Encuentro con trabajadores. A un año de la visita de S.S. Juan Pablo II
Hace un año estuvo con nosotros Juan Pablo II, sucesor de Pedro, Pastor Universal de nuestra Iglesia y Padre común.
Hace pocos días hemos celebrado la Pascua del Señor. El espíritu de estos días, en que con Cristo hemos asumido la Cruz, nos impulsa a mirar la vida, toda la vida, en la diversidad de sus manifestaciones, de una manera nueva. La Pascua del Señor nos confirma en la esperanza.
El Santo Padre vino con el Evangelio en la mano a proclamar la primacía de Cristo en todo, como mensajero de nueva vida, a proclamar un mensaje pascual. Lo hizo en nuestro país herido por la división.
Así, también, lo dijimos en nuestras Orientaciones Pastorales: "Observamos con dolor que el país está muy polarizado. Criterios inspirados en la lógica de la guerra, de la violencia o de la exclusión, predominan sobre criterios basados en el diálogo y la racionalidad. Esto es gravísimo porque un camino así no conduce sino a la agudización del conflicto político y social" (Orientaciones Pastorales, 42).
Hace un año estuvo el Papa, aquí, con ustedes mismos, acogiéndolos en sus inquietudes, la de todos los trabajadores chilenos y, especialmente, en esa larga expresión de gratitud, que fue la palabra que ustedes le dirigieron.
Él les respondió particularmente en Concepción pero, desde su propia experiencia de trabajador, les llevó en el corazón a través de toda su visita pastoral.
Así hizo evidente su preocupación de Pastor por las dificultades que les afectan, "muchas de ellas relacionadas con problemas de justicia social, que exigen de todos una intervención decidida para procurar resolverlos" (541).
El Santo Padre conoció y se identificó con los problemas e inquietudes que expresan la verdadera preocupación de tantos trabajadores (540). El se ocupó especialmente del desempleo y la cesantía, señalando que, cuando llegan a ciertos niveles, constituyen un problema ético, espiritual porque son síntoma de "un desorden moral existente en la sociedad" (541). Del mismo modo se ocupó de la justicia de las remuneraciones, del trabajo de la mujer, de las legítimas reivindicaciones sindicales, de los derechos y deberes del trabajador (542-543).
Juan Pablo II dijo, luego, en Concepción: "Tengo muy presentes todos estos anhelos; podéis estar seguros de que la Iglesia hace suyas las aspiraciones de justicia que lleváis en el corazón, porque sabe que se halla en juego vuestra dignidad como hombres y como cristianos" (544).
En este aniversario de la visita del Santo Padre les repetimos lo mismo y, delante de ustedes, renovamos nuestro compromiso con el Pastor Universal y con la dignidad de cada trabajador chileno y la tarea por la justicia, tarea en la cual nosotros tampoco descansaremos.
Sabemos que el desafío de la miseria es de una enorme magnitud (321), pero también que la justicia por sí sola no es suficiente.
Es cierto que no existe verdadero amor, verdadera caridad, sin justicia.
Es cierto que la justicia es la medida mínima de la caridad (545).
Una verdadera cultura del trabajo debe ser una verdadera cultura de la justicia, pero mucho más debe hacerse para lograr una verdadera cultura del amor (546).
Ahí están los problemas inmediatos, con toda su gravedad y todas sus urgencias. Los asumimos con ustedes.
Sin embargo, también con ustedes, queremos mirar hacia el futuro y hablarles de la esperanza.
No creemos que todos los problemas que les aquejan puedan resolverse de la noche a la mañana. Por eso, les pedimos que, sin cejar en la tarea de la justicia, que es fuente de reconciliación, asuman sus responsabilidades, del presente y del mañana dando testimonio ante el país entero de la madurez del trabajador chileno.
La certeza de la Pascua de Jesús les ayudará a esperar contra toda esperanza, les señalará el camino que es necesario recorrer con fortaleza creadora, les impulsará a afirmar e incrementar sus propias organizaciones, sembrando en ellas, ustedes mismos, un clima de participación, de diálogo, de negociación pacífica, de respeto, de servicio generoso y honesto. Así contribuirán, también, al futuro democrático que todos deseamos. Lo estarán construyendo hoy mismo desde la base de la sociedad.
Ese trabajo humano, todo trabajo, cualquier trabajo digno no está orientado hacia la muerte.
El desafío que plantea hoy el trabajo humano es su transformación interior para que alcance plenitud de sentido (537).
El trabajo está orientado hacia la vida: "la Resurrección se obtiene a través del trabajo" (548), su máxima dignidad está en el amor con que se realiza. Está en la perspectiva de la justicia social verdadera, pero también en la perspectiva de una civilización del amor. Esta es la civilización anunciada por Jesucristo Crucificado y por su Resurrección (533).
Esta es la tarea de la Iglesia y de todos los que se reconocen como cristianos.
Esta es la misión de ustedes, que proviene del propio bautismo.
En el año que ha transcurrido, desde que el Papa estuvo con nosotros, hemos sido testigos de la contribución, a veces con duros costos para ustedes, que el sindicalismo ha hecho en el empeño por alcanzar una transición ordenada y responsable hacia una democracia estable y duradera.
Queremos seguir acompañándoles en sus angustias cotidianas y decirles que nos importan todas las acciones colectivas y pacíficas que sus organizaciones llevan a cabo en favor de un mejoramiento sustancial de sus actuales condiciones de vida.
Pero queremos llamarlos, también, en estas fiestas pascuales a que renueven su fe en el Dios de la vida, el que se manifiesta en las relaciones humanas y profesionales; en los problemas y fracasos a que está expuesto quien ejerce una actividad humana; en los éxitos y alegrías de la vida familiar, del esfuerzo generoso y de la existencia entera puesta al servicio de Dios y de los demás (538).
Les pedimos esto porque sabemos que así podrán crecer en unidad, fortalecer la esperanza y vivir como hermanos porque somos todos hijos de un mismo Padre.
Les pedimos que nunca dejen de trabajar por la construcción de un sindicalismo que conquiste la difícil autonomía económica, social y política alcanzando así una legitimidad creciente como actor fundamental para la vida de la nación.
Les aseguramos que todo empeño dirigido a acrecentar la unidad de los trabajadores en tan nobles tareas contará siempre con nuestra simpatía, con nuestro afecto y nuestro apoyo.
Nosotros y ustedes y, más allá de nosotros, todos los chilenos, tenemos la obligación de transformar el corazón de Chile, devolviendo esperanzas a nuestra Patria, sanándola de sus dolores, abriendo nuevos horizontes para sus hijos.
Por encargo del Comité Permanente del Episcopado
† CARLOS GONZALEZ CRUCHAGA
Obispo de Talca
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
† SERGIO CONTRERAS NAVIA
Obispo de Temuco
Secretario General de la Conferencia Episcopal de Chile
Santiago, 8 de abril de 1988.
