(viene de la
Primera Parte)
63. En los documentos de este grupo el amor no está bien definido. Lo que en él es consecuencia, aparece como principio absoluto: el amor a los pobres, a quienes se identifica con una clase -el proletariado- y con un sistema -el socialismo-, pasa a ser el alma, el criterio de validez y de realización plena de la caridad. Ya hemos dicho hasta qué punto el amor a los pobres es realmente evangélico. Pero Cristo nos presenta la raíz de este amor, no en la justicia o injusticia reinante entre los hombres, sino en el imperativo de imitar el amor del Padre, \"que hace salir el sol sobre buenos y malos\" (Mt 5,43-48). Y esta diferencia de motivos nos hace dudar seriamente de la índole evangélica de esa \"caridad revolucionaria\".
64. El amor al pobre es precisamente el signo más esplendoroso de que no se ama por motivos exteriores o interesados, sino sólo por la calidad más alta del ser humano, su condición de hijo del único Padre de todos. Así amamos, en alguna medida como nos ama Dios mismo, que nos amó primero y gratuitamente (cf. I Jn 4,19), y nos amó, \"no por las obras de justicia que hubiéramos hecho, sino por su propia misericordia\" (Tito 3,5). El amor cristiano por el pobre -que exige un desvelo eficaz por la justicia (cf. Sant 2, 14-17)- es una consecuencia del amor gratuito de Dios a todos los hombres. No existe ninguna mediación terrena -ni \"científica\" ni política- que pueda condicionar este amor hasta el punto de alterar su motivo o restringir su alcance (por ejemplo, a una clase, permitiéndole odiar a otra). El destino de este amor es tan universal, que su otro distintivo -tan necesario como el amor al pobre- es el amor al enemigo. Leyendo los documentos de este grupo, es inevitable percibir que fomentan una animosidad odiosa hacia los que no adoptan su posición. Así, aquel extremo sobrenatural del amor al enemigo y del perdón de las ofensas se convierte en una hostilidad declarada y programática hacia grandes grupos humanos, lo que no vacila en seguirse cubriendo -en forma abusiva- con el nombre de la caridad.
65. No desconocemos lo difícil que resulta, en ocasiones, conciliar la lucha contra la injusticia y el amor a quienes se estima injustos. Pero queda en pie, sobre todo para quienes orientan a los cristianos, la necesidad de intentarlo con sacerdotal empeño, y no una claudicación programática a favor del odio y la violencia. No podemos empequeñecer la exigencia del Señor, adaptarla a nuestras propias miras y pasiones, y luego pretender privilegios evangélicos para el sentimiento resultante. También nosotros creemos que en nuestro pueblo, entre los pobres -es una experiencia de todos los siglos-, están muy vivas la generosidad y la solidaridad. Pero sabemos cómo ese impulso cobra en ellos un carácter incondicionado y universal. Precisamente por tener alma de pobres no ponen límites a su amor. Y sería muy triste que una teoría social, una \"ciencia\" o una mediación estructural, nos llevara a apagar en ellos ese espíritu, que podría ser su mejor aporte para una sociedad renovada, y sustituirlo por la exacerbación del odio de clases, que tras su aspecto de \"necesidad\" esconde sólo la presencia disfrazada de una nueva explotación.
El sentido cristiano de los pobres difiere de la apreciación marxista.
66. Por otra parte, no podemos aceptar la reducción absoluta de los \"pobres\" del Evangelio a una clase social, el proletariado, visualizada a través de un análisis claramente tributario de una ideología socio-política. En general, ninguna de las categorías ético-religiosas del Evangelio (entre ellas pobreza, riqueza, justicia) pueden identificarse sin más con las categorías socio-económicas que llevan sus mismos nombres, por más que exista una relación estrecha entre ambos registros. Ni los pobres en el sentido bíblico pueden confundirse del todo con una clase social, ni esa clase de los más desposeídos puede identificarse con esa categoría -cargada de apriorismo ideológico- que es el proletariado del análisis marxista. Quienes por un análisis económico social estiman que una clase determinada tiene una tarea histórica insustituible, y descubren en esa tarea un momento de la historia de la salvación en su dimensión terrena, no pueden reclamar la autoridad de Cristo y de la Escritura para hacer de esa clase el sacramento instituido por dios en Cristo como signo eficaz de reconciliación universal. Los análisis económico-sociales de un grupo de sacerdotes no participan de la infalibilidad de la Iglesia; y aunque fueran exactísimos como ciencia, no pueden pretender el carácter de revelación o de acta fundacional de una nueva alianza entre Dios y los hombres. En la verdadera nueva alianza, el pueblo mesiánico ha sido convocado y unificado \"no según la carne, sino en el Espíritu\"; su misión no está condicionada por el desarrollo \"de un germen corruptible, sino de uno incorruptible, la palabra del Dios vivo; no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo\" (Lumen Gentium, 9).
