Textos bíblicos
Primera Lectura: 1 Pe 3, 8-17
Salmo Responsorial: Los cielos narran la gloria de Dios
Evangelio: Mt 5, 13-16
1. “… honren a Cristo como Señor de sus corazones”
(1 Pe 3, 15)
El dieciocho de septiembre es un día muy especial para nosotros, los chilenos, no sólo por ser el aniversario del nacimiento de nuestra Patria a la vida independiente sino, además, por haberse transformado en una fecha en que somos capaces de encontrarnos como tales, hijos de una patria común, herederos de una cultura que nos identifica y, a la vez, nos distingue, en el concierto de las naciones. ¡Hermanos, siempre hermanos, no obstante las legítimas diferencias!
Es por ello que para mí, en representación de la Iglesia en Osorno, es motivo de alegría orgullosa el darles la bienvenida a todos ustedes, aquí reunidos en esa condición, para elevar una alabanza agradecida al Creador.
En particular, saludo y agradezco la amable presencia de las autoridades locales y provinciales, como también a los representantes del Ejército, a Carabineros de Chile, a Policía de Investigaciones de Chile, a los representantes de las Juntas de Vecinos, del voluntariado y a todas las familias que con entusiasmo se adhieren a esta celebración.
La alabanza que hoy resuena en el principal templo católico de la Provincia “A Ti, oh Dios, te alabamos; a Ti, oh Señor, te confesamos…”, son las palabras iniciales de un antiguo himno que, siguiendo una gran y noble tradición, Chile entona en los templos, a lo largo y ancho de nuestro país, para iniciar las celebraciones patrias.
Me valgo de un hermoso y profundo versículo, que acabamos de oír en la primera lectura de la Carta del apóstol Pedro, para invitarlos a aunar los sentimientos llamados a expresar a nuestro Dios y Señor en esta liturgia: “… honren a Cristo como Señor de sus corazones” (1 Pe 3, 15). Ante el Altar del Altísimo, Señor de los tiempos y de la historia, queremos verdaderamente honrar a Cristo como Señor de nuestros corazones.
2. “Ustedes son la sal de la tierra…Ustedes son la luz del mundo”
(Mt 5, 13.14)
La Palabra del Señor Jesús que ilumina esta celebración es un texto pequeño, denso, rico en contenido y de variadas perspectivas. El Señor se dirige a sus discípulos de aquel entonces, hoy a nosotros: “Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo” (Mt 5, 13.14).
El Evangelista Mateo nos ha heredado esta página maravillosa para destacar una enseñanza del Señor, en el gran monumento teológico que es el Sermón del Monte, palabras con las que envía a sus discípulos. Tanto los apóstoles, como nosotros tenemos la tarea de ahondar siempre más profundamente en el significado del mensaje que ellas encierran, de tal modo que se conviertan en un motivo inspirador de nuestra vida.
Cristo Señor, que afirmó de sí mismo “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12), nos ha enviado a que en todos los tiempos y generaciones “brille igualmente la luz de ustedes ante los hombres, de modo que cuando ellos vean sus buenas obras, glorifiquen al Padre de ustedes que está en el Cielo” (Mt 5,16).
Además, el texto evangélico que hemos escuchado, nos llama a ser “sal de la tierra” (Mt 5,13), es decir, fermento para una nueva humanidad.
Es la tarea que ha llegado a Osorno a través del tiempo y la distancia, en brazos de una Iglesia, cuya presencia divina ha sido capaz de sobreponerse a todas las debilidades humanas de quienes la componemos, consagrados y laicos, evitando que la sal se desvirtúe.
Esta Iglesia, en los momentos difíciles de su historia, ha llamado a pastores clarividentes, como los Papas Juan XXIII y Paulo VI, capaces de convocar y culminar un Concilio Ecuménico que abrió sus ventanas para que entrara la renovación, magno acontecimiento del cual estamos celebrando este año su 50 aniversario. Un Papa abierto y comunicador, para llevar su palabra, más allá de las fronteras geográficas y culturales, como Juan Pablo II. De un conocimiento teológico profundo para revitalizarla, aún en su renuncia, como el Papa Benedicto XVI, quien abre el camino para la llegada del Santo Padre Francisco, que ha llenado a la Iglesia de dulzura y frescor; que nos ha traído el ejemplo de su sencillez, a imagen del hombre que vivió en Nazaret, hace dos mil años, en cuyo nombre llega, y de aquel otro que naciera en Asís en el siglo doce, cuyo nombre personal adoptó.
Es desde esta humildad que hoy quiero convocarlos a seguir la enseñanza de la primera lectura: “Vivan todos unidos, tengan un mismo sentir, sean compasivos, fraternales, misericordiosos, humildes; no devuelvan mal por mal ni injuria por injuria, al contrario bendigan, ya que ustedes mismos han sido llamados a heredar una bendición” (1 Pe 3, 8-9).
¡Cuán lejos están estas palabras de nuestra cultura global contemporánea, en que los antivalores del hedonismo, egoísmo, materialismo y tantos otros, campean en el mundo, con resultado de dolor, sufrimiento, violencia y muerte! ... ¿es éste el porvenir que deseamos para la Patria que hoy celebramos?
