Homilía en la Misa de 60 años de Presbiterado de Mons. Javier Prado Aránguiz ss.cc.
Estamos contentos de poder acompañar a Mons. Javier Prado (para nosotros “el Padre Javier”) en esta celebración de los 60 años de su Ordenación Sacerdotal.
Y estamos muy contentos porque de estos 60 años de presbiterado, 31 los ha vivido en nuestra Diócesis. Además de los 7 años de formación en el Noviciado y Escolasticado de la Congregación de los Sagrados Corazones de Los Perales (con los que entera 38 años en la Diócesis de Valparaíso) estuvo entre nosotros como sacerdote y religioso de los Sagrados Corazones en el Colegio de la Congregación en Viña del Mar; colaborando en pastoral parroquial en los sectores de Santa Inés, Achupallas y Gómez Carreño; como profesor de Cultura Religiosa en nuestra Universidad Católica, como Pro Vicario Episcopal de Educación de Monseñor Emilio Tagle Covarrubias y luego Vicario de Educación de Monseñor Francisco de Borja Valenzuela Ríos. Fue Obispo Auxiliar de la Diócesis, en tiempos de Monseñor Valenzuela, desde abril de 1988 a abril de 1993, en que fue nombrado Obispo de Rancagua. Y ahora, desde abril del 2004, en que es Obispo Emérito de Rancagua, es un muy leal y eficiente colaborador en esta Diócesis de Valparaíso.
Pero la vinculación del Padre Javier con nosotros es mucho más entrañable. Recibió la Tonsura, las cuatro Órdenes Menores (Ostiario, Lector, Exorcista y Acólito) y las tres Órdenes Mayores (Subdiaconado, Diaconado y Presbiterado) en la Catedral de Valparaíso de manos del 2° Obispo de esta Diócesis, Mons. Rafael Lira Infante, el mismo que, siendo 1er. Obispo de Rancagua, le dio al niño Javier Prado la Primera Comunión y le administró la Confirmación en las tierras Colchaguinas.
Finalmente, el 2 de septiembre de 1984 recibió la Ordenación Episcopal en la Catedral de Valparaíso en celebración presidida por el entonces Nuncio Apostólico Monseñor Angelo Sonado.
¿Es, entonces, mucho decir que el Padre Javier “es nuestro”?
Por eso es que estamos muy contentos de acompañarlo en esta celebración tan significativa para él y para toda la Iglesia; tan importante para nosotros, sacerdotes, y para los seminaristas, como testimonio de la respuesta fiel de Mons. Prado a la Fidelidad del Padre Dios, que lo llamó a servirlo en los hermanos y hermanas.
Quiso el Padre Javier celebrar esta fiesta en el Templo de los Sagrados Corazones de Valparaíso. Con grandes sacrificios fue construido en el siglo XIX por los “padres franceses” de nuestra Congregación “para Gloria de los Sagrados Corazones de Jesús y de María”, a cuyo servicio queremos vivir y morir, como dice la fórmula de nuestra Profesión Religiosa. Y nos alegramos enormemente de estar realizando esta Acción de Gracias precisamente sobre la Cripta en la que esperan la Feliz Resurrección dos obispos y otros 148 religiosos y sacerdotes de los Sagrados Corazones.
El Evangelio de San Juan que acaba de ser proclamado fue elegido por el Padre Javier porque en él se ha inspirado especialmente su vida y ministerio sacerdotal y episcopal. “Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado para que sean uno como nosotros” (Juan 17, 11b). “Ut sint unum”, “que sean uno” es el lema de Monseñor Prado.
La misión de reunir y afianzar la unidad del Pueblo de Dios, preocupación especial de Jesús en su Oración en la Última Cena, es tarea principal de los presbíteros. “Ejerciendo, en la medida de su autoridad, el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza, reúnen a la familia de Dios como una fraternidad, animada con espíritu de unidad, y la conducen a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu”, nos enseña el Concilio al hablar de los sacerdotes (L.G. 28). Y en este mandato de buscar y conservar la unidad, “los Obispos son, individualmente, el principio y fundamento visible de unidad en sus iglesias particulares………y todos juntos con el Papa representan a toda la Iglesia en el vínculo de la paz, del amor y de la unidad”, enseña el mismo Concilio (L.G. 23).
Los sacerdotes y obispos debemos entregar gozosamente nuestra vida por la unidad del Pueblo de Dios que se nos ha confiado, y la unidad de la Iglesia debe ser signo y fermento de unidad de toda la humanidad redimida por Cristo. Tarea fundamental pero imposible para nosotros, ya que con el pecado entró en el mundo y en el corazón de cada hombre y mujer el germen del odio y la división. Pero para reunirnos a todos en una sola familia, la Familia de los hijos e hijas de Dios, Cristo entregó amorosamente su vida, y nosotros, sus ministros, debemos dar también por amor nuestra vida. Diariamente debemos ofrecer el Sacrificio Eucarístico para que el Padre Dios “congregue a la Iglesia en la unidad” (Canon Romano); para que “el Espíritu Santo congregue en la unidad a los que participamos del Cuerpo y la Sangre de Cristo” (Plegaria Eucarística II). Diariamente, además, debemos orar fervorosamente por esta intención del Corazón de Cristo, y trabajar alegre y esperanzadamente por ir creando sentimientos de unidad y fraternidad en el Pueblo de Dios y en el mundo. Y la entrega de nuestra vida al Sacramento de la Confesión es fundamental, ya que el perdón de los pecados y la purificación del corazón es el paso primero y principal a la unidad de los fieles y la humanidad en Cristo.
Mucho contribuye a este “ministerio de unidad” la actitud esperanzada, cercana y fraternal de los sacerdotes y obispos. La actitud de “buen pastor” con que debemos hablar, predicar y defender con claridad la Fe íntegra de la Iglesia, evitando el lenguaje duro, altanero y condenatorio. Nada fácil en nuestros tiempos de tanta confusión conceptual e intelectual, de hostigamiento muchas veces a la Iglesia, de enojo de muchos con nosotros, enojo tantas veces justificado por nuestros propios errores y pecados. Nada fácil, también, en tiempos de tanto cansancio pastoral. Por eso diariamente tenemos que implorar, para nosotros en primer lugar, el perdón de nuestros pecados, la humildad y bondad de Jesús Buen Pastor y la capacidad de entrega generosa y agradecida a los hermanos y hermanas, dando prioridad en nuestro trabajo pastoral a aquellos y aquellas que van quedando tirados junto al camino, esperando que se acerque a ellos un buen samaritano. Nuestra primera vocación es la de Buenos Samaritanos.
Dicen que los buenos vinos van mejorando con el paso del tiempo. Al menos eso se decía antes. Yo soy testigo privilegiado del crecimiento del Padre Javier en su vocación de padre. De padre “paternal” y de ministro de paz, unidad y fraternidad. Su actitud cercana y fraternal; su talante bondadoso; su consejo prudente y oportuno es lo que hacen que en esta Diócesis se hable de él como “el Padre Javier”. El Padre Javier que sigue colaborando sencillamente y desinteresadamente en parroquias, capillas y colegios. El Padre Javier consejero del obispo, de sacerdotes, diáconos, consagrados, consagradas, seminaristas, exalumnos y exalumnas. El Padre Javier por quien hoy damos gracias a los Sagrados Corazones de Jesús y de María en este hermoso sexagésimo aniversario de su Ordenación Sacerdotal.
Gonzalo Duarte García de Cortázar ss.cc.
Obispo de Valparaíso
(Iglesia de los Sagrados Corazones de Valparaíso, sábado 14 de septiembre de 2013)
