A todos los presentes en primer lugar expresar el saludo fraterno de nuestro obispo monseñor Pablo Lizama Riquelme, quien a la distancia y en este mismo horario en la ciudad de Antofagasta como arzobispo del norte grande esta celebrando el Te Deum. Él nos envía su bendición y los mejores deseos para estos días en que celebramos nuestra independencia nacional.
Hermanos, al igual que en muchas ciudades de nuestros país nos hemos reunido como chilenos para elevar a Dios súplicas y rogativas, pidiendo por nuestra patria; este acto litúrgico que realizamos junto a nuestras autoridades regionales y a nuestro querido pueblo; junto a nuestros hombres de armas y del mundo civil; junto a los jóvenes y ancianos; junto a trabajadores y empresarios; junto a creyentes y no creyentes…. lo hacemos para dar gracias a Dios por nuestra patria, por nuestra historia nacional que hemos conquistado entre luces y sombras, entre alegrías y dolores a lo largo de estos 2003 años de libertad e independencia nacional.
Este Chile nuestro, caminó por años unido a la Iglesia hasta que la constitución del siglo pasado, en 1925 declara la separación del Estado Chileno y la Iglesia Católica, acción que el Arzobispo de Santiago de aquel entonces comentó diciendo
“El Estado chileno podrá separarse de la Iglesia, pero esta Iglesia nunca dejará a Chile”. Y no lo hará porque la Iglesia es madre y una madre nunca podrá abandonar a sus hijos.
Hemos escuchado la Palabra de Dios y nos hemos encontrado con el texto donde Jesús nos cuenta que un Samaritano que bajaba desde Jerusalén a Jericó se encuentra con un hombre que había sido asaltado y botado en el camino, estaba medio muerto, su vida estaba en peligro. Entonces pienso…. y hago presente en este minuto, en este Templo Catedral junto a Ustedes a tantos chilenos cuyas vidas también se debaten entre la vida y la muerte a causa de la violencia irracional que se nos ha metido en nuestras calles y barrios causando desolación y dolor; pienso en el enfermo postrado a causa de un cáncer que muere lentamente muchas veces sin tener acceso a la tecnología y los remedios de punto que podrían dignificar su enfermedad; pienso en tantos jóvenes y hogares que se destruyen a causa del tráfico inescrupuloso que se produce en nuestros barrios con el fin de ganar divisas económicas haciendo adictos a nuestros jóvenes a las drogas y a la pasta base; pienso también en los muchos femicidio ocurridos en nuestro país en lo que ha trascurrido este año, en donde en ocasiones las denuncias realizadas no han tenido la respuesta y protección pertinente.
El Samaritano ante esta situación de sufrimiento y dolor en que se encuentra el mal herido, se detiene y lo asiste. El Samaritano, traspasa lo cultural y lo geográfico y se instala en la vereda de lo auténticamente humano pues podía perfectamente haber pasado de largo, pues nada lo obligaba salvo su “recta conciencia”. Hermanos todos…hay momentos en la vida en que no podemos hacernos los desentendidos, y menos pasar de largo o cerrar nuestros ojos ante la dura realidad de sufrimiento en el que pueden vivir nuestros hermanos, el no detenerse y comprometerse es un síntoma social peligroso que podemos llamar “indolencia” y que ocurre cuando nos hemos acostumbrado a ver el dolor humano y ya nada nos conmueve, entonces el corazón se nos ha quedado desentendidamente frío, que es expresión que nuestra conciencia no está muerta pero sí dormida y esto es deshumanizante. Despertemos nuestra conciencia con el cuidado y el respeto por los otros. De esta forma todos los chilenos estamos llamados a ubicarnos en la vereda del buen espíritu, en la vereda del bien común para que así Chile sea una nación más unida y más fraterna.
La Fe, que estamos ejerciendo al estar orando en esta Catedral, es un bien que nos anima a ser protagonistas de nuestro tiempo y no espectadores de la historia. El Papa Francisco que nos ha “re-encantado” más que con palabras, con sus acciones sencillas y espontáneas que nos conmueve, nos acaba de decir que
“La luz de la fe se pone al servicio de la justicia, del derecho y de la paz”.[b/] La fe no es sólo para orar, la fe tiene por finalidad dignificar al ser humano. Una fe sin compromiso social, es una fe a la cual le falta madurar.
