Importancia de la familia y la comunidad en el logro del tratamiento y reinserción de personas con consumo problemático de drogas
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Seminario Regional "El tratamiento si funciona" 23 de Septiembre de 2009

Importancia de la familia y la comunidad en el logro del tratamiento y reinserción de personas con consumo problemático de drogas

Fecha: Miércoles 23 de Septiembre de 2009
Pais: Chile
Ciudad: Concepción
Autor: Mons. Ricardo Ezzati Andrello, sdb

1.- Introducción.

1.1.- La Conferencia Episcopal de Chile y, en particular, La Arquidiócesis de Concepción, a través de su Área de Pastoral Social, desde décadas, se ha hecho cargo de promover una acción pastoral dirigida a las personas que necesitan de ayuda para enfrentar consumos problemáticos de alcohol y otras drogas, y preocuparse no sólo de las personas afectadas, sino también de sus familia y comunidad. Muchas instituciones de la Iglesia con “colaboradoras del Estado” en esta misión.

1.2.- Por eso, me alegra que la Arquidiócesis, de la cual soy Arzobispo, se vea involucrada y comprometida, junto al Gobierno Regional y a las políticas del Gobierno de Chile, en una acción que quiere acompañar y estrechar vínculos con niños y jóvenes que viven esta forma de marginalidad social. Estoy convencido que es necesario trabajar, apoyar y fortalecer redes para enfrentar adecuadamente el flagelo de la droga, superando visiones parciales y estrechas y aprovechando, en cambio, las experiencias más fecundas. Les puedo confesar que, por varios años, siendo Presidente de la Fundación Programa Don Bosco-Vida Compartida en Santiago, he tenido serios desencuentros con Conace y sus dirigentes nacionales, especialmente por la burocracia instalada y las políticas, a veces, erráticas de enfrentar un problema tan serio como el que nos convoca esta mañana. Admito que mi visión pueda ser parcial, sin embargo sigo creyendo que la situación de marginación y pobreza que afecta a tantos jóvenes pide los mejores esfuerzos (no sólo económicos) de todos, médicos, psicólogos, educadores, sacerdotes y expertos y de todas las Instituciones, públicas y privadas. Se trata de una problemática que afecta a toda la sociedad y que requiere del concurso de toda la sociedad para ser enfrentada adecuadamente.

1.3.- “El tratamiento funciona”… Antes de entrar en el tema que me ha sido asignado, permítanme presentar una perplejidad frente al título del Seminario, “El tratamiento sí funciona”, dice el título. Me pregunto y les pregunto: ¿Funciona?, ¿de verdad funciona? Una afirmación tan apodíctica pide una rigurosa comprobación. Por supuesto, hay tratamientos que funcionan: pero, ¿cuáles?, ¿a cuáles condiciones funciona?, ¿cuáles son los ingredientes y los tiempos para que funcionen?. He sido testigo de tratamientos que sí han funcionado, y de tratamientos que no han funcionado para nada.

Quiero comprender que se trata de procesos complejos, muy complejos, que escapan a todo mecanicismo reduccionista y que están sujetos a múltiples condicionamientos de orden médico, jurídico, familiar, social, político y también religioso… Recuerdo que para consolidar la experiencia del “Centro Integral Familia Niño”, de Valdivia, que cuenta ya con una vasta y positiva experiencia de rehabilitación y reinserción social, visité varios centros de Europa, y más tarde, para fortalecer el “Programa Don Bosco-Vida Compartida en Santiago”,propicié visitas centros especializados en Colombia y Ecuador… En todas partes, los fracasos y los sucesos son alternos.

1.4.- Las medidas punitivas, muchas veces invocadas como estrategias privilegiadas, en desmedro de las educativas y sociales, tampoco contribuyen a dar soluciones humanas al problema, al contrario, favorecen crecientes daños físicos y psíquicos, con la consiguiente marginación en términos cualitativos y cuantitativos. La ley de responsabilidad penal juvenil dice algo al respecto. Donde las medidas punitivas y de control han sido estrategias privilegiadas, no se ha logrado ganar la batalla.

Me asiste la convicción que la sociedad actual, en lugar de endurecer la mano, está llamada a “ganar el corazón” de los niños y jóvenes dañados. Es menester cambiar el sistema represivo por un nuevo sistema, el preventivo, centrado en la acogida, en la fe, en el espíritu de familia y en la confianza de los recursos de los jóvenes. Hay que acompañarlos y sostenerlos con recursos de desarrollo. “Prevenir” sugiere capacidad de anticiparse, identificando causas y atendiendo antes que la situación se produzca



2.- Familia y sociedad en el logro del tratamiento e reinserción

Me han pedido una sencilla reflexión acerca de dos indispensables aportes para el logro del tratamiento e reinserción de personas con consumo problemático de drogas: la familia y la sociedad. Hay que decir, desde el comienzo, que son fundamentales y, al mismo tiempo, partes integrantes de una intervención más amplia y más orgánica.
Creo que no es necesario derrochar muchas palabra acerca del rol de la familia en la vida de un hijo, en su crecimiento y, en el caso de hijos dañados, en el proceso de su recuperación de. La experiencia, a diario nos manifiesta su significado en la vida de los hijos. Me detengo en un aspecto general, es decir sobre la necesidad de una profunda renovación cultural que involucra también la familia y la sociedad misma.

