Intervención de Mons. Alejandro Goic Karmelic, Obispo de Rancagua y Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile en Homenaje a D.Manuel Bustos Huerta.
O.I. T. - Santiago, 25 de septiembre de 2009.
Estimadas amigas y amigos,
Con mucho gusto he aceptado la invitación a recordar la figura del destacado dirigente sindical Manuel Bustos Huerta, a diez años de su Pascua. Más aún, cuando este encuentro se realiza bajo una pregunta que es a la vez una interesante provocación:
“¿Tiene futuro el sindicalismo?”. Ambas razones para reunirnos hoy, son de la mayor importancia.
Hijo de la Iglesia
A Bustos lo recordamos como
un hijo muy querido de la Iglesia. Manuel fue un orgulloso hijo adoptivo de un matrimonio campesino; en su niñez, caminaba casi diez kilómetros para ir a aprender las primeras letras en la escuela; fue un adolescente que, luego de una buena cosecha, según contaba él mismo, por primera vez se puso zapatos a los trece años; su testimonio de vida es conmovedor, y su reconocimiento a la tarea de los curas de campo nos compromete: “La Iglesia me sirvió de mucho, porque yo fui dirigente deportivo en el campo y mi formación para ser dirigente deportivo, así como para ser dirigente cultural campesino, nació a través de la Iglesia. Allá en el campo fui incluso monaguillo. Ayudaba en misa, hasta que me vine al servicio militar. Tenía una actividad permanente en la Iglesia y esas fueron cosas que me ayudaron para vincularme después a otras instancias”, contaba Manuel.
Nunca renegó de su origen. Siempre lo mostró con orgullo. Especialmente cuando ya había dejado su vida sindical y estaba en su
nuevo rol de dirigente político, donde llegó a ser diputado de la república.
Era un agradecido de la Iglesia y lo expresaba así: “La Vicaría de la Solidaridad y la Vicaría de Pastoral Obrera fueron nuestro refugio cuando éramos perseguidos. Fueron nuestro lugar de encuentro. No digo un lugar para realizar reuniones. No. Digo más que eso. Hablo de un lugar de encuentro humano, afectuoso, solidario”. También relataba cómo el Cardenal Silva Henríquez consiguió su liberación, y la de muchos, desde el Estadio Nacional en septiembre de 1973.
La Iglesia también es agradecida de él: “con su lucha valiente e incansable por la dignificación y libertad de los trabajadores, de sus familias y sus organizaciones, fue un testigo de la verdad del Reino de Dios, decía monseñor Alfonso Baeza en una nota leída en su funeral. Nadie podrá desconocer que Manuel inspirado en Jesús, en el Padre Hurtado y en su gran amigo el Cardenal Raúl Silva Henríquez, hizo un gran aporte a la tarea permanente por hacer de Chile un país menos injusto y más solidario”.
Hoy, diez años después de su muerte,
la Iglesia chilena no puede menos que testimoniar una vez más agradecimiento por el compromiso cristiano que expresó en su vida pública, como dirigente sindical y como dirigente político.
Un ejemplo como sindicalista
Ahora bien, ¿qué fue lo notable del ejemplo de Manuel?
Desde luego, creo que la ciudadanía observó en él mucha valentía y coherencia entre sus palabras y sus acciones. Pero hoy, pensando en el futuro, queremos recordar algunas de sus enseñanzas a los sindicalistas jóvenes. He aquí algunas frases suyas que lo retratan:
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”Yo defiendo al trabajador, su empleo, defiendo su salario, el derecho al trabajo, defiendo el derecho a la vivienda, a la educación, a la salud, a la cultura, le estoy dando un marco en que le defiendo todo: le defiendo la familia. Tras esto hay una opción política. Pero yo no estoy diciendo que para hacer eso él tiene que ser militante de mi partido”.
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Para que haya un sindicalismo, para que haya una organización estudiantil, para que haya una acción poblacional, tiene que haber democracia. (…) Creo que para que tengamos realmente organizaciones sindicales libres, autónomas y pluralistas, tiene que haber democracia”.
· “Nunca un dirigente debe llevar a la práctica solamente lo que él cree que es bueno o lo que él piensa.(…) Es fundamental que el dirigente sindical, cuando tiene una idea,
la plantee en el debate de la organización y pida al trabajador de base que dé su opinión. Entonces se logra enriquecer esa opinión y junto con ello se logra tomar contacto y el compromiso con el trabajador”.
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“El trabajador tiene que educarse para ser dirigente sindical. En el futuro tenemos que tener la capacidad de ser, primero, dirigentes sindicales educados. También diría, con cierto grado de inteligencia para entender la sociedad en la cual queremos vivir. Por otra parte, el dirigente tiene que tener la capacidad de vincularse con todos los sectores sociales en los cuales se desarrolla”.