67. El sentido cristiano del pobre es distinto de la apreciación marxista del proletariado. Para ésta, el proletariado, al menos en su primer período, es el obrero industrial, y luego otros sectores que, conscientes de su situación de injusticia, se organizan y, bajo la conducción del partido único de la revolución, luchan por sus derechos. La Iglesia no puede identificarse con el solo proletariado, pues estaría solidarizando solamente con un sector del mundo de los pobres, y estaría comprometiéndose con un partido político determinado: aquel que se autodefine vanguardia de la revolución social. No puede la Iglesia abandonar a la inmensa muchedumbre de los pobres y de los que sufren, que no se identifican con esa clase social y que representan a Cristo doliente, y por tanto, merecen la ayuda y la comprensión de Ella.
68. Si la lucha de clases fuera la modalidad propia de la acción salvífica de la Iglesia, ésta, aparte de verse empequeñecida y limitada, quedaría encerrada en un esquema desde el cual ya no podría ejercer aquella función crítica, de la que tanto ha hablado la teología reciente. Por nuestra parte afirmamos categóricamente que no es la lucha de clases el medio propio que Cristo ha dado a su Iglesia para contribuir al triunfo de la justicia en el mundo. Resulta del todo increíble, y contrario a la Escritura y al Magisterio, que el mensaje evangélico hubiera estado oculto en su verdadero sentido -oculto a Pedro, a los Apóstoles, a sus Sucesores, a los Padres, a los Doctores, durante veinte siglos- para venir a entregarnos su verdadera substancia sólo ahora, por la mediación de una \"ciencia\" económica social, inspirada por lo demás en premisas ateas; que el contenido de la Revelación hubiera permanecido velado hasta el día de hoy, hasta el advenimiento de un método exegético surgido del marxismo, que por fin nos descubriera -como una revelación dentro de la revelación- el arcano del misterio oculto por los siglos: la lucha de clases como el eje y el hilo conductor de la historia de la salvación.
69. La Iglesia, inspirada en la palabra y en la acción de Cristo Salvador, cree que no es la lucha de clases lo que vence al mal, sino que hay un camino más excelente (cf. I Cor 12,31) e incluso más eficaz: vencer el mal por el bien, ahogar el mal en bien sobreabundante, dar la vida por amor, para convertir y desarmar al que era enemigo (cf. Rom 5,5-11; 12.14-21). Es cierto que esto parece una necedad o una locura para la sabiduría humana y el espíritu de agresión. Más aún, puede parece un escándalo y un medio para que el enemigo se haga todavía más poderoso sobre uno. Pero fue así como el espíritu cristiano venció sobre la esclavitud en el mundo antiguo. Y es ésa la ley del Evangelio. Y si se ha optado por la sabiduría de este mundo contra la sabiduría de Dios, que es la locura y el escándalo de la cruz (I Cor 1,20-25) ¿por qué buscar aún el nombre y el añadido cristiano para una \"ciencia\" de la liberación que parece bastarse a sí misma como instrumento salvador?
70. Con estas palabras no estamos, por supuesto, llamando a deponer la legítima búsqueda de la justicia para la clase trabajadora y para los pobres de nuestra patria. Esa búsqueda es un deber moral elemental, que la fe religiosa no puede hacer sino más intensa y apasionada. Estamos haciendo vera los hijos de la Iglesia que, al inspirar en los Evangelios su acción temporal, no pueden olvidar los aspectos más esenciales de la acción del Señor, precisamente aquéllos por los cuales la Escritura llega a decir que \"venció al mundo\" (Jn 16,33). Y si en ocasiones les parece que tales medios los sitúan en franca desventaja frente a quienes no tienen este escrúpulo, sepan que la rectitud moral y la gracia de Dios engendran fuerzas de una eficacia más sutil, profunda y duradera, aun en el dominio temporal, como lo atestigua la propia historia según la experiencia secular -menos aparatosa pero más sabia- que de ella tiene la Iglesia.
