Cristo: en Él ministros del Pueblo de Dios
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Cristo: en Él ministros del Pueblo de Dios

Fecha: Jueves 28 de Marzo de 2013
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Monseñor Ricardo Ezzati

Hermanos y hermanas en el Señor,
Señor Cardenal y hermanos Obispos,
Queridos Sacerdotes.

“Llegue a Ustedes la gracia y la paz de parte de Aquel que es, que era y que viene”.

Con estas palabras del libro del Apocalipsis, que acabamos de escuchar en la segunda lectura bíblica, los saludo con afecto de Padre y Pastor, agradeciendo su calurosa compañía y participación en esta solemne Misa Crismal, concelebrada en torno al Obispo con el presbiterio de la Arquidiócesis. De verdad, en comunión con toda la Iglesia, podemos proclamar el cántico que nos propone la liturgia de hoy: “Nos ha congregado el amor de Cristo. ¡Alegrémonos y exultemos! Donde hay caridad y amor, Dios allí está”. Fieles y pastores, aunque marcados por nuestras debilidades y nuestro pecado, somos profecía de la comunidad redimida por la Sangre de Cristo, unificada en virtud del Espíritu Santo, en camino al encuentro del Padre que no deja de ofrecernos, abiertos, sus brazos de misericordia.

1.- LA MISA CRISMAL

Comenzando el Triduo Santo, en el corazón del Año de la fe, celebramos la Santa Eucaristía y, en ella, la institución del Sacerdocio jerárquico. Consagramos, además, el Crisma que sellará la vida de los nuevos bautizados, de quienes serán confirmados y de los que serán ordenados presbíteros en este año. Bendecimos también los oleos destinados a fortalecer el itinerario cristiano en el catecumenado, o con el cual serán ungidos quienes buscan el consuelo de Dios en su enfermedad o están por emprender el viaje definitivo hacia el corazón misericordioso de Dios.

En la Catedral, techo común de quienes forman el único Cuerpo de Cristo, acompañando a sus presbíteros, han venido, hermanos y hermanas, a celebrar la Cena del Señor, en el jueves santo, memoria de la institución de la Eucaristía, del ministerio ordenado y del mandamiento nuevo del amor cristiano. Más que nunca, en esta celebración, la liturgia les muestra al Obispo y a su presbiterio, como un signo de Cristo; pastores, llamados a continuar en la historia, su mismo estilo de vida, que sirve y da la vida por los hermanos. Ante Ustedes, los presbíteros, renovando sus promesas sacerdotales, confirmarán su propósito de unirse más fuertemente a Cristo, como fieles dispensadores de los misterios de Dios, seguidores del Maestro, cabeza y pastor, comprometidos a configurar, incesantemente, sus vidas a la del único Buen Pastor, en el ministerio de la unidad, a fin de que “todos sean uno en Cristo por la caridad”. En palabras del Papa Francisco, para cada sacerdote, la renovación de las promesas hechas en la Ordenación, son un llamado a dar más espesor a la vida espiritual que “aleja el enemigo de la tibieza” y recuerda “el derecho de los fieles a encontrar en nosotros “al hombre de Dios, al consejero, al mediador de la paz, al amigo fiel y prudente, al guía seguro en quien se pueda confiar en los momentos más difíciles de la vida, para hallar consuelo y confianza”. Nos conforta saber que Cristo es el Buen Pastor, y que él mismo ora con nosotros y por nosotros al Padre: “Que todos sean uno. Como Tú, en mi y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado” (Jn 17, 21).

2.- EN COMUNIÓN FRATERNA

Hermanas y hermanos laicos, Religiosas-os y Diáconos Permanentes, delante de sus ojos, junto al Obispo y alrededor del Altar, están los presbíteros que acompañan el itinerario cristiano de Ustedes, en parroquias y capillas, en colegios y universidades, en movimientos y comunidades eclesiales. Con Ustedes, quiero dar gracias a Dios por todos y cada uno de ellos: por los sacerdotes jóvenes que, llenos de entusiasmo, inician el ministerio pastoral; por quienes, desde años, permanecen fieles al servicio del Señor y de las comunidades, a veces, entre pruebas y sufrimientos no indiferentes, acompañando la peregrinación de Ustedes, con la fe puesta en “la esperanza que no defrauda” (Rom 5,5). Doy gracias a Dios por los sacerdotes ancianos o postrados, que a causa de su edad avanzada o por enfermedad, han dejado el servicio pastoral directo. A todos ellos, y estoy seguro de interpretar también el sentir de Ustedes, deseo expresarles todo el afecto y la gratitud de la Iglesia Diocesana, afecto y gratitud que, en esta mañana, se hacen oración y Eucaristía, para que, junto a Cristo Cabeza, Sumo y Eterno Sacerdote, puedan experimentar la bienaventuranza de la elección vocacional que han recibido. Nuestra oración abraza también a quienes, por motivos que sólo Dios puede juzgar, han abandonado el servicio ministerial y han emprendido nuevos horizontes de vida. El Señor los acompañe y los bendiga.

