“Padre nuestro, que estás en los cielos” Mt 6, 9-13
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“Padre nuestro, que estás en los cielos” Mt 6, 9-13

Homilía en Te Deum Ecuménico de Fiestas Patrias. Catedral de Copiapó, 18 se seotiembre de 2013

Fecha: Miércoles 18 de Septiembre de 2013
Pais: Chile
Ciudad: Copiapó
Autor: Mons. Gaspar Quintana J., CMF.

Introducción

Una vez más esta Iglesia Catedral nos recibe para decirle al Dios de la vida y de la historia: Te Deum laudamus, a Ti, oh Dios te alabamos. Es como decirle: Padre nuestro, muchas, muchísimas gracias por tantas cosas que has realizado en la historia de nuestro querido país.

Hoy queremos agradecer y proyectar el futuro de nuestra Patria, desde lo profundo de la persona de Cristo, el Señor, quien, a pedido de sus discípulos, les enseñó a orar, desde su propia experiencia divina y humana. Lo acabamos de escuchar en el relato del evangelista Mateo, cuando describe la oración del Padre nuestro, nacida del corazón del Maestro para que la tengan como propia los hombres y mujeres que viven siguiéndolo.

Esta oración ha sido y es para millones de chilenos y chilenas un patrimonio espiritual y social, que nos ha enriquecido desde nuestra niñez, desde el regazo de nuestras madres y en el ambiente de nuestras familias e iglesias. Detenerse con sencillez y humildad en algunos aspectos de esta oración del Señor, puede dar a Chile una riqueza y profundidad espiritual y social con ocasión de la celebración de nuestras Fiestas Patrias.

1.- Padre nuestro.

Jesús enseña a sus discípulos que llamen a Dios Abba, que equivale a decirle “papá, o papi”, en un tono de amor, confianza, seguridad, ternura. Este tipo de relación con el Dios de la vida cambia todo el esquema de nuestra existencia. Creer y amar a Dios como Padre, nos pone en caminos de amor y confianza y de una nueva relación con los demás.

Pero no es sólo Padre mío, sino “nuestro,” es decir, Él tiene una gran familia, formada por hombres y mujeres, de diversas razas, culturas, lugares del planeta, con derechos y obligaciones. Esta realidad nos obliga a revisar nuestras actitudes de justicia, de derecho y de paz para con los otros hijos e hijas de Dios, nuestros hermanos y hermanas.

Ahora bien: ser un verdadero hijo o hija de Dios compromete, no sólo la profundidad de mi conciencia, en el templo o en la casa, sino la totalidad de mis criterios y comportamientos, en todas partes y en todas las circunstancias de la vida personal y social.

2.- Que estás en el cielo.

Esta expresión no indica un lugar sino un modo de ser y de relacionarse. En efecto, Dios está más allá y por encima de todo, por su majestad, por su santidad y su entrañable bondad, porque está en el corazón de cada persona que se esfuerza por vivir dignamente, en su vida privada o pública.

Pero además esta expresión, el cielo, indica la verdadera y definitiva patria, hacia la que vamos peregrinando por los caminos o situaciones de esta vida.

3. Santificado sea tu Nombre.

Santificar el Nombre de Dios significa reconocer a Dios como el Santo, el que es perfecto, el que da profundo sentido y calidad a la vida humana. Esto significa que una persona, cualquiera que ella sea, puede santificar en Nombre de Dios en su vida de cada día, en medio de sus relaciones sociales o laborales, en su capacidad para comunicarse con los demás y para crear belleza.

Hay una especial referencia a esta santidad de Dios cuando somos capaces de humanizar la sociedad y de darle un ambiente de calidez, de diálogo y de sana alegría en lo que son las relaciones familiares, laborales, sociales.

Para Jesús la santidad de la vida diaria de los hombres y mujeres que le siguen como discípulos es “sal de la tierra y luz del mundo,” (Mt 5, 13-16), a pesar de las dificultades y problemas de cada tiempo y cultura.

4.- Venga a nosotros tu Reino.

La Iglesia con frecuencia invoca la venida del Reino de Dios al final de los tiempos, mediante el retorno glorioso de Cristo. Pero también los creyentes oramos y deseamos que este Reino de Dios crezca ya desde ahora en la vida del mundo. En la dignidad de la vida personal y familiar, en una actividad política dialogante y sin intereses mezquinos, en una política económica que valora el trabajo en su alta dignidad y con la justa remuneración, hay ya un tipo de experiencia del Reino de Dios en la vida cotidiana.

