La comunidad educativa en el contexto de la familia y el llamado a la misión
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La comunidad educativa en el contexto de la familia y el llamado a la misión

Fecha: Sábado 24 de Octubre de 2009
Pais: Chile
Ciudad: Chillán
Autor: Mons. Carlos Pellegrin Barrera

INTRODUCCIÓN:

Quisiera comenzar esta reflexión saludando a cada uno de ustedes en esta tarde de octubre, congregados para reflexionar en torno al gran tema de este Octavo Congreso de la UNAPAC, “Familia, Escuela de Discipulado Misionero”. Hoy se han convocado un gran número de padres y apoderados, directivos, profesores, alumnos, y otros miembros de la comunidad educativa; desde sus diferentes vocaciones han optado por dedicar sus vidas a la formación integral de niños y jóvenes, conduciéndolos hacia el gran proyecto de llegar a ser un día felices y plenos discípulos y misioneros de Jesucristo al servicio de la Iglesia y del mundo.

Es el mismo Dios el que les ha regalado, a cada padre y madre, la hermosa misión de ser formadores de sus hijos de acuerdo al gran proyecto de amor que el Señor tiene para cada uno de ellos. En palabras de nuestro querido Juan Pablo II, la familia cristiana tiene la misión de “hacer la experiencia de una nueva y original comunión, que confirma y perfecciona la natural y humana” (Juan Pablo II, Familiaris Consortio, Nº21). La escuela, por su parte, asume la hermosa misión de acompañar y apoyar a los padres en esta maravillosa misión divina.

El momento pastoral que vive nuestro continente latinoamericano, del que no se excluye nuestra Iglesia de Chile, está marcado por el gran llamado a la Misión Continental. El documento conclusivo de la V Conferencia de Aparecida nos recuerda que el mandato del Señor de “ir y hacer discípulos entre todos los pueblos” (Mt. 28, 20), sigue tan válido para nosotros como lo fue para los apóstoles el día de la Ascensión del Señor. El Espíritu Santo nos impulsa a la misión, despertando en toda la comunidad eclesial un gran impulso misionero que se manifiesta para nosotros como un verdadero “Nuevo Pentecostés”.

La misión no es algo que concluye con una experiencia misionera, por muy intensa que ésta sea, se trata más bien de un Itinerario. La vida del cristiano es como recorrer un largo camino, donde no existen recetas mágicas ni respuestas hechas para cumplir la misión y alcanzar la meta. Para quien ha encontrado a Jesucristo la vida cambia, y el itinerario peregrino de misionero alegra su vida a diario con inesperadas experiencias de fe. El momento pastoral de nuestra Iglesia es también la visita del Señor a nosotros, nos interpela y nos llama a una respuesta concreta en el contexto de la familia y la escuela católica. La pregunta nos interpela: Familia y escuela católica … ¿cómo puedes llegar a ser más misionera en el contexto del mundo actual?


I. MIRADA CREYENTE DE LA REALIDAD

Son muchas las instancias en que reflexionamos juntos sobre el nuevo escenario cultural de nuestro tiempo, y el impacto que significa para la familia católica, para la Iglesia, y para la formación de los hijos. Sin embargo, es necesario recordar constantemente que vivimos inmersos en un mundo globalizado que, entre luces y sombras, nos propone una nueva “emergencia educativa”, donde los grandes cambios culturales nos conducen a la búsqueda de respuestas nuevas para fortalecer los valores de siempre, basados en el Evangelio y en el Magisterio de la Iglesia. Con un espíritu optimista, llenos de esperanza, debemos asumir esta etapa de la historia humana, que es la nuestra, fortaleciendo la indispensable alianza estratégica entre la familia y la escuela.

Frente al cambio cultural que constatamos, solamente el ingrediente del amor, vivido en el seno de la familia y que se expresa a través de actitudes de amor, entrega gratuita, búsqueda del bien del otro, abiertos al diálogo, y buscando el encuentro en la escuela, sigue siendo la garantía que regala plena seguridad a la formación de las futuras generaciones. Con la actitud alegre, propia del Evangelio, asumimos el mundo caótico en el que vivimos, la complejidad de la vida del joven de hoy, la realidad sociocultural de nuestra patria, y los vertiginosos cambios de la cultura imperante, como desafíos impostergables para quienes deseamos alcanzar el sueño de una verdadera educación trascendente que evangeliza.

