1. Celebramos los 20 años de vida de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB). En 1968, en Chillán, en auténtica comunión en el Espíritu con toda la Iglesia en América Latina, la Asamblea Plenaria del Episcopado resolvió optar por este camino que, sin quitarle nada al valor propio de la parroquia, buscaba formas de participación y modos más personalizantes y cercanos para la vida de los cristianos.
Han pasado los años. Es mucho lo que debemos agradecer a Dios y a todos los que han apoyado esta prioridad, que ha transformado, en medida importante, el rostro de nuestra Iglesia y de nuestra pastoral.
No ha sido esta una opción superficial.
Sobre todo en ambientes populares y rurales ha hecho posible encontrar caminos nuevos para anunciar a Jesucristo. Ha abierto espacios privilegiados de expresión y evangelización de la religiosidad popular. Ha desarrollado las capacidades de participación y comunión, y los cristianos han podido madurar en su fe y en su compromiso de Iglesia. Sienten ahora que Ella les pertenece con mayor propiedad y. a la vez, que ellos son Iglesia. Así, hoy día, se vinculan en sincera comunión con los Pastores en señal de su propia autenticidad eclesial.
Se ha ido superando, de este modo, una concepción individualista, en la que cada uno pretendía entenderse a solas y directamente con Dios. Se ha progresado en una percepción más comunitaria en la búsqueda del rostro de Dios.
De esta manera las CEB van haciendo más transparente lo esencial del misterio de la fe cristiana: Dios es amor, es Comunión, es Comunidad de personas. El creó a los hombres a su imagen y semejanza. El nos invita a formar un Pueblo-Comunidad que, al igual que Dios mismo, vive para el amor.
Durante estos 20 años, las CEB han estado trabajando por cultivar la vida desde el amor, lo que les ha significado ir dejando de lado cualquier posición o actitud contra Dios. Ellas han procurado practicar generosamente el precepto de Jesús, el gran mandamiento del amor.
Se han dado muchos y valiosos pasos. Queda siempre, sin embargo, mucho por hacer y por definir.
Entre tanto, la pa1abra comunidad y lo que ella significa, han entrado en el corazón de una mayoría importante de católicos en Chile.
2. Es necesario seguir avanzando y dar otros pasos para apoyar este proyecto que ha echado sus raíces en la vida de nuestra Iglesia. Será este un camino semejante al que recorrió la catequesis familiar, la que también debió superar resistencias, y que hoy día muestra frutos generosos en las diócesis y parroquias de casi todo el país.
Conviene reafirmar:
2.1.
"La primacía de Cristo en todo", es decir, velar siempre para que Jesús sea el eje y centro de la vida de las CEB. Que él se haga, para todos sus miembros, Alguien realmente vivo, que constituya el corazón y el fundamento de cada CEB, el que llama a "la conversión permanente a sus integrantes" (Orientaciones Pastorales, 207), no sólo en el interior de cada conciencia, sino también en todas las relaciones humanas.
2.2.
El carácter misionero de las comunidades: La Iglesia ha nacido de la misión de Jesucristo. Es Él quien la envía (ver Pablo VI, Evangelio Nuntiandi, 15). Por ello “el que ha sido evangelizado evangeliza a su vez" (E.N. 24). Renovar esta conciencia hará posible superar la tendencia natural de las comunidades a encerrarse en sí mismas. Ser misioneros del Evangelio ayuda a derrotar todos los miedos, a través de la abnegación, la apertura Y el servicio a los demás.
"Nadie vive para sí mismo" (Rom 14,7), una comunidad que no sea misionera se pierde en pequeños problemas y no tiene visión de futuro, no se ve urgida a vivir la esperanza pascual. 'Es el amor el que echa fuera el temor" (I Jn. 4, 18).
2.3.
El compromiso más propio de los fieles cristianos. Quienes participan en las CEB necesitan crecer en los compromisos más específicamente laicales, especialmente en el terreno de los acontecimientos de la propia historia, en el ámbito de lo económico, lo social y lo político. El cristiano está llamado a ser "sal de la tierra". Si pierde esa condición se hace insípido. Ese no es el querer de Dios. 'Un compromiso serio con Cristo... conducirá a una acción eficaz y coherente con el Evangelio, destinada a la transformación de la sociedad" (Orientaciones Pastorales, 221).
2.4.
Una estructura adecuada y una organización adecuada de las CEB. Se requiere una mayor claridad en lo que se refiere a la diversidad de funciones de las distintas vocaciones. Es necesario precisar las tareas del sacerdote, de las religiosas que trabajan en pastoral, de los diáconos casados. Es necesario formar más y mejores animadores de CEB que asuman esta tarea y la sirvan fielmente en su acompañamiento a las comunidades.
No se trata de crear estructuras o de establecer reglamentos que pueden ahogar el espíritu y matar la vida, pero sí de encontrar formas concretas que permitan un crecimiento orgánico y progresivo de las comunidades.
Las CEB, que han sido y son, cada una de ellas, una realidad sencilla y frágil han sido, en conjunto, portadoras de un germen de transformación y dinamización de la estructura eclesial.
Algunas, sin embargo, necesitan encontrar cauces más adecuados para enriquecer su relación con la parroquia y demás comunidades de Iglesia.
El Santo Padre nos ha dicho que "es prenda fehaciente de que dichas comunidades son auténticamente eclesiales, cuando la Palabra de Dios es la que congrega a los fieles y les impulsa a reflexionar sobre ella para proyectada; cuando la maduración de la fe se hace a partir de una catequesis seria y vivencia!; cuando la Eucaristía es el centro de la vida y la comunión de sus miembros; cuando las relaciones interpersonales se dan en la fe, la esperanza y el amor; cuando la comunión con los Pastores es inquebrantable; cuando el compromiso por la justicia está presente en la realidad de sus ambientes; cuando sus miembros son sensibles a la acción del Espíritu que suscita permanentemente carismas y servicios en el interior de la Comunidad y para la Iglesia Universal (El amor es más fuerte, 92).
Finalmente, junto con reiterar el llamado a celebrar lo que el Espíritu ha suscitado durante estos 20 anos en la Iglesia chilena, a través de las CEB, parece urgente descubrir también caminos y respuestas para quienes no participan en ellas, llamados igualmente a renovar siempre en la Pascua de Jesús y a vivir en la práctica la experiencia de que "la Iglesia entera es misionera" (A.G. 35). Por eso seria deseable hacer llegar a los respectivos Pastores las sugerencias e iniciativas que hagan posible abordar positivamente esta realidad.
Bendigo de corazón a todos los cristianos que participan en las CEB. Sugiero que los Consejos Diocesanos, en acuerdo con sus Obispos, puedan reunirse durante este ano y encontrar las formas concretas de analizar y profundizar los contenidos de este mensaje que les hago llegar con todo afecto pastoral.
† CARLOS GONZALEZ CRUCHAGA
Obispo de Talca
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
Santiago, 17 de abril de 1988