Es cierto que, en este contexto, los conceptos de san Pedro podrían parecer ilusorios. Pero se los propongo porque la presencia de cada uno de ustedes en esta sagrada celebración, resulta tremendamente significativa. En nuestra condición de discípulos del Señor o como hombres y mujeres “de buena voluntad”, somos desafiados a asumir el reto, tanto para nuestro bien personal y familiar, como en relación al futuro de nuestra Patria. Al respecto, es muy significativo lo que afirma el Concilio Vaticano II en la Constitución Gaudium et Spes: “Podemos pensar, con razón, que la suerte futura de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar” (GS 31).
3. “Siempre dispuestos a dar razones de nuestra esperanza”
(1Pe 3,15)
Son estas razones las que invito a poner en valor para dar nuestro aporte y entrar decididamente, con la Palabra del Señor y los valores que de ella se desprenden, en la cultura imperante. Partiendo con la mirada de la Conferencia de Aparecida, en Brasil el año 2007, cuyo Documento Conclusivo nos dice que la cultura “en su comprensión más extensa, representa el modo particular con el cual los hombres y los pueblos cultivan su relación con la naturaleza y con sus hermanos, con ellos mismos y con Dios, a fin de lograr una existencia plenamente humana” (DA 476).
Esta tarea de recuperación de los valores humanos es fundamental en el mundo entero. Lo es también para nuestro querido Chile. Estoy cierto que ustedes no quieren que las nuevas generaciones – sus hijos y sus nietos – se formen en un ambiente de egoísmo, de violencia y de tantos otros antivalores. Reencontremos juntos el camino para la alegría y el amor, en la verdad.
Para “lograr una existencia plenamente humana” es tarea común el forjar una sólida cultura. Se trata de:
- Forjar una cultura que posibilite una respuesta a los anhelos del corazón, para entender la vida propia y la de los demás, como un misterio y un precioso don del Señor.
- Forjar una cultura que nos permita a todos mirar hacia los altos ideales, buscando trascender los hechos inmediatos y subjetivos, para afianzar el fundamento de la vida en una constante búsqueda de sentido.
- Forjar una cultura que respete el carácter sagrado de la vida, desde la concepción y hasta su término natural.
- Forjar una cultura ética y moral que dé prioridad a la persona, donde todo se oriente hacia su bien y al de la sociedad.
- Forjar una cultura caracterizada por el encuentro entre personas, que se reconozcan en el respeto a la dignidad de cada uno, y que aspira al bien común de toda la sociedad, especialmente de los más pobres, excluidos y vulnerables.
- Forjar una cultura que promueva la solidaridad, al compartir generoso con los hermanos, disponiendo la mesa común cada día.
- Forjar una cultura capaz de acoger a todos, también a una sociedad donde pueblos de tradiciones diversas pueden coexistir, tratándose como hermanos, hijos y herederos de un destino común.
- Forjar una cultura en grado de brindar a los jóvenes un futuro promisorio, basado en la igualdad de derechos, para acceder a una educación de calidad.
- Forjar una cultura en la que se respete la dignidad del trabajador y de la trabajadora, del niño y del adulto mayor, de los pobres y desamparados, todos hijos de Dios, hermanos de Jesucristo y también hermanos nuestros.
Jesús nos dejó el desafío de ser “sal y luz del mundo”; para ello nos legó una herramienta maravillosa: la Fe, la Esperanza y el Amor, virtudes interrelacionadas para iluminar nuestro camino. La fe nos da la esperanza que nos debe conducir al amor. Es nuestra fuerza como cristianos, pero no es exclusiva ni excluyente, como nos está recordando el Papa Francisco.
Al nacer del amor, nos abre al hermano, al prójimo, que es el samaritano. Es una obligación que tenemos pendiente unos y otros: respetar al que creemos equivocado para poder pedirle que él nos respete. Una patria que se dice solidaria no puede desentenderse de las necesidades de amparo de quienes más sufren.
Debemos superar esa distancia que nos dificulta adentrarnos unidos en el corazón de la cultura. Si así lo hacemos, todos juntos podemos poner allí esa luz de amor de la cual, aunque indignos, somos mensajeros.
Gracias a ella podremos descubrir la dignidad única de cada persona por el sólo hecho de serlo y, a través de ese descubrimiento, veremos como la luz del amor llega a todas las ramas de la cultura, dándole una estructura distinta, en un nuevo humanismo, basado en la humanidad del “otro”, imagen de Dios, cualquiera sea el nombre que queramos darle.
Como cristianos y en esta humildad con que nos bendice el Santo Padre Francisco, busquemos una renovación de nuestro Chile, que hoy estamos celebrando, para que sea una Patria abierta al amor, una nación abierta a lo trascendente, un pueblo abierto a Dios. Para que nuestro presente sea de Cristo, y nuestro porvenir sea en Cristo.
A la santísima Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile, confiamos el presente y el futuro de nuestra nación:
Virgen Santa,
Madre de Cristo y Madre nuestra,
ayúdanos al asumir hoy,
con renovado fervor,
los desafíos de nuestra Patria.
Intercede por nosotros,
para que Jesús, tu Hijo,
bendiga el esfuerzo
de los hijos de esta tierra
al construir una nación de hermanos
y forjar una cultura
que respete la vida,
la dignidad de cada persona,
especialmente de los más pobres y desamparados.
Que en su gracia
podamos contribuir
al engrandecimiento de nuestra Patria.
A Él sea el honor y la gloria por los siglos de los siglos.
Amén
+ René Rebolledo Salinas
Obispo de Osorno