Manuel también creyó y buscó construir un sindicalismo democrático, unitario, pluralista y autónomo. Partidario de los acuerdos y del diálogo con las distintas contrapartes: autoridades gubernamentales y representantes de los gremios empresariales. Firmó cuatro acuerdos marcos que así lo atestiguan.
Creo que las palabras y enseñanzas de Bustos son significativas y muy enraizadas en el pensamiento social de la Iglesia, particularmente las enseñanzas del Padre Alberto Hurtado y del Cardenal Silva Henríquez. Están lejos de la promoción de la lucha de clases, sin por ello dejar de estar muy comprometidas con la causa de los trabajadores y trabajadoras y con la situación de los más pobres.
Cuando leemos sus palabras, podríamos decir que estamos en presencia de una suerte de magisterio laical. La Iglesia agradece a sus fieles cuando asumen el rol que les corresponde en la sociedad. Lo agradece y los impulsa a hacerlo, reconociendo y asumiendo las limitaciones humanas que cada uno de nosotros tiene.
En las acciones de Bustos hay un camino para quienes desean comprometerse con los demás, un sendero para quienes desean servir a su prójimo a través del liderazgo sindical. Esta no es una tarea fácil. Más aún, es un quehacer muchas veces incomprendido, pero es un rol social significativo y tremendamente necesario. Agregar los intereses de los trabajadores para representarlos, para negociar de manera equilibrada y justa con los administradores de las empresas, es una tarea que apunta en el sentido de la construcción de buenas relaciones laborales y equidad social, si es responsablemente asumida por las partes.
Una mirada desde la Iglesia
La Iglesia encuentra ya en las páginas del libro del Génesis “la fuente de su convicción según la cual el trabajo constituye una dimensión fundamental de la existencia humana sobre la tierra”, señala Juan Pablo II en Laborem Excercens. Y agrega que el hombre (y la mujer) son imagen de Dios, de quien recibió el mandato de someter y dominar la tierra, es decir, el mandato de continuar la labor creadora del propio Padre. Se trata de un mandato no al hombre (y la mujer) de una generación, sino al de todas las generaciones, y por lo tanto desde allí también nace su compromiso con el cuidado de la
Creación para entregarla a las generaciones venideras.
“Una cosa hay cierta para los creyentes: la actividad humana individual y colectiva o el conjunto ingente de esfuerzos realizados por el hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo– nos enseña la Constitución Pastoral Gaudium et Spes- responde a la voluntad de Dios. Creado el hombre a imagen de Dios, recibió el mandato de gobernar el mundo en justicia y santidad, sometiendo así la tierra y cuanto en ella se contiene, y de orientar a Dios la propia persona y el universo entero, reconociendo a Dios como Creador de todo”. A través del trabajo, el hombre participa en la tarea de la Creación.
Ello es fuente y razón de dignidad humana.
“El cristianismo –dice el Padre Hurtado-
dio al mundo la gran lección del valor del trabajo: Cristo, el Hijo de Dios, se hizo obrero manual y escogió para sus colaboradores a simples pescadores (…) todo trabajo, tanto el intelectual como el manual, aparece reivindicado en el cristianismo. (…) el humanismo del trabajo encuentra su mayor grandeza en el Dios obrero”.
“En nuestro tiempo– agrega Juan Pablo II en Centesimus Annus- es cada vez más importante el papel del trabajo humano en cuanto factor productivo de las riquezas inmateriales y materiales; por otra parte, es evidente que el trabajo de un hombre se conecta naturalmente con el de otros hombres.
Hoy más que nunca, trabajar es trabajar con otros y trabajar para otros: es hacer algo para alguien. El trabajo es tanto más fecundo y productivo, cuanto el hombre se hace más capaz de conocer las potencialidades productivas de la tierra y ver en profundidad, las necesidades de los otros hombres, para quienes trabaja”. Por lo mismo, es que antes el Padre Hurtado decía que la sociedad no debe vanagloriarse de dar trabajo al hombre y la mujer, porque la verdad es que son éstos quienes sostienen a la sociedad con su trabajo.
El hombre debe trabajar según la enseñanza de la Iglesia, por respeto al prójimo y en especial a la propia familia, pero también a la sociedad a la que pertenece, a la nación de la que es hijo o hija, a toda la familia humana, “ya que es heredero del trabajo de generaciones y al mismo tiempo coartífice del futuro de aquellos que vendrán después de él con el sucederse de la historia. Por todo esto, dice Juan Pablo II, “cuando haya que considerar los derechos morales de todo hombre respecto al trabajo, correspondientes a esta obligación, habrá que tener siempre presente el entero y amplio radio de referencias en que se manifiesta el trabajo de cada sujeto trabajador”.