71. Les estamos pidiendo, sobre todo, que no exijan a la Iglesia misma lo que no es misión de Ella. Que no reduzcan la acción evangelizadora de la Iglesia o su presencia en el mundo, a un instrumento, a un modo conveniente o útil de reclutar gente para es revolución que -por un análisis perfectamente falible y en todo caso humano- les parece la depositaria actual de la justicia y la liberación social. Para obtener esa liberación la Iglesia ya no sería necesaria; a lo más, podría ser útil. Pero Cristo no la fundó para ser comparsa de nadie. Ya otros eclesiásticos, como lo hemos dicho, en épocas pasadas, han caído en esa tentación de acoplar el fermento cristiano a la causa que entonces parecía triunfante o depositaria de la verdad o el sentido de la historia. Esa tentación, con el paso del tiempo, se reveló siempre engañosa, fuente de dolor y no de eficacia para la Iglesia. No quisiéramos ver repetidos hoy, en nuestra patria, esos errores del pasado.
División de la Iglesia y sus consecuencias pastorales
72. Para el grupo \"Cristianos por el socialismo\", la Escritura, interpretada por el Magisterio de la Iglesia, deja de ser el criterio último de la verdad cristiana. Dan la clara impresión de situar esta norma en la fe pastoral, apoyada en una parcial selección e interpretación de algunos textos de la Escritura. Esos textos son aprovechados y utilizados, en vez de abrir la conciencia a su interpelación. Se los condiciona desde fuera, según reglas exegéticas ajenas a la Iglesia misma; se los separa de su contexto y se los inscribe en un nuevo ámbito, propiamente ideológico y ajeno al Magisterio de la Iglesia. Cualquier creyente algo informado de su fe de da cuenta de cuántas manipulaciones son necesarias para hacer decir a la Sagrada Escritura lo que dicen estos sacerdotes. Y no podemos, por supuesto, aceptar esos métodos de interpretación bíblica ni esa arbitraria norma de verdad cristiana.
73. A lo largo de todo su análisis, se parte de la base infundada de que marxismo y cristianismo son compatibles y aun convergentes. Nosotros, al afirmar la incompatibilidad de ambas doctrinas, no estamos haciendo política ni ideología, sino sólo un elemental juicio moral y religioso, que el Magisterio de la Iglesia, por lo demás, ha fundamentado en múltiples ocasiones. Nos duele, por eso, que quienes no oyen las advertencias de este Magisterio se empeñan, con daño de sus almas y confusiones de los fieles, en la imposible tarea de ajustar al materialismo dialéctico e histórico el sentido sobrenatural y divino de la existencia. Se aceptan con toda facilidad las críticas del marxismo a la religión, no ya aquellas que pudieran referirse a un ejercicio deformado de la fe cristiana, sino aquellas que afectan a los fundamentos mismos de la fe. En cambio, no se observa ninguna crítica de fondo a los postulados del marxismo, a los que se atribuye ligeramente un valor científico indiscutible. Se han desestimado nuestras observaciones respecto de esta materia (cf. Evangelio, política y socialismos, 31 ss.). Y con el agravante de que esos postulados llegan a condicionar en forma substancial la manera misma de entender la doctrina y la acción de la Iglesia.
74. No es extraño que, sobre esta base, se desvirtúe la naturaleza de la Iglesia y su institucionalidad esencial. Por este camino se nos conduce a una \"Iglesia nueva\", sin dimensión sobrenatural, sin sacramentos, sin ministerio jerárquico. Nosotros no podemos reconocer en esta figura una simple \"renovación\" de la Iglesia perenne, sino lisa y llanamente una institución distinta, con otro origen, otros fines y medios: una nueva secta. Y en realidad los comportamientos de orden práctico de este grupo se acercan peligrosamente, y cada vez más a ese carácter de secta.
