Mensaje del Cardenal Francisco Javier Errázuriz a los fieles de la Arquidiócesis de Santiago
Fecha: Martes 02 de Marzo de 2010
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Cardenal Francisco Javier Errázuriz
A los discípulos y misioneros de Jesucristo de la Iglesia de Santiago
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Es cierto que nunca habíamos vivido un terremoto tan largo y tan violento, que causara muchas muertes y destrucciones, tanta preocupación y en mucha gente tanta angustia. Pero más que nuestras impresionantes experiencias en la Región Metropolitana, nos impactan las situaciones de destrucción y de muerte en regiones mucho más golpeadas que la nuestra a causa del terremoto, de sus réplicas, del devastador tsunami y de las acciones vandálicas que algunos grupos han desatado. Nos han impactado las imágenes de tantos chilenos que perdieron familiares y amigos, que regresaron a su propiedad, donde no quedaba nada de su casa, o que lograron ponerse a salvo, con enorme esfuerzo, entre el clamor de quienes morían. Un joven, mientras trataba de salvar la vida de su amigo que sangraba profusamente, recibió sus últimas palabras: “dile a mis papás que los quiero mucho”.
Dios nos regaló un hermoso país, hermoso y abundante en sus riquezas naturales, como muy pocos. Estamos orgullosos de ser chilenos, y hemos optado por seguir viviendo en nuestra patria. También hermanos de otros países han optado por ser chilenos. Pero no podemos olvidarlo: vivimos en un país en el cual la tierra se mueve. Pocas veces, es cierto, pero a veces con furia. Lo mismo podemos decir de nuestro mar y de nuestros volcanes nevados. Fácilmente lo olvidamos. Por eso corremos el riesgo de seguir viviendo despreocupadamente, acampando o habitando a orillas del mar, o construyendo sin prestar atención a la estabilidad de la vivienda en situaciones extremas.
En uno de los prefacios de las misas por los difuntos decimos que esta morada terrenal se deshace, y así adquirimos una morada en el cielo. Lo decimos del cuerpo humano. Pero también podemos decirlo de nuestros pueblos, de nuestras casas y de tantas cosas que queremos. En estas circunstancias palidece lo que es meramente terrenal y secundario. Nuestra valoración de la vida y de las personas emerge con fuerza en los tiempos de prueba. Después de la terrible catástrofe, le agradecemos a Dios con toda el alma porque no hemos perdido el don de la vida, y buscamos a todos los seres queridos. Si viven, poco nos importan las cosas que hemos perdido. Si han fallecido, nos llenamos de tristeza y también de esperanza. Esperamos que hayan llegado a aquella Patria hacia la cual se encaminan nuestros pasos, a la morada del cielo. En ella no habrá lágrimas ni dolor, tampoco terremotos y tsumanis. En ella viviremos compartiendo el amor y la felicidad de Dios, la amistad entre nosotros y la plenitud de la paz.
Para llegar a esa Patria, Jesucristo nos indicó el camino. Nos dijo: “Vengan a poseer la morada que les está preparada desde el inicio”. La condición es clara. Depende de nuestra solidaridad con las personas que más sufren: con los que padecen hambre o sed, con los que están postrados por la enfermedad, con los privados de libertad. Haciendo eco de sus palabras, el Padre Hurtado repetía: “el pobre es Cristo”.
Un país como el nuestro, cuya población sufre cada cierto tiempo los embates de graves catástrofes naturales, es un país con vocación al trabajo esforzado, a la reconstrucción y a la solidaridad. Las víctimas de tales catástrofes ¡son Cristo! nos diría san Alberto Hurtado.
Si bien hay víctimas cercanas en nuestra Ciudad, que esperan nuestra ayuda, tal vez a cientos de kilómetros de las personas más afectadas podemos sentir una gran impotencia porque no sabemos cómo ayudarlas. Gracias a Dios, el gobierno despliega todos sus medios y sus esfuerzos para aportar seguridad y para entregar lo más necesario para vivir. Lo mismo hacen las Fuerzas Armadas y de Orden, nuestras comunidades parroquiales y seguramente de otras confesiones, y tantos voluntarios.
Pero no podemos contentarnos con ello. Todos debemos movilizar nuestra solidaridad. En total oposición y rechazo a las acciones vandálicas y egoístas de algunos, debemos levantarnos como un país solidario que ve a Cristo sin casa, sin ropa, sin alimentos, sin bebida y sin consuelo, y reaccionar para prestar ayuda.
De nuestra parte pedimos a todos los templos de la Diócesis que nos recuerden todos los días a las 7 de la tarde, haciendo repicar sus campanas, que hay hermanos que nos necesitan, y que esperan nuestra oración y nuestra solidaridad.
La organización de ayuda Caritas, a través de su Vicario en Santiago, el Padre Rodrigo Tupper, nos pedirá que redoblemos nuestros esfuerzos, entregando alimentos no perecibles, llenando las alcancías de la Cuaresma de Fraternidad, y aportando donaciones a la cuenta que él nos indicará. Con el Vicario para la Juventud invitará a los jóvenes a participar en estas acciones. De mi parte pido a tantos santiaguinos que salen a hacer camping durante las vacaciones, que recuerden a los chilenos, adultos y niños, que no tiene un techo sobre sí y sean muy generosos, donando sus carpas para ellos. Pueden dejarlas en nuestras parroquias. Cristo les dirá: “no tuve un techo donde morar y tú me lo diste, están abiertas para ti las puertas de la casa de mi Padre”.
Felicito a Don Francisco y a quienes colaborarán con él en la próxima Teletón, a la cual se sumará Caritas. Todos juntos, también después de la Teletón, tenemos que transformar a Chile de ser hoy una tierra de sufrimientos, a ser la tierra de la solidaridad, el amor y la esperanza.
Así solidarizó la Virgen María, con ocasión de una fiesta de bodas, con los esposos que no tenían vino en Caná de Galilea, y así solidarizó sobre todo con su hijo Jesucristo cuando moría en el calvario. Así solidariza con nuestros sufrimientos cuando peregrinamos a sus santuarios. Que ella nos enseñe a dar hasta que duela, y a ser cercanos y solidarios como lo es el Señor Jesús con todos nosotros, sus hermanos.
† Francisco Javier Errázuriz Ossa
Cardenal Arzobispo de Santiago