Palabras del Cardenal Francisco Javier Errázuriz O., en la inauguración de la exposición en el Chile Mestizo, en el Centro Cultural Palacio La Moneda. Santiago, 13 de marzo de 2009
Fecha: Viernes 13 de Marzo de 2009
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Mons. Francisco Javier Errázuriz Ossa
Quisiera comenzar estas breves palabras, manifestando mi gratitud y la gratitud de la Iglesia - y seguramente de las demás confesiones cristianas - por esta muestra de tesoros coloniales mestizos de Chile y de América latina, que hoy se inaugura gracias a la iniciativa y los trabajos de este Centro Cultural Palacio La Moneda, guiado con espíritu amplio y visionario por su Directora Ejecutiva, Alejandra Serrano, bajo la presidencia alentadora de la Sra. Ministra Paulina Urrutia, Presidenta del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.
La muestra recoge una parte importante de nuestros tesoros culturales en el ámbito del arte colonial religioso. Las obras son un testimonio elocuente de la yuxtaposición y de la compenetración de culturas diferentes, vale decir, de la cultura artística europea, proveniente sobre todo de España, pero también de Italia y aun de Flandes – y sus diferentes escuelas que florecían por esos siglos y que en nuestras tierras se fundieron entre sí con mayor o menor sincretismo – con la cultura y el sentimiento de innumerables indígenas que colaboraban en su ejecución. En la mayoría de los casos el maestro que dirigía el taller, a la sombra de algún claustro, era de procedencia peninsular, pero numerosos aprendices y oficiales eran indígenas. Nos sorprende un hecho: florecieron estas escuelas de arte religioso sobre todo en aquellas ciudades en las cuales se encontró el arte proveniente de la península ibérica, con pueblos aborígenes de alto nivel social, político y cultural. Pensemos en México, en Guatemala, en Quito y en el Cuzco.
Obras pictóricas, imágenes policromadas, retablos de aquella época y otras expresiones del genio colonial pueden ser contempladas desde la perspectiva del arte y admiradas por su belleza, y pueden ser apreciadas como expresiones de la fe y de las iniciativas evangelizadoras de los misioneros de aquellos siglos, miembros de las grandes órdenes – agustinos, dominicos, franciscanos, jesuitas y mercedarios, - que trajeron el Evangelio a América Latina y el Caribe.
Un cuadro de esta colección, que retiene escenas de la vida de Fray Bartolomé de Las Casas a ambos lados del mar, nos recuerda que la gesta evangelizadora no se limitó a la predicación del Evangelio. Los misioneros intervinieron en diferentes frentes de la vida social, política y religiosa de ese entonces. Recordemos, por ejemplo, su enérgico rechazo de la religión de los mayas, en la cual veían la influencia del demonio debido a los crueles sacrificios humanos con los cuales querían conseguir el favor de los dioses. Otro frente, recordado por el cuadro mencionado, consistió en la defensa de los derechos de los pueblos indígenas. El cuadro representa a Fray Bartolomé de las Casas, quien había sido encomendero, pero que se convirtió a una lectura más profunda y sabia del Evangelio, llegó a ser obispo de Chiapas y viajó en diversas oportunidades a España para exponerle al rey y a pensadores y teólogos españoles sus tesis acerca de los derechos de los indígenas y sus proposiciones para frenar las graves injusticias cometidas por numerosos conquistadores. A su defensa de estos derechos y a la conciencia que creó sobre los graves atropellos que se cometían, se le considera el punto de partida de la lucha a favor de los derechos humanos.
La actividad de los misioneros, escogidos en España entre los mejores para ser enviados a esta misión prioritaria del Reino, se volcó mayoritariamente a la predicación del Evangelio y a la conversión de los pueblos indígenas. Esta dimensión fundamental de su tarea es la que se refleja en estas obras de arte. Fue nuevamente Fray Bartolomé quien se opuso valientemente a las conversiones mal logradas con la violencia de las armas, optando por la única conversión verdadera, en base al diálogo y la persuasión. Octavio Paz escribió sobre el valor social del bautismo, ya que había construido un puente de fraternidad entre los españoles y los indígenas, los cuales, conforme a las ideas de la época, habían perdido ante los vencedores todos sus derechos por ser miembros de pueblos derrotados. El bautismo los convirtió en hermanos de inconmensurable dignidad.