75. Hoy, cuando se habla tanto de desacralizar, y se aplica la llamada \"desmitologización\" a los propios dominios sagrados en los que este método no tiene sentido (y los sacerdotes mencionados no son ajenos a esa corriente), resulta que ellos terminan sacralizando, a su manera, ciertas realidades históricas de suyo profanas, como lo son, por cierto, los procesos sociales y las causas políticas. Cuando la revolución social se identifica con una manifestación del Reino de Dios, y se confiere al proletariado industrial el carácter de pueblo mesiánico -duplicando el mesianismo temporal latente ya en la visión marxista del proletariado-, y a través del concepto de \"liberación\", se diluye la salvación del Calvario en un eventual advenimiento socialista, resulta inevitable que el grupo promotor de esa síntesis termine \"sacralizando\" de algún modo su propia causa, y dándole un carácter de Iglesia dentro de la Iglesia, o más aún, de \"verdadera Iglesia\" -de secta- al margen de los vínculos jerárquicos de la comunidad eclesial.
76. Se diría que el Secretariado de \"Cristianos por el socialismo\" ejerce una especie de magisterio paralelo al de los Obispos. Se siente responsable de dictaminar cuál debe ser la posición de los cristianos ante tales o cuales situaciones o problemas. Sus pronunciamientos, que adolecen de falta de unidad y coordinación con la Jerarquía, producen la impresión de venir a corregir o completar lo que ésta ha dicho en sus documentos oficiales sobre las mismas materias. Este magisterio paralelo se manifiesta -entre otras maneras- en la difusión de una especie de catecismo popular, que no contiene sino un adoctrinamiento ideológico y político, como lo podría formular cualquier colectividad de esa índole.
77. En reiteradas ocasiones hemos pedido a aquellas personas que, por razón de su cargo o ministerio, aparecen como representantes oficiales de la Iglesia, que no se abandericen públicamente por ningún grupo o partido determinado. Nos hemos referido a los sacerdotes diáconos y religiosos, e incluso a los laicos que ocupan puestos directivos en la pastoral de la Iglesia. Al abanderizarse, están abusando de la confianza que la Iglesia depositó en ellos; están ejerciendo una ilegítima coacción sobre las conciencias de los seglares; están oscureciendo la credibilidad de los ministros eclesiásticos en general; y están apartando de su servicio ministerial a los fieles que no piensan como ellos. No tienen derecho a abusar de la autoridad moral que les da su cargo, para favorecer o atacar posiciones partidistas. Esta conducta no puede sino torcer y deformar el sentido más hondo de su ministerio (cf. Evangelio, política y socialismo, 69-71).
78. El grupo directivo de \"Cristianos por el socialismo\" contradice ante los fieles esta orientación disciplinar nuestra. Es muy distinto orientar y apoyar cristianamente a los seglares que han asumido una opción política determinada, que encuadrar el propio ministerio en un cauce y un programa político. En este último caso, la función propagandística o activista termina por destruir la función propia del ministerio: la constitución y crecimiento de la comunidad cristiana pro el ministerio de la palabra y por los sacramentos. Así termina por considerarse secundaria, si no enteramente ineficaz, la tarea esencial de quienes han sido capacitados por el propio Espíritu Santo para actuar \"en el nombre y en la persona de Cristo\".
79. La mencionada reinterpretación de la Iglesia en función del esquema dialéctico conduce a promover entre los fieles la contraposición política y la discusión ideológica en forma previa, se diría, a la constitución de la propia comunidad eclesial. Se desvirtúa así la orientación de la pastoral como un servicio de unidad, que haga de todos los cristianos \"uno en Cristo Jesús\" (Gal 3,27). Sabemos bien hasta qué punto las diferencias de clase, las divisiones políticas y demás tensiones de esa índole hacen hoy difícil descubrir en forma viva y experimental esa unidad superior de los fieles en Cristo. Pero esa misma situación nos urge imperiosamente, a los ministros de Cristo, a ayudar a los cristianos a trascender sus legítimas diferencias, no por la reducción ingenua o intolerante de unas en otras, sino por una compenetración más profunda con la persona del Señor Jesús. Estamos seguros de que esa unidad fundamental de los creyentes, en sus distintas expresiones de amor fraterno, comprensión, convivencia y diálogo, puede contribuir a limar muchas asperezas y hacer más humano y sereno el clima moral del país, influyendo positivamente en las propias agrupaciones sociales y políticas. Los planteamientos programáticos de los \"Cristianos por el socialismo\" en relación al trabajo de la Iglesia se oponen diametralmente a esas orientaciones pastorales.