De esto se sigue la doctrina de la Iglesia sobre salarios justos y compensaciones por el trabajo, lo que en las encíclica Rerum Novarum – de hace casi 120 años- se indicaba así:
“cierto es que para establecer la medida del salario con justicia hay que considerar muchas razones; pero generalmente tengan presente los ricos y los patronos que
oprimir para su lucro a los necesitados y a los desvalidos y buscar su ganancia en la pobreza ajena, no lo permiten ni las leyes divinas ni las humanas. Y defraudar a alguien en el salario debido es un gran crimen, que llama a voces las iras vengadoras del cielo”. Y el Papa León XIII lo decía citando la enseñanza bíblica del Antiguo Testamento.
Cuando hace algún tiempo reclamamos buscar el alcanzar un salario ético, hubo reacciones diversas. No pocos empleadores, me consta,
revisaron sus planillas e hicieron esfuerzos por alcanzar mejores condiciones para sus trabajadores. Otras personas dijeron que los obispos no sabemos de economía.
Simplemente quisiera recordar esas hermosas palabras del Cardenal Silva Henríquez para orientar el quehacer de los pastores:
“La Iglesia es experta en humanidad”. No muchos recuerdan, pero es un dato de la historia:
el primer contrato de trabajo en Chile, lo suscribieron hace 400 años los jesuitas con los indígenas que les habían sido dados como esclavos y que ellos liberaron. Esa es la tradición y el testimonio de nuestra Iglesia.
Es desde ese punto de vista que hoy, cuando comienza a reactivarse la economía, llamo a todos aquellos que tienen que ver con la creación de riqueza, que se relacionan con el trabajo humano,
a volver a mirar las formas cómo lo estamos haciendo. Bien podríamos iniciar una recuperación olvidándonos de los trabajadores y, más aún, de los pobres y los excluidos. Eso llamaría a voces las iras vengadoras del cielo, nos diría hoy León XIII.
En estos tiempos y en primer lugar debemos ocuparnos
por rescatar el empleo de quienes lo han perdido y el que quienes lo buscan por primera vez. Un hombre desempleado contra su voluntad, nos decía el Cardenal Silva Henríquez, es un trozo de la Creación de Dios que queda sin hacer.
Este es un buen tiempo para recoger enseñanzas de la crisis. Y recoger las enseñanzas de la Iglesia.
Es tiempo de reconocer a los trabajadores que con su esfuerzo y colaboración permitieron que la empresa resistiera los embates de una economía dañada, sobre todo por el abandono de la ética por parte de algunos de sus actores.
También es
tiempo de que busquemos más acuerdos entre nosotros. Que no nos quedemos en el Acuerdo por el Empleo, tan valioso y tan ejemplar suscrito por el Gobierno, trabajadores y empresarios hace algunos meses.
Avancemos en esa línea. Profundicemos. Hagamos que efectivamente las
empresas sean comunidades de personas, como nos enseñan los pontífices. “Esto exige – dice Juan XIII, el Papa Bueno- que las relaciones entre empresarios y dirigentes, por una parte, y los trabajadores por otra,
lleven el sello del respeto mutuo, de la estima, de la comprensión y, además, de la leal y activa colaboración de todos en la obra común “. Los trabajadores deben participar en la gestión y las utilidades de la empresa. Es necesario imaginar formas nuevas de relaciones laborales que respeten cada vez más a la persona humana.
Hay un plano, que quizá debería ser el primer punto de nuevos acuerdos. Creo que como país deberíamos ser pioneros en nuestra región latinoamericana en el
cumplimiento de las normas laborales. Así como existe la certificación de la trazabilidad ambiental de los alimentos, así también podríamos certificar la trazabilidad laboral de todo producto de exportación o de consumo interno.
Que cada producto pueda ser adquirido con la certeza de que no se está consumiendo algo que contiene abusos en materia de legislación laboral o de seguridad social. Este es un tema en el que podemos adelantarnos, porque ya se estudia, según tengo entendido, una norma ISO (Las normas ISO son normas de “calidad” y “gestión continua de calidad”, establecidas por la Organización Internacional para la Estandarización (ISO)) sobre el particular.
¿Por qué no ser pioneros en justicia? Y aunque no somos expertos en economía, el sentido común nos dice que
cuando una empresa no cumple con las leyes laborales y de seguridad social, está compitiendo deslealmente con otras empresas que sí cumplen, usando ventajas ilegítimas a partir de un abuso. No es justo que aquellos que cumplen la ley y juegan limpio se vean perjudicados por quienes no cumplen.
