa oración a Dios (Judith 9). Percibimos allí la fidelidad y el amor de Judith a Dios y a su pueblo, el valor y el poder de la oración.
La tierra, fuente sagrada de vida, merece ser cuidada, amada y protegida contra todo proyecto privativo, caótico, de apropiación y mercantilización. En Israel llegó a tal punto esta convicción de fe, que frente a una medida política, se desencadenó una revuelta social de proporciones. De hecho, el Emperador Augusto (Emperador de Roma desde el año 29 antes de Cristo hasta el año 14 después de Cristo) al conquistar Israel, el año 6 después de Cristo mandó hacer un censo en todo el Imperio Romano (Lucas 2,1) para tener el registro de la cantidad de habitantes y las propiedades que ellos tenían, en vistas a cobrar los impuestos (tributos) por esas propiedades, pues pasaron a manos del Imperio. Como la fe del pueblo de Israel proclamaba que “la tierra es de Dios” y el pueblo la tiene en herencia, consideró esta decisión del Emperador una usurpación violenta y una profanación religiosa, pues el Emperador pasaría a ser ahora “el dueño” de sus tierras y propiedades. Al suplantar a Dios, el Emperador (un hombre) pasaría a ser dios. Esto colmó la ira del pueblo, que, guiado por Judas el Galileo, emprendió una violenta protesta (Hechos 5, 37) de carácter político – religiosa, con intervención de zelotes y fariseos (Lucas 13, 1-2), en contra de la invasión romana. La revuelta fue sofocada con sangre y los crucificados fueron centenares de israelitas.
Hoy, nos preguntamos también cada uno de nosotros, en qué medida en nuestra mente y en nuestro corazón anidamos un pequeño o gran “emperador Augusto”, creyéndonos dueños (o pequeños dioses) de otras personas, culturas, bienes y de la misma naturaleza.
1. Agua, Fuente de Vida – Fecundidad
El mito de la creación, según el relato del libro del Génesis, define a Dios Creador: “Al principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra estaba desierta y sin nada, las tinieblas cubrían los abismos mientras
el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas…” (Génesis 1, 1-2). En la obra de la creación, el AGUA pareciera ser el elemento que
acoge al Espíritu de Dios, está al principio, es sustancia madre. Y la Palabra de Dios CREA, hace fecunda la tierra,
dando vida a plantas, animales y al ser humano, hasta llegar al día SEPTIMO, día de la PERFECCIÓN, día del DESCANSO de Dios (Shabat).
El texto nos indica que
el centro de la vida no es el hombre (creado el 6º día), sino es el
día de la PLENITUD, de la PERFECCIÓN (7º día), hacia el cual todo está dirigido.
Toda la creación tiene una meta, un rumbo, una finalidad: VIVIR
PLENAMENTE, hasta llegar a su PERFECCIÓN. Y cuando el hombre rompe esta perfección, con el PECADO, Dios envía a su Hijo Jesucristo para restablecer la ALIANZA con la creación. Cristo mismo define su misión: “He venido para que todos tengan vida, y vida en plenitud” (Juan 10, 10).
Es la vida abundante, efervescente, llena de plenitud y gozo, que se manifestará en todo su esplendor y gloria en la Resurrección (ése día pasará a ser el PRIMER DIA de la semana, el DIA DEL SEÑOR). La Muerte y Resurrección de Jesús proclama, realiza y celebra la creación de Dios que llega a su plenitud con la salvación de Cristo. Una salvación que busca alcanzar a toda la creación, incluida la naturaleza, pues “aún sufre y gime dolores como de parto” (Romanos 8,22) por las heridas provocadas por la maldad humana a los seres creados. Una salvación que está confiada a la participación del ser humano para alcanzar el cumplimiento del plan de Dios: “Este es su plan de salvación que había decidido realizar en Cristo, llevando su proyecto salvador a su plenitud al constituir a Cristo en cabeza de todas las cosas, las del cielo y las de la tierra” (Efesios 1,9-10), hasta alcanzar la
PAZ (Colosenses 1,15-20), la gran fiesta cósmica en que Cristo lleve a plenitud su obra en el mundo. Somos ciudadanos del universo, protagonistas de la gran liturgia de la Vida, hasta que Cristo sea totalmente
Señor de toda la creación. Nuestra historia está inserta en la eternidad de Dios.
Nuestra salvación va camino a la plenitud de la gracia que ya Cristo nos ha regalado gloriosamente con su Resurrección.