5.- Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

La voluntad de Dios es que todos se salven (1 Tim 2,4) y que todos vivamos con la dignidad y la plenitud de amor y respeto que hacen de una sociedad una “gran familia”. Para esto Dios se ha hecho uno de nosotros, ha puesto su casa en nuestro barrio, gracias a la humilde cooperación de una humilde mujer judía, María de Nazareth.

¿Por qué no pedirle a Él, en días como éstos, que sepamos unir nuestra voluntad, nuestros planes y proyectos a los suyos, para que hagamos posible un tipo de país justo, fraterno, en que más allá de nuestras normales diferencias, podamos diseñar un proyecto común de país? Esto significa potenciar el amor del hombre y la mujer en la formación de su familia, respetar la vida humana desde su inicio en el útero materno hasta el momento final de su partida.

Es un verdadero desafío buscar un tipo de educación de calidad integral y comprometida con verdaderos valores, que no consiste precisamente en prepararnos para “tener más cosas o más dinero” sino en ser más personas, mejores ciudadanos, capaces de hacer un mejor país con una mejor sociedad. Para los que recibimos el regalo de la fe en un Dios Uno y Trino, está siempre pendiente la tarea ser buenos discípulos de Jesús en todos los ámbitos de la vida humana, como la familia y el trabajo, la ciencia y la técnica, el deporte y el uso del tiempo libre.

6.- Danos hoy nuestro pan de cada día.

Sabiendo que Dios es Padre bondadoso, atento a las necesidades de su familia, vivimos con confianza en su gran misericordia. Pero como seres humanos nos corresponde organizarnos y poner cada uno de su parte, gobernantes y gobernados, trabajadores, empresarios y profesionales, a fin de que en la sociedad haya lo necesario para realizar el proyecto de una vida humana digna, serena y amigable.

Y es muy importante que, sabiendo actuar debidamente, la justicia y la paz solidaria de nuestra organización social permitan que la abundancia de unos pueda cubrir las necesidades de otros. Haciendo memoria del querido Mons. Fernando Ariztía, Obispo Emérito de esta Diócesis de Copiapó, recordamos que él solía repetir las palabras del salmo 84: “la justicia y la paz se besan”.

Pero no hay que olvidar que “no sólo de pan vive el hombre sino de todo lo que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4), lo que significa que hay que estar también atentos a las necesidades de la vida cristiana, de un sano descanso y de vida familiar.

7.- Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

En primer lugar hay que decir que para Jesús la iniciativa de pedir perdón a Dios nace del humilde reconocimiento de que hemos caído, pero a la vez viene de la fe en un Dios que es misericordioso y nos da su perdón. En segundo lugar está el hecho de que sabiamente Jesús nos enseña que nuestra petición de perdón será atendida con tal de que nosotros antes hayamos perdonado a quien nos ofendió.

Acabamos de recordar un hecho doloroso en la historia de nuestro país, que ha dejado una marca profunda en la memoria nacional. Hace cuarenta años se produjo un violento quiebre en nuestra democracia ciudadana, que trajo situaciones de injusticia, atropellos y violencia contra la vida humana y la dignidad que le corresponde. Al mismo tiempo que nos han causado grandes y profundas heridas, está la posibilidad de que pueden habernos cerrado el corazón para ofrecer perdón a los culpables.

Necesitamos llegar a un acuerdo de corazón, en términos de justicia y de perdón, lo que nos obliga a discernir nuestro momento presente para recomponer el tejido de relaciones entre los que somos parte de un país de hermanos y hermanas.

En este delicado asunto siempre es bueno preguntarse qué hemos aprendido de lo acaecido hace cuarenta años. Una cosa podría ser la de haber aprendido a ser más sensibles al valor de la vida humana. El dolor de perder seres queridos, desaparecidos o no, ha pasado a ser un valor adquirido que nos ha hecho madurar. Otro avance es llegar a darnos cuenta de que con los derechos humanos no se puede ni debe jugar. Recordar todos sensatamente lo que pasó el 11 es el mejor remedio para que esto no vuelva a suceder nunca más. Finalmente creo que vale la pena indicar que lo vivido y lo sufrido nos puede ayudar a buscar toda la verdad y a resolver el diálogo entre la memoria de los hechos y la historia de los acontecimientos. Siempre la historia vivida será maestra para la vida de los pueblos.