Como misioneros del Señor, estamos llamados a interpretar los “signos de los tiempos”, iluminados por la fe. Nuestra realidad nos indica que, si bien el siglo pasado se identificó por una tensión entre varias ideologías que, por la fuerza o la razón, intentaron imponerse; recordamos particularmente la dictadura del proletariado, con una fuerza atea, que no logró el éxito esperado y que con la caída del muro de Berlín (1989) marcó el fin de una época en la historia de la humanidad. Por otra parte, el neoliberalismo, surgido como una respuesta en contra de la tendencia marxista, tampoco ha terminado de ser la profunda respuesta del corazón del hombre, y con su fuerte acento materialista no es un camino significativo de solución. Mirando la realidad con los ojos de la fe, el Papa Benedicto XVI nos ilumina en su Encíclica Caritas in Veritate, cuando nos dice “con el pasar del tiempo, estas posturas han desembocado en sistemas económicos, sociales y políticos que han tiranizado la libertad de la persona y de los organismos sociales y que, precisamente por eso no han sido capaces de asegurar la justicia que prometía” (Caritas in Veritate Nº34).

La crisis que se constata en la vida familiar es, en gran parte fruto de la confusión y la búsqueda equivocada de la felicidad del hombre en los últimos tiempos; las tendencias secularistas, laicistas, postmodernas, que pretenden separar al hombre de la familia presentando a esta como incapaz de mantener su significación en la sociedad, y aparecen como una opción renovada hacia “una nueva cultura”. Se trata de una tendencia a asimilar una “cultura sin Dios”, sin una base moral fuerte ni principios, que se ha traducido en varias acciones atentatorias de la vida familiar. Se trata de una secuencia de mensajes que llegan de las más diversas y escondidas maneras, y que van convirtiendo en algo “aceptable y normal” lo que siempre se consideró como un “antivalor”, sin dar lugar a una reflexión ni al cuestionamiento. Ejemplo y resultado de lo anteriormente dicho es la aprobación de la ley de divorcio en Chile (2004), las nuevas normativas de esterilización en nuestra patria, y varios proyectos en trámite para legislar que inciden en la vida de la familia y que la amenazan como el núcleo de la sociedad atentando contra ella.

Argumentando la necesidad de una mal entendida diversidad, se acuñan expresiones como: “no te preocupes, ahora todo es permitido”, “todo es según tú lo veas”, “haz lo que quieras con tal de que seas auténtico”, “ellos también tienen derecho a ser diferente”. La publicidad de los medios de comunicación, con un fuerte contenido antivalórico y violento, promueven una cultura donde la Vida parece no tener lugar. Se promueve la libertad de elegir la orientación sexual, la contracepción, se promueve la mal llamada “salud reproductiva”, se le pone apellido de “terapéutico” al aborto encubierto, avanzando hacia un sendero donde todo es relativo y donde Dios y el respeto a la vida de los más vulnerables y pequeños, cada vez más, no tiene lugar.

En una mirada creyente de la realidad, nuestra actitud no puede ser de angustia ni desesperación, más bien debería ser de esperanza, revitalizando lo más propio de nuestra fe y fortaleciendo a la familia, involucrando a la escuela católica de una forma definitiva y clara. Nuestra tarea es perseverar en el cultivo de los valores de siempre, mirando con ojos de fe lo que Dios permite que suceda en el mundo dando testimonio personal, con radicalidad, el camino de la misión. Dejarse llevar por el pesimismo, la tristeza, la desesperación, frente a las situaciones adversas que se nos presentan a diario no es cristiano, más aún es la negación de la fuerza del Señor Resucitado que nos renueva constantemente en la fe y en la esperanza.

¡Dejémonos animar por el Espíritu Santo, y pongámonos en el camino de la misión, con una actitud creyente y alegre, peregrinando comprometidos al servicio de la comunión, de los hermanos, y de la familia cristiana!


II. LA FAMILIA: ITINERARIO DE AMOR

La Iglesia es misionera desde sus orígenes, enviada a proclamar que solamente en Jesucristo se encuentra la plenitud de la vida humana y de nuestra felicidad. En palabras del Concilio Vaticano II, “la Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza puesto que toma su origen en la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre” (Vaticano II, Ad Gentes, Nº2). Dios, al crear el mundo, se manifiesta como el Dios del Amor que desea compartir su vida, creando y sosteniendo todo por el amor. Nosotros, sus criaturas, estamos llamados a vivir en comunión con Dios, y expresar el amor de Dios al interior de nuestros corazones, de nuestra vida familiar, y de la sociedad en que vivimos. En espíritu de oración podemos decir “nos creaste para ti, y nuestro corazón está inquieto mientras no descanse en ti”, como lo expresa tan hermosamente San Agustín.