Benedicto XVI nos dice en su última encíclica, recordando a Paulo VI,
que la justicia es la medida mínima de la caridad. Dicho de otra forma,
la justicia es la medida mínima del amor cristiano. Es por ello, como indica el propio Papa, que no puedo darle a nadie de lo mío, sin haberle entregado primero lo que es suyo. Esa es la enseñanza de la Iglesia. Partamos pues por cumplir justicia. Desde allí avancemos a la santidad en la vida empresarial. No es aceptable el cinismo de decir “los negocios son los negocios”.
Porque antes que los negocios está la persona humana.
En este marco de comprensión del trabajo humano, es que
se entiende la acción de los sindicatos, que al decir del Padre Hurtado, deseamos sean instrumentos de concordia y paz social, lo que no se logra haciendo de ellos actores sumisos. Por el contrario,
son las instituciones llamadas a agregar los intereses de los trabajadores para representarlos en un espacio de diálogo social. Los sindicatos deben ser instituciones robustas, con la mayor formación y capacitación posible, profesionalizadas en su rol, para representar adecuada y lealmente los intereses de sus afiliados. Con dirigentes capacitados para una conversación permanente y productiva con su contraparte.
“El sindicalismo –decía el Padre Hurtado, y lo repetía Manuel Bustos como señalamos antes-
debe adaptarse a las nuevas condiciones de la economía moderna (…)Las organizaciones en el futuro no podrán desempeñar adecuadamente su cometido, si no están dirigidas por hombres (y mujeres) de gran capacidad y formación técnica”.
Hay allí una tarea para el sindicalismo, pero también para la administración de la empresa, ya que la capacitación de los dirigentes es posible de hacer incluso mediante la franquicia tributaria SENCE.
Hay herramientas para un mejor sindicalismo, que un empresario moderno entiende como un aporte necesario para una mejor empresa.
Hoy, mis queridos amigos y amigas, los problemas del trabajo son múltiples y cada vez más complejos. Requieren por lo mismo de dirigentes capaces de conocer el mundo tan distinto en el que se desarrollan las empresas de hoy: con los desafíos y las oportunidades de la inserción internacional; con la necesidad de frecuentes reconversiones para adaptarse a los requerimientos cambiantes del mercado. Ya no es posible hoy pensar en el empleo de por vida en un lugar. Es un escenario nuevo.
Sin embargo,
el sindicalismo sigue teniendo hoy los principios inspiradores de siempre: la solidaridad, la búsqueda de la justicia social, conseguir condiciones de mayor equidad y bienestar para las familias de los trabajadores, igualdad de oportunidades de origen, espacios de participación. En definitiva, la búsqueda incesante de la dignidad humana.
Pero la realidad en la que actúa es nueva y es cambiante. Las formas de organizar el trabajo es distinta. Muchas veces favorecen el individualismo. Pero en medio de todo, en ese nuevo escenario, es donde hay que actuar. Hay aquí desafíos a la creatividad.
Los sindicatos deben reinventarse. La formación y la capacitación sindical y el abrir paso e integrar a las nuevas generaciones, recogiendo la experiencia acumulada, es una tarea urgente.
Recogiendo las enseñanzas de la reciente encíclica “Caritas in Veritate”,
quiero llamarlos especialmente a preocuparse por los más pobres, aquellos que no están sindicalizados, por aquellos desocupados o subempleados o aquellos que sufren la informalidad laboral. Quiero pedirles que se ocupen también de los migrantes, cuántas veces explotados y oprimidos por sus situaciones de ilegalidad, por aquellos que son discriminados en razón de su sexo o su origen étnico. Quiero pedirles encontrar en la sociedad civil el ámbito más adecuado –como dice el Santo Padre-
para su necesaria actuación en defensa de los trabajadores explotados y no representados, cuya amarga experiencia pasa desapercibida tantas veces ante los ojos distraídos de la sociedad.
Somos de aquellos que creen, queridos amigos y amigas, que la historia y el progreso humano pone hoy al sindicalismo ante nuevos desafíos. Les invito a leer la hermosa síntesis que el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia hace sobre estos temas en el capítulo sexto acerca de
“El trabajo humano” (Nºs 255 – 322) En mi opinión – como se habrán dado cuenta -
el sindicalismo tiene mucho futuro, porque es
una necesidad de los trabajadores y de la sociedad, pero tiene nuevos desafíos que con la bendición del Padre y de su Hijo, el Carpintero de Nazaret, ustedes sabrán asumir con mucha creatividad, sabiduría, prudencia y valor. Mientras exista un trabajador que tenga necesidad, hay razón para que sus compañeros se reúnan en sindicato para solidarizar con él.
Queridos amigos y amigas, los encomiendo al Padre Alberto Hurtado y le pido a Dios que los bendiga y acompañe siempre.
Muchas gracias.