Prohibición de pertenecer a \"Cristianos por el socialismo\"
80. En suma: la actividad del grupo \"Cristianos por el socialismo\" es de una profunda ambigüedad, y requiere una definición clara por su parte. Si ese grupo pretende ser un frente de penetración en la Iglesia, para convertirla desde su interior en una fuerza política y anexarla a un determinado programa de revolución social, es necesario que lo diga leal y claramente, y deje entonces de considerarse un grupo eclesial; sería más recto, en ese caso, tomar el nombre de grupo político, sumarse al partido o corriente que estime más oportuno y renunciar a las ventajas de orden práctico o propagandístico que obtienen sus dirigentes por su condición de sacerdotes católicos. La ambigüedad ya no puede continuar, porque es perjudicial a la Iglesia y produce desorientación en muchos fieles, además de ser en sí mismo un abuso del sacerdocio y de la fe. La Iglesia de Cristo no soporta ese daño. Por lo tanto, y en vista de los antecedentes que hemos señalado, prohibimos a sacerdotes y religiosos(as) que forman parte de esa organización, y también que realicen -en la forma que sea, institucional o personal, organizada o espontánea- el tipo de acción que hemos denunciado en este documento.
III Otros grupos de cristianos
81. Sería injusto no referirse a otras posiciones, como si sólo entre los \"Cristianos por el socialismo\" se vieran desviaciones sobre el papel temporal de la Iglesia. Nos hemos extendido más ampliamente sobre su caso porque representan un grupo organizado, cuyos planteamientos, vertidos por escrito durante casi tres años, y a lo largo de casi todo el país, permiten analizar en forma sistemática aquello que puede ser aceptado y lo que no. En cambio, la utilización de la fe en sentido contrario, resultándonos igualmente lamentable, no nos exigirá un examen de la misma amplitud, por razones evidentes: esa actitud no cristaliza en grupos organizados, no tiene el mismo impacto sobre la opinión pública, no invoca en forma tan expresa el nombre cristiano, no compromete la militancia de sacerdotes y religiosos, no se formula en escritos temáticos, no propone una doctrina o una visión distinta de la Iglesia, no cuestiona de la misma manera los fundamentos de la fe, y no se opone en igual medida a la Jerarquía eclesiástica.
Utilización política de la Iglesia
82. Pero, aunque no cobre forma programática, también nos duelo profundamente la utilización práctica que estos sectores hacen de la Iglesia, y la confusión que ella crea en muchos fieles. Tal utilización intenta presentar a la Iglesia como una fuerza de la oposición, en conflicto con el gobierno actual o con las corrientes políticas que lo sustentan. Esa actitud es, por lo general más sutil o difusa, pero también atenta contra la verdadera misión de la Iglesia, y también produce, de hecho, divisiones en el seno de la comunidad cristiana, y un legítimo malestar entre quienes resultan perjudicados por ella.
83. Vemos con dolor que esta utilización más velada y a veces inconsciente de la fe, hace que cristianos que adhieren a algunos partidos de izquierda, insistan cada vez en forma más enérgica que su propia posición viene exigida por el Evangelio y es la única coherente con la misión del cristiano, en contraste, según ellos, con aquella religiosidad enfeudada en las ideologías burguesas. Estiman que hasta ahora su posición se tenía como incompatible con la Iglesia, y que todavía se siguen encontrando con la inercia de esa resistencia amparada en los principios mismos de la fe; para romper ese prejuicio, y contrarrestar la Propaganda antizquierdista que hacen otros grupos políticos sirviéndose del cristianismo, tendrían que tomar una actitud intransigente y combativa, no sólo en el plano político, sino incluso en el interior de la Iglesia.
Diversidad de aplicaciones de la doctrina social cristiana
84. Sin compartir ese juicio, reconocemos la realidad de algunos hechos que le dan pie. Cuántas veces hemos oído presentar el Evangelio en tal relación de identidad o convergencia con algún credo político con una reforma social o con la simple conservación de un orden establecido, que los oyentes inadvertidos se sentían llamados a comprometer su apoyo, su voto o su trabajo en razón de la propia fe cristiana. Determinadas tendencias políticas han caído a veces en la tentación de expresar su ideología, no ya como una entre las posibles concreciones de la doctrina social de la Iglesia frente a situaciones dadas, sino como la expresión a secas de esa doctrina, haciendo a la fe cristiana cobrar un carácter intrínsecamente ideológico, que por supuesto no tiene. Aun en el caso de que tales posiciones sean compatibles con la doctrina social cristiana o incluso se inspiren en ella, se equivocan quienes pretender convertirlas en la expresión propia de la Iglesia, o quienes, a la inversa, al cuestionar esas posiciones se sienten llamados a atacar, por eso solo, a la Iglesia misma.