La labor evangelizadora se difundió en alas del lenguaje más asequible al corazón humano, el lenguaje del arte. Desde Ecuador se extendió la hermosa y expresiva imaginería religiosa, cuya obra cumbre es la Inmaculada Legardiana de la Iglesia de San Francisco en Quito. Desde el Cuzco, sobre todo la pintura religiosa, que reemplazó los instrumentos musicales de los ángeles europeos por la exhuberancia de las flores y de las aves. En la Chiquitanía de la actual Bolivia los misioneros se valieron sobre todo de la música, que hasta el presente despierta nuestra admiración.
La pintura y la imaginería religiosa que nos legaron querían enseñar las verdades de la fe, emocionar e impresionar el corazón de los indígenas y de los criollos con dichas verdades, y lograr su conversión a Jesucristo o el crecimiento de una fe inicial. El catálogo de la exposición lo dice con acertadas palabras: “Así, el método de propagación más eficaz para la doctrina era la manifestación gráfica de ella, ya que gran parte de Europa y América era iletrada. Las obras de arte religiosas debían traspasar al espectador toda la pasión, el sufrimiento, el éxtasis y dolor como fuera posible, para alentar a los creyentes a seguir la vida recta de quienes sufrieron por amor a Cristo. En este contexto, tanto el barroco como el manierismo, ambos estilos artísticos provenientes de Europa, otorgaron al arte la misión de entregar al espectador una pureza narrativa y doctrinal, dirigida hacia la evangelización y fortalecimiento de la fe católica: “el Cielo en la Tierra”, se convirtió en la tesis de la Iglesia que mantuvo vivo al movimiento artístico del barroco…”.
Son numerosas las expresiones artísticas que así lo manifiestan. Quisiera señalar unas pocas, para que ustedes puedan apreciarlas cuando recorran las obras expuestas.
En los cuadros sobre la infancia de Jesús, por ejemplo en los que celebran su nacimiento o recuerdan su huída a Egipto, el Niño Jesús ya aparece como Dios. De su rostro emana mucha luz que ilumina a las personas circundantes: es la Luz del Mundo bajada del cielo, también encendido por la luz en las escenas del nacimiento. La misma fe la confiesan algunos cuadros de la Virgen María con el Niño. Lo sostiene en sus brazos de tal manera que normalmente se caería. Pero siendo que el Niño es Dios, no se cae, porque él mismo se sostiene.
En algunos cuadros expuestos sobre la pasión de Cristo, el rostro doliente de Jesús, en vez de aparecer sombrío, opacado por el dolor, irradia luz, ya que quien sufre no es un hombre cualquiera, es el Cordero de Dios, es su Hijo que quiso ser nuestro hermano y salvador.
Se refieren las imágenes asimismo a la dignidad de la Sma. Virgen como Inmaculada, es decir, sin sombra de pecado. En las escenas de Belén, la luz del rostro de Cristo ilumina con total claridad a su madre María, no así a José y a los pastores. Igual cosa, en la huida a Egipto. Y cuando María, la prima menor, visita a Isabel, la Virgen es más alta que Isabel, pues es madre de Jesucristo.
Un cuadro expresa el realismo de la visión cristiana de la sociedad. Afirma que todos somos pecadores y necesitamos la gracia de Dios para salvarnos. Es cierto, en esta vida hay autoridades; en la Iglesia, la autoridad del Papa y de los Obispos. Se respeta y acata su autoridad, ya que Dios los puso en ese lugar para guiar a su Pueblo como Pastores. Pero al representar el Purgatorio, el lugar de la purificación anterior al cielo, lo anterior no impide que en él encontremos a un obispo con mitra, y a un Papa con su tiara.
Una última palabra. En este entrelazamiento artístico entre la predicación de la fe y el sentimiento de los pueblos originarios, a veces no sabemos a ciencia cierta de donde provienen ciertas expresiones muy significativas. Veremos un Crucificado sumamente herido y golpeado, lleno de sangre y dolor. No se sabe con seguridad si en esas llagas los indígenas quisieron expresar sus enormes sufrimientos, o si los misioneros pidieron que Cristo fuera representado así, para que la imagen dijera de manera elocuente y emocionante a quienes se convertían hasta qué extremo nos amó Cristo, que sufrió de esa manera, dando su vida por nosotros, para que nosotros tengamos vida y la tengamos en abundancia.
Gracias.
† Francisco Javier Errázuriz Ossa
Cardenal Arzobispo de Santiago