Han transcurridos dos años desde que la Providencia Divina ha dispuesto que, junto con Ustedes, caminara con la porción de los Hijos e Hijas de Dios que peregrinan por estas tierras de Santiago. Es la tercera Eucaristía Crismal que comparto con Ustedes, hermanos sacerdotes. A lo largo de este tiempo, me ha edificado la fidelidad y la generosidad de su servicio pastoral. He podido ver cuanto esfuerzo y sacrificio personal despliegan en el pastoreo de los fieles que han sido confiados a su ministerio. Conozco las motivaciones evangélicas que los sostienen. Gracias por ser signos visibles y palpables del amor y de la misericordia de Dios, gracias porque la caridad pastoral se hace manifiesta, de manera palpable, en la atención de los pobres, los niños y los jóvenes, los ancianos, los enfermos, los encarcelados, los marginados y quienes se han alejado de la comunión eclesial. Gracias porque no dejan de anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado para que en Él tengamos vida abundante.

La celebración de este día reavive en cada uno de Ustedes la gracia de su ordenación presbiteral y, por la materna intercesión de María, Madre de los Apóstoles, puedan vivir y testimoniar, el gozo de saber Quién los ha elegido y la bienaventuranza de ser signos y portadores de amor y de esperanza para sus hermanos y hermanas.

También, en cada uno y en todos Ustedes, queridos fieles laicos y consagrados, la celebración de este día santo, reavive el propósito de acompañar a sus sacerdotes con la oración, el afecto y la colaboración sincera. De una manera especial, lo pido a las mamás, a los papás y familiares de los sacerdotes, que hoy acompañan a sus hijos y parientes sacerdotes. La oración, la compañía y la corresponsabilidad son la mejor colaboración que Ustedes pueden ofrecer a sus pastores.

3.- PARA SER SIGNOS E INSTRUMENTO DE CRISTO LIBERADOR

En la oración colecta, hemos pedido la ayuda de Dios a fin de que los sacerdotes seamos en el mundo, “testigos fieles de la redención que Jesucristo ofrece a todos los hombres”.

La lectura bíblica del profeta Isaías y el texto del Evangelio según san Lucas, nos indican el espíritu de nuestra vocación junto a las notas esenciales de nuestra fundamental identidad cristiana y de nuestra peculiar vocación de ministros: consagrados y ungidos “para anunciar la Buena Noticia a los que sufren; para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la libertad a los cautivos y a los prisioneros la libertad; para proclamar el año de gracia del Señor, para consolar a los afligidos, cambiar la ceniza en corona y el traje de luto en perfume de fiesta y el abatimiento en cánticos”.

Esta es la identidad de Jesús: “Esta Escritura que acaban de escuchar” se ha cumplido y se cumple en él; para eso ha venido.

Esta es la identidad que debe marcar también a los discípulos de Jesús, los de ayer y los de hoy y, de manera especial quienes hemos sido elegidos para ser servidores de la comunidad. Nos lo ha recordado el Papa Francisco, en la homilía de inicio de su ministerio de Obispo de Roma y Sucesor de Pedro. Dijo: “el verdadero poder es el servicio… Atento a la Palabra y al proyecto de Dios sobre las personas, con disponibilidad y prontitud, sólo el que sirve con amor sabe custodiar…”. Por eso, agregó, “hay que vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque es de donde salen las intenciones buenas y malas, las que construyen y las que destruyen”.

La Unción sagrada del Espíritu del Señor, la materna intercesión de María y de los santos sacerdotes que nos han precedido, siga produciendo en todos nosotros la gracia de vivir cuanto imploramos en el Prefacio de hoy: “Que tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, vayan configurándose con Cristo, y así den testimonio constante de fidelidad y amor”.

4.- MAESTROS DE VIDA CRISTIANA PARA NUESTRO TIEMPO

Mis queridos hermanos sacerdotes,

Para mi y para Ustedes me detendré en un aspecto de lo que significa “entregar la vida por la salvación de los hermanos”. Me refiero, específicamente, al ministerio del acompañamiento espiritual, servicio íntimamente unido a nuestra vocación y parte esencial de los “munera” que se nos confieren en la Ordenación.

Parto de una pregunta muy legítima en las actuales circunstancias: ¿Cuantos sacerdotes están disponibles para este ministerio tan bello? Porque, mientras debemos confesar, humildemente, que una desviada y mal entendida “dirección espiritual” ha causado y sigue causando muchas aflicciones, dolor y rebelión en personas que la han debido sufrir, y también muchos cuestionamientos a la misma Iglesia, es necesario reafirmar su necesidad como “escuela de vida y de santidad”, en el camino del Espíritu.