85. Por eso debemos decir francamente que, en todo partido o corriente política con militancia mayoritaria de cristianos, deben ellos cuidar doblemente que quede claro que su militancia ciudadana y su pertenencia a la iglesia son dos cosas muy distintas y heterogéneas en sí mismas, por más que en el interior de sus conciencias estén ambas muy relacionadas, como ocurre con todo compromiso a la vez temporal y cristiano.
86. Por lo demás, no se puede confundir las formulaciones ideológicas o programáticas de los grupos políticos con sus actuaciones prácticas o las de sus miembros. Ya el proverbio popular nos advierte que del dicho al hecho hay mucho trecho. Esta diferencia significa que por más que una doctrina o un programa político se inspiren en una visión cristiana del orden social, las actuaciones efectivas de sus voceros o portadores no son cristianas por ese solo hecho, ni se asegura con ello su rectitud moral ni su acierto político, que pueden ser perfectamente cuestionables. A la inversa, es posible que muchos católicas estén realizando, al hilo de su trabajo diario y al margen de toda ideología o programa explícito, espléndidas tareas de bien común, para las cuales no reclaman sello partidista alguno. De allí que Paulo VI, en su carta conmemorando los 80 años de la Encíclica Rerum Novarum, haya enfatizado tanto la importancia de aquella acción temporal que muchos cristianos, sin inspirarse directamente en alguna ideología, sino en los propios principios de la doctrina social cristiana, intentan llevar a la práctica, al margen de todo cauce partidista, con la libertad de fórmulas y modalidades que reviste este tipo de acción.
87. Por estas razones, pedimos a todos los católicos, en su actuación pública, una suma discreción en su condición de creyentes. Que no hagan alarde de su condición cristiana para recomendar posiciones o actos suyos que, por su índole temporal, deberían recomendarse por sí mismos, en virtud de su propia calidad humana.
88. No está de más recordar que en este contexto las palabras del Concilio: \"Muchas veces sucederá que la propia concepción cristiana de la vida inclinará a los laicos en ciertos casos a elegir una determinada solución (en las tareas seculares). Pero podrá suceder, como sucede a menudo y con todo derecho, que otros fieles, guiados por una no menor sinceridad, juzguen el mismo asunto de distinta manera. En estos casos de soluciones divergentes, aún el margen de la intención de ambas partes, muchos tienden fácilmente a vincular su solución con el mensaje evangélico. Entiendan todos que en tales casos a nadie está permitido reivindicar con exclusividad a favor de su parecer la autoridad de la Iglesia. Procuren siempre hacerle luz recíprocamente con un diálogo sincero, guardando la mutua caridad y la solicitud primordial por el bien común\" (Gaudium et Spes, N. 43).
89. Pero con mayor aprensión y disgusto observamos la actitud de algunos católicos que, por intereses creados o perezas mentales, pretenden ligar la doctrina o la acción de la Iglesia al régimen de propiedad capitalista liberal y a sus esquemas políticos e inmovilismos sociales, que en modo alguno estimamos concordes al Evangelio, y que con demasiada facilidad se llaman \"sacrosantos\", \"inviolables\", \"civilización cristiana\", etc. Ya lo decíamos en nuestra Carta Pastoral de 1962: \"La Iglesia ha condenado los abusos del liberalismo capitalista... Más aún, concretamente, no puede aceptar que se mantenga en Chile... una situación que viola los derechos de la persona humana y, por ende, la moral cristiana. Es deber imperioso y urgente de los católicos el procurar una renovación profunda y rápida de ese estado de cosas no cristiano\". Y agregábamos: \"exhortamos a todos a abrir los ojos y ver. A ver el sufrimiento de los demás, aunque él nos acuse, con tal que por fin reconozcamos el llamado de Cristo a través de esa miseria que nos rodea... Tenemos contraída con Cristo la obligación de cambiar con la mayor rapidez posible la realidad nacional, para que chile sea Patria de todos los chilenos por igual. No queremos actitudes violentas y superficiales que dejen intacta la miseria. No queremos tampoco contentarnos, dejando las cosas como están, con vagas promesas de un cambio que nunca llega... En la eficacia y en la profundidad de nuestras actitudes frente a esta tarea fraternal, se reconocerá que somos discípulos de Cristo\" (\"el deber social y político en la hora presente\", Pastoral Colectiva del Episcopado, 1962; nn. 25 y 39).