1.2.- renovación cultural y valores de fondo…

En la homilía del 18 de septiembre recién pasado, citando una expresión del Papa Benedicto XVI en la Carta Encíclica “Caritas in Veritate”, recordaba que “el presente y el futuro de Chile reclama una profunda y consciente renovación cultural y el redescubrimiento de los valores de fondo sobre los cuales construir el futuro” CiV 21).

En el mundo y en Chile particularmente, la situación de la drogadicción infantil y juvenil refleja una crisis profunda del sentido de la sociedad y de la familia.

A pesar de su apreciable crecimiento económico y progreso, la sociedad globalizada excluye de la mesa común a grandes contingentes de su población, los cuales se concentran en determinados barrios de la ciudad, donde se acumulan desventajas sociales evidentes, como la carencia de trabajo digno y de ingreso decente; viviendas estrechas y de mala calidad que conspiran contra la posibilidad de vida familiar y de desarrollo afectivo; insuficientes condiciones de educación y de salud preventiva, etc. En esta realidad, muchos niños y jóvenes viven en condiciones de desprotección, expuestos a los peligros de la marginación, la violencia y, ciertamente, la droga.

En este contexto, la familia, patrimonio de la humanidad y aspiración más querida, tiene grandes dificultades para cumplir con su misión socializadora: padres ausentes o frecuentemente cansados debido a condiciones extenuantes de trabajo y largos desplazamientos, por un salario escaso; madres a menudo agobiadas y sobrepasadas, que deben rebuscarse además, formas para aumentar el ingreso familiar; viviendas muy estrechas que expulsan a los niños y jóvenes a la calle; escasas oportunidades de sana recreación y esparcimiento, ocasionan grandes carencias afectivas y la búsqueda de identidad y afecto en grupos y pandillas de la calle.

No es raro que en semejantes situaciones los padres renuncien a la tarea de educar a los hijos o que pierdan de vista el punto quizá más delicado de la obra educativa, es decir: encontrar el equilibro adecuado entre libertad y disciplina. Sin reglas de comportamiento y de vida, aplicadas día a día, también en las cosas pequeñas, no se forma el carácter y no se prepara para la vida. Pero la relación educativa es ante todo encuentro de dos libertades y la educación bien lograda es una formación para el uso correcto de la libertad. A medida que el niño crece, se convierte en adolescente y después en joven; por tanto los padres deben aceptar el riesgo de la libertad, estando siempre atentos a ayudarles a corregir ideas y decisiones equivocadas. Lo que nunca deberán hacer es secundarlos en sus errores, fingir que no los ven, o peor aún, que los comparten como si fueran las nuevas fronteras del progreso humano.

La educación de los hijos no puede prescindir del prestigio de los padres, que hace creíble el ejercicio de su autoridad. Es fruto de experiencia y competencia, pero se adquiere sobre todo con la coherencia de la propia vida y con la implicación personal, expresión del amor verdadero. Por consiguiente la familia y en ella los padres son testigos de la verdad y del bien; ciertamente también ellos son frágiles y pueden tener fallos, pero siempre tratarán de ponerse de nuevo en sintonía con su misión


3.- Esta desafiante realidad educativa, postula entre otras, tres actitudes fundamentales:

Destaco tres aspectos de renovación cultural que, según mi parecer, pueden influir positivamente en la recuperación de los jóvenes dañados. Y no exigen fuertes inversiones económicas.


3.1.- Creer en la fuerza transformadora del amor. De verdad el amor puede más; el amor es más fuerte”. Todos, especialmente quienes atraviesan por problema, necesitan de la fuerza transformadora del amor: el único lenguaje que, finalmente logra hacerse entender por todos. Lo ha destacado claramente el Papa Benedicto en su primera Carta Encíclica “Deus Caritas”. El amor es lenguaje comprensible, también para adolescentes y jóvenes en dificultad.

En la vida del gran educador San Juan Bosco se lee que habiéndose encontrado con un joven de la calle le preguntó: “¿Sabes leer y escribir…, sabes el catecismo…, tienes una profesión?”. Frente a la respuesta negativa de su interlocutor, le preguntó, entonces: “¿Sabes silbar?... Y el rostro de Bartolomé (así se llamaba el joven) se iluminó y comenzó a sonreír.