Hoy cuando hacemos memoria de un año más de nuestra Primera Junta de Gobierno ocurrida un 18 de septiembre de 1810 podemos afirmar que Chile no es sólo una geografía o una fecha. Chile es ante todo [b]“su gente”.
El Chile de ayer y de hoy lo forman los miles de compatriotas que todos los días salen a trabajar buscando el sostenimiento de sus hogares. Chile es el joven y el niño que junto a sus maestros buscan poder vencer la ignorancia y la marginación social por medio de la educación. Chile es el minero y el pescador que saben sacar desde el fondo de la tierra y del mar las riquezas que Dios nos regaló a todos los chilenos, sí hermanos, a todos los chilenos y sin ninguna excepción. Chile es el adulto mayor que sustenta la sabiduría para vivir y lo es también el recién nacido que debe ser amado, cuidado y respetado por sus padres o sus cuidadores. Chile es el aymara y el mapuche, nuestros antepasados que vivieron en nuestras tierras mucho antes que se instaurara nuestra nación y que es necesario mantener viva su lengua y su cultura; Chile es entonces y por sobre todo su gente. Es por esta gente, que sustenta el chile real, que es loable y positivo que estemos todos reunidos orando, alabando a Dios en un TE DEUM; nos anima la certeza que por sobre nuestras diferencias es posible y es bueno para el pueblo el que nos congreguemos y ayudemos, no para que nos beneficiemos en cuanto Instituciones, sino para bien de las personas confiadas a nuestro cuidado. A quien más se le dio, más se le exigirá dice la Palabra de Dios. Quien más autoridad posee en la vida social, debe ser con mayor razón un servidor de todos los hombres y mujeres.
El Chile que nuestros padres y abuelos vivieron no es el mismo de hoy. Da la impresión que Chile se ha desarrollado vertiginosamente, donde la tecnología y sus avances nos hacen pensar que dentro del concierto latinoamericano somos los mejores o incluso se dice que ya habríamos alcanzado el “desarrollo” según la medida estándar de producto per cápita. Sin embargo, si miramos con atención los diferentes sectores sociales de nuestra patria, más allá de los fríos datos estadísticos y miramos al ser humano -al igual como lo hizo el Buen Samaritano del evangelio- podríamos encontrar a muchos chilenos con rostros y apellidos, que viven en situaciones de dolor y de pobreza que contradicen las afirmaciones de un desarrollo económico nacional; más bien parece que Chile sustenta profundas desigualdades sociales.
Estas profundas diferencias que se han generado tienen que ver con las características del mundo del trabajo, en donde el limitado acceso a la negociación colectiva que tienen los trabajadores (con la excepción de algunos sectores como la minería) les impide alcanzar sueldos más proporcionales a las ganancias obtenidas. Es vital si queremos construir una sociedad más justa y con menos diferenciación social, ayudar para que los trabajadores tanto de nuestra región como de nuestro país obtengan sueldos más acordes a las necesidades y requerimientos del Chile de hoy. Nuestro país se ha transformado cada vez más en una sociedad en donde los estándares de vida son los más altos de Latino América. Para vivir, muchas veces las familias se ven obligados a endeudarse, generando grandes dramas cuando no se puede pagar, e incluso en algunos casos más dramáticos llegando al suicidio. No podemos seguir viviendo así….
Me parece tan pertinente que nos podamos hacer algunas preguntas, no para martirizarnos sino para reflexionar en lo profundo de nuestras conciencias en este acto litúrgico en donde todos nos hemos puesto de cara a Dios y entrelazados como hermanos: Me pregunto…. les pregunto…. ¿Es posible vivir dignamente con un sueldo mínimo? ¿Cuál es la calidad educacional de los niños y jóvenes más vulnerables de Chile? Todos sabemos de manera dolorosa, que en Chile, la educación a la que se puede acceder, estadísticamente, determinará el futuro de una persona (pueden haber excepciones individuales, pero serán sólo excepciones). Esto ha llevado a una situación que el Observatorio Chileno de Políticas Educativas ha denominado a la educación chilena como un verdadero
"apartheid educativo", el cual genera segmentación y exclusión social. Grave y dolorosa afirmación que nos debe llevar a la reflexión.