Respeto por la diversidad de opciones políticas
90. Sucede a veces, entre creyentes, que su legítima disparidad de opiniones políticas conduce a una vehemente hostilidad recíproca, ya no legítima, con la consiguiente disputa por la exclusividad del nombre cristiano, mientras que su fe común no tiene la misma eficacia para promover entre ellos la caridad fraterna y la unión superior en Cristo. Creemos que en tales casos la opinión personal funciona con el carácter absoluto que es propio del dogma de fe, mientras que el dogma católico funciona con la relatividad que debería ser propia de toda opinión humana. Entonces los papeles se invierten, y la fe se utiliza como instrumento de la opinión; se está más unido a quienes opinan como uno, aunque no tengan fe, que a quienes tienen la fe común, si opinan distinto; se es intransigente donde se debería ser tolerante -en las materias opinables-, y eso ocurre tal vez en personas que no vacilan en ser transigentes donde, en cambio, no debería caber transacción: en el contenido esencial de la fe.
91. Rogamos a los cristianos que nunca se dejen llevar por esta inversión de principios. Cuando la fe está en su sitio, como también el amor y el anhelo de justicia social, hay una disposición mucho más favorable para tratarse, quererse y entenderse los creyentes que no comparten una misma opinión política. Los fieles han de guardar, en sus relaciones recíprocas, este orden que se expresa con la sentencia clásica: en las cosas necesarias, unidad; en la opinables, libertad; y en todas, caridad. Así, sin pretender la reducción de una actitud a otra, antes, bien, reconociendo al hermano la posibilidad de pensar distinto, se fomentará la superior unidad de todos los creyentes en Cristo, y esa concordia actuará benéficamente sobre el propio plano de las relaciones políticas.
92. Repetimos, pues, que la Iglesia no tiene ninguna expresión política propia; y que de las muchas expresiones políticas de los ciudadanos católicos, ninguna compromete a la Jerarquía, justamente porque corresponde a opciones laicales. Y ninguna posee tal relación intrínseca y necesaria con el mensaje evangélico, que pueda representar a la Iglesia en el plano cívico o constituir a sus agentes como delegados o intermediarios entre la Iglesia y la cosa pública. Cualquier implicación de esta índole entraña el serio peligro de quitar a la Jerarquía su autoridad moral y la autonomía de su campo propio. De hecho, así la Iglesia jerárquica no podrá pronunciarse con libertad, pues sus declaraciones oficiales y sus actos de magisterio serán tergiversados por motivos políticos, a la vista de la resonancia que despierten en ese plano. No queremos ver silenciada y oscurecida nuestra voz por tales motivos.
93. Creemos que, efectivamente, no pocas declaraciones nuestras han sido recibidas de esa manera. Y no ya por parte de no católicos, a quienes sólo podríamos pedirles el respeto de los ciudadanos suelen tener por las instituciones apolíticas; sino precisamente por parte de algunos fieles, que antes de conformar su propia mentalidad de las directrices de sus Obispos y en el preciso espíritu en que éstos las trazan, están ya buscando su signo político para ver a quién favorecen ya quién perjudican. Nos toca presenciar entonces, con pena, una guerrilla de citas truncadas y de textos interpretados según el entender de cada cual, y una atribución de motivos partidistas en los que no podemos reconocernos.
El deseo de la Jerarquía
94. Solicitamos, por eso, a los cristianos en general, y muy en particular a los sacerdotes responsables de la pastoral, que colaboren con nosotros para sanear estas situaciones y ayuden a comprender y apreciar la verdadera misión de la Iglesia, y de su Jerarquía, que la representa como comunidad total.
95. Pedimos especialmente a todos los sacerdotes que se abstengan de tomar parte en la política partidista, por el grupo que sea, porque esa participación sólo contribuye a aumentar la confusión, que ya existe, sobre el papel de la Iglesia ante los problemas temporales. Cuando, ante una situación determinada y siempre excepcional, juzguemos necesario limitar el legítimo pluralismo político de los fieles, y, en aras de un claro bien común de la Iglesia y de la sociedad, orientados en un sentido único y determinado, seremos nosotros mismos, como Jerarquía, quienes anunciemos esa decisión.