Creer en Dios es luchar para que la vida de salvación triunfe,…”tuve hambre, sed,…y me dieron de comer, beber,… (Mateo 25, 31 – 46), dándole la dignidad a todo ser, especialmente a los más desprotegidos, marginados, o torturados por la pobreza y la miseria.
En esta dinámica de salvación, de gracia, de vida, de gloria, de plenitud y perfección, el agua aparece como un elemento simbólico y facilitador del amor y alianza de Dios con su pueblo, para comunicar vida y fecundidad. Lo percibimos de la misma relación de Cristo con la mujer samaritana, llegando a proclamar: “el agua que yo le daré se hará en él manantial de agua que brotará para la vida eterna” (Juan 4,14), como ya en el Antiguo Testamento se habían dado encuentros fecundos cerca del agua de los pozos, con Isaac, Jacob, Moisés y el mismo pueblo de Israel peregrino en el desierto ( Éxodo 17, 5-7; Génesis 24,15-20; Génesis 29, 1-20 y Éxodo 2, 15-22)
El agua es también signo de relación profunda con Dios:
• “Como anhela la cierva estar junto al arroyo, así mi alma, Señor, desea estar contigo. Sediento estoy de Dios, del Dios que me da Vida” (Salmo 42)
• “Señor, tú eres mi Dios, a ti te busco, mi alma tiene sed de ti, cual tierra seca, sedienta, sin agua” (Salmo 63).
El agua, en todas sus manifestaciones (lluvia, nieve, hielo, rocío, granizo,…) viene de Dios, y no de los hombres, como lo revela el bello texto de Job 38, 22-30. Dios es el dueño de las aguas, y las derrama para fecundidad de la tierra y gozo del ser
humano, comparándola con la Palabra de Dios, que hace fecunda la vida del que la escucha y la pone en práctica (Isaías 55,10).
2. Agua Sacramental
En todas las religiones el agua tiene un significado mucho más rico que su contenido material, pues simboliza la vida, transmite dones espirituales, es signo de la benevolencia de Dios, es un elemento sagrado.
El ritual judío prescribía el uso del agua para lavarse las manos en señal de purificación antes de efectuar ritos sagrados (Éxodo 29, 4), o para certificar la sanación de enfermedades (Levítico 14, 1-8).
El pueblo de Dios será bienaventurado, pues en las aguas experimentará pureza (Zacarías 13,1), vida (Joel 4,18), santidad (salmo 46,5), justicia (salmo 1, 1-3), sabiduría (Sirácide 24), todas expresiones de la presencia divina del Espíritu de Dios, Espíritu que brota de las aguas (Juan 7, 37-39).
Jesús mismo usa el agua para lavar los pies a sus discípulos en la Última Cena, en clara señal de humildad, de servicio hacia la humanidad, de compromiso de caridad y solidaridad hacia los débiles y necesitados. Ha sido un acto sagrado de Jesús para purificar a sus discípulos, antes de participar de la primera Eucaristía de la historia. Este decidor ejemplo del Maestro es un llamado a que sus discípulos, si quieren ser tales, hagan lo mismo (Juan 13, 1-17). Un rito que recuerda el poder del bautizo. El mismo bautizo que vio a Jesús sumergirse en las aguas del Río Jordán, asumiendo la vocación de SIERVO y en ese solemne momento, desde el agua purificadora aparece el Espíritu de Dios que proclama, en la voz del Padre, la divinidad del Cristo (Juan 1, 29-34; Mateo 3). Así el agua, instrumento de limpieza física, es símbolo de pureza moral para toda la gente del pueblo, y para Jesús es el testimonio de que Él es el Hijo de Dios.
El bautismo es el sacramento de iniciación cristiana, donde el agua comunica el Espíritu de Dios y engendra santidad, purifica del pecado, nos hace miembros de la familia de Dios y nos confiere una misión de servicio liberador en la construcción del Reinado de Dios.
El agua del Espíritu es la que hace renacer a los hijos de Dios (Juan 3,5), es como agua de manantial que da origen a una vida divina en el ser humano. Así lo manifiesta el mismo Señor, tan bellamente expresado en el texto del profeta Ezequiel (36, 24 – 30). Por eso recibimos siempre con gran devoción el agua bendita, sobre las personas y las cosas, pues ella nos recuerda el agua del bautismo, que produce la presencia y la acción de Dios en nosotros.
E. LA VOZ DE LA IGLESIA: “CONVERSIÓN ECOLÓGICA”
En estos últimos años ha ido aumentando también en la Iglesia la conciencia de la gravedad del deterioro del medio ambiente y el significado espiritual y moral que ello tiene para la vida de fe. Han sido crecientes la voz y las orientaciones eclesiales al respecto.