El recordado papa Benedicto, en la catequesis del 30 de junio del 2010, presentando a la comunidad a San José Cafasso, sacerdote de la Diócesis de Turín, capellán de la cárcel de la ciudad y que guió a otros sacerdote en el camino de la santidad, ha trazado, magistralmente, la identidad y la misión pastoral del acompañante y acompañamiento espiritual.

Ha hablado, en primer lugar, del espesor espiritual del acompañante, que debe ser: “un verdadero pastor, con una rica vida interior y un profundo celo en el trabajo pastoral; fiel a la oración, comprometido en la predicación y en la catequesis, dedicado a la celebración de la Eucaristía y al ministerio de la confesión…, solícito por el verdadero bien espiritual de la persona, animado por un gran equilibrio en hacer sentir la misericordia de Dios y, al mismo tiempo, un agudo y vivo sentido del pecado…”, cuyo secreto es?: “ser un hombre de Dios, animado por una fe bien arraigada, sostenido por una oración profunda y prolongada, y con una sincera caridad hacia todos…”.

Explicitó también una verdad esencial del verdadero acompañamiento espiritual con estas palabras: “ Todas las decisiones fundamentales de la vida de San Juan Bosco -uno de los santos que acompañó espiritualmente- tuvieron como consejero y guía a san José Cafasso, pero de un modo bien preciso: no trató nunca de formar en don Bosco un discípulo “a su imagen i semejanza”, y don Bosco no copió a Cafasso; ciertamente, lo imitó en las virtudes humanas y sacerdotales, pero según sus aptitudes personales y su vocación peculiar; un signo de sabiduría del maestro espiritual y de la inteligencia del discípulo; el primero no se impuso sobre el segundo, sino que lo respetó en su personalidad y le ayudó a leer cuál era la voluntad de Dios para él.

Queridos amigos, -concluía el papa- , esta es una enseñanza valiosa para todos los que están comprometidos en la formación y educación de las generaciones jóvenes, y también es una fuente llamada a valorar la importancia de tener un guía espiritual en la propia vida, que ayude a entender lo que Dios quiere de nosotros.” (Cf. Benedicto XVI, Audiencia General., 30 de junio de 2010).

Entonces, con una imagen evangélica, podríamos concluir que el acompañamiento espiritual se asemeja a la misión del Precursor: la preparar el camino, conducir al Señor, y después retirarse, hasta desaparecer: “es necesario que Él crezca y yo disminuya” es una tarea que favorece que “el otro sea”, con la alegría de captar algunas migajas del íntimo diálogo que las personas, libre y amorosamente, entablan con el Dios Salvador.

Dios quiera, que nunca más el acompañamiento espiritual, ejercido por nosotros, pierda su esencial servicio liberador, para convertirse en instrumento de dominación. La Iglesia enseña que la persona humana es un ser que tiene el poder y el deber de configurar la propia vida por sí mismo, con libertad y responsabilidad y que el cristiano no tiene otro molde que Jesucristo. A ello quiero invitarlos, queridos hermanos sacerdotes, y a ello quiero invitar también a los bautizados, hombres y mujeres, que han recibido este carisma de servicio.

5.- ORACION FINAL

Como Padre y Pastor, en comunión con el presbiterio y con todos Ustedes, encomiendo el ministerio de los sacerdotes a María, Nuestra Señora del Carmen, haciendo mía una ración de Benedicto XVI:


“Madre de la Iglesia,
nosotros, los sacerdotes,
queremos ser pastores
que no se apacientan a sí mismos,
sino que se entregan a Dios por los hermanos,
encontrando en esto la felicidad.
Queremos repetir humildemente cada día
no solo de palabra sino con la vida,
nuestro “aquí estoy”.

Guiados por ti,
queremos ser Apóstoles de la Misericordia divina
llenos de gozo por poder celebrar diariamente
el santo sacrificio del altar
y ofrecer a todos los que nos lo pidan
el Sacramento de la Reconciliación.

Abogada y Mediadora de la gracia,
tú que estás totalmente unida
a la única mediación universal de Cristo,
pide a Dios por nosotros
un corazón completamente renovado,
que ame a Dios con todas las fuerzas
y sirva a la humanidad como tú lo hiciste.
Repite al Señor
esas eficaces palabras tuyas:
“No tienen vino”(Jn 2,3),
para que el Padre y el Hijo
derramen sobre nosotros,
como una nueva efusión,
el Espíritu Santo”.

“A Aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino, y hechos sacerdotes de Dios, su Padre. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén”.

† Ricardo Ezzati Andrello
Arzobispo de Santiago
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