A su imagen y semejanza, Dios crea al ser humano, varón y mujer (Gén. 1, 26); para compartir su propia vida, llamándolo a una íntima relación de amor con Él. Dios se manifiesta siempre cercano y comprometido con el ser humano, comparte y anuncia su experiencia de amor con él y le pide que haga lo mismo, de manera que el hombre y la mujer son invitados a vivir como criaturas amadas y protegidas por el Creador. La justificación última para toda familia misionera se encuentra en la misma creación, donde se da inicio a la relación y al itinerario por medio del cual el ser humano participa de la vida misma de Dios.

La llamada del encuentro, en el seno de la familia, tiene su fundamento en el nacimiento de Jesús, en el que se hace patente que Dios busca al ser humano para encontrarse con él, para darse a conocer, y para anunciarle plenamente su proyecto de amor; lo invita a vivir como Él (Lc. 2, 1-7). Como lo hizo con sus discípulos, Jesús nos conduce hasta asumir un nuevo modo de vivir, de ser socios con Él en su misión recibida del Padre, lo que causa gran alegría en el corazón del discípulo. La familia cristiana, peregrina y misionera, vive el itinerario del amor de Dios y se convierte en misionera. Discipulado y misión son, como lo dijo el Papa Benedicto XVI “dos lados de una misma medalla”.

El itinerario de la fe, vivido en familia, se traduce en una maravillosa expresión de “escuela de humanidad”. Cada familia está llamada a ser el lugar donde aprendemos a dar los primeros pasos en la fe, donde Jesucristo se presenta a los niños y niñas como modelo de un modo particular de vivir, manifestado por el ejemplo de los mismos padres, quienes se esfuerzan por hacer de su hogar un lugar de acogida para todos los que padecen necesidad. Marcas claras de esta “escuela de humanidad” es la frecuente oración familiar y comunitaria, desde donde surgen las acciones fraternas de manos solidarias, que se convierten en testimonio de discipulado misionero en el mundo.

Inmersa en un mundo con un profundo sentido de desarraigo, la familia se convierte en un camino para volver a pensar en nuestras raíces y sentirnos parte de la comunidad humana. “Animada por el espíritu misionero de su propio interior”, la “Iglesia doméstica” está llamada a ser un signo luminoso de la presencia de Cristo y de su amor incluso para los “alejados”, para las familias que no creen todavía y para las familias cristianas que no viven coherentemente la fe recibida. Está llamada “con su ejemplo y testimonio” a iluminar “a los que buscan la verdad” (Vaticano II, Lumen Pentium, Nº35).

La familia cristiana del tercer milenio vive el itinerario del amor de Dios, renovándose constantemente en la fe y en la esperanza. Frente a los desafíos del tiempo actual encuentra en las más diversas situaciones nuevas oportunidades para compartir los gozos y las esperanzas en el seno de la familia, y más allá con los demás; asumiendo sus propias fortalezas y debilidades confiada en la gracia de Dios. La familia misionera asume las palabras del Papa Benedicto, en su Encíclica Caritas in Veritate y, en una actitud positiva, asume que “a pesar de algunos aspectos estructurales innegables, pero que no se debe absolutizar, la globalización no es a priori, ni buena ni mala. Será lo que la gente haga de ella. Debemos ser sus protagonistas, no las víctimas, procediendo razonablemente, guiados por la caridad y la verdad” (Caritas in Veritate Nº42).

El Itinerario de Amor, de la familia misionera, también incluye un “dejar” situaciones conocidas y de comodidad y un “asumir” desafiantes nuevas situaciones. Así, como misioneros que asumen una misión, el nacimiento de la nueva criatura da inicio a una nueva relación entre los padres, y de ellos con los hijos que nacen. La responsabilidad, la madurez emocional, el cultivo de la generosidad y la gratuidad, son dimensiones esenciales en esta etapa de la vida humana; se convierten además en características propias de una familia misionera.

Como el misionero debe comenzar a conocer la nueva cultura que enfrenta, muchas veces aprendiendo nuevos códigos de lenguaje propios de una nueva cultura, la familia del tercer milenio debe siempre renovarse en la búsqueda de nuevos caminos frente a nuevas realidades.