En cada persona, aún en las más dañadas, hay un punto accesible, que sabe descubrir y al cual puede acceder sólo a quien ama de verdad: la educación y más aún la reeducación es, en primer lugar, cosa del corazón. Pero no basta amar, hace falta que el joven se de cuenta de que se les ama.

Es un gran desafío para padres de familia, para educadores y para todos quienes ejercen responsabilidades de re-educación


3.2.- Creer que los jóvenes tienen posibilidad de redimirse. Recuerdo que al despedirme de la comunidad cristiana de Los Lagos (Diócesis de Valdivia) se me acercó un grupo de jóvenes. Cuando uno de ellos me tendió la mano, en coro, los demás jóvenes comenzaron a gritar: “Monseñor, bendiga a este pato, porque es harto malo…se vuela y se vuela…”. Pude decirle sólo unas palabras que recordé de la experiencia educativa de mi Fundador: “No hay cabros malos; no hay jóvenes malos… Ánimo”. Mi sorpresa fue grande: a la semana me llegó una carta, que aún conservo, escrita por ese joven. En pocas líneas escribía su difícil itinerario y también su deseo de cambiar y terminaba su carta con estas palabras: “Ahora le puedo decir a mis compañeros que no soy un pato malo… Me lo aseguró el obispo al bendecirme.”.

El joven, aunque esté caído, no pierde su radical capacidad de bien: una capacidad que hay que estimular y volver a estimular, ayudar a que crezca hasta lograr estructurarse. En cada joven, hasta en el más difícil, hay un punto accesible al bien. Y es deber de los padres y educadores buscar ese punto, esa cuerda sensible del corazón, acceder a ella y sacar de ella todo el provecho posible.

De aquí el estilo de intervención educativa, que debe ser marcado por la racionalidad, el afecto y la fe. De aquí la estructura educativa de base, fundada sobre la presencia activa y amistosa del educador en medio de los jóvenes, el llamado a favorecer la iniciativa, a crecer juntos en el bien y la invitación a librarse de toda esclavitud , viviendo en un sereno espíritu de convivencia y de familia.

Las familias y la misma sociedad deben saber que aquí se esconde una gran esperanza.



3.3.- Creer en la eficacia social de quienes buscan ofrecer respuestas humanizantes.

Educar es una tarea compleja. Educar en ambiente de exclusión social, es más difícil aún, especialmente porque, hoy, vivimos en un contexto cultural y social altamente complejo y diferenciado. El futuro no es una evidencia y la profecía de la globalización en acto, multiplica las nuevas pobrezas y más marginación. Los jóvenes, especialmente los más pobres, sienten incierto su futuro; saben que peligran ser cada vez más pobres y víctimas de la sociedad: sin ocupación, condenados a la marginación y empujados a “salidas fáciles”, como la delincuencia, el alcohol y la droga. Muchos de ellos, especialmente en las poblaciones marginales viven desprotegidos y vulnerables. Antes de ser actores, son víctimas de muchos males sociales.

Este clima necesita de hombres y mujeres de esperanza, mediadores de humanidad y de solidaridad. Hombres y mujeres que se atrevan a romper el círculo infernal de la marginación y que operen con verdadera vocación social. Se necesita de la intervención orgánica del Estado, porque garante del bien común, y de todas las estructuras que están en sus manos (entre ellas CONACE), con todo el profesionalismo y dedicación de que es capaz.

Esta cultura no nace espontáneamente: es necesario quererla y construirla, todos los días, con gestos y realizaciones, a veces pequeñas. Hay que decidir proyectos y programas para realizarla; asumir decididamente su lógica, declararse abiertamente por ella. Y hace falta encontrar aliados, socios, alianzas y opinión pública. Hace falta extender la soberanía de ideales y proyectos de vida hermosa y abundante.

Gracias a Dios, no faltan buenos samaritanos, también en nuestros días. Es necesario creer en ellos y en su aporte social.

“Un samaritano, relata san Lucas, llegó cerca del hombre que había caído en mano de unos ladrones, lo vio y se compadeció. Se le acercó, curó sus heridas con aceite y vino y se las vendó. Después lo puso en el mismo animal que él montaba, lo condujo a un hotel y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó una moneda y se la dio al hotelero diciéndole: Cuídalo: Lo que gastes de más, yo te lo pagaré a mi vuelta”(Lc. 10,33-35).

Cada verbo del relato evangélico, describe las acciones e intervenciones de muchos buenos samaritanos de hoy, comprendido el Estado.

Creo que es necesario creer en la eficacia y en la fecundidad de estas intervenciones y apoyarlas convenientemente.

Todo esto no implica multiplicar el presupuesto económico: son respuestas gratuitas y humanizantes para una tarea que sigue pendiente.

† Ricardo Ezzati A., sdb
Arzobispo de Concepción

Concepción, 23 de Septiembre de 2009
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