En educación superior el problema va por el lado del fuerte endeudamiento (y la carga para las familias) que implica acceder a la educación para los más pobres. Y por otro lado, por lo niveles de
“frustración angustiosa” que muchas veces se adquiere al darse cuenta que se accedió a una educación que muchas veces
no es de calidad suficiente y que justifique el gasto realizado.
Estas verdades nos deben comprometer a luchar por hacer cambios, nos deben comprometer con el destino del Otro, así como se comprometió el buen samaritano.
Hoy, por ejemplo también es válido y necesario que nos sigamos preguntando: ¿Cuántos son los jóvenes cesantes en nuestro país? ¿A qué responde el alto índice de suicidios en nuestra región? ¿Por qué nos hemos ido transformando en una sociedad violenta y estresada? ¿Qué nos pasa? ¿Qué nos duele? ¿Qué nos hace sentir infelices? Es tan vital de igual manera, cuidar la salud mental de nuestra gente. Chile es uno de los países latino americanos que posee los mayores índices de uso de sicotrópicos, es decir, fármacos para disminuir la ansiedad y la angustia. ¿Qué nos sucede a los chilenos? ¿Tendremos nuestra alma enferma?
Somos testigos de un malestar nacional que tiene que ver con las
desigualdades que a lo largo de los años se han ido generando y que los chilenos cada vez aceptamos menos, porque nos hemos transformado en un país menos tolerante ante las injusticias. Este malestar se expresa a través de los diferentes “movimientos sociales”, fenómeno que responde a que la sociedad chilena dejó de ver las desigualdades como algo "natural".
Estas situaciones injustas generan escándalo y alimentan el fuerte malestar social, a veces expresado en actos de violencia, actos que rechazamos por completo pero que es necesario ponerle oído y responder creativamente a las exigencias que están detrás de ellas. No hacerlo es alimentar la agresividad impulsiva, la cual por ser muchas veces emocional, genera muerte y dolor. No dejemos que la violencia nos venza; por el contrario, luchemos contra ella siendo hombre y mujeres que viven y construyen la paz, de esta forma hacemos un bien a Chile. Los problemas deben ser enfrentados y nunca escapar de ellos y menos ocultarlos. El camino del ocultamiento es el peor remedio.
El relato bíblico nos cuenta que el Buen Samaritano al ver a este hombre botado y herido, se baja de su cabalgadura y lo asiste, y luego de curar sus heridas se pone en camino a una hospedería para que allí lo puedan cuidar.
Esta actitud de ayuda solidaria por parte del Samaritano a un otro que era diametralmente distinto a él, tanto en lo que pensaba y creía, nos sirve para enfrentar una
“realidad nacional que vivimos”; es el reconocimiento que Chile se ha ido convirtiendo en un país más diverso y que valora más las diversidades. Este es un gran desafío para todos, incluida la misma Iglesia. La diversidad es una riqueza y debemos vivirla de ese modo.
La intolerancia lleva a los pueblos por caminos sin salida, a veces incluso a la violencia y la muerte. Los chilenos debemos aprender a respetar nuestras legítimas diferencias, ya sean en el orden político, en el orden religioso o en el orden cultural y en las opciones personales. Es urgente profundizar el camino del respeto al otro y hacerlo día a día. Esos pequeños actos del día a día tejen el modo de convivir sanamente como sociedad. Chile será grande no sólo porque crece la economía, sino que alcanzará su máximo desarrollo si trabajamos “todos” por respetarnos a pesar de nuestras diferencias.