Los padres y las madres de hoy perciben los tiempos desde que ellos eran jóvenes han cambiado mucho. Constatan que en el primer lugar de la lista de prioridades de los jóvenes de hoy, destacan el deseo de desarrollarse como persona, disfrutar de la vida, cultivar el espíritu de superación personal; sólo en un segundo lugar aparece el interés por la dimensión de servicio social, político o religioso. Muchas veces, animados por intereses creados por otros, temas como el divorcio, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la legalización de la marihuana, la aceptación de la píldora del día después, la apertura a la eutanasia y el aborto terapéutico, aparecen lentamente posicionándose como posibilidades reales en la vida de los jóvenes. Las estadísticas nos indican que, entre el año 1990 y el 2006, ha subido entre los jóvenes el grado de justificación de situaciones como el divorcio, la homosexualidad, la prostitución, y el aborto. La escuela católica, en su misión de apoyar a los padres en la formación de los hijos, tiene una gran misión de acompañar con formación relevante y sólida, saliendo al paso a la frecuente incapacidad de los padres para atender las necesidades de los hijos de esta nueva era.


III. DIMENSIÓN MISIONERA DE LA FAMILIA

Hablar de la familia es hablar de formación y hablar de formación es hablar de la familia; los padres tienen un rol pedagógico insustituible por ser parte de una institución primaria de la sociedad. La escala de valores que los padres inculcan a sus hijos es un factor fundamental para garantizar la estabilidad emocional, sociedad, económica, y religiosa de los hijos; en su dimensión misionera la familia debe enseñar a dialogar, escuchar, conocer y desarrollar los talentos recibidos por Dios en su plenitud, al servicio de los demás.

Una familia cristiana “en estado de misión” es transformada y plena de sentido, se reviste de una “luminosidad especial” y su presencia es portadora de sentido para los hermanos. En una palabra se convierte ella misma en una invitación a encontrarse con el Maestro, quien es camino, verdad y vida. Viviendo el amor, y proyectándolo con un testimonio creíble, la familia misionera, es capaz de re-encantar a otros; no porque haya sido privilegiada con una bendición muy extraordinaria, sino porque su mirada transparente, sus manos abiertas, su corazón amante, su alegría desbordante, son una manifestación concreta del Dios que se ha manifestado y que proclama con alegría.

CONCLUSIÓN

La Iglesia nos invita a vivir la Gran Misión en el seno de la familia cristiana. Esto significa asumir profundas actitudes misioneras abiertas a los demás, en espíritu dialogante, y en la búsqueda de los más alejados. Dar testimonio de Jesucristo es urgente en el mundo de hoy e implica un constante y permanente cultivo de una actitud de servicio a todos y de diálogo con todos.

La familia cristiana está llamada a ser y a vivir como servidora de Dios en la sociedad y en la comunidad cristiana en la que está inmersa; la solidaridad se convierte en una expresión magnífica, plenamente cristiana y fecunda cuando se inspira en el ejemplo del Maestro, que no vino a ser servido sino a servir (Mt. 20, 28). La fraternidad pone a nuestras familias en el servicio del Reino de Dios, que se construye cultivando la paz y la sana convivencia social, asumiendo que el otro no es un enemigo o un desconocido sino que un propio hermano. Como las primeras comunidades cristianas, debemos anunciar la Buena Nueva a través de un estilo de vida marcado por la dinámica del amor fraterno (Hch. 2, 42-47).

En su misión evangelizadora, la familia está invitada a promover el valor de cada persona humana como hijo o hija de Dios, poseedor de un valor que ha recibido de Dios mismo. Defender la vida no es una opción individual o una moda pasajera, se trata más bien del fruto concreto de la familia que camina y recorre el itinerario de fe cristiana. Frente al relativismo, a la negación de los valores trascendentes y perennes de la vida cristiana, la misión de la familia es anunciar testimonialmente una sociedad cada vez más justa, solidaria y fraterna, caminando al lado de los marginados y víctimas de sistemas, políticas y estructuras injustas.

La familia misionera del tercer milenio descubre en la exuberante belleza de la naturaleza el don de la creación de Dios, que es reflejo de la sabiduría y belleza del mismo Creador. Por ello cultiva entre sus miembros una vinculación familiar con los animales, las plantas, el agua y todos los recursos naturales del medio ambiente, protegiéndolos y manteniendo una actitud profética para defenderlos y denunciar todo aquello que pueda destruirlo.

Cuando nos reconocemos parte de la Iglesia universal, en comunión con los hermanos de los cinco continentes, nos fortalecemos en la fe y crecemos en el sentido de comunión misionera al servicio del Reino de Dios.

Familias misioneras: pongamos el profundo deseo de llegar a ser peregrinos y misioneros en las manos protectoras de la Santísima Virgen María; ella fue la primera discípula y misionera del Señor, y se convirtió para nosotros en nuestra propia madre, y se goza más que nadie cuando su Hijo es conocido y amado por todos.

Muchas gracias.


Mons. Carlos Pellegrin Barrera
Presidente Área Educación, CECh



Chillán, Octubre 2009.


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