IV Reflexiones finales
96. No queremos que se interprete todo cuanto hemos dicho a los distintos grupos o personas, como una negación del derecho de los cristianos a entender sus opciones políticas a la luz de su fe y a asumir sus responsabilidades sociales en forma de compromiso cristiano. La Iglesia misma ha impulsado constantemente a los laicos en ese sentido y nosotros, en unión con los Obispos de América Latina, hemos hecho otro tanto con nuestros fieles, conscientes de que la situación de miseria y desigualdad social reclaman cambios urgentes e indispensables. Pero, al hacerse responsables de esa tarea, los cristianos deben afrontarla de manera que no desfiguren el rostro de la Iglesia.
97. Nuestra intención no es otra que edificar la verdadera Iglesia. En el amor de Dios, en la claridad fraterna, en los sacramentos, en la inteligencia cristiana, reside una inspiración y una fuerza espiritual que los cristianos necesitan para dar vida a nuevas formas culturales, o nuevas estructuras sociales y políticas. En vano se pide la acción de los cristianos si las fuentes religiosas de su creatividad están dormidas o ciegas.
98. Por eso deseamos acoger también lo positivo que encierra las formulaciones y las búsquedas de los grupos y personas a quienes nos hemos referido. Que digamos nuestra preocupación frente a determinados peligros no está reñido con nuestro deseo de oír su voz, y aun la propia voz de Dios a través de sus inquietudes. Sabemos que muchos de ellos poseen un firme espíritu de fe y caridad. Creemos que todos aquellos que aman realmente a la Iglesia sabrán cumplir esas dimensiones positivas sin distorsionar su inserción en el cuerpo de Cristo, antes bien, inspirándolas más fielmente en el Evangelio, en el espíritu de oración, en el contacto vivo y vivificante del alma con las fuentes de la gracia. Porque sólo se puede esperar que la creatividad social, cultural y política de los cristianos aumente, a medida que también crece su docilidad al Espíritu multiforme y creador que nos fue dado en Pentecostés, y que anima las búsquedas y enriquece los hallazgos de los ciudadanos del Pueblo de Dios en la historia.
99. Hermanos en el Señor: tenemos conciencia de los grandes problemas que aquejan a la sociedad y a nuestra patria, y de las grandes tareas que aguardan a los cristianos en el intento de resolverlos. Y estamos seguros de que nuestra más excelente colaboración a esas tareas consiste en hacer que la Iglesia sea Iglesia: unida, sobrenatural, viva, fiel a Cristo, servidora de los pobres. Porque la Iglesia debe ser \"sal de la tierra\", pero \"si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? (Mt 5,13). Si la Iglesia se convierte en facción política o temporal, ¿quién nos salvará? No hay contribución más eficaz a los problemas temporales que el dinamismo espiritual de la vida cristiana. Detrás de los conflictos sociales y políticos hay siempre una raíz ética y religiosa. El deterioro institucional de una comunidad esconde fenómenos de cansancio vital, de enfermedad moral: envilecimiento del espíritu, incomunicación, vacío de Dios. Los diagnósticos económicos y políticos, siempre necesarios, no son suficientes, porque no tocan esas raíces profundas de la conciencia humana. Es en esa hondura donde incide la gracia de Dios, despertando nuevas energías de creatividad de un nuevo orden social, en la justicia, en la libertad y en el amor.
100. No queremos terminar este mensaje sin una petición a nuestros hijos en el Señor. Sabemos bien que hoy se habla muy diferentes lenguajes. Pero creemos sinceramente que nuestros sacerdotes y todos los que desean que la Iglesia sea la levadura de Cristo para el mundo, pueden y deben entender el lenguaje que les hemos hablado, después de meditarlo en la presencia de Dios. Con el Señor, que nos ha hecho pastores de la Iglesia, les rogamos: \"Quien tenga oído para oír, que oiga.\".
Por el Comité Permanente del Episcopado.
+ Raúl Card. Silva Henríquez
Arzobispo de Santiago
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
+ Carlos Oviedo Cavada
Obispo Auxiliar de Concepción
Secretario General de la Conferencia Episcopal de chile.
Santiago, agosto de 1973.