Hermanos, estamos a pocos meses de unas elecciones presidenciales, de senadores y diputados. Qué bueno va a ser para el país –signo de madurez cívica- que entre los diferentes candidatos puedan expresar sus legítimas diferencias a través del camino de las buenas ideas y sólidos argumentos y no caer en la tentación y poca reflexión de la descalificación del otro. Esta actitud agresiva sería una trampa psicológica de llegar a creer equivocadamente que el otro por pensar distintos necesariamente tiene que ser mi enemigo. El que otro piense distinto a mí me enriquece.
Con agresividad damos un muy mal ejemplo a las nuevas generaciones que necesitan, más que nunca, los mejores testimonios de quienes buscan sustentar cargos de servicio público a través de las legítimas opciones políticas. Las elecciones democráticas, en este sentido, son el canal privilegiado en el que deben confrontarse con amistad cívica los distintos proyectos de sociedad. Por eso que es importante que cada ciudadano ejerza ese derecho en entera libertad y con sentido de responsabilidad.
Qué potente es el relato bíblico cuando nos afirma que el Buen Samaritano le dice al dueño de la posada:
“Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a mi regreso”; el posadero le cree porque simplemente le empeñó su palabra. No le pide ningún documento para seguir prestando su ayuda al mal herido.
Por lo mismo, y en razón del valor de la palabra empeñada y la “responsabilidad cívica”, es de vital importancia que los candidatos no ofrezcan cosas o cambios sociales que en conciencia saben que no podrán cumplir; la buena política es hablar con la verdad de lo que “objetiva y racionalmente es posible” y no hacer ofrecimientos con el único fin de captar votos que les permitan ganar una elección y después olvidarse de las palabras que se prometieron. Este no cumplimiento –de la palabra- genera malestar en la misma gente, pues se sienten engañados y utilizados. No debemos olvidar que la política no tiene otro fin que buscar el bien común y no el bien personal.
Si pensamos en otros desafíos pendientes, no podemos olvidar que
Chile vive una crisis de legitimidad y de credibilidad de sus instituciones, y esto a todo nivel. Debemos entre todos recomponer la confianza en esas instituciones porque es muy peligroso para el país que ello continúe así; la institucionalidad nos otorga estabilidad y evita la anarquía social. De igual manera, como Iglesia pedimos perdón si hemos sido causa de dolor y escándalo.
El malestar nacional respecto de muchas empresas e instituciones es legítimo, ya que todos hemos sido testigos, a lo largo de los últimos años, de la creciente sensación por parte de los chilenos se sentirse desprotegidos en sus derechos con respecto a los grandes monopolios comerciales y el nefasto argumento de la “letra chica”.
Expresión de este malestar en creciente espiral ha sido el conocido abuso de multitiendas, con repactaciones unilaterales, que el cliente nunca aprobó, amarrándolos a deudas enormes que nada tienen que ver con la deuda original (a veces por una simple plancha para el hogar) y más grave aún, cuando los afectados pertenecen al segmento de clientes más pobres de nuestro país. Estas personas afectadas, muchas veces esforzadas mujeres trabajadoras y dueñas de casa, o adultos mayores que sin mayor instrucción académica, a causa de necesidad familiares, aceptan endeudarse y firman cláusulas pagando altos intereses que llegan a ser injustos y arbitrarios.
Afirmamos con el buen samaritano que se compadeció del hombre mal herido y en estado de vulnerabilidad, que es inhumano sacar provecho de los más débiles y los más pobres. Debe primar entre nosotros el cuidado y el respeto por los más vulnerables de nuestra sociedad. El ser humano está por sobre la economía.
No podemos olvidar que Juan Pablo II nos dijo que
“los chilenos tenemos una vocación de fraternidad, de entendimiento y no de enfrentamiento”.
Les pedimos a ustedes, que son autoridades en nuestra región, que por amor a Dios y al ser humano defiendan a los más vulnerables de nuestra sociedad. No podemos permitir que el más fuerte sea un devorador del más débil. A su vez, a los que expresan este malestar deben hacerlo recurriendo a métodos pacíficos y respetando los cauces institucionales. No podemos tomar la justicia en nuestras manos, para eso existen las instituciones que tienen por tarea hacer que se cumpla la ley, la justicia y el bien común de una nación.