Para los creyentes cabe la esperanza de que el Dios que resucitó a Jesucristo de entre los muertos nos ayude a chilenos y chilenas a ponernos de pie, a pedirnos y darnos el perdón, con la mirada hacia el futuro, tras la búsqueda de un proyecto común “con pan, respeto y alegría para todos”.

8.- No nos dejes caer en la tentación.

Con estas palabras nosotros, que somos tan débiles y necesitados de ayuda, le pedimos que no nos deje solos y a merced de las tan diversas situaciones de la vida. Especialmente le pedimos que sepamos distinguir entre lo que son las pruebas, las que nos pueden hacer crecer en el bien, y lo que son las tentaciones, que nos llevan al pecado y a la muerte interior del corazón. Frente a las tantas tentaciones nuestras, del poder, del tener, del placer y del aparentar, nos anima saber que Jesús ha vencido estas tentaciones y nos garantiza que también nosotros podemos vencerlas con su ayuda y con nuestra responsabilidad.

A propósito del tiempo de elecciones que se acerca puede ser un tiempo de especiales tentaciones en lo que se busca y lo que se propone. Pidamos al Dios de la historia que los candidatos y candidatas a los distintos cargos públicos, hagan campañas realistas, responsables, centradas en el bien común y con especial atención a los más pobres y excluidos. Así se podrá evitar a como dé lugar la demagogia y las descalificaciones, en orden a realizar un proceso eleccionario a la altura de los desafíos que tenemos como comunidad nacional. Y por supuesto oremos también por el electorado para que seamos de verdad inteligentes y responsables en construir el futuro de la Patria.

8.- Y líbranos del mal.

El mal designa aquí, según el lenguaje de la fe de la Iglesia, la persona de Satanás, que se opone decididamente a Dios, origen de todo Bien. Cristo ya alcanzó la victoria sobre el mal, pero nos queda a nosotros nuestra propia tarea de cada día, vencer el mal, a veces tan fuertemente presente aunque maquillado y seductor.

Nos ponemos a pensar dónde está el mal hoy en nuestra sociedad y tal vez nos llevamos sorpresas. El poder que corrompe, la violencia inhumana, el erotismo que profana cosificando el amor, el narcotráfico que pervierte, el lucro que nos hace insaciablemente codiciosos, la loca voracidad que destruye el medioambiente, la frivolidad que quita dignidad a la persona y la familia.

Nosotros oramos para que cada persona, cada familia humana, nuestras autoridades y parlamentarios, cada uno de nosotros, seamos liberados de su poder y de sus obras. De todo esto aguardamos el regalo de la paz y la sana convivencia, y mantenernos así esperando el retorno de Cristo Señor y vencedor de toda maldad. Él nos llevará a la situación gloriosa de una vida pura, hermosa y definitiva de encuentro con Dios y con una humanidad nueva y transfigurada para siempre.

9.- Amén.

La última palabra que cierra la oración de Jesús es Amén. De origen semítico, los pueblos de Oriente han usado esta palabra para dar aprobación o reafirmar lo que dicen o creen. Es expresar que una persona o asamblea tiene por verdadero lo que acaba de decir, estando de acuerdo y seguros en lo que proclamamos y oramos.

Por esto decirle a Dios Amén en una celebración como ésta, en Fiestas Patrias es expresar que toda nuestra existencia en sí misma, en la casa, en el trabajo, en la política, en el deporte, el arte y el mundo de las comunicaciones, quieren manifestar de manera decidida, nuestro acuerdo con el proyecto salvador de Dios en la historia humana de cada día.

Conclusión.

Teniendo a la vista la dramática situación que se vive en tantas partes del mundo, y asomándonos a las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias, concluyo citando al Papa Francisco que nos ha dicho, en la reciente vigilia de oración por la paz: “Hermanos y hermanas, perdón, diálogo, reconciliación son las palabras de la paz: en la amada nación siria, en Oriente Medio, en todo el mundo. Recemos por la reconciliación y por la paz, contribuyamos a la reconciliación y a la paz, y convirtámonos todos, en cualquier lugar donde nos encontremos, en hombres y mujeres de reconciliación y de paz. Así sea.”

La hermosa y significativa oración del Señor Jesús, el Padre nuestro, nos fortalezca para esta grandiosa tarea, acompañados por la especial presencia de María del Carmen, Madre y Protectora de Chile, y de nuestros santos chilenos Alberto Hurtado y Teresa de los Andes.

A Cristo el Señor de la historia, el poder y la gloria ahora y para siempre. Amén.

+ Gaspar Quintana Jorquera, CMF.
Obispo de Copiapó
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