1. Paulo VI: enciende una luz
Ya el papa Paulo VI en mayo de 1971 alertaba sobre las dramáticas consecuencias de inadecuadas actividades humanas hacia el medio ambiente: “Bruscamente el hombre adquiere conciencia de ello, debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación. No solo el ambiente físico constituye una amenaza permanente: contaminaciones y desechos, nuevas enfermedades, poder destructor absoluto; es el propio consorcio humano el que el hombre no domina ya, creando de esta manera para el mañana un ambiente que podría resultarle intolerable. Problema social de envergadura que incumbe a la familia humana toda entera” (Octogésima Adveniens, 21).
2. Juan Pablo II: profeta, una luz que deslumbra
Los problemas del creciente “desarrollo” fueron denunciados cada vez con mayor claridad y fuerza por el recordado
papa Juan Pablo II. Ya en su primera encíclica “Redemptor Hominis” de marzo de 1979, y por primera vez en un documento pontificio, señala el drama ecológico, fruto de un inmenso progreso jamás conocido, que se ha verificado particularmente durante este nuestro siglo, en el campo de dominación del mundo por parte del hombre “explotador y destructor sin ningún reparo” (15) que provoca “fenómenos como la amenaza de contaminación del ambiente natural en los lugares de rápida industrialización” (8), “dilapidando a ritmo acelerado los recursos materiales y energéticos, comprometiendo el ambiente geofísico… extendiendo las zonas de miseria” (16).
En su significativa visita a Chile, el 4 de abril de 1987, desde la austral ciudad hermana de Punta Arenas lanza un vehemente “llamado a todos los responsables de nuestro planeta para que protejan y conserven la naturaleza creada por Dios: no permitamos que nuestro mundo sea una tierra siempre más degradada y degradante”.
Pero la
“magna carta ecológica” de Juan Pablo II aflora para el 1º de enero de 1990, Jornada Mundial de la Paz, con el mensaje
“Paz con Dios Creador, paz con toda la creación”, levantando la voz de profeta y santo.
En ella plantea:
problemáticas, con sus causas y efectos; una
valoración ético – religiosa; varios y contundentes
llamados en vistas a construir la paz, valor vital para toda la humanidad.
a) problemáticas, causas y efectos.
• falta de respeto a la naturaleza
• explotación desordenada de los bienes naturales
• deterioro progresivo de la calidad de vida y del medio ambiente
• aplicación indiscriminada de adelantos científicos y tecnológicos (sobre todo en la industria y agricultura)
• disminución de la capa de ozono
• efecto invernadero
• cambios meteorológicos y atmosféricos
• despilfarro de recursos energéticos
• intervenciones en un área del ecosistema tiene consecuencias en otras áreas y en las futuras generaciones.
• injusticia de algunos que despilfarran y acaparan bienes a costa de la miseria de multitudes.
•
CRISIS MORAL que desprecia la vida, la manipula (genética) interviniéndola gravemente en sus leyes naturales, rompiendo así los “DELICADOS EQUILIBRIOS ECOLOGICOS”, es la
causa original de tantas amenazas, que rompen equilibrios y armonías naturales, provocan inseguridad e inestabilidad humana y social, o sea,
AMENAZAN LA PAZ MUNDIAL.
b) Valoración ético – religiosa
• Crisis moral surge de que el ser humano se aleja del designio de Dios Creador, rompe la paz, provoca un desorden que repercute inevitablemente en la creación.
• En el universo hay un orden interno y dinámico (reconocido por la ciencia, la teología, la filosofía) que conforma lo que llamamos “COSMOS”, que
debe ser respetado y cuidado bajo la
responsabilidad de la sabiduría y amor del ser humano.
• Los bienes de la tierra son una
herencia común, para
beneficio de todos, y necesarios, incluso, para la contemplación, la serenidad, la paz y la solidaridad.
• Todas las personas tienen derecho a un ambiente seguro, como parte de los derechos humanos básicos.
• El respeto a la vida y dignidad de la persona humana es esencial para un sano progreso (económico, industrial y científico) y para la integridad de la creación, muy por encima de intereses puramente económicos.
• El egoísmo y la avidez humana crean miseria y estructuras de pobreza inaceptables moralmente.
• De manera que se hace urgente la necesidad moral de crear
una nueva SOLIDARIDAD entre países ricos y países pobres.
c) Llamados apremiantes
• A una
CONVERSIÓN en la manera de pensar y en los comportamientos (el 18 de enero de 2001, llamará a promover una
“conversión ecológica”), que pase del corazón a las obras.
• Conversión a una
“ecología humana”, en que el hombre, don de Dios, debe ser respetado en su estructura natural y moral, y a una
“ecología social” del trabajo, para una sana convivencia.
• Revisar seriamente
nuestros estilos de vida, los daños que nos causan el consumismo y el hedonismo, y exigirnos una mayor autodisciplina, austeridad y espíritu de sacrificio.
• En el “Angelus” del 10 de noviembre de 2002 llamará a un “auténtico
cambio cultural”)
• Relacionarnos con mayor
fraternidad, en comunión con toda la creación (a ejemplo de San Francisco de Asís)
• Sin rechazar el mundo moderno, y sin querer volver al “paraíso perdido”,
educar en la responsabilidad ecológica, partiendo de la familia, en instituciones eclesiales, el Estado,… creando una
conciencia ecológica con programas e iniciativas concretas.
• Es responsabilidad de
cada Estado asumir un
sistema de gestión de los bienes, según una coordinación a
nivel internacional:
• investigando soluciones
• atendiendo a los más vulnerables
• creando una nueva solidaridad
• con nuevas estructuras y relaciones entre Estados y Países superando intereses políticos y económicos particulares y nacionalismos exagerados.
• Toda la humanidad, individuos, Estados, organismos internacionales, debemos asumir seriamente nuestras responsabilidades.
• Que los países ricos den ejemplo de normas ambientales restrictivas, y no se repitan en los países pobres, errores cometidos ya en otros países.
• Por último, hace un llamado a los católicos en especial, enfatizando que nuestra fe en Dios Creador, nos lleva a cuidar la obra de Dios (personas y naturaleza).
En los años siguientes a 1990, hasta su muerte (2 de abril de 2005) en numerosas oportunidades y documentos reitera y profundiza elementos de este mensaje.
3. Benedicto XVI: “un modelo de desarrollo para los pobres”.
Recurrentes son los llamados ecológicos y su alcance al hambre, a la energía, a la solidaridad, que plantea el papa Benedicto XVI.
Con mayor incisividad se ha manifestado en el Mensaje del 1º de enero de 2008 “Familia humana, comunidad de paz”, con ocasión de la 40ª Jornada Mundial de la Paz. Llama a “sentir la tierra como nuestra casa común”, abordando los problemas complejos de la ecología y de la energía “sin olvidar a los pobres, excluidos en muchos casos del destino universal de los bienes de la creación”. Referente a la gestión de los recursos energéticos del planeta, llama a un mayor diálogo y colaboración internacional responsable, especialmente a “los Países tecnológicamente avanzados: por un lado a revisar los elevados niveles de consumo debidos al actual modelo de desarrollo y, por otro, a predisponer inversiones adecuadas para diversificar las fuentes de energía y mejorar la eficiencia energética.
Los Países emergentes tienen hambre de energía, pero a veces este hambre se sacia a costa de los Países pobres que, por la insuficiencia de sus infraestructuras y tecnología, se ven obligados a malvender los recursos energéticos que tienen. A veces, su misma libertad política queda en entredicho con formas de protectorado o, en todo caso, de condicionamiento que se muestran claramente humillantes” (8)
Los problemas ecológicos y su relación con las crecientes necesidades y costos energéticos, el abastecimiento y la competitividad energética entre naciones, hace preguntarse al papa:
• “¿Qué será de esas poblaciones?
• ¿Qué género de desarrollo, o de no desarrollo, les impondrá la escasez de abastecimiento energético?
• ¿Qué injusticias y antagonismos provocará la carrera a las fuentes de energía?
• ¿Cómo reaccionarán los excluidos de esta competición?” (Mensaje Jornada Mundial de la Paz, 1º de enero de 2007)
4. Iglesias más sensibles
La problemática ecológica ha visto a varias iglesias sensibles y preocupadas, sobre todo del tema del agua.
La Conferencia Episcopal de Brasil ha promovido una intensa Campaña de Fraternidad en 2004 (todo el tiempo de Cuaresma) sobre “Agua, fuente de Vida”, y ya en 1986 lo había hecho sobre el problema de la tierra (“Tierra de Dios, tierra de hermanos”).
Igualmente la
Conferencia Episcopal de Bolivia publicó dos cartas pastorales muy relevantes e iluminadoras sobre el problema de la tierra (marzo de 2000) y la crisis del agua (enero de 2003).
La
Conferencia Episcopal de Canadá en octubre de 2003 publicó una carta pastoral sobre el imperativo ecológico cristiano, y continúan la reflexión con otra carta de fines de 2007, en que enfatizan la solidaridad a nivel internacional, pues “el egoísmo no es ya solo inmoral, sino que llega a ser suicida”.
Desde el año 2006 la
Conferencia Episcopal Italiana estableció el 1º de septiembre como la “Jornada para la Salvaguardia de la Creación”.
La
Conferencia Episcopal Latinoamericana en su cuarta asamblea de
Santo Domingo en 1992 plantea que “Las propuestas de desarrollo tienen que estar subordinadas a criterios éticos. Una ética ecológica implica el abandono de una moral utilitarista e individualista” (169). En los estilos de vida más austeros, llama a “Aprender de los pobres a vivir en sobriedad y a compartir y valorar la sabiduría de los pueblos indígenas en cuanto a la preservación de la naturaleza como ambiente de vida para todos” (169).
La quinta Conferencia Episcopal Latinoamericana, reunida en
Aparecida (Brasil) en mayo de 2007, nos llama a ser “profetas de vida” promoviendo una ecología humana abierta a la trascendencia y luchando contra el grave y persistente deterioro del planeta “frágil e indefenso, ante los poderes económicos y tecnológicos” (490). Denuncia el actual modelo económico como el principal causante de la explotación irracional de los bienes naturales y del grave deterioro de la calidad de vida, sobre todo de los pobres y de las poblaciones de indígenas y campesinos. Llama a respetar, valorar y amar a la madre tierra “como fuente de alimento, casa común y altar del compartir humano” (491). Férreo es el llamado a defender las zonas de mayor presencia de biodiversidad del planeta, especialmente la Amazonía y la Antártida. Propone también “buscar un modelo de desarrollo alternativo, integral y solidario, basado en una ética que incluya la responsabilidad por una auténtica ecología natural y humana, que se fundamenta en el evangelio de la justicia, la solidaridad y el destino universal de los bienes…” (474 c) y “empeñar nuestros esfuerzos en la promulgación de políticas públicas y participaciones ciudadanas que garanticen la protección, conservación y restauración de la naturaleza” (474 d).
Varias diócesis, en muchos Países, tienen Comisiones activas en temas ecológicos, como así mismo Cáritas, Pastoral Social,… y
varios obispos de iglesias particulares han alzado su voz y su compromiso frente a este grave problema. En Chile, obispos de las hermanas diócesis de Punta Arenas, Ancud, Los Ángeles, Copiapó,… han hecho sentir su voz en los momentos oportunos.
Últimamente también
los obispos del Sur de Chile y de la Patagonia (de Chile y Argentina) hemos manifestado nuestra preocupación y compromiso, en el encuentro de abril de 2008 realizado en Valdivia. (Ver anexo 2)
Muy activo en el campo ecológico es también el
Consejo Ecuménico de las Iglesias (WCC) con sede en Ginebra (Suiza). En varias declaraciones manifiesta su compromiso en la defensa del género humano y de la creación como una exigencia de la fe. Sostiene que el cambio del clima en el mundo plantea cuestionamientos ecológicos, sociales, económicos, políticos y éticos, manifestando una ruptura en las relaciones con Dios, la humanidad y la creación. Exige a los Países “desarrollados” reducir drásticamente las emisiones tóxicas, y plantear un profundo cambio en los estilos de vida y en los modelos de desarrollo (producción y consumo).
Invita a todas las Iglesias a celebrar el 1º de septiembre (inicio del año litúrgico de la Iglesia Ortodoxa) el DIA de la CREACIÓN. Iniciativa que bien podría ser asumida también por la Iglesia de Chile.
El comité central del WCC en su reunión de febrero de 2008 “Exhorta urgentemente a las Iglesias a tomar una decidida postura frente al tema del cambio climático, destacando los efectos nefastos para las comunidades pobres y vulnerables en varias partes del mundo, y a ejercer presión hacia gobiernos, ONGs, comunidad científica, y el sector económico, para intensificar la cooperación en materia de calentamiento global y cambio de clima”.
El 15 de mayo de 2008 a nombre de los
obispos de América Latina y el Caribe, el Presidente del CELAM y otros Cardenales y Obispos enviaron una carta a los Jefes de Estado y de Gobierno de América Latina, El Caribe y la Unión Europea, reunidos en Lima en su V Cumbre. Enumeran una dramática lista de problemas ecológicos, sociales y políticos que afligen al Continente, y que lo “están conduciendo a graves conflictos que pueden poner en peligro no solo la paz sino la misma estabilidad política, debido a la debilidad de sus sistemas democráticos”, y esto “a pesar de más de dos décadas de reformas económicas conforme a las pautas de los organismos financieros internacionales”.