El texto del buen samaritano termina con una pregunta:
¿quién se portó como prójimo? interroga Jesús a sus interlocutores. Sobre esta misma pregunta nos podemos preguntar nosotros:
¿Cómo hacer para que Chile sea un país en donde todos nos podamos hacer prójimos de los demás?
Será vital para alcanzar ese noble objetivo, reconocer que Chile a lo largo de su historia ha alcanzado éxitos y progresos, y que también ha experimentado fracasos y dolores, y que ello es responsabilidad de todos.
Es vital propiciar encuentros en donde el perdón y la verdad se abracen. Sólo así podremos cerrar las heridas que aún sangran y que nos impide mirar con paz el futuro.
La fe será una fuerza que suma y que nos puede ayudar a conquistar una auténtica reconciliación nacional; así lo señala Jesús con la parábola del buen samaritano cuando nos dice que un samaritano atiene y cura a un judío que por acontecimientos históricos eran enemigos; la fe nos permite alcanzar el perdón porque creemos que Dios tarde o temprano siempre hará justicia cuando en ocasiones los hombres no hemos sabido construirla. Hay que hacerse prójimo del que está caído, enfermo, triste, excluido o desesperanzado. Con nuestro acercamiento como prójimo comprometido y sincero podremos generar grandes cambios y producir inmensos milagros sociales.
Para terminar quiero hacer memoria de tantos y tantas que como buenos samaritanos han sabido hacer el bien. …y esos hombres y mujeres no están lejos, ellos están aquí en nuestro Iquique, son los que se destacan día a día en su servicio, desde su fe, aquellos que nos han entregado una sociedad, una ciudad, más armónica, más habitable. Esos iquiqueños chilenos compatriotas nuestros son: los servidores de nuestra ciudad que recogen tempranamente la basura y mantienen limpias y bella nuestras calles; es la dueña de casa que día a día y a veces haciendo grandes malabares económicos cocina y mantiene ordenado su hogar y limpia la ropa de sus hijos y esposo; es la abuelita que se queda cuidando a los nietos para que los hijos trabajen; es la madre soltera que optó valientemente por la vida del hijo que llevaba en su vientre y que por cobardía un hombre no quiso asumir su paternidad y hacerse responsable de su sexualidad; es el que está privado de libertad y cometió un error en su vida; es el extranjero que se quedó en estas tierras nortinas y nos enriquece con su cultura y su música; son los carabineros que patrullan las calles arriesgando sus vidas; son los hombres de las fuerzas de armas que protegen nuestra soberanía; son los muchos profesionales que aportan desde su saber para hacer de nuestra región un lugar más amigable para todos; son los políticos que trabajan honestamente por el bien de los pobres; son los gremialistas que lucharon incluso sacrificando sus propias familias por defender los derechos e intereses de los trabajadores; son los sacerdotes y religiosos que han servido en nuestra ciudad y en la zona rural curando el sufrimiento a causa de una muerte o de un fracaso que genera angustia; son los comerciantes honestos; son los artistas que ofrecen miradas innovadoras de la realidad; son los miles de profesores que trabajan en nuestras diversas escuelas entregando sus mejores conocimientos para hacer que sus alumnos amen el saber y se conviertan en niños y jóvenes que logren vencer la flojera y la tentación del mínimo esfuerzo; entre esos muchos buenos iquiqueños no podemos olvidar a los grandes deportistas que han entregado a nuestra ciudad grandes logros y que nos han hecho sentir orgullos de ser iquiqueños y chilenos…. son tantos y tantas que desde su fe, honestidad, talentos y recta conciencia buscaron el bien común para esta ciudad que amamos y que día a día aporta un grano de arena para que Chile sea cada día mejor. Hay que perseverar por ese camino.
Iquique, pueblo mariano, que tanto confía en nuestra Chinita, una vez más se pone bajo el manto protector de su madre bajo la advocación del Carmen de la Tirana, a la que le decimos:
“Virgen del Carmen,
Virgen del Norte y del Sur,
Del mar y la cordillera.
Ruega por nosotros pecadores
Ahora y en la hora de nuestra muerte Amén”
Padre Guillermo Fajardo Rojas
Vicario General